Una mañana despierto con nuevos planes para mi vida, pero solo unas horas después me doy cuenta de que estos se ven interrumpidos de repente. Se activan las alarmas de un nuevo virus que invade la ciudad china de Wuhan, y existe el riesgo de que pueda esparcirse.

La libertad de mi Panamá peligraba, pues un país lleno de diversión, amante de las fiestas, compartir en parrandas y resaltar fechas importantes con grandes aglomeraciones de personas estaba a punto de conocer el confinamiento y el distanciamiento social. 

Mi amigo Alberto al enterarse de lo ocurrido en China dijo que la vida desenfrenada del panameño estaba a punto de terminar, pero yo no lo veía desde ese punto, me enfocaba en que sería un obstáculo para mis nuevos planes de viajar a diversos lugares y aprender de sus culturas.

No imaginan el giro que tomó el país al cabo de varios días de la temida noticia. Todos al encierro, anunciaron las autoridades nacionales. En el resto del mundo el panorama era similar. ¡No puede ser! Algo así no podía estar pasando. Los vecinos escandalizados comentaban que había que abastecerse de alimentos, pues nos quedaríamos confinados por mucho tiempo. Surgieron en mi mente tantas cosas… debía replantear mi vida, ya que el nuevo virus había llegado para enseñarnos que nuestro desenfreno y la pérdida de la conciencia natural estaban acabando con el planeta.

Usar todo el día una mascarilla, no poder abrazar a los seres queridos, estar lejos de la familia y no participar de memorables fiestas eran algunas de las tantas restricciones o medidas preventivas que trajo consigo esta pandemia.

Alberto, entristecido, sentía tanta angustia y desespero porque era complicado, imposible, visitar a su abuela, puesto que no pertenecía a su burbuja familiar. Además, extrañaba jugar con los chiquillos en la calle, gritar en la oscuridad “¡Salvación, salvación, salvación!”, durante las escondidas. Cuando hablaba con él por teléfono confesaba extrañar a sus amigos, compartir con ellos, jugar fútbol en el cuadro de su barrida.

  —Debemos seguir en este nuevo viaje y forma de vida —respondí a Alberto ante sus quejas. 

Sí, señores. Para mí esta realidad era un nuevo viaje maravilloso porque ¿adivinen? Aunque en un instante pensé que me truncaba todo lo que había planeado, al final conocí muchos lugares interesantes e inimaginables gracias a la pandemia.

Alberto no podía creer que yo hubiese descubierto tales sitios encerrado en las cuatro paredes de mi hogar, entonces le conté sobre ese gran viaje revelador. 

Inicié el recorrido con los países de la valoración y la cultura, pues estos me enseñaron a apreciar y compartir con las personas; no mañana, sino ahora. En el país del amor descubrí que debemos apoyarnos hasta en los momentos más difíciles. Finalicé nuestra conversación telefónica mientras resaltaba a Alberto que debemos aprender de los cambios y utilizarlos para nuestro beneficio. La pandemia me llevó de viaje a mi “yo interno”, y este me decía que podía mejorar mis valores como persona.