No hay nada más lindo que crecer bajo las enseñanzas de mujeres extraordinarias.

Desde muy pequeña estuve sometida a diferentes retos y problemas, pero hubo damas que estuvieron ahí para apoyarme y enseñarme a salir de esos inconvenientes.  Sus historias merecen ser contadas a nuestras hijas e hijos, para inspirarles y demostrarles que también pueden soñar en convertirse en aquello que más desean.

Mi madre es una de esas mujeres que me instruyó para ser lo que soy ahora. Algo que me satisface es que me nutrió de muchas aventuras; por un tiempo vivimos en el campo, en mi natal Colombia, y ahí me mostró que el camino del progreso no era nada fácil, también cómo ordeñar una vaca, hacer un fogón de barro, colectar huevos, alimentar cerdos y, sobre todo, cómo huir de las vacas bravas.

Así logré levantar las cargas cotidianas, ayudando a cumplir con las tareas domésticas. Ese tiempo que pasé en la finca fue muy especial, ya que comprendí lo fuerte que era mi madre al arrear vacas y cargar pesados cántaros de leche. Esa resistencia es la que la mantiene en vela, la que le ha permitido seguir adelante conmigo.

Después nos mudamos a la ciudad, pasamos muchos páramos, pero ella se encargó de que mi mundo siempre fuera de lo más normal. Ahí me demostró algo muy valioso: “El que es acomedido come de lo que está escondido”.

En ese tiempo conocí a otra mujer que me marcó, era la señora Mercedes Arrocha, elegante y bien conservada, le encantaba que le contara historias y siempre estuvo ahí para apadrinar mis aventuras en su vistosa y hermosa casa; viví con pasión mi interés en el mundo de las bibliotecas, por preservar objetos, revistas y antigüedades, ya que en su hogar tenía muchos libros y reliquias con un valor incalculable para esa distinguida familia.

Diocelina, otra de las mujeres con un corazón noble y un carácter sin igual, sigue siendo ejemplar. Recuerdo gratamente las tardes que pasaba conmigo enseñándome caligrafía, compostura y las reglas de oro para tener buenos modales. Por ella siento la gran dicha de tener linda letra y buena educación.

Con estas damas viví muchos matices de la vida. No es solo la sangre la que nos hace una persona de bien, sino el corazón de muchas mujeres, por su demostración del gigantesco amor que han tenido al enseñarnos, instruirnos y estar siempre en nuestro andar por la vida.

Ellas han hecho mi sonrisa más brillante y sonora. Es una bonita manera de agradecer por esos maravillosos momentos a los que muchas veces no damos importancia en el día a día y que a lo largo de  la vida se convertirán en recuerdos imborrables.