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“Siempre perdiendo, siempre luchando”. Este era el lema de Sonia, una perdedora de la provincia del Darién, a quien de pequeña le costó acceder a la educación formal. 

A muy corta edad sintió su primera derrota, la muerte de sus padres. Su vida fue puesta patas arriba en ese momento al sentir el golpe de la fuerte ausencia, por primera vez. 

Tras ese acontecimiento, fue llevada con sus tíos a la provincia de Panamá quienes, aunque vivían en una morada humilde, acogieron a Sonia como si fuera su hija. 

Ella creía que las pérdidas iban a parar, pensó que desde ese momento iba a ser una ganadora. Pero Sonia se fue a pique una vez más cuando su tío fue víctima de tuberculosis. Antes de fallecer, él le dijo a Sonia: “Siempre tendremos pérdidas, pero nunca perdemos realmente si luchamos”. 

El resto de la vida de Sonia fue simplemente esfuerzos tras esfuerzos y luchas tras luchas. Tuvo que perder oportunidades en varias escuelas debido a la falta de dinero, pero eso no detuvo su batalla por una mejor educación. 

Llegó el momento en que pudo obtener su diploma de secundaria, algo que tanto había anhelado. Era el primer triunfo que Sonia sentía haber conseguido, finalmente algo bueno en su vida. La derrota no la perseguiría, ahora se veía como una ganadora. 

A pesar de su gran esfuerzo en la escuela, ella no aspiraba a ser una profesional convencional. Así es, este no es el relato de una mujer que quería convertirse en una ejecutiva, vestida con elegantes trajes de oficina. Este es el relato de una soñadora, cuyo único anhelo era ser bailarina. 

Quería sentir el viento en su cara, vivir el furor de sus movimientos y dejar salir el sudor en su cuerpo estando en completa agitación armónica. Era lo que más deseaba. 

Todo esto quedó en pausa cuando Sonia conoció a un hombre que le juró amor. Ella estaba deleitada con este sujeto que realmente no era lo que parecía. 

A pesar de todas las advertencias de sus amigos y familiares que le decían que ese cordero era un lobo con piel de oveja, ella no escuchó y se fue con él. 

Tuvieron dos hijos, a quienes ella consideraba su victoria. Los amaba demasiado. Pero todo esto se derrumbó cuando se vio víctima de los abusos de su esposo. Cada golpe, cada grito era una derrota para ella hasta que él la abandonó. De cierto modo, esa carencia ya era una gran ganancia.

Perdió, pero no había dejado de luchar. Se esforzó trabajando de lo que encontraba. Limpiaba casas, muchas personas que la contrataban se sorprendían porque decía con cada limpieza: “Siempre perdiendo, siempre luchando”. 

Afortunadamente, su lucha alcanzó finalmente una gran conquista. Un hombre un día la contrató y se vio deslumbrado por lo guerrera que era. La acogió y le dio el amor que ella y sus hijos necesitaban. 

Batalló y ganó. En su nueva vida ella podía bailar para su esposo, quien se convirtió en su más grande espectador. Al final de todo, consiguió la mayor victoria de todas, el amor. Sonia fue una soñadora que perdió y siguió luchando.

Despertar, estudiar, regresar y dormir. Esto era en lo que se resumía mi vida. Era prisionera de una monotonía asfixiante, donde la depresión parecía una eterna condena. No fue hasta que encontré un rayo de luz en un programa nombrado Innova-Nation, en el cual conocería a una mujer que me cambiaría la vida. Ella es Karin Sempf Sáenz, empresaria, activista, pero más que eso, mi mentora.

Su historia inicia como secretaria de una empresa cuyo nombre los susurros del tiempo se llevó, gozando de sus veinte, dejando la vida pasar. Sus sueños se veían aplastados bajo las exigencias de pudientes hombres sentados en sillas de cuero. Sin embargo, su amor por querer hacer la diferencia y ser libre fue lo que le dio el coraje de decir: «¡Renuncio!».

Tomó papel y pluma y firmó su acta de renuncia. Decidió perseguir sus anhelos. Cansada del bucle y los constantes acosos por parte de sus compañeros masculinos, Karin declaró para sus adentros: “¡No más! ¡Seré mi propia jefa!”.  Y con la misma pluma con la que firmó su renuncia, trazó el nombre de su primer negocio.

Comenzó como un pequeño emprendimiento para ayudar a familias extranjeras a mudarse a territorio panameño. Después de todo, su padre no tuvo tal apoyo cuando llegó de Alemania para trabajar. Su travesía como primera mujer empresaria de su familia inició con varios baches, decepciones y grandes pérdidas. Pero Karin se mantuvo firme en su sueño de libertad, con la esperanza de que aquello incidiría en un gran cambio.

Pasaron los años, y como los milisegundos que tarda un colibrí en alzar vuelo, así mismo hizo su pequeño negocio, alcanzando la grandeza, trabajando hombro a hombro con empresas multinacionales y otras organizaciones.

Y aunque todo iba bien, para ella algo no cuadraba, algo faltaba para Karin. Tal y como su destino lo tenía planeado, una tragedia fue la que la llevó a convertirse en quién realmente debía ser.

Luego de sobrevivir a una peligrosa colecistectomía, Karin se unió al programa de Vital Voices Washington, donde reconectó con amigas del pasado y consigo misma, descubriendo su propósito. Entró en el mundo del voluntariado y se hizo miembro de la organización. Trabajó ayudando a decenas de madres adolescentes y mujeres a salir adelante, enseñándoles acerca del liderazgo y a valerse por sí mismas, lo que la llevaría a dirigir Voces Vitales Panamá. Aquí vio a mujeres dominadas por la ignorancia. Consternada, decidió crear un programa donde la juventud pudiera ser educada en temas imprescindibles para la vida, con el fin de liberarla de este destino.

Y así nació Innova-Nation, un programa para instruir a niños y jóvenes en el emprendimiento sostenible, las ciencias y el liderazgo. Al sol de hoy, su idea ha impactado a cientos de chicos a nivel nacional, incluyéndome. Gracias a ella, me he podido convertir en una mujer completa, con visiones monumentales. Ella es la razón de que yo alcance un futuro más feliz, donde la depresión sea historia, viviendo para crear una mejor sociedad. Actualmente, su fervor por enseñarme sigue en pie, sin importar cuán ajustada su agenda esté.

Puedo decir con mucha certeza que, gracias a Karin Sempf, la juventud del futuro podrá tener la oportunidad de ser finalmente libre, libre de una eterna monotonía y de la ignorancia.

—Se reporta un caso de un perro que se encuentra en terribles condiciones en Darién—

Decidida a realizar aquel rescate se encontraba en su auto, el 20 de septiempre del 2022, Andrea Peralta, representante de Defensores de Animales en Panamá. La conocí mediante los casos publicados en redes. Me llamó mucho la atención la narración tan peculiar de los mismos, cómo movía el corazón de la gente y  el seguimiento de cada caso hasta ubicar a sus rescatados.

Me impresionó mucho más verla en programas de televisión como Jelou promoviendo la adopción, concienciando sobre el maltrato animal y trayendo aquellos perros recuperados frente a las cámaras con el objetivo de encontrarles un nuevo hogar que les proporcionara amor y todo lo necesario para vivir felices y en óptimas condiciones.

¡Muchas veces todo va de maravilla!

Hubo un caso en particular que me pareció creativo. La foto que actualizaba el caso de Manchas, un perrito rescatado que tenía un tumor en la parte superior de su hocico, lo mostraba tan alegre junto a unos pastelillos mientras llevaba un cartel que decía: “Voy por mi cuarta quimioterapia. ¿Me ayudas a vencer el cáncer? Vendo postres”.

—Manchas se ha recuperado casi por completo gracias a las quimioterapias —señaló mi madre al mostrarme la imagen con una enorme sonrisa—. Su tumor es casi imperceptible ya, todo se debe a la gente que dona y así contribuye con su granito de arena.

Sin embargo, creo que la parte más difícil es dar la noticia acerca de la partida de algún angelito.

—Ya no llores hija —dijo mi madre después de mostrarme aquella publicación donde notificaban que aun después de todos los esfuerzos y sus pequeños avances, Dari no estaba ya con nosotros.

—No lo puedo evitar, tampoco quiero imaginar el dolor que deben estar sintiendo en la fundación, en especial al ver cómo estaba mejorando —respondí—. Lo que más me rompe el corazón es recordar todo el esfuerzo, el viaje a Darién de seis horas para traerlo y la atención clínica que recibió.

Los más curioso es que cuando mi madre y yo la contactamos nos comentó que trabajaba en una clínica, y no veterinaria. Es una mujer que toma su tiempo después del trabajo y sus días libres para sacar adelante esta gran causa.

Entonces, ¿qué es aquello que la mueve para hacer tanto esfuerzo sin recibir nada a cambio? Indudablemente, es el amor. No solo a los caninos golpeados por este mundo, sino a las personas, que así como ella misma, con su gran corazón donan para hacer de las calles de Panamá un lugar mejor para estos animalitos.

Personas como ella y sus compañeros se vuelven una gran inspiración para quienes queremos ayudar y permiten que nuestros granitos de arena, ya sean donaciones o tiempo de voluntariado, valgan totalmente la pena. Sus esfuerzos de convertir el Istmo en un lugar libre de crueldad animal se reflejan en todos aquellos jóvenes, niños y adultos que vemos su trabajo. Le agradecemos a ella y a todo su equipo por ese gran acto de amor.

El aceite chisporroteaba al contacto con la carne en la paila ardiente. Las lentejas estaban listas y sólo faltaba la presa para servir el almuerzo. Era un día caluroso de 1968, Beatriz Cueto Cisneros, de doce años, estaba cocinando para sus hermanos, como cada mediodía.

Su madre trabajaba lavando y planchando para poder llevar dinero al hogar. Vivían en una sencilla casa en Pedregal. Beatriz, por ser la mayor, quedaba encargada de los quehaceres domésticos. Su mamá le había enseñado de todo, pero especialmente a cocinar.

Ella era una niña muy eficiente. A sus hermanos les encantaba jugar y divertirse, y claro que a ella también, pero la mayor parte del tiempo estaba atendiendo el hogar. A diferencia de sus hermanos más pequeños, ella no pudo estudiar desde temprana edad, pero eso no detuvo su superación. 

Se casó y tuvo a su primer hijo. A los diecinueve empezó a trabajar como secretaria en el I. P. T. Ángel Rubio. Después que tuvo a su segunda hija comenzó a estudiar por las noches y logró obtener su título de Perito Comercial, en 1983.

Engendró tres hijos y en un acto noble de amor adoptó a dos niñas más. A medida que cada uno se sumaba, había más gastos. Su salario le alcanzaba para lo esencial y su esposo la ayudaba en todo lo que podía, pero eso no era suficiente.

Un día compró un billete de lotería con la confianza de que ganaría, pero se quedó dormida y no logró ver si ganó hasta que se despertó. Obtuvo un dólar. Esa noche, meditando, se le ocurrió una idea brillante. Descubrió cuál es su número ganador. El tiquete lo había llevado consigo gracias a su madre, quien no le había enseñado a cocinar por gusto y con el tiempo y la práctica había mejorado cada receta aprendida.

En su trabajo empezó a vender tamales, bollos y empanadas. Sus dotes culinarios eran sobresalientes; cada vez que llevaba algo, se agotaba. Gracias a su gran talento logró ampliar su clientela al colegio donde estudiaba una de sus hijas. Así pagaba la colegiatura de sus retoños.

Para mejorar el emprendimiento se instruyó con una señora que hacía comida para eventos. Con ella aprendió a cocinar bolitas al vino y canastitas. Beatriz perfeccionó las técnicas y las recetas, tanto así que prontamente comenzó a vender boquitas para reuniones de hasta 150 personas.

Con los años dejó ese negocio, ya que sus hijos crecieron y no necesitaba hacerlo más. Pudo descansar. Pero durante la pandemia, con su familia, empezó a vender nuevamente lo que desde un inicio los sacó adelante: tamales. Lo que ganaban era de ellos, porque Beatriz solo cocinaba con el propósito de ayudarlos.

Beatriz es mi tía. Una vez me dijo: “Todo se puede después de que te lo propongas y apliques ingenio. Este es un talento que viene en la sangre, no es cualquiera, y hay que aprovecharlo”.

“Soy apasionada por la ciencia. La gente con la que trabajé en Venezuela me inculcó ese amor […] Lograr afrontar esas cosas que parecen tan complejas que no puedes resolver en un instante, sino que tienes que trabajar por un tiempo largo y en cooperación con otras personas (es la mejor parte de mi trabajo)”, expresó Mayly Sánchez en una entrevista dada a la BBC para el artículo “10 mujeres que lideran América Latina”.

Su determinación al hablar de lo que hace me llevó a interesarme por su vida, trabajo y las áreas que cubre. Inmediatamente supe que era la candidata perfecta para mi asignación. Por ello, en esta narración, que parece sacada de ficción, te guiaré a través de la fantástica vida de Mayly Sánchez. ¡Aquí voy!

De niña, a Mayly se le inculcó que podía lograr lo que quisiera siempre que tuviera la pasión suficiente, y esto es lo que ha demostrado. Estudió en el Centro Internacional de la Física Teórica, Universidad de Tufts (1996) y en la Universidad de Harvard (2003). 

Teniendo motivación para dejar una marca en el campo de la ciencia en nombre de las mujeres, obtuvo un doctorado y posdoctorado en Física. Con el apoyo económico del Premio Presidencial de Carrera Temprana para Científicos e Ingenieros (PECASE), que recibió de manos del presidente Barack Obama en 2012, se unió a diversos experimentos, cuyos objetivos son entender los neutrinos encontrados en el universo, para contribuir a nuestro conocimiento de este.

Bueno, y ¿qué son los neutrinos? Los neutrinos son partículas diminutas y de masa pequeña que no cuentan con carga. Son, específicamente, la rama que llamó la atención de nuestra ilusionada protagonista. Durante este último siglo, la humanidad ha encontrado maneras de aplicar fenómenos físicos en tecnologías básicas para hacerlas más eficientes. Los neutrinos, si son estudiados correctamente, nos llevarán a mejorar procesos existentes, tales como realizar una radiografía y una banda ultrasónica.

Pero, antes de llegar al éxito, Mayly pasó por una infancia que la motivó para cumplir sus sueños. De pequeña, su interés se centró en el espacio y lo desconocido, impulsado por la serie de televisión Cosmos, de Carl Sagan. A los doce años pidió libros de astronomía para su cumpleaños, para así poder alimentar su insaciable sed de conocimientos. Pero, luego, un tío suyo le explicó la relación entre la física y la astronomía, y se interesó sobremanera por la primera y los desafíos que ofrecía.

La verdad es fascinante, ¿no lo crees, lector? Esto es justo en lo que está trabajando nuestra protagonista en el presente. Espero que estés tan interesado como yo en saber cómo concluirán estas investigaciones. Luego de tan grandioso viaje, puedo decir que Mayly es una mujer perseverante, una mente nacida para descubrir, una persona con una curiosa, pero controlada imaginación, que busca actuar en beneficio de la humanidad. 

Con esta refrescante innovación, pongo mi pluma en la mesa para dar fin a la historia de Mayly Sánchez. Aunque nuestra heroína todavía no ha terminado con su trabajo, te incito a que sigas apreciando su grandiosa, o podría decirse subatómica, aventura.

Marisela Moreno, ese es el nombre de una mujer dedicada y exitosa. Una a la que quizá conozcas por su trayectoria como modelo o su carrera como presentadora. Si este nombre no es ajeno a tu memoria, puede que venga a tu mente la imagen de una persona con una vida resuelta. 

Sin importar el esfuerzo que uno dedique a llevar un camino libre de eventualidades, la existencia misma procura agregar algunas desdichas. Es que parece que está escrito en algún manual que la receta de la vida lleva vicisitudes. En marzo de 2019, Marisela Moreno, madre de dos hijos e inspiración de incontables personas, fue diagnosticada con cáncer de mama.

Como es de esperar, dicha noticia desplomó a la mujer. Sin embargo, su principal preocupación podría decirse que fue banal. Lo primero que temió fue la pérdida de su cabello. Con una vida tan fundamentada en la imagen, es fácil notar la raíz de tan irreflexivo miedo. 

Marisela conocía bien el tizne que el cáncer traía a la imagen de una persona. Vio a la enfermedad carcomer la vitalidad de su tía, quien se recuperó, pero con repercusiones. Vio todo lo indeseable que, como en una cruel ironía, también tuvo que experimentar. 

Ella sintió la distancia que sus hijos plantaban al verla y cuestionó su capacidad de aconsejar a otros con su actual apariencia. Eso fue una demostración de lo despiadado que es el cáncer, no solo en su letalidad sino también en su tendencia a exponer las imperfecciones de su víctima.

¿Cómo perseveró alguien como ella, con el pilar de su vida laboral quebrantado y las, tanto constantes como inminentes, consecuencias de su enfermedad acechándola? Pues, como la belleza, la mitad de la batalla contra el cáncer se basa en la mentalidad. 

Fue así como Marisela cambió su mentalidad de víctima a una de luchadora. Recibiendo cada golpe que el cáncer podía dar y parándose para el siguiente round, nunca perdiendo la energía que siempre ha irradiado. Todo con el objetivo de servir de inspiración y que, si ella iba a caer, que fuera con dignidad.

Entre sus muchos aportes, los más reveladores fueron sus entrevistas y charlas. Esto, por su naturaleza, fue una ventana a su vida y a sus proyectos. Ella supo mostrar un poco de sí con un tono carismático.

En la entrevista realizada por el periódico Mi Diario, el 18 octubre de 2019, Marisela compartió la mejor consejería. Probó con su propia experiencia cómo mantener la mente determinada mientras el cuerpo seguía luchando. Además de eso, comentó sobre el mensaje característico del mes de la lucha contra el cáncer de mama: “La detección temprana”, y habló de cómo a ella misma esta frase le parecía trillada, pero que por medio del cáncer logró verdaderamente comprender.

Un año después, el 2 de agosto, en el programa de televisión Tu Mañana, Marisela volvió en una nueva conversación. En esta hizo un recorrido por su carrera y su vida. Fue crítica a sí misma y compartió sus vivencias con el cáncer. Reveló un proyecto que había estado desarrollando, la venta de gorros para la financiación de la Fundación Pequelu, dedicada a ayudar a pequeños luchadores contra el cáncer.

En noviembre de ese mismo año Marisela logró alzarse victoriosa contra la enfermedad. Una vez recuperada, recibió lo que solo puede ser apropiadamente descrito como una manifestación de su voluntad luchadora: un cinturón de boxeo por vencer al cáncer. Un trofeo que representa tanto su victoria como la continuidad de su labor de inspirar a quien no crea poder contra el cáncer.

Era la paila más grande que había visto en su vida. Alrededor de ella, estaban los numerosos ingredientes que utilizaría, como si fueran provisiones para el fin del mundo. Para su receta, necesitaría más de 300 libras de arroz, pollo y vegetales. Así como galones de caldo, aceitunas y petit pois. 

En sus más de veinte años de experiencia culinaria como chef y repostera, Rachel Pol Policart había cocinado de todo. En octubre del 2019 ya había ganado el récord de hacer el patacón más grande del mundo; pero ahora, preparar un arroz con pollo en extraordinarias cantidades suponía toda una hazaña para ella.

La mañana del 26 de febrero de 2021 la acompañaba un equipo listo para la faena en el Complejo Deportivo Torrijos Carter. Rachel contaría con la ayuda de cinco colegas en la elaboración del pailón. No faltaron los inspectores del Ministerio de Salud, Bomberos y Policía, por precaución y seguridad. Era evidente que a Rachel no se le había pasado ningún detalle en cuanto a la logística de su proyecto. Pronto, se pusieron manos a la obra.

Lo primero que hicieron fue sofreír los vegetales picados y pedazos de pollo, que cubrieron el fondo de la olla. Luego de que estuvieron bien salteados, se añadió el caldo y cubetas tras cubetas de arroz blanco. Rachel y sus ayudantes se valieron de grandes mezcladores, que daban la impresión de ser remos, para revolver los alimentos uniformemente. Pese a lo extenuante que estaba resultando la tarea, el delicioso aroma los motivaba a continuar. 

A medida que los demás mezclaban y ella añadía los complementos (aceitunas, petit pois y sazonador), reflexionó sobre el propósito del proyecto. Consideraba que era muy visible la desigualdad en el distrito de San Miguelito: casas en pésimas condiciones que no estaban muy lejos de las mansiones lujosas. Por eso expandió la idea que inició con el patacón y decidió preparar otro platillo típico para alimentar a los que estaban en necesidad. Así, también aprovechaba para enaltecer la gastronomía panameña. 

Una vez agregada la salsa de tomate, el arroz fue adoptando su característico color dorado y se colocaron hojas de plátano encima para mantener su vapor. Mientras esperaban, Rachel empezaba a creer que con el embriagador olor que emanaba del pailón se podría alimentar al país entero por mucho tiempo.

Finalmente, las hojas fueron removidas y debajo quedó un apetecible arroz con pollo de aproximadamente 2000 libras. Con ayuda de doce voluntarios, se empacaron más de 3000 platos y fueron repartidos en distintos puntos del distrito. Hogares, albergues, hospitales, fundaciones e iglesias recibieron una porción del festín. 

Para la cocinera fue gratificante recibir como recompensa la alegría y emoción de los beneficiados, desde niños hasta adultos mayores. Rachel logró darle de comer a más personas de las que había pensado.

Entre la satisfacción, el orgullo y el cansancio, nuevas ideas ineludibles surgían dentro de su mente. Ya había hecho un patacón y un arroz con pollo gigante, así que, nada le impedía preparar otro emblema gastronómico de su país. De repente, se le antojó un sancocho y supo cuál sería su siguiente pailón.

Quizás muchos pensaron que una joven del interior del país como Odilca, nunca lograría sobrepasar los obstáculos que la vida le tenía por delante. Dieron por sentado, tal vez, que una mujer con una educación que ellos consideraban mediocre no podía seguir adelante. Probablemente nunca se imaginaron que esa niña algún día se volvería una mujer exitosa.

Odilca siempre fue una joven luchadora. Desde niña estudiaba con dedicación para mantener sus excelentes calificaciones, se graduó con honores al terminar su educación secundaria. 

Todo iba bien para Odilca, tenía buenas notas y un gran sueño por cumplir: iniciar la universidad. Pero ella nunca pensó que su mayor anhelo sería realmente su peor pesadilla y mayor obstáculo. 

La vida universitaria de Odilca no fue nada fácil, y esto no fue solo por las materias o los profesores sino por las horribles experiencias con sus compañeros. Ingeniería en Sistemas era una carrera mayormente masculina, en ella sufrió mucha discriminación debido a que la percibían como alguien débil e inútil, solo por el hecho de ser una mujer. 

Muchos le hacían comentarios inapropiados e hirientes, la empujaban y la excluían. Esto llegó a tal punto que Odilca pensó en retirarse y volver con su familia. Pero no se rindió tan fácilmente e ignoró cualquier comentario o gesto de disgusto hacia ella.

Fue difícil tolerar todas las burlas, casi no lo podía soportar. Su estabilidad emocional tuvo su primer derrumbe cuando una noche su madre llamó llorando para decirle que su padre, su mayor inspiración, había fallecido. 

Los siguientes días de la horrible noticia resultaron complejos para ella, así su salud mental fue derrumbándose poco a poco. Pero todavía tenía la esperanza de que todo iba a mejorar… hasta que llegó aquel día.

Odilca fue al hospital, ya que tenía una tos fuerte, moretones y fiebre alta. Ella se imaginaba que iba a ser diagnosticada con alguna enfermedad leve, pero nunca lo que aquel doctor le dijo ese día. Al escuchar la palabra cáncer su mente quedó en blanco, no lo podía creer.

Muchos pensarían que ahora sí se rendiría Odilca, que volvería con su familia y que abandonaría la carrera. En cambio, ella logró su anhelo más deseado y hasta mucho más. Se graduó y consiguió un buen trabajo, enorgulleciendo a su familia. Ahora vive bien junto a su esposo y sus dos hijas, un sueño ideal hecho realidad.

Odilca es y seguirá siendo una mujer luchadora, que creció en un pueblo pobre y ahora vive de sus grandes logros. Su historia es para no olvidar, es para recordar e inspirar. Esta es Odilca, una fémina empoderada. 

Todo comenzó una tarde en la que, sentada junto a mi mamá, decidí preguntarle acerca de mi tía Guillermina o como le decíamos de cariño, tía Guille.  Mi madre dejó el libro que leía sobre la mesa y volvió a mirarme. Siempre me había intrigado cómo había sido la vida de la hermana mayor en una familia de doce muchachos, que desde chica estaba decidida a seguir una carrera relacionada a la salud.

Mi madre inició calmadamente y dijo: “Siempre mantuvo el rol de hermana mayor. Después de mi mamá, ella era quien se encargaba de aconsejar, guiar, cuidar y, sobre todo, mantener esa unión familiar”.

Ellos, mis tíos, crecieron en una casa en San Pedro, relativamente pequeña para la cantidad de chicos que llenaban las habitaciones. Yo misma había corrido, en múltiples ocasiones, por los pasillos de la llamada “casa de la abuela”.

“Siempre quiso ser enfermera, desde sus años de escuela primaria”, reafirmó mi madre.

“Ella iba a la universidad en la mañana, en las tardes trabajaba en una clínica, y aun así estaba pendiente de sus hermanos menores”, hizo constar mi mamá. ¡Siempre lograba balancear todo!, expresó con admiración y admitió que, en su caso, le cuesta llevar el orden y hacer varias tareas, como lo hacía su hermana Guillermina.

«Luego de un tiempo, nació Xenia, la única hija de mi tía Guille y quien se convirtió en su inseparable compañera de toda la vida, comenté yo logrando aportar a los recuerdos amorosos de mamá». Mis palabras activaron otra ronda de memorias.: “Y con sus turnos en el hospital, los demás nos rotábamos para ir a cuidarla mientras Guille estaba en el trabajo”, siguió contando. 

“Era curioso”, reflexionó mi madre. “Cuando ella tenía turno, Xenia estaba despierta; cuando regresaba a su apartamento a descansar, Xenia también dormía. Sus horarios iban en sincronía”, detalló.

Se avivó la nostalgia. Mamá dejó escapar una sonrisa, como rebuscando más recuerdos de la Xenia de cuatro o cinco años. Quizá comparándola con la doctora en la que se convirtió Xenia hoy en día.

Suspiré lentamente y decidí continuar con mis preguntas. “¿Cómo, cómo lidió con el cáncer, mamá?”, exclamé con dolor. Vi los ojos de mi madre brillar con el asomo de unas cuantas lágrimas. Tomó un respiro y habló. “Tu tía una vez dijo: ‘El amor familiar vence todos los obstáculos’, y así fue… Las oraciones de la familia, ese amor, ese cariño, esa ayuda, esa comprensión, esas ventajas de clan numeroso fueron el empuje de su logro, de salir adelante en su lucha contra el cáncer”.

En ese momento entró mi padre a la sala, intrigado por nuestra conversación y se sentó junto a mi madre. Había escuchado esta historia una y otra vez, pero decidí dejar que mi progenitora la contara una vez más. Se trataba de cómo mi padre la invitó a una cita. Ella, aprovechándose del parecido que tenía con su hermana mayor, le pidió que fuera en su lugar. No eran gemelas, pero llevaban cierto parecido. “¡Pero yo no era tan tonto!”, exclamó mi papá. “¡Me di cuenta inmediatamente!”, rio. Posó su brazo alrededor de los hombros de mi mamá, mientras ella ponía sus ojos en blanco. “Y Guille me convenció de darle una oportunidad, y terminamos juntos», reveló. 

“Es la mejor cuñada que hay, la mejor enfermera, una guía para toda la familia, una mujer humilde, cariñosa”. Mi papá nombraba sus cualidades con delicadeza, haciendo claro el significado de cada una. 

Mi madre con mucho cariño en su mirada me dijo: “Es la mejor hermana del mundo que Dios me dio”.

La palabra “impacto” es algo fuerte, ¿no crees? Muchos la asocian con un choque, tal vez con algo que marca a alguien física o emocionalmente, o quizás con un evento grande que cambia vidas por completo. 

Yo recibí un impacto de una persona que tocó mi vida de una forma inesperada y sutil. Con tan solo un pequeño gesto se convirtió en mi mayor ejemplo a seguir.

Débora Faulkner, panameña, nacida el 19 de abril de 1962, es una mujer muy inteligente, astuta y amada por quienes la rodean. Estando en la escuela y en la universidad, tuvo varios profesores muy queridos. Uno de ellos llevaba a Débora y a toda la clase a su casa. Se sentaban debajo de un árbol de mango y daban la lección al aire libre, en un ambiente de cariño y diversión. Otra profesora hacía algo similar. 

Esos ratos que pasó con aquellos docentes han impactado su vida de una linda manera, tanto que ella misma dijo que si alguna vez se convertía en profesora, quería ser como ellos: una familia para sus estudiantes.

La encuesta

Un día, Débora estaba en el aula de clases junto a sus compañeras de carrera. El profesor entró al salón, saludó a todas y dio unas simples instrucciones.

 —Hoy haremos una encuesta. Les daré un papelito y quiero que escriban el nombre de la compañera que, para ustedes, representa valores —dijo el profesor Enrique, mientras repartía aquellas hojitas.

Cada estudiante siguió las instrucciones dadas por el docente. Débora veía a María, una de sus compañeras, como una persona virtuosa y de un buen corazón, así que, sin siquiera dudarlo por un segundo, trazó con su bolígrafo aquel nombre y luego dobló el pedazo de hoja. 

El profesor pasó por cada puesto, una vez todas habían terminado de escribir, y recogió las encuestas. Frente al pizarrón abrió el primer papelito y salió el nombre de Débora. El segundo, Débora; el tercero, Débora, una y otra vez aparecía el mismo nombre, hasta el último jirón que decía “María”. Ella no podía creer que todo el salón la eligiera.

—Eligieron bien —subrayó el docente.

—Pero, profe Enrique, ¿por qué me escogieron a mí? Para mí, María es quien mejor representa los valores, ni siquiera pensé que podría ser elegida —Débora replicó, un tanto desconcertada.

Ese fue un momento que estremeció su vida, tanto que hasta el día de hoy ella lo recuerda a la perfección.

El inicio de una carrera de amor

Mucho tiempo después, Débora se fue a vivir a México, y ahí fue donde en verdad nació su deseo por ser profesora. 

Se le presentó la oportunidad por primera vez cuando una escuela contactó a su esposo para que diera clases de Inglés, pero como él no tenía tiempo recomendó a Débora. Y así nació la profesora Debbie, una que, a pesar de ser estricta, es amorosa, una madre para sus estudiantes. 

Puedo decir firmemente que la profesora Debbie es amada por todos. Yo la conocí cuando entré a secundaria por primera vez. No recuerdo exactamente el momento, pero sí sé que desde allí ella impactó mi vida.

Siempre que me tocaba clases con ella, la recibía con un abrazo y la despedía de la misma forma, excepto un día en que ella se sentía mal, la vi decaída y no me acerqué para no molestarla; pero cuando el sonido del timbre resonó por toda la escuela, anunciando el recreo, fui al escritorio donde ella estaba sentada e intenté estrecharla. Para mi sorpresa, me negó ese abrazo; francamente, eso me deprimió un poco. 

Pasó el día y llegaron las últimas dos horas de clase. Alguien tocó la puerta del salón, era la profesora Debbie quien me estaba llamando para hablar a solas conmigo. Salí, cerré la puerta, tragué en seco y la miré esperando a que alguna de las dos dijera algo. Estuve a punto de preguntarle si había hecho algo malo, pero ella se adelantó y lo primero que mencionó fue “perdón”. 

Débora marcó mi vida y la de muchos estudiantes con su forma de ser, siempre dulce y atenta. Es alguien con quien puedes reír, llorar y confiar. Imagínate la cantidad de personas que logras tocar con una sonrisa, un pequeño gesto o un par de palabras, como lo hizo la profesora Debbie. Y tú, ¿qué impacto quieres tener?