Santuario de una leyenda

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TEXTO CORREGIDO

Majestuoso, inolvidable, una joya con valores distintos, una leyenda, así es el Teatro Nacional de Panamá, considerado una de las obras arquitectónicas más representativas del país.

Desde su inauguración oficial el 1 de octubre de 1908, con la toma de posesión del segundo presidente de Panamá, José Domingo de Obaldía, sus antiguas paredes han sido fieles testigos de momentos invaluables para la cultura e historia del Istmo, pues allí se han realizado innumerables puestas en escena e importantes conciertos, con artistas nacionales y extranjeros.

Mi conocimiento (derivado de documentales, anécdotas y páginas en internet) recrea una hermosa vista de la gran bóveda de la sala de espectáculos que, junto al cielo raso, las paredes del foyer y el escenario, fueron embellecidos con piezas del artista plástico panameño Roberto Lewis. La imponencia y trascendencia del teatro hacen que mi pecho se hinche de orgullo porque soy consciente de que, en mi tierra natal, se erigió una obra de tal magnitud. Sin duda alguna, siento un honrado corazón que late con fervor a causa de aquella victoria.

A pesar de que por mis venas corre sangre panameña, jamás he tenido la oportunidad de visitar el histórico edificio cuya estructura contiene el verdadero sacrificio y talento de quienes dieron todo en el proceso de construcción. En 1673 en este mismo lugar se había construido el Convento de las Monjas de La Concepción que en 1862 sería utilizado como cuartel militar. La estructura fue demolida y, como si se tratara de un Ave Fénix, renació de sus “cenizas” y se convirtió en lo que ahora todo el mundo es testigo: el magistral Teatro Nacional de la República de Panamá. 

El actual edificio fue construido entre 1905 y 1908. Los planos para la elaboración estuvieron a cargo del arquitecto italiano Gennaro M. Ruggieri, quien trabajó junto a Ramón Arias F. y José Gabriel Duque, contratistas de la obra, y Florencio Harmodio Arosemena, ingeniero principal.

En octubre de 1908, desde que abrió sus puertas con el estreno de la ópera Aida, de Verdi, el Teatro Nacional resplandece por su elegancia y arte. Su fachada solemne de estilo neoclásico está conformada por las enormes puertas principales y dos bellas esculturas que representan las musas de las letras y la música. Ingresar al auditorio es como sumergirse en un cuento de hadas, hay butacas de terciopelo color rojo vino igual que el telón que cubre el magnífico escenario. Al levantar la mirada se aprecia una obra maestra del arte panameño, El nacimiento de la República, lienzo invaluable creado por el maestro Lewis y que decora el techo de la sala.

Aquel teatro, que ha pasado por tres procesos de restauración, es un lugar donde las personas se juntan para construir recuerdos que pasan de generación en generación. Unimos tierra con alma, juntos llevamos a cabo una hazaña maestra en el istmo panameño. Aquella bóveda podría considerarse como el santuario de las leyendas panameñas, esas que marcaron el origen del corazón canalero.