Listado de la etiqueta: Segunda Edición

El Casco Viejo de Panamá fue declarado en 1997 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Está rodeado de calles de ladrillos y edificios de múltiples colores. En 1673 era el corazón de la ciudad de Panamá y hoy alberga al corregimiento de San Felipe.

Es un centro cultural e histórico, donde abundan inmuebles importantes como el Teatro Nacional o el Museo del Canal, así como restaurantes con exóticos murales que decoran sus paredes. En uno de esos establecimientos de esparcimiento fue donde una dichosa niña tuvo el honor de bailar frente a una audiencia selecta. 

Fue un 25 de noviembre. Eran las 6:30 p.m., cuando el sonar de unas campanas retumbó en los alrededores. Josenid Mosquera, de 13 años, sentía la presión de participar en uno de los bailes típicos más hermosos y reconocidos de Panamá: El Punto, que fusiona la elegancia, la melodía y una coreografía refinada. No cualquiera tiene la oportunidad de bailar ese clásico nuestro, y encima, ante personas de otros países que estaban emocionados de apreciarlo.  

Su padre, Eligio, le decía a Josenid que este baile le recordaba su época, cuando entre 1988 y 1991, siendo joven, bailaba en el Conjunto Típico del Municipio de Panamá.

“¿Estás lista, hija?”, preguntó Eligio. 

“Sí, pero con un poco de temor”, contestó Josenid, vestida con una hermosa pollera blanca. 

Al escuchar las primeras notas musicales, Josenid sentía que se le salía el corazón del susto y de los nervios. Ella sabía que ese era un momento único y no quería cometer ningún error. Estaba tan contenta y emocionada de poder honrar a su cultura panameña. 

Eligio, con 46 años de experiencia en bailes típicos, estaba orgulloso de bailar en compañía de su hija.

De hecho, Josenid solía preguntarle por qué las personas de otras latitudes se llenaban de emoción al ver los bailes típicos de Panamá. Él respondía que la razón era que, al ser un país compuesto por diversas culturas, se maravillaban al ver hermosos bailes, cuyos orígenes provenían de Europa, de África y de los pueblos originarios que habitaban el istmo antes de la llegada de los colonizadores españoles. 

Ponía como ejemplo de esa diversidad el baile Congo, El Punto, El Atravesao y el Bullerengue. Le compartía que otra prueba de esa mezcla de razas y procedencias se reflejaba en nuestra gastronomía: arroz con guandú, el ceviche, los tamales, los bollos y el saus. 

Su padre también hacía referencia a la diversidad de animales que hay en el istmo panameño. Como muestra el águila harpía, que es el ave nacional del país, que simboliza nuestra soberanía, pero que está en peligro de extinción como el jaguar, el tapir y la tortuga carey. 

El baile terminó y la pareja compuesta por padre e hija recibió sonoros aplausos por parte del público. Después de refrescarse con agua, Josenid y Eligio participaron de una sesión de fotos en diferentes lugares emblemáticos.

Uno de los puntos fue la Cinta Costera, ubicada a lo largo del paseo marítimo que recorre Punta Paitilla, la Avenida Balboa y el Marañón; el recorrido también incluyó sectores del Casco Viejo, que fue fundado en 1673 como consecuencia del incendio que asoló a lo que se conoce en la actualidad como Panamá La Vieja y el ataque que ésta sufrió de manos del pirata Henry Morgan. Otro sitio escogido para la sesión fotográfica fue los alrededores de la iglesia Santa Ana, templo católico que fue fundado en 1678 y está ubicado en el corregimiento que lleva el mismo nombre. 

Luego del amplio recorrido, Josenid fue para que le ayudaran a quitarse su pollera de gala, los tembleques blancos, sus zapatos de satín y el maquillaje. Después fueron a celebrar todo lo obtenido a un restaurante.  

Cuando llegaron a casa, la joven todavía no podía creer que había realizado ese baile tan especial, y que pudo hacerlo tan bien. Aún no asimilaba que la fotografiaran y le tomaran videos turistas procedentes de Cuba, Colombia y Venezuela. Josenid estaba muy feliz. Aquel fue uno de los días más importantes de su vida. Uno de sus sueños se había hecho realidad.

Conocí a Mateo en mi barrio cuando yo estaba en primaria. No éramos grandes amigos, pero solíamos conversar, al menos durante los cinco años que compartimos vecindario. La última vez que nos vimos fue para las fiestas de fin de año. Tuvimos la oportunidad de hablar, entre otras cosas, sobre los planes que nuestros padres tenían para nuestro futuro. 

En esa ocasión, Mateo me contó la historia de un viaje emocionante que hizo a un bosque en la provincia de Coclé, con solo ocho años de vida. Al principio me pareció un poco aburrida la anécdota, pero luego me entusiasmé escuchando los detalles de su travesía.

Me dijo que sus padres lo llevaron a un hermoso lugar llamado cerro Cariguana, ubicado en El Valle de Antón. Partieron alrededor de las tres de la tarde de un viernes y llegaron casi al anochecer. 

Durante el trayecto, Mateo contempló un hermoso atardecer a través de la ventana del carro en el que viajaban.  El paisaje lo llenó de emoción, nostalgia y una serie de sentimientos que no podía explicar. 

Detalló que, cuando arribaron al sitio, se enteraron que era mejor hacer el recorrido por el sendero y subir antes del mediodía, por lo que tuvieron que hospedarse en un pequeño motel para pasar la noche y descansar. Al día siguiente se levantaron muy temprano, desayunaron y fueron al lugar donde un guía los esperaba. 

Yo me iba entusiasmando a medida que escuchaba esta narración, por lo que le pedí a Mateo que no parara; pero él me respondió que debía ir a dormir. Tuve que esperar.

Al día siguiente, busqué a mi vecino para que me siguiera echando el cuento. Retomó el relato y mencionó que, el guía que los acompañaba en el recorrido, les contó que Cariguana forma parte de un grupo de cerros que rodea el centro de El Valle de Antón, lugar que hace muchos años fue un volcán. 

Mientras subían, Mateo notó la falta de árboles que dieran sombra; tampoco había sitios donde tomar agua. ¡Qué bueno que ellos llevaron algo de comer y botellas con agua!, aclaró, si no hubiesen estado en problemas. 

 —Cuenta Mateo, cuenta  —pedí emocionado luego de una pausa. 

Entonces respondió que pudo observar un tucán muy hermoso, que había unas flores llamadas orquídeas y que también vio a un perezoso. 

—¡Guau! Un perezoso —exclamé y él rio.

Mateo rememoró que estaba muy cansado al terminar esa aventura, pero disfrutó mucho. Para él lo más emocionante fue llegar a la cima del cerro porque la vista fue hermosa. Se podía avistar todo El Valle desde arriba. Al escuchar su relato, comprendí que pasaron unos momentos muy bonitos en familia.

Indicó que bajaron del cerro temprano por recomendación del guía, pues podía llover, y si había tormenta eléctrica, resultaba muy peligroso. Al descender fueron a comer y apreciaron una presentación artística. Finalmente, regresaron al motel a descansar para volver a su hogar al día siguiente. 

Hoy pienso con nostalgia en mi vecino y los momentos que pasábamos conversando de cualquier tema. Hace tres años que no vive en mi barrio. No nos vemos ni hablamos, pero el relato de su paseo al cerro Cariguana quedó en mi mente, al igual que las ganas de visitar ese lugar y comprobar lo que un día me contó un chico llamado Mateo. 

La Feria Internacional de La Chorrera es una de las más reconocidas del país. Entre los objetivos de este evento anual está rescatar el folclor de Panamá, por lo que se pueden apreciar artesanías, bailes y trajes típicos. Tienen una gran tarima hermosamente decorada que permite apreciar, durante los días de fiesta, la presentación de conjuntos típicos que deleitan con sus bailes a los visitantes.

Aquel 20 de septiembre de 2018, al llegar a la feria después de horas de viaje, quedé sorprendida porque no pensé que el lugar fuera tan grande. Fui junto al conjunto folclórico de mi escuela. El trayecto no fue fácil, incluso nos perdimos en el camino hasta que logramos dar con el sitio. 

Ya había un conjunto folclórico en el escenario. Finalmente llegamos al sitio de la presentación, y una sensación de miedo invadía todo mi ser. Faltaban 25 minutos para nuestra intervención y tenía dificultad para ponerme la pollera, porque no es la que suelo vestir. Esta era un pollerón de color azul con flores, la camisa blanca con encajes y la mota de color azul, que combinaba con los zapatos. Es una pollera que representa la región de Panamá Este. 

Estaba muy nerviosa, la hora cero se acercaba. Debía bailar una pieza con dos compañeros y otra sola, no quería equivocarme frente a tantas personas. Al escuchar que seguía mi conjunto sentía más nervios de lo normal, el primer baile era una cumbia titulada “Atravesada”, después seguía mi presentación en solitario. Sentía un peso demasiado grande sobre mis hombros. Todo el grupo había depositado su confianza en mí para bailar “La Espina”. 

Cuando empezó la música y vi a tanta gente pendiente de mí, quedé congelada por unos 10 segundos, luego miré a mis compañeros y empecé a bailar, pero seguía asustada y tensionada.

Cuando el primer baile terminó sentí que había decepcionado a mi conjunto típico, pero me sorprendió que ellos me felicitaron y me apoyaron. Así que en el último baile tenía más ánimos y todo fluyó mejor.

Al terminar la presentación, que duró como 10 minutos, recibimos un certificado de reconocimiento y me encomendaron a mí ir a recibirlo. Esa distinción me emocionó mucho, ya que sentí que estaban orgullosos de mi desempeño.

Como todo salió bien, disfrutamos de la feria y mayormente de los juegos mecánicos. Ese fue uno de los mejores días de mi vida, por lo que siempre recordaré aquella vez cuando bailé en la Feria Internacional de La Chorrera. 

¡Fuertes corrientes! ¡Cauces arrasadores e implacables! Roca tras roca, el agua cae hasta donde parece descansar su desembocadura.

A lo lejos se puede escuchar el estruendoso despeñadero, capaz de intimidar desde una persona común hasta un reflexivo sabelotodo, cualquiera puede quedar sin palabras ante tanta belleza natural. 

Esto explica por qué muchas personas, embelesadas con la hermosura de estas vías fluviales adornadas con vegetación, las suelen visitar.

Sus amplios senderos parecen tener dueñas: una familia de briofitas que ha tomado el poder de la zona. Las grandes trepadoras llegan más allá de las copas de los árboles y han decidido multiplicarse en la región.

La pareja de extranjeros que se encuentra en el sendero del cerro de la Cruz, exclama: “¡Hemos llegado!”. Efectivamente, pero es solo el primero de tres chorros que han de visitar.

En la región cercana de la provincia de Coclé, en El Valle de Antón, se encuentran tres caídas de agua que convergen en una sola, sitio conocido como el Chorro Las Mozas.

Con gran satisfacción, los coclesanos comparten uno de sus preciados lugares turísticos,  acompañado de su conocido mercado, y lo más llamativo… sus leyendas transmitidas de generación en generación.

La típica historia de turistas que a mitad de su travesía se encuentran a punto de rendirse, parece haberse hecho realidad. Por simple que parezca para muchos, sentarse en la orilla, en lo llano del chorro y sumergir los pies en el agua, es también parte de la aventura. De hecho, es una escena que suele verse entre los viajeros, por los distintos senderos que hay que atravesar para llegar a los siguientes torrentes.

“Ahora no es el momento de lamentarse en estas aguas”, dijo una mujer que se acercó a una pareja de ancianos a punto de descansar. Estas aguas esconden una historia. Esas tres bellas jóvenes hijas de Teobaldo, guerrero de la zona, guardaban un secreto que les costó la vida ante un amor no correspondido.

Una noche de celebración en Penonomé, desde diferentes regiones se dirigía un tumulto al poblado del cacique. A lo lejos se podía observar las llamativas plumas de quetzales que adornaban las cabezas de las personas y las chaquiras que yacían sobre sus pechos.

Guerreros, damas y plebeyos sabían que la multitud se acercaba al jolgorio por el redoble de los tambores y las melodías de sus flautas. La celebración se tornó, tan rápido como inició, en tragedia. ¡Vaya calamidad! Llorar durante horas por el guerrero Caobo y su nueva amante, pareció ser la decisión de las tres mozas.

De las lágrimas que brotaban de sus ojos se formaron unos chorros que las rodearon. Las tres hermanas saltaron de lo alto de un acantilado para alcanzar lo que ellas creían que sería su mundo libre de crueldad e infelicidad.

—Me despido, señores, se acerca otro grupo que parece necesitar mi ayuda —dijo la mujer que parecía ser de la zona, mientras se alejaba. Los turistas solo podían mirarse uno al otro.

—Bueno, no sé tú Henry, pero yo sí terminaré el recorrido —advirtió la anciana mientras recogía sus pertenencias y sacaba del trance a su esposo.

—Espérame Kate, también iré —respondió el hombre y siguió a su esposa hasta el próximo chorro, Charco El Mero.

¿Fue la belleza natural o la historia que escucharon lo que les motivó a continuar? No importa, al fin y al cabo, su vuelo de regreso no se daría hasta el próximo 18 de febrero. Faltaba aún un mes exacto para disfrutar del verano panameño, que ese 2016 les abría sus senderos llenos de mitología y aventuras por recorrer.

La profesora de Biología decide hacer una excursión con su clase y, aprovechando que tiene a uno de los científicos del Instituto Smithsonian como contacto, logra después de un par de semanas conseguir un viaje para doce estudiantes a la isla de Barro Colorado. En el grupo seleccionado estaban mi mamá, Aleyda Tatiana Bósquez Moreno, y mi papá, Ramón Contreras, quienes en ese entonces debían tener alrededor de veinte años. 

Esta isla tiene algo especial. Además de estar ubicada en el centro del lago Gatún, que se formó artificialmente durante la construcción del Canal de Panamá, una de sus características más asombrosas es que no es realmente una isla, es la parte superior de una montaña que, al quedar rodeada por el agua, luce como tal. 

Es también el hábitat de muchas especies, tanto animales como vegetales, y un lugar donde se han hecho investigaciones durante más de cien años, con científicos de todo el mundo que viajan hasta allá para estudiar la flora y la fauna. 

Allí han descubierto nuevas especies y han confirmado que muchas de estas no son de Panamá, sino que han venido de América del Norte y otras de América del Sur, por lo que se cree que esta “isla” era como un paso de especies a través de los continentes.

Para llegar a Barro Colorado se necesita ser puntual, ya que el bote no espera a nadie. La vestimenta adecuada son pantalones largos, con las bastas por dentro de la media, y sobre ellos debe ponerse cinta adhesiva al revés, por si algún insecto o animal empieza a subir, quede pegado. Además hay que usar botas y camisa manga larga para protegerse del sol. 

En este sitio existe una especie de hormiga de una pulgada conocida como Folofa que, si te llegara a picar, en cuestión de segundos te darían náuseas, dolor de cabeza, escalofríos, y lo peor de todo es que los síntomas podrían seguir por horas e incluso días. Así que es mejor no toparse con ella. 

Al llegar, los guías impartieron a los visitantes una pequeña charla sobre los cuidados que debían tener, y luego desayunaron para emprender la expedición. La isla tiene 42 kilómetros de senderos, de los cuales los invitados solo caminan dos o tres. A lo largo de la travesía, los estudiantes tuvieron mucha suerte porque, según les contaron, por lo general solo se logran avistar hasta tres animales al día en la isla, pero ellos lograron ver más de diez. Además, pudieron apreciar una especie de serpiente que los científicos llevaban esperando por tres años y que salió a la luz justo ese día.

En Barro Colorado hay un tercio de las especies registradas en Panamá. Se pueden encontrar 110 tipos de mamíferos, de los cuales 74 son murciélagos; hay 335 tipos de aves, también reptiles como culebras venenosas e insectos como chinches, mariposas, hormigas y cucarachas.

Esta isla oculta muchos secretos de los cuales los científicos conocen muy pocos. ¿Quisieras unirte a esta aventura?

A nivel nacional es preocupante la manera en que la contaminación ha incrementado y dejado secuelas. Datos poco alentadores reflejan el peligro que enfrenta nuestro medio ambiente, especialmente por acciones del hombre. Hay que prestar atención y ponerse manos a la obra para evitar que este problema acabe con nuestro planeta Tierra y, por ende, con nosotros.  

Como consecuencia de la contaminación, existe una falta de tierras fértiles que limita nuestra capacidad de producir alimentos en mayor escala y sequías por uso excesivo de las aguas. Lo anterior está ligado a la sobrepoblación en áreas que ya no pueden brindar más recursos siquiera a sus mismos habitantes. Esta saturación es sobre todo causada por la migración de personas a lugares más desarrollados, que ofrecen mejores condiciones para vivir. Tanto la falta de tierras fértiles como las sequías inciden de forma negativa en el ámbito ganadero.

Causa demasiada angustia ver cómo nuestros compatriotas no toman conciencia en cuidar los recursos y evitar la contaminación, que se hace más latente en lugares con exceso de individuos.

Las autoridades deberían implementar proyectos que motiven a los habitantes a no tirar desechos por todos lados y generen conciencia del daño que puede ocasionar la contaminación a corto o largo plazo. Hay que tomar en serio el cuidado y la conservación del ambiente, que empieza por el hogar, porque allí es donde se fortalecen estos valores; luego entra en juego el apoyo de las instituciones académicas para que los futuros representantes del país no tomen por insignificante este problema ecológico, que nos consume cada vez más rápido como si de un virus mortal se tratara.

Acciones como la recolecta de basura en familia o con amigos, la siembra de árboles u otras plantas, donar dinero o mano de obra para organizaciones enfocadas en el cuidado de las áreas verdes, entre otras, son buenas ideas para empezar a motivar a los jóvenes. A cambio, el medio ambiente nos agradece brindando más sombra, brisa, luz saludable, agua pura y comidas nutritivas. 

¿Por qué le pagamos mal a la Tierra que nos da todo?  En lugar de aprovechar de forma sostenible los recursos que la naturaleza nos provee, solemos perjudicar al máximo todo lo que nos rodea. No es casualidad que seamos conocidos como los individuos andantes que más daño hacen a todos. Hasta a sí mismos. A lo que quiero llegar con mis palabras es que no se puede avanzar en la preservación del medio de forma individual, se requiere de unidad y compromiso de todos para lograrlo. Recordemos que pequeñas acciones, por más insignificantes que nos parezcan, suman y hacen el cambio. 

El Salto del Pilón, en la provincia de los Santos, es muy reconocido por su belleza natural, historia y misterios. El nombre se debe a sus rocas en forma de huecos gigantes parecidas a un pilón, que las fuerzas de las aguas han tallado a través del tiempo. 

Se dice que, en los tiempos de la conquista, los españoles exploraron el área porque pensaban que había mucho oro, mientras que los nativos evitaban ir allí, ya que creían que en medio del redondo charco aparecía el espíritu de una mujer hermosa, desnuda, peinándose con un peine de oro, que encantaba a los hombres y los hacía desaparecer. Al llegar, los aventureros tenían que escoger entre la valiosa prenda o la belleza de ojos azules, entonces la mayoría se ahogaba por ir en busca de la joya. Un español llamado Don Julián del Río fue el único que eligió a la mujer, hechizado por sus encantos; ambos se sumergieron en el agua y desde ese día ella no ha vuelto a aparecer. Así nació la leyenda de “La Niña Encantada del Salto del Pilón”.  

Este enigmático lugar se forma en el descenso del río Perales, en Las Trancas, un corregimiento del distrito de Guararé. Me resulta curioso de este pueblo que de un solo lugar nacen varios, todos espléndidos, y que sin duda pueden llamar la atención de turistas panameños o extranjeros. 

En el caso del Salto del Pilón, baja por el cerro Canajagua, pasa por poblados como El Macano hasta llegar al Salto de Cañazas, bautizado con este nombre gracias a que en el sitio hay muchos bambúes que en el tiempo de antes se conocían como “cañazas”. Siguiendo el camino hay otro salto llamado el Siete Varas, una charca tan profunda que las personas tuvieron que usar siete varas para medir hasta dónde llegaba, pero no pensaron que al ser tan largas se hundirían y quedarían allí, lo que dio origen al nombre. Estos tres saltos son los más reconocidos de la zona, sin embargo, existe la posibilidad de que haya más, pues aún no se han explorado las otras áreas. 

Pero, no solo son saltos, el río La Flor es muy bonito y está bien cuidado por los habitantes. En el verano las personas colocan una especie de represa alrededor para crear un pozo y que no pasen animales peligrosos, así pueden utilizarlo de balneario. Es posible recolectar camarones en el agua y frutas de los frondosos árboles a su alrededor. 

Cerro Canajagua era un lugar no explorado, solo una montaña que las personas ocupaban como sitio de siembra; pero eso cambió con la llegada de los extranjeros, quienes llenos de curiosidad querían investigarlo. Pensaron que dentro del cerro había una inmensa cantidad de agua y construyeron una estación para medir la presión de la misma. Luego de esto el lugar quedó habitable. Las personas comenzaron a construir casas y así fue cambiando. Hoy en día es un sitio para turistas o simplemente para realizar un viaje de vacaciones. Tiene tiendas, parques y restaurantes. 

Además de enigmas, ríos y cerros, en Las Trancas hay diversidad de especies, animales y frutas silvestres. El área no se termina de explorar por lo extensa que es. Seguramente esconde muchas bellezas naturales y, ¿por qué no?, algún tesoro que espera ser descubierto por cualquier aventurero.

A pocos minutos del Casco Antiguo se encuentra la histórica avenida Central, una de las calles más remotas de la ciudad de Panamá, que antes tuvo un auge económico y cultural, pero hoy se encuentra descuidada. 

La Central fue el corazón del urbanismo durante el siglo XX. Había locales comerciales, bancos, restaurantes, almacenes y farmacias; por esta vía transitaban los populares Diablos Rojos.  Al principio era un espacio vacío, hasta cuando construyeron un parque con árboles y veredas; a partir de allí comenzaron a instalar tiendas por departamentos en el área.

También conocida como La Peatonal, la calle era visitada por locales y extranjeros; ahora solo es una vía de tránsito para llegar al Casco Antiguo o la Iglesia de Santa Ana. En el presente la zona luce abandonada y está afectada por la suciedad, los transeúntes encuentran a su paso mascarillas, bolsas plásticas, latas, plumas de palomas, cajas de cartón y enseres; hay edificios en mal estado que atraen roedores y crean olores putrefactos. 

Durante un recorrido que hice por la zona, los residentes comentaron estar preocupados por toda la basura acumulada durante varios años, un problema que no ha tenido solución.  “¿Qué impresión se llevan los turistas? ¡Toda la calle está sucia!”, dijo una persona que trabaja en el lugar. “Esta calle atrae los malos olores, tenemos que cerrar las puertas para que no entren las moscas. ¡No prestan atención a dónde vive la gente pobre!”, comentó una residente del sector desde el 2012.

La falta de conciencia, cultura y educación son algunas de las principales causas del estado de deterioro. El nivel de desechos que producimos se ha acelerado en los últimos años, pero no estamos dando una respuesta adecuada al problema. Las buenas costumbres vienen desde las casas, los padres tienen que enseñarles a sus hijos a recoger en vez de tirar. Sería ideal realizar campañas para concientizar sobre la disposición adecuada de los desperdicios en las escuelas, universidades, iglesias, empresas privadas e instituciones estatales, o simplemente multar a cada persona que arroje basura al piso. Además, las autoridades deben hacer su parte en crear sistemas de recolección eficientes y desarrollar estrategias para reciclar y aprovechar los desechos, como ocurre en otros países.

No solo las áreas urbanas, como la avenida Central, son impactadas por la suciedad. Estudios indican que la basura de las calles va a parar a los acueductos hasta llegar a los mares; es por ello que urge un plan piloto que ayude a mejorar la problemática.

Evitar arrojar desechos también se trata de tener sentido de pertenencia por lo nuestro. Es necesario fomentar cultura en la sociedad con campañas orientadas al cuidado, preservación y protección del patrimonio nacional, pues es parte de nuestra identidad, de la lucha de los caídos por defender nuestra bandera y de los lugares que representan la historia y diversidad de culturas y costumbres. 

Una avenida como la Central no puede quedar en el olvido. Es momento de crear conciencia, de adaptarnos a los cambios positivos que ayudan a lograr un mejor Panamá y devolver sus días de gloria a aquellos sitios que conservan la memoria de nuestro pasado.

Eran las 11:00 a.m. Había un sol radiante y un clima agradable. La brisa movía los árboles alrededor del Centro Educativo Básico General Salamanca, en la provincia de Colón. No era un día cualquiera, aquel 3 de noviembre de 2018 se celebraba un año más de la separación de Panamá de Colombia, hecho ocurrido en 1903. Yeremy estaba listo para ir a marchar junto a sus compañeros, pero algo de último momento cambiaría los planes.

Justo antes del desfile su madre le dijo que no podía ir, pues la familia tenía planeado un viaje hacia el icónico Camino Real, conocido también como el Camino de Cruces, ruta histórica del Istmo de Panamá que conectaba el Mar Caribe con el océano Pacífico durante la época colonial y que fue construida alrededor de 1519, previo a la construcción del ferrocarril transístmico.

Yeremy, de nueve años, estaba muy contento con el cambio de planes y la nueva experiencia. Caminó hasta el transporte que los esperaba. Todo parecía perfecto, pero jamás se imaginó lo que pasaría…

El chico salió de casa con los suyos, en total ocho personas, rumbo al Camino Real. Había buen clima con una brisa de verano, pero ninguno pudo anticipar que algo arruinaría la aventura.

Llega el mediodía, Yeremy come unas galletas con su tío, quien le platica sobre cómo podría ser el viaje, tras leer datos sobre el Camino Real. Llegaron a una estrecha entrada donde el vehículo no podía pasar, entonces decidieron comenzar la caminata.

A pesar de que se percataron de que el cielo comenzaba a teñirse de color gris oscuro, la brisa era fría y caían unas pequeñas gotitas de agua, no le dieron mayor importancia al asunto.

A un costado de la entrada, Yeremy vio un cartel que mostraba un mapa con indicaciones del sitio. Luego la familia emprendió el andar mientras el chico contemplaba los hermosos árboles de color verde oscuro, y el castaño color de las aves. 

Repentinamente comenzaron a caer muchas más gotas de lluvia. El niño mira hacia el cielo y nota que las nubes son cada vez más oscuras y densas. “Papá, ¿va a llover?”, preguntó. Su padre le respondió que todo parecía indicar que sí. A pesar de ello, la familia siguió su rumbo, pues estaban disfrutando del hermoso paisaje que brinda el Parque Nacional Chagres.

A eso de las 2:17 p.m. el clima empeoró y para evitar que una cabeza de agua los sorprendiera, a pesar de que era poco probable, desviaron su curso que inicialmente iba por el río, y se adentraron en un camino montañoso, con la idea de que sería un lugar más seguro para todos, en especial a los niños.

Ahí iba Yeremy, con sus padres y su pequeño hermano. Estaban poniendo en peligro sus vidas, pues el río poco a poco incrementaba su volumen y se teñía de color marrón oscuro…

El padre alerta a la familia: “¡Tenemos que caminar más rápido, el río está en un punto que podría traer una gran cabeza de agua!”. Al escucharlo, Yeremy miró con preocupación a sus padres, comenzó a sentir miedo y escalofríos por todo el cuerpo.

Por lo inaccesible de la ruta, tuvieron que volver al cauce del río. Media hora después el agua comenzó a llevar ramas y hojas de color café oscuro consigo. Yeremy ve cómo el río se convierte en una especie de monstruo de la naturaleza. Entonces su vida pasa frente a sus ojos. Tiene miedo de un desenlace fatal, pero su pensamiento es interrumpido cuando su padre exclama: “¡Es una cabeza de agua!”, y observan una enorme masa líquida que va arrasando con todo a su paso.

Con pocas opciones para salvaguardarse, la familia se sube a una enorme roca de unos dos metros de alto por dos metros de ancho. Allí permanecieron por unos minutos hasta que llegó un señor montado en un caballo, quien les dijo: “agárrense fuerte del caballo”. Mientras lo hacían, Yeremy no dudó en decir: “más rápido, porque el río está a punto de traer un gran tronco”. Les faltaba unos 20 metros para llegar a la orilla y haciendo su mayor esfuerzo, las ocho personas lograron salir del embravecido río.

Yeremy estaba a punto de llorar. Nadie podía creer que salieran ilesos de esa cabeza de agua.

Ya eran las 3:47 p.m. La familia pensó que pasarían la noche en el bosque, pero afortunadamente, poco a poco las aguas del río Boquerón empezaron a bajar. Luego pasaron el primer tramo del río y mientras lo cruzaban Yeremy contemplaba su caudal poderoso. Siendo las 4:02 p.m. ya estaban exhaustos, el río le llegaba a la cintura a Yeremy, el agua era pesada y muy difícil de transitar, pero seguían adelante, con la esperanza de llegar a un sitio donde estuvieran a salvo.

El tiempo pasaba rápido. A las 5:08 p.m., y con una hora de luz del día que les quedaba, pensaban en lo atrasados que estaban para llegar al camino de vuelta. Sus rostros denotaban cansancio y preocupación. Siete minutos más tarde cruzaron el último tramo del río hasta llegar a una pequeña choza con paredes de madera, propiedad del señor que los había rescatado. Allí pasaron la noche.

A pesar de las adversidades, la familia corrió con suerte, jamás se rindieron y con la ayuda del buen samaritano todos lograron salir del embravecido río y llegar de regreso a casa sanos y salvos. ¡Una aventura intensa que nunca olvidarán!

El sol aún no salía. Era tan temprano que todavía sentía el frío acogedor de la noche, cuando oí la voz de mi tía pidiéndome despertar. Ya era hora. 

Pasaron unos segundos hasta que me di cuenta que ese era el día en el que emprendería mi tan esperado viaje. Iría por primera vez a la provincia de Los Santos. Entusiasmada arreglé mis cosas y me di una ducha fría. Todo fue tan rápido que casi olvidaba desayunar. Sería un trayecto largo antes de llegar a mi destino: un sitio hermoso con una cascada pequeña y abundante vegetación.

Ya en el carro, mientras miraba por la ventana, escuché a mi familia contar cómo en ese lugar una mujer se había tirado hace muchos años y se decía que su espíritu todavía era visible. Los vecinos contaban cómo la mujer, llena de tristeza, se lanzó al agua del Río Perales luego de descubrir que su amado se había enamorado de otra. 

Pensar que podría llegar a ver un fantasma era increíble. Estaba tan maravillada que la excursión se me hizo mucho más larga.

Después de un tiempo, llegamos al hotel donde nos hospedaríamos. Estaba un poco desanimada por no haber llegado inmediatamente al lugar, pero miré por todas partes con curiosidad y deduje que no era tan malo hacer una parada ahí. Ese sitio me recordaba a las típicas casas de abuelos, olía a tienda de artesanías y a sombreros.

Ya de camino al Salto del Pilón viajamos en auto algunos minutos que se me hicieron eternos. Luego tuvimos que transitar entre el bosque y subir la montaña. Era algo nuevo para mí, así que agarré fuertemente la mano de mi tía y avance con cuidado. El camino era tan lodoso que se sentía como si me fuera a tragar, todo estaba rodeado de árboles gigantes que me veían pasar silenciosamente mientras susurraban entre sí. Era como estar dentro de una aventura de película y yo era la protagonista.

Por el camino me encontré con varios animales, iguanas verdes que casi no se veían, aves hermosas y pequeños insectos coloridos. Las mariposas rojas y negras me impactaron, pero creía que por sus llamativos colores eran venenosas así que traté de no acercarme a ellas. Ya estaba cansada, pero justo cuando miré hacia adelante estaba ahí una pequeña cascada y un río: era finalmente el área del que tanto hablaba mi familia.

Miré rápidamente a la parte de arriba del Salto del Pilón, donde se supone iba estar el espíritu de la mujer justo antes de saltar, pero no vi nada, estaba tan confundida. 

“¿Acaso ese no era el salto?, ¿dónde estaba lo que tanto quería ver?”, le pregunté a mi tía. 

—Eso era tan solo un mito—, dijo ella entre risas antes de seguir andando. 

Esa frase resonó en mi cabeza hasta el final del viaje hasta que lo acepté. Es cierto: por más que desee que las cosas sean diferentes, un mito siempre será un mito, y eso no me puede decepcionar.