Conocí a Mateo en mi barrio cuando yo estaba en primaria. No éramos grandes amigos, pero solíamos conversar, al menos durante los cinco años que compartimos vecindario. La última vez que nos vimos fue para las fiestas de fin de año. Tuvimos la oportunidad de hablar, entre otras cosas, sobre los planes que nuestros padres tenían para nuestro futuro. 

En esa ocasión, Mateo me contó la historia de un viaje emocionante que hizo a un bosque en la provincia de Coclé, con solo ocho años de vida. Al principio me pareció un poco aburrida la anécdota, pero luego me entusiasmé escuchando los detalles de su travesía.

Me dijo que sus padres lo llevaron a un hermoso lugar llamado cerro Cariguana, ubicado en El Valle de Antón. Partieron alrededor de las tres de la tarde de un viernes y llegaron casi al anochecer. 

Durante el trayecto, Mateo contempló un hermoso atardecer a través de la ventana del carro en el que viajaban.  El paisaje lo llenó de emoción, nostalgia y una serie de sentimientos que no podía explicar. 

Detalló que, cuando arribaron al sitio, se enteraron que era mejor hacer el recorrido por el sendero y subir antes del mediodía, por lo que tuvieron que hospedarse en un pequeño motel para pasar la noche y descansar. Al día siguiente se levantaron muy temprano, desayunaron y fueron al lugar donde un guía los esperaba. 

Yo me iba entusiasmando a medida que escuchaba esta narración, por lo que le pedí a Mateo que no parara; pero él me respondió que debía ir a dormir. Tuve que esperar.

Al día siguiente, busqué a mi vecino para que me siguiera echando el cuento. Retomó el relato y mencionó que, el guía que los acompañaba en el recorrido, les contó que Cariguana forma parte de un grupo de cerros que rodea el centro de El Valle de Antón, lugar que hace muchos años fue un volcán. 

Mientras subían, Mateo notó la falta de árboles que dieran sombra; tampoco había sitios donde tomar agua. ¡Qué bueno que ellos llevaron algo de comer y botellas con agua!, aclaró, si no hubiesen estado en problemas. 

 —Cuenta Mateo, cuenta  —pedí emocionado luego de una pausa. 

Entonces respondió que pudo observar un tucán muy hermoso, que había unas flores llamadas orquídeas y que también vio a un perezoso. 

—¡Guau! Un perezoso —exclamé y él rio.

Mateo rememoró que estaba muy cansado al terminar esa aventura, pero disfrutó mucho. Para él lo más emocionante fue llegar a la cima del cerro porque la vista fue hermosa. Se podía avistar todo El Valle desde arriba. Al escuchar su relato, comprendí que pasaron unos momentos muy bonitos en familia.

Indicó que bajaron del cerro temprano por recomendación del guía, pues podía llover, y si había tormenta eléctrica, resultaba muy peligroso. Al descender fueron a comer y apreciaron una presentación artística. Finalmente, regresaron al motel a descansar para volver a su hogar al día siguiente. 

Hoy pienso con nostalgia en mi vecino y los momentos que pasábamos conversando de cualquier tema. Hace tres años que no vive en mi barrio. No nos vemos ni hablamos, pero el relato de su paseo al cerro Cariguana quedó en mi mente, al igual que las ganas de visitar ese lugar y comprobar lo que un día me contó un chico llamado Mateo.