En San Pedro de Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica, en 1944 nació una mujer con prioridades diferentes a las de muchas otras, pues sabía muy bien que la vida de cada quien era única. Para mi tía Nidia Araya Alfaro, su propósito y lo que quería era lo único que realmente importaba.

Nunca estuvo interesada en el amor. Su familia no poseía riquezas ni grandes terrenos, vivían con lo que tenían, pero a ella le encantaba, pues sus hermanos y sus padres eran su prioridad.

Un día, un conocido de la familia le propuso una oportunidad que le cambiaría su vida para siempre. Nidia aceptó gustosa el puesto de conserje en la Universidad de Costa Rica.

Como una joven en esos tiempos, Nidia sabía muy bien las reglas y siempre trató de seguirlas cuidadosamente, sin sospechar que era una mujer revolucionaria y más de lo que alguna vez le prohibieron ser. Ella no estaba interesada en tener un esposo y dedicarle su vida a él, mucho menos ser una madre de familia con el único propósito de servir a su núcleo y en los quehaceres de la casa. Hacía todo por gusto y no por la obligación de cumplir con los demás.

Empezó a trabajar porque sabía que eso necesitaba para vivir. Brindar estabilidad a su amada familia era una de sus verdaderas prioridades, laboraba siendo la única mujer conserje en aquel recinto educativo. Dejó ver su gran poderío e imponente fuerza demostrando así que una mujer era capaz de ejercer una profesión “de hombres”. Trabajó por veinticinco años, bien ganados, y en todo ese tiempo no hubo nada ni nadie que la desviara de su fin.

Nidia tenía muy claro lo que quería, y lo logró; su propósito siempre había sido servir a los que más quería, cuidar de cada uno de ellos cuando más la necesitaban y demostrarles el amor más ingenuo. Sin embargo, tuvo que afrontar muchas críticas de familias infelices, incapaces de aceptar que cada mujer es dueña de su vida y que el hecho de casarse y tener hijos o no, no define a alguien. A Nidia nunca le importaron los juicios de terceros y estaba feliz consigo.

Existen muchas ideas abrumadoras de mujeres oprimidas que han llevado a la ruina a más de una. Desde niñas a muchas les enseñan que para estar realizada se deben casar, tener hijos y, sobre todo, servir a un hombre, haciendo ver al sexo femenino como máquinas reproductoras, sin escapatoria alguna. A cuantiosas féminas se les obligó a brindar honor a su familia, al casarse y tener hijos contra su propia voluntad. Pero, en el caso de otras, como en el de Nidia, mujeres independientes y sin hijos, eran llamadas malditas o arruinadas, ya que ningún hombre se había fijado en ellas para hacerlas mujeres de familia. Tal vez, a Nidia simplemente le «barrieron los pies” y tuvo mala suerte.

Con su historia mi tía demuestra que cada quien es un mundo, que la sociedad nos ha encerrado en un solo estereotipo de mujer perfecta, pero no podemos olvidar el hecho de que somos féminas únicas y diferentes, que han venido a enseñarle al mundo el verdadero significado de ser mujer.