Travesía en el icónico Camino Real

Eran las 11:00 a.m. Había un sol radiante y un clima agradable. La brisa movía los árboles alrededor del Centro Educativo Básico de Salamanca, en la provincia de Colón.

No era un día cualquiera, aquel 3 de noviembre de 2018 se celebraba un año más de la Separación de Panamá de Colombia, hecho ocurrido en 1903. 

Yeremy estaba listo para empezar a marchar junto a sus compañeros, pero justo antes del desfile su madre le dijo que no podría, pues la familia tenía planeado un viaje hacia el icónico Camino Real, conocido también como el Camino de Cruces, ruta histórica del istmo de Panamá que conectaba el mar Caribe con el océano Pacífico durante la época colonial y que fue construida alrededor de 1519, previo a la construcción del ferrocarril transístmico.

Yeremy, de nueve años, muy contento con la nueva experiencia caminó hasta el transporte que los esperaba. Todo era perfecto, pero jamás se imaginó lo que pasaría…

El chico salió de casa con los suyos, en total ocho personas, rumbo hacia el Camino Real. Había un clima prácticamente perfecto, con una brisa de verano, pero nadie pudo anticipar que algo arruinaría el trayecto.

Llega el mediodía, Yeremy come unas galletas con su tío, quien le platica sobre cómo podría ser el viaje, tras leer datos en torno al Camino Real. Llegaron a una estrecha entrada donde el vehículo no podía pasar, entonces decidieron comenzar la caminata.

A pesar de que se percataron que el cielo comenzaba a teñirse de color gris oscuro, la brisa era fría y caían unas pequeñas gotitas de agua, no le dieron mayor importancia al asunto.

A un costado de la entrada, Yeremy vio un cartel que mostraba un mapa con indicaciones del sitio. Luego la familia emprendió el andar mientras el chico contemplaba los hermosos árboles de color verde oscuro y el castaño color de las aves. 

Repentinamente comenzaron a caer muchas más gotas de lluvia. El niño mira hacia el cielo y nota que las nubes son cada vez más oscuras y densas. “Papá, ¿va a llover?”, preguntó y su padre le respondió que todo parecía indicar que sí. A pesar de ello, la familia siguió su rumbo, pues estaban disfrutando del hermoso paisaje que brinda el Parque Nacional Chagres.

A eso de las 2:17 p.m. el clima empeoró y para evitar que una cabeza de agua los sorprendiera, a pesar de que eran poco probable, desvían su curso del río y se adentran en un camino montañoso, ya que tenían la responsabilidad de cuidar de todos, en especial a los niños.

Ahí iba Yeremy, con sus padres y su pequeño hermano, arriesgando su vida tras ir por el río que poco a poco incrementaba su volumen y se teñía de color chocolate…

El padre alerta a la familia: “¡Tenemos que caminar más rápido, el río está a punto de traer consigo una gran cabeza de agua!”. Al escucharlo, Yeremy miró con preocupación a sus padres, comenzó a sentir miedo y escalofríos por todo el cuerpo.

Por lo inaccesible de la ruta, tuvieron que volver a entrar al río. Media hora después el agua comenzó a llevar ramas y hojas de color café oscuro consigo. Yeremy ve cómo el río se convierte en una especie de monstruo de la naturaleza. Entonces su vida pasa frente a sus ojos. Tiene miedo de que esté cerca el final, pero su pensamiento es interrumpido cuando su padre exclama: “¡Es una cabeza de agua!”, y observan una enorme masa líquida que va arrasando con todo a su paso.

Con pocas opciones para salvaguardarse, la familia camina hacia una enorme roca de unos dos metros de alto por dos metros de ancho. Allí permanecieron por unos minutos hasta que llegó un señor montado en un caballo, quien les dijo: “agárrense fuerte del caballo” y mientras lo hacían, Yeremy no dudó en decir: “vamos rápido, porque el río está a punto de traer un gran tronco hueco”. Les faltaba unos 20 metros para llegar a la orilla y haciendo su mejor esfuerzo las ocho personas, con todas sus fuerzas, lograron salir del embravecido río.

Yeremy estaba a punto de llorar. Nadie podía creer que sobrevivieron a esa cabeza de agua.

Ya eran las 3:47 p.m. La familia pensó que pasarían la noche en el bosque, pero afortunadamente, poco a poco las aguas del río Boquerón empezaron a apaciguarse. Luego pasaron el primer tramo del río y mientras lo cruzaban Yeremy contemplaba su caudal poderoso. Siendo las 4:02 p.m. ya estaban exhaustos, el río le llegaba a la cintura a Yeremy, el agua era pesada y muy difícil de transitar, pero seguían adelante, con la esperanza de llegar a un sitio donde estuvieran a salvo.

El tiempo pasaba rápido. A las 5:08 p.m., y con una hora de luz del día que les quedaba, pensaban en lo atrasados que estaban para llegar al camino de vuelta. Sus rostros denotaban cansancio y preocupación. Siete minutos más tarde cruzaron el último tramo del río para llegar así a una pequeña choza de madera, propiedad del señor que los había rescatado. Allí pasaron la noche.

A pesar de las adversidades, la familia corrió con suerte, jamás se rindieron y con la ayuda del buen samaritano todos lograron salir del embravecido río y llegar de regreso a casa.

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