Listado de la etiqueta: Tercera Edición

Su nombre es Graciela Valdés Zamudio. Nació en Bocas del Toro el 23 de agosto de 1955. Tuvo una infancia maravillosa junto a sus padres y sus dos hermanos. Su papá era un pequeño comerciante de Changuinola.

Para un mayor aprendizaje académico, su familia la mandó a la provincia de Chiriquí, donde estudió su primer año en el Colegio Félix Olivares Contreras. Posteriormente se mudó a la provincia de Panamá junto a los suyos, ya que en aquel entonces su padre tuvo problemas económicos y decidió empezar desde cero en otra parte del país. Y fue ahí que inició su segundo año de secundaria, en La Chorrera.

Después se mudaron al centro de Panamá, al corregimiento de Río Abajo, y fue matriculada en un colegio cercano para cursar su tercer año. Por esos días su madre falleció, dejándola huérfana. Ese hecho la marcó, pues ella solía decirle: “Si yo algún día llegara a morirme, no creo que llegues a ser alguien en la vida, porque tu padre es demasiado dócil, muy complaciente”. Su mamá dudaba muchísimo de que Graciela llegase a prosperar.

El 28 de julio de 1975, durante el entierro, Graciela juró a su madre fallecida que iba a superarse y a estudiar con dedicación, hasta que se sintiera orgullosa. Aquella promesa marcó su existencia para siempre, y luego de terminar tercer año, la joven siguió tan empeñada en su propósito que muchas veces debió quedarse en distintas casas de familiares, ya que su padre se regresó a Bocas del Toro por cuestiones de trabajo.

La jovencita llegó al cuarto año con excelentes calificaciones. Se le veía ir y venir todos los días a pie, cansada, cargando libros pesados al hombro y con el mismo viejo y desteñido uniforme. Ella, con suma responsabilidad y conciencia del ahorro, lograba dividir la poca mesada que le daba su padre en lo indispensable. Cuando se graduó, tomó la decisión de continuar su formación en Chiriquí.

Graciela solicitó permiso a su padre para irse a superar a otro sector del Istmo; él la apoyó. Iniciar esta nueva etapa, sola en David, fue algo muy difícil. A estas alturas pensaba: “Extraño a mi mami, pero tengo que jugármela sola”. Se quedaba en un cuartito que compartía con una amiga de su madre y tenía que hacer magia para que la plata alcanzara hasta fin de mes.

Cuando se graduó del bachillerato, el padre fue orgulloso a su fiesta de graduación. Al día siguiente, tomó sus maletas, se despidió de su progenitor y decidió que su nuevo destino era la ciudad de Panamá. Se fue a vivir con la novia de su hermano y consiguió un puesto en el departamento administrativo de la panadería Santa Ana.

Tras matricularse en la Facultad de Contabilidad de la Universidad de Panamá, los primeros años de estudio fueron muy complicados. Sin embargo, la vida le presentó a una persona que se convirtió en su amiga incondicional.

Dos años más tarde, Graciela consiguió un apartamento y se fue a vivir con su amiga con quien pasó las verdes y las maduras, había días en que se quedaban hasta la medianoche estudiando. Combinaba sus responsabilidades como estudiante universitaria y su desempeño en una firma de abogados.

Pasó el tiempo hasta que se enamoró de quien fuera su único novio y padre de su futura hija Graciela. Siendo una profesional exitosa, creó su propia firma de contadores, y a la par, era la auditora de su empresa. Así estuvo por más de quince años.

En 1997, la aspiración de conseguir una casa se hizo realidad. Al año siguiente compró su primer carro. Llegó a concretar todos estos sueños en una etapa retadora porque terminó siendo una madre soltera.

Ya en 2004 la contadora se comió el mundo, este fue su mejor año en materia económica. Sin embargo, una tragedia le afectó a nivel emocional: la esposa de su hermano y su quinta hija recién nacida fallecieron. Graciela aceptó la tutela y se convirtió en el único amparo femenino de las cuatro niñas.

En 2007 se integró a otra empresa, a la que dedicó siete años de trabajo ininterrumpido hasta que se jubiló. Luego compró una casa en David para reunirse con sus nietas y su hija; en esta ciudad fundó dos empresas. Cuando le preguntan cómo ha sido posible llegar a beber de la copa del éxito, ella contesta: “A mi madre le agradezco todo lo que soy; escuchen los consejos de una madre, en sus palabras hay fe de vida, experiencia y sabiduría”.

Al realizar un análisis de las proezas que han realizado las mujeres, que con afán sobresalen y ponen en alto la cultura y el nombre de un municipio, es imprescindible mencionar a la maestra Luz Amparo Mansilla. Una mujer que con entusiasmo valora cada momento de su vida y parte de su existencia la dedica a su comunidad, en la cual hace que cada ciudadano se sienta orgulloso de sí mismo.

Ha tenido una excelente preparación académica, que le ha sido de mucha utilidad en el desenvolvimiento social y en el quehacer cotidiano. Aparte de ser maestra de Educación Primaria, ha llevado a cabo estudios de profesorado de Segunda Enseñanza en Pedagogía y Ciencias de la Educación. Posee  conocimientos en temas relacionados con la administración educativa, la adecuación curricular, el uso de libros de texto y educación ambiental. Además, ha tenido participación en los ámbitos de la productividad y el desarrollo, aplicando sus conocimientos de cocina, panadería y repostería. Ha sido una ayuda importante en el emprendimiento de muchas personas, gracias a su aporte a la microempresa.

Las labores de la docente Luz Amparo han quedado plasmadas en la historia de diversas instituciones educativas, en entidades sociales y de servicio; por eso y más, creo que es justo hacer mención de algunas de sus muchas contribuciones. Ha cumplido con las funciones de oficial de Secretaría en la Municipalidad de Ciudad Vieja, Sacatepéquez y prodigado conocimientos como maestra de Educación Primaria en la Escuela Oficial Urbana de Varones Fray Matías de Paz, ubicada en la misma ciudad. También ha enseñado en la Escuela Nacional de Niñas Pedro de Bethancourt, de Antigua Guatemala. Además, su preparación y entrega la han llevado a trabajar por la niñez y la juventud como maestra del curso de Español y Estudios Sociales en el Instituto de Educación Básica por Cooperativa de Enseñanza de Alotenango.

Luz Amparo Mansilla es un personaje distinguido con muchos reconocimientos: un diploma de honor al mérito como integrante de la Comisión de Cultura Magisterial a nivel de Sacatepéquez, mención honorífica como maestra distinguida en actividades magisteriales y diploma de participación III de la fase de entrenamiento a maestros en Monjas Jalapa. También, diploma de honor al mérito por segundo lugar como maestra distinguida, así como un reconocimiento de la Universidad de San Carlos de Guatemala por su colaboración y asesoría a los alumnos.

Es importante mencionar las labores de la prestigiosa profesora en relación con su proyección social como miembro fundador del Instituto de Educación Básica por Cooperativa de Enseñanza de Alotenango. Forma parte del grupo de jóvenes que construyeron la primera cancha municipal de baloncesto en la plaza central del municipio de San Juan Alotenango. Cabe resaltar también su efectiva participación en comisiones de cultura y fiestas patronales.

Así mismo, contribuyó en actividades humanitarias durante la tormenta tropical Ágata, ocurrida en el 2010, que afectó a Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y México.

La pedagoga Luz Amparo Mansilla lucha día a día, es una mujer segura que va con firmeza por la vida, con fuerza y dignidad, demostrando todas sus capacidades.

Una bella melodía suena al escuchar declamar alguna poesía de la autora Elsie Alvarado de Ricord, quien nació el 23 de marzo de 1928, en el distrito de David de la altiva provincia de Chiriquí.

Su familia era numerosa. En 1951 se graduó de maestra en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago de Veraguas y años después se comprometió con el abogado Humberto Ricord, con quien tuvo una sola hija.

Elsie se tituló en Filosofía y Letras en la Universidad de Panamá. También estudió un profesorado de Español. Para esas fechas publicó su primera obra, Notas sobre la poesía de Demetrio Herrera Sevillano y luego su primer poemario Holocausto de rosa, donde relata la bonita historia de una mujer enamorada. Años después ganó el Concurso Nacional de Literatura Ricardo, en la sección Ensayo.

En 1960 obtuvo nuevamente el Ricardo Miró con otro ensayo, dos años más tarde publicó una antología que fue incluida en el Diccionario de la literatura latinoamericana. Siempre logró su superación profesional, hasta el punto que obtuvo un doctorado en Filología Romántica en 1968, en España.

Al profundizar más en su vida profesional, sobre los años 70 dio a conocer su primer libro sobre lingüística, también publicó su cuarto libro de crítica literaria y ganó otra vez la categoría de ensayo, en el Miró.

Elsie fue una reconocida ensayista, pero los que la leían amaban su poesía y su gran capacidad de expresar ideas y sentimientos de una manera excepcional. Precisamente, por su gran trabajo en las letras se convirtió en la tercera mujer en formar parte de la Academia Panameña de la Lengua, en 1973. Más adelante aparecieron dos de sus catorce libros, el primero fue una colección de treinta poemas y el otro libro es su quinto sobre crítica literaria.

Buscando información sobre esta destacada escritora, supe que el crítico panameño Víctor Fernández Cañizalez  fue quien le atribuyó el título de “poetisa del amor” con el que se le conoció y asoció en Panamá.

En 2002 fue merecedora de la Condecoración Rogelio Sinán. Aquel día, el presidente del Consejo Nacional de Escritores, Dimas Lidio Pitty, dijo durante la ceremonia: “Elsie Alvarado es la mujer de letras más completa de nuestra historia cultural».

Los poemas de Elsie Alvarado fueron traducidos a diferentes idiomas. Ella ejerció en Panamá como una gran autoridad intelectual y académica, gracias a sus estudios literarios.

Esta panameña ha sido una inspiración para mí, a pesar de no haberla conocido. Tuvo una maravillosa vida llena de grandes reconocimientos por sus valiosas enseñanzas, revelaciones, lecturas y muchos poemas; seguramente por ello, aquel 18 de mayo de 2005, día en que falleció a sus 77 años, lo hizo tranquila, con la satisfacción de haber dejado un legado al pueblo panameño, pasando a la historia nacional y cultural como una poetisa del amor.

El 7 de junio de 2018 se lució la belleza natural en el concurso Señorita Panamá, con la primera mujer indígena en ganar este certamen; pero detrás de las luces y el glamur hubo obstáculos que ella venció.

Los duros dramas familiares que vivió de niña aún la hacen llorar… Todo empezó hace 29 años.

Rosa Iveth Montezuma nació en la comarca Ngäbe-Buglé, Alto Caballero, el 16 de mayo de 1993. La reconocida modelo es la mayor de tres hermanos, creció rodeada de amor y valores. Reflejaba gran energía en su niñez, no tenía problemas para socializar con los demás pequeños; pero al mismo tiempo era reservada, con una actitud perseverante. Con frecuencia participaba en actividades escolares de canto, modelaje, declamación, banda de música y reinados.

Esa joven rompió con los paradigmas tradicionales que enmarcan a la mayoría de las mujeres indígenas. Su espíritu de mujer emprendedora me inspira.

Creyente en Dios y siempre fiel a su cultura y tradiciones. «A mí siempre me gustó mucho el monte, de hecho, iba con una vecina a cosechar arroz, también maíz e íbamos al pozo a buscar agua», recuerda.

Su madre, Rosa América, era educadora y juntas se trasladaban a la comunidad de Kuerima, distrito de Mironó, área Nedrini. «Había que cruzar un zarzo sumamente peligroso, las quebradas crecían y teníamos que esperar a que las corrientes bajaran». Esto experimentaban tanto Rosa como sus primos todas las mañanas, para recibir sus estudios primarios en una escuelita rancho, con paredes de madera, techo de palmas y piso de tierra. Luego de culminar la primaria, debió buscar otra escuela que dictara nivel secundario. El tramo a recorrer todas las mañanas se volvió más extenso.

Más adelante inició su primera carrera universitaria en la ciudad de David, capital de Chiriquí, la Licenciatura en Tecnología de Alimentos. Al corto tiempo se ubicó en un trabajo y regresó a su hogar.

El glamur panameño

La primera vez que Rosa fue seleccionada para un reinado fue en primer grado, por el aniversario de su escuela. Lastimosamente, cuando iba a ser coronada, su hermana de un año sufrió una quemadura con aceite de cocina en la pierna y no pudo recibir el título debido a que su mamá estuvo un mes con la bebé en un hospital de otra zona.

A los 15 años ya ella estaba más que iniciada en el mundo de las pasarelas, en Panama Talents, tras una sesión de scouting que realizó la agencia en su centro escolar, el Instituto David.

Años después participó en un certamen cultural denominado Meri Bä Nuare (mujer bonita en ngäbere) entre estudiantes indígenas cuando estaba en la universidad. Fue escogida como Belleza Nacional.

2018 fue un año de concursos, elogios y presentaciones en varios puntos del país, que la encontró con 25 años, estudiando otra licenciatura en Informática Educativa y aspirando a ser Señorita Panamá por su comarca. También se vio envuelta en una polémica acerca de su nacionalidad e identidad cultural.

Hubo rumores en redes sociales de que la modelo no era 100% indígena. Rosa acudió a la sede central del Tribunal Electoral, el 11 de abril de 2018 y solicitó su certificado de nacimiento para confirmar su origen como mujer ngäbe. Con la evidencia, la organización Señorita Panamá la integró al grupo.

Rosa se preparó junto a 19 aspirantes de domingo a viernes (terminaban a las 10:30 p. m.), entonces tomaba el bus de la medianoche a Chiriquí, para asistir a las siete de la mañana del sábado a la universidad, hasta las seis de la tarde. El domingo regresaba a la capital.

En diciembre de 2018 fue a competir por el título de Miss Universo en Tailandia, en representación de Panamá. “Para mí es tan importante, ha sido una plataforma para que la gente vaya creando conciencia de que el pueblo indígena no es solo un grupo apartado de la ciudad, y que sí podemos lograr grandes metas”. Su gran esfuerzo y natural carisma le han llevado hasta un punto destacado.

¡Frente en alto y pies sobre la tierra! Incansablemente Rosa derriba cada obstáculo que le presenta la vida, pues es firme en su propósito y en su fe en Dios para salir adelante, como aquella vez que representó con orgullo a su país en el certamen más importante de belleza internacional.

Es sorprendente ver cómo en el mundo de las celebridades existen polémicas por celos, adicciones, infidelidades, rupturas y divorcios; muchas se vuelven tendencia con historias que pasan del amor verdadero al odio más fuerte. Es triste pensar cómo gran cantidad de esas estrellas que nos hicieron soñar y que nos sintiéramos identificados profesionalmente con ellas, nos hacen recordar que los ricos y famosos también lloran.

Muchas parejas se ven ante el mundo como matrimonios perfectos, pero después captan la atención de sus seguidores cuando les dejan ver que detrás hay engaños y traiciones… Haciendo comentarios al respecto entre algunos miembros de mi familia interviene la tía Juana Jaén, mujer que ha sido ejemplo para todos. Ella nos relata la vida que ha llevado con tío Tule y nos dice que existen infinidades de relatos de amor y desamor.

Su largo matrimonio no ha sido perfecto. Uno de los conflictos que tuvo al ser ama de casa es que no recibía remuneración ni tampoco podía gozar de reconocimiento social. En aquel entonces estuvo clara de que nunca iba a tener vacaciones ni iba a ser despedida por parte de Tule en sus trabajos como maestra, cocinera, niñera, entrenadora y guardia…

Pero hay que luchar por preservar la unión. La tía Juana nos enseñó que es momento de que nuestros jóvenes sepan cómo lidiar con el demonio interior que los hace defraudar a sus parejas. Cada día nos incita a cumplir con rectitud, sinceridad y respeto las promesas hechas en el altar, tal como lo hacían las abuelas. Nos aconseja seguir ese legado, que seamos pacientes, convivir sin desviaciones hacia terceras personas y aprendiendo a satisfacer nuestros deseos y necesidades afectivas solamente con el otro. 

También recuerda que la vida no siempre es color de rosa, que hay etapas en las que siendo jóvenes cometemos errores, pero hay que sobreponerse a las adversidades, saber dirigir nuestras conductas y combatir en todo momento con sana rebeldía.

¡Oooh! Me gusta aliarme con las personas mayores, porque siempre nos dan buenos consejos y nos relatan anécdotas que no es común escuchar entre muchachos de nuestra edad. 

La tía Juana nos indicó que en el primer año de casados se cumple el aniversario de las bodas de papel; a los cinco años, las de madera; a los diez, las de aluminio; a los veinticinco, se celebran las bodas de plata; a los cincuenta, las de oro, etapa que actualmente ella está disfrutando en vida; y por último, las bodas de huesos, cien años después de haberse casado, llegar allá es lo que más desea, de lo contrario, descansaría con su amado por toda la eternidad.

Hagamos que nuestras generaciones sean ejemplos como la tía Juana, mujer trabajadora, madre de familia y ejemplo de amor y compromiso matrimonial.

No hay nada más lindo que crecer bajo las enseñanzas de mujeres extraordinarias.

Desde muy pequeña estuve sometida a diferentes retos y problemas, pero hubo damas que estuvieron ahí para apoyarme y enseñarme a salir de esos inconvenientes.  Sus historias merecen ser contadas a nuestras hijas e hijos, para inspirarles y demostrarles que también pueden soñar en convertirse en aquello que más desean.

Mi madre es una de esas mujeres que me instruyó para ser lo que soy ahora. Algo que me satisface es que me nutrió de muchas aventuras; por un tiempo vivimos en el campo, en mi natal Colombia, y ahí me mostró que el camino del progreso no era nada fácil, también cómo ordeñar una vaca, hacer un fogón de barro, colectar huevos, alimentar cerdos y, sobre todo, cómo huir de las vacas bravas.

Así logré levantar las cargas cotidianas, ayudando a cumplir con las tareas domésticas. Ese tiempo que pasé en la finca fue muy especial, ya que comprendí lo fuerte que era mi madre al arrear vacas y cargar pesados cántaros de leche. Esa resistencia es la que la mantiene en vela, la que le ha permitido seguir adelante conmigo.

Después nos mudamos a la ciudad, pasamos muchos páramos, pero ella se encargó de que mi mundo siempre fuera de lo más normal. Ahí me demostró algo muy valioso: “El que es acomedido come de lo que está escondido”.

En ese tiempo conocí a otra mujer que me marcó, era la señora Mercedes Arrocha, elegante y bien conservada, le encantaba que le contara historias y siempre estuvo ahí para apadrinar mis aventuras en su vistosa y hermosa casa; viví con pasión mi interés en el mundo de las bibliotecas, por preservar objetos, revistas y antigüedades, ya que en su hogar tenía muchos libros y reliquias con un valor incalculable para esa distinguida familia.

Diocelina, otra de las mujeres con un corazón noble y un carácter sin igual, sigue siendo ejemplar. Recuerdo gratamente las tardes que pasaba conmigo enseñándome caligrafía, compostura y las reglas de oro para tener buenos modales. Por ella siento la gran dicha de tener linda letra y buena educación.

Con estas damas viví muchos matices de la vida. No es solo la sangre la que nos hace una persona de bien, sino el corazón de muchas mujeres, por su demostración del gigantesco amor que han tenido al enseñarnos, instruirnos y estar siempre en nuestro andar por la vida.

Ellas han hecho mi sonrisa más brillante y sonora. Es una bonita manera de agradecer por esos maravillosos momentos a los que muchas veces no damos importancia en el día a día y que a lo largo de  la vida se convertirán en recuerdos imborrables.

Era una mañana del mes de diciembre del 1946. En un pequeño y aislado pueblo llamado Río Hondo, en la provincia de Los Santos, nace Etilvia, una niña de una belleza única tal cual una aurora boreal. Ella se crio juntos con sus siete hermanos, su infancia fue feliz, le gustaba jugar con muñecas de tuza y su madre le confeccionaba vestidos con retazos de tela.

A los quince años las cosas cambiaron para Etilvia. Su madre comenzaría a trabajar de maestra en una escuela no muy lejos de casa. La joven se encargó de sus hermanos, debía estar pendientes de ellos, cocinar, ayudarlos en las tareas, cuidarlos cuando enfermaran, etc.

Pasado el tiempo, sus hermanos crecieron y tomaron compromiso.    

Etilvia, como toda mujer, deseaba tener una mejor vida para ella, a la edad de veinte decide irse sola a Panamá, exactamente a El Chorrillo, donde una tía por parte de mamá; lo único que le pudo ofrecer fue un pequeño cuarto donde solo le cabía su cama y una pequeña estufa eléctrica. Allí estuvo cinco años.

Como prácticamente toda su adolescencia se dedicó a cuidar a sus hermanos, aprendió a cocinar demasiado bien. Ella le sacaba provecho a su habilidad, la contrataban para actividades y ganaba dinero preparando sus especialidades (arroz con pollo, sopa de carne y espaguetis en salsa verde). Gracias al dinero que generaba pudo terminar su escuela y conseguir un cuarto un poco más grande.

Después se mudó a La Chorrera donde conoció a José Barrios, de quien se enamoró a primera vista. Al pasar los años se casaron y luego de tres meses de haberse unido se dio cuenta de que estaba embarazada de mellizos, pero su esposo decidió abandonarla.

A Tita, como la conocían los amigos y seres queridos, no le fue tan bien en su nuevo lugar. Viendo que ya no la contrataban para cocinar en actividades ni juntas, más que estaba embarazada, tomó la decisión de irse a vivir con unos de sus hermanos que vivía en Tortí de Chepo y se dedicaba a confeccionar sandalias. Durante los meses de gestación aprendió a hacer cutarras de cuero.

Cuando sus mellizos tuvieron cinco años se regresó a su antigua casa de madera ubicada en La Chorrera. Con lo que aprendió junto a su hermano, Etilvia comenzó a confeccionar cutarras de colores con pedazos de tela. Gracias a este oficio y a los contratos de cocina pudo educar a sus hijos.

Ella se caracterizaba por ser una mujer amorosa con todo el mundo. No había una persona a quien no tratara con ternura; tenía una sonrisa que iluminaba el cielo.

Cada persona que iba a su casa no se podía ir sin probar su deliciosa comida. Mi tía Etilvia fue una mujer que me inspiró, ya que no se rindió y a pesar de todo siempre buscó la manera de salir adelante. Etilvia era madre de dos hijos, murió el 20 de octubre del 2022, y sé que desde el cielo está cuidándonos con su luz.

Esta historia es comprometedora, sobre una mujer llamada Carmen A. Miró Gandásegui, panameña, nacida el 19 de abril de 1919. Oriunda del corregimiento de Santa Ana y quien a los seis años fue testigo de la intervención de las tropas extranjeras que pusieron fin a la Huelga Inquilinaria de 1925.

Estudió en el Instituto Nacional, formó parte de la primera generación de egresados de la Universidad de Panamá. Contribuyó a crear el Frente Patriótico de la Juventud, surgido de las movilizaciones en rechazo al Convenio Filós-Hines, en 1947. Ella fue una socióloga, estadista y demógrafa, considerada la máxima experta en población de América Latina y, probablemente, la figura más destacada que han producido las ciencias sociales panameñas.

Es hija de uno de los más famosos poetas panameños, Ricardo Miró. Tuvo una educación excelente, estudió Administración de Empresas en la Universidad de Panamá y luego realizó estudios de postgrado en London School of Economics.  

Entre 1946 y 1956, estuvo al frente del departamento de Estadísticas y Censos de Panamá, durante este tiempo también fue profesora de Estadística en la Universidad de Panamá. Al año siguiente, en 1957 se convirtió en directora fundadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de Demografía de las Naciones Unidas (CELADE), hoy División de Población de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe de las Naciones Unidas, se mantuvo al frente hasta 1976.

Luego de cuatro años en el Colegio de México regresó a Panamá, donde se afilió al Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena. En 1984 se presentó a las elecciones como vicepresidenta de Panamá, pero no tuvo éxito.

Por su gran desempeño obtuvo numerosos reconocimientos y cabe destacar que en 1953 fue elegida miembro de la Asociación Estadounidense de Estadística «por sus contribuciones a la mayor eficacia de los recientes Censos de las Américas» y por crear «un sistema estadístico completo y útil para su país». 

Carmen A. Miró Gandásegui realizó doctorados en la Universidad de La Habana, en la Universidad Nacional de Córdoba y en el Instituto Latinoamericano de Ciencias Sociales. Sus logros en el campo de los estudios de población y su aporte a la formación de demógrafos latinoamericanos, la llevaron a obtener el Premio Mundial de Población de las Naciones Unidas, en 1984.

En 2015 se publicó una antología de sus escritos recopilados y en el 2016 el Colegio de México le otorgó el Premio Daniel Cosío Villegas; sin embargo, quedó pendiente el reconocimiento y agradecimiento que le debe todo Panamá por su obra colosal en beneficio del conocimiento demográfico y mejoramiento social de la población nacional y latinoamericana y por crear también el Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panamá. 

Esta mujer luchadora y de admirar cumplió un siglo en abril de 2019, pero en la madrugada del 18 de septiembre de 2022 la muerte nos arrebató, a los 103 años, a nuestra incansable mujer panameña la Dra. Carmen Miró Gandásegui.

Después de muchos años de esfuerzo, mi prima Sarah Fhima logró una gran hazaña junto a un grupo de investigadores: llevar a cabo una serie de experimentos que podrían cambiar las difíciles circunstancias de las personas afectadas por la enfermedad del Alzhéimer, un trastorno que destruye de manera lenta la memoria.

A este tratamiento se le conoce por el nombre de estimulación magnética transcraneal. Consiste en la aplicación repetitiva de un campo magnético de alta intensidad en el cerebro del paciente. Aunque estos procedimientos sólo habían sido utilizados en gente con autismo, recientemente se han estado probando en quienes padecen otros trastornos neurocognitivos tales como el Alzhéimer.

A mi familia esta enfermedad la ha afectado gravemente desde hace muchas generaciones. Mi tatarabuela, mi bisabuela y mi abuela la han sufrido. Esto motivó a que Sarah, quien es médico pediatra con diplomado en neurodesarrollo, se interesara más en los estudios sobre este mal. Ahora ella ayuda a mi abuela en el Brain Tools Center, con tratamientos para calmar sus síntomas.

Mi abuela se graduó de la carrera de Arquitectura en Bogotá (Colombia), se casó con mi abuelo y se mudaron a Venezuela, donde tuvieron dos niños y a una niña, entre ellos mi papá. Más tarde vine al mundo yo, y todos nos mudamos a Panamá, donde mi abuela empezó a cuidarme todos los días mientras mis papás se iban al trabajo. 

Ella nunca paró de laborar, pero llegó un punto donde su memoria se empezó a deteriorar. La alegre persona que todos conocíamos había cambiado. Las risas se convirtieron en llanto y su vocabulario comenzó a limitarse. 

Después de muchos años de estudios y de ir de médico en médico, descubrimos que había desarrollado el trastorno de Alzhéimer. Mientras las preguntas se fueron respondiendo, nuestra preocupación aumentó porque creíamos que ya no habría vuelta atrás para la abuela. Pero la estimulación magnética transcraneal ha impulsado su cerebro de forma positiva, y poco a poco ha ido recuperando su conciencia.

Cuando mi prima nos recomendó el tratamiento estábamos completamente escépticos, además no teníamos dinero para solventarlo. Sin embargo, al entender nuestra situación, hicimos un trato. Mi abuela participaría en un tratamiento relativamente nuevo y ayudaría con una serie de experimentos, a cambio de una rebaja en el precio del procedimiento. Al final mis abuelos aceptaron entusiasmados, no sólo por el hecho de que habría un chance de que mi abuela mejorara, sino porque también estarían aportando a la medicina y, en un futuro, su participación podría ayudar a millones de personas afectadas por la enfermedad del Alzhéimer alrededor del mundo.

Este caso sirve de inspiración para todas aquellas jóvenes que alguna vez han anhelado contribuir con los demás. Nada es imposible, y si todos ponemos un granito de arena, juntos podemos crear la diferencia. Yo aspiro algún día poder apoyar a la ciencia, como mi prima lo ha hecho, y que los estudios sobre los trastornos neurocognitivos avancen y mejoren, para el beneficio de las presentes y futuras generaciones.

La historia que les voy a contar es sobre una dama que me ha motivado a seguir adelante y que admiro por su esfuerzo y valentía. Es y será una persona importante que llevaré en el corazón, quizás no sea tan reconocida hasta ahora, pero sin ninguna duda es impresionante en lo que ha destacado a lo largo de su vida.

Ella es oriunda del corregimiento de Peñas Chatas, en el distrito de Ocú, provincia de Herrera. Vivió en una casa de quincha, con sus ocho hermanos, su madre y su abuela; recuerda que diariamente tenían que levantarse temprano para buscar agua en una quebrada que quedaba a diez minutos de su casa. 

Luego de desayunar, se iba caminando a la escuela, ubicada a quince minutos, atravesando potreros donde había vacas y toros; muchas veces se tenía que desviar del camino para poder pasar.

En el sitio no había energía eléctrica. Ya después de haber terminado la jornada escolar, debía ir a buscar leña para cocinar; además, vendía chances y le lavaba ropa a otras personas, todo para el sustento diario, que en ese entonces era mucho.

Con todas las limitaciones, la protagonista de esta historia logró terminar sexto grado, pero no pudo seguir estudiando, porque la escuela donde asistía solo llegaba hasta el nivel primario; la secundaria quedaba muy lejos y era de difícil acceso. Tampoco tenían recursos para pagar un carro que la transportara a ella y a sus hermanos.

Al cumplir la mayoría de edad se trasladó a la ciudad de Panamá a buscar un mejor futuro para seguir adelante, allí consiguió trabajo y un lugar donde vivir. También comenzó a estudiar en una escuela nocturna, por ser mayor de edad. Allí, en el Instituto Nacional de Panamá, estudió seis años y obtuvo un Bachiller en Ciencias, luego entró a la Universidad de Panamá, en la Facultad de Humanidades y a la vez fue ayudante de la Biblioteca Simón Bolívar. 

Se graduó, después tuvo un hijo y siguió laborando hasta que el pequeño cumplió los cinco años, porque no tenía quién lo cuidara. Ahora, ese muchacho sigue los pasos de su madre para ser alguien en la vida.

Sí, la mujer de la que les he estado hablando es mi mamá y me siento orgulloso de ella, ya que ahora tiene seis años de tomar cursos de aprendizaje en la Embajada Cultural del mismo colegio en el que se graduó en la nocturna y en donde yo estoy y formo parte de la agrupación folclórica Nido de Águilas.

Y aquí termino la gran historia de esa mujer perseverante y sabia, quien anhela que vuelva a habilitarse la escuela nocturna, ya que sabe que hay personas que la necesitan, tal como ella en su momento. Espera que se pueda volver a recuperar ese legado que se dejó para que persista en otras generaciones. 

Sin duda alguna esta es una historia digna de admirar, para tomar de ejemplo; no coloco el nombre de la protagonista, porque así ella lo desea y merece ser respetado ese derecho inigualable.