Lunes 25 de julio de 2022, 7:20 de la noche. Salí a caminar un rato y respirar aire fresco. Jorjeth Jordán, una gran amiga, se me cruzó e interrumpió mi plan. La quiero como una hermana, así que qué más da: me quedé con ella hablando de nuestros gustos y preferencias. Pero de pronto esa sencilla conversación cambió de manera drástica.

De un momento a otro empecé a platicar sobre la inseguridad que me había nacido con otra gran amiga por problemas que tuvimos en el pasado. Había dejado de verle la cara a Jorjeth para hundirme en mi memoria, pero al voltear la hallé diferente: sus ojos se habían cristalizado y sus expresiones me hacían sospechar que había sufrido lo mismo que yo. Problemas, discusiones, inseguridades, abusos, manipulaciones y apegos emocionales que no nos trajeron nada bueno. Lo peor es que nadie sabía lo que nos ocurría. Pensamos siempre que esas situaciones eran normales en un vínculo emocional, pero estábamos muy equivocados.

Ninguno de los dos sabía si nuestros amigos eran verdaderos o solo estaban con nosotros por beneficio o pena. No podíamos entender si nos amaban como nosotros a ellos y ellas, o si las promesas de “estaré ahí para ti siempre” eran reales. Percibimos que nadie preguntó por nosotros ni nuestro bienestar. 

Y ahí estaba, sintiéndome como me sentía: arranqué tantas plumas de mis alas para reparar las alas de los demás, sin preocuparme si yo podría volver a volar.

Y ahí estaba Jorjeth, a quien su expareja le había cortado después de decirle frases hirientes. Recordaba sus palabras mientras miraba al suelo y lloraba. 

Y fue entonces cuando dijimos basta. Nos prometimos ayudarnos. Escucharnos para aliviar nuestro dolor. Pasó tanto tiempo desde que empezamos a hablar que no me di cuenta cuando se hicieron las diez. Hora de irse. La abracé y le repetí el juramento: no estaría sola nunca más. Así yo tenga que atravesar el infierno o el cielo. Es la hermana que nunca tuve y que quiero para siempre. 

 

 

La disciplina de algunas personas es admirable y, cuando se combina con amor, se convierte en un superpoder que no cualquiera sabe controlar bien. Quili descubrió cómo manejar estas dos cualidades con mucha persistencia. Fue esposa de un hombre educado a la antigua, que creció con machete en mano y que no se dejaba quebrar por nada. Ella, una mujer sumisa y obediente a todo lo que él decía, no porque hubiera violencia ni problemas en la casa, sino porque era un matrimonio forjado por el amor y la mentalidad de mediados del siglo XX: la mujer a la cocina y el hombre al potrero. De esa manera André Guardado y Aquilina «Quili» Palma criaron a sus doce hijos.

En casa de Aquilina se respiraba un ambiente de valores. Inculcó rigor y temple a todos sus hijos y, cuando los varones eran lo suficientemente grandes, su padre los aconsejaba de acuerdo con los lineamientos de aquella época. En el caso de las seis mujeres, nunca dejaron de aprender con su madre los oficios domésticos y sabían desempeñarse en el campo. Los principios que les enseñó fueron tan fuertes y valiosos que todas los transmitieron a sus retoños.

Una abuela dulce y tierna, que dio lecciones a sus nietos, los crio con autoridad, pero con humildad y bondad. Mujer que le dejaba el título de patriarca a su esposo, él enseñaba de manera fuerte y severa.

Aquilina legó sus creencias y enseñanzas en cada una de sus hijas; a ellas les tocaba difundirlas a su respectiva descendencia. Tenía nietos, muchos nietos, y su corazón rebosaba de alegría. Ahora somos nosotros sus bisnietos y tataranietos quienes extendemos sus valores, recibidos de nuestros padres y que ellos aprendieron de los suyos, principios de esta gran mujer salvadoreña nacida el 4 de enero de 1924.

Llevar su apellido es un honor. En mi vaga conciencia de diez años recuerdo a mi bisabuela como la mujer que, con 92 años, me enseñó a separar el bien del mal; aprendí algunas mañitas de su cocina, y que en la vida podemos gozar y celebrar juntos, pero nada con exceso. Dedicó su existencia a su familia, nunca se rindió e incluso con el dolor que le daba haber perdido a su compañero de vida tiempo atrás, continuó con alegría y jamás la derrumbó la pena.

Recuerdo ese 10 de enero de 2016, la noticia que alarmó y puso en duelo a la familia: la abuela Quili falleció. Al escuchar la historia de cómo enfermó el día de su cumpleaños 92 y que seis días después descansó en los brazos de una de sus hijas, es triste. Quiero imaginar que su último suspiro llevó un «los amo», porque en verdad nos forjó con valores, con importantes lecciones de vida y con mucho cariño, que heredó y me transmitió la mujer que me trajo al mundo.

Muchas personas se preguntan ¿cuál es el verdadero amor?, ¿qué se experimenta con el cálido y verdadero amor? Hablo de ese sentimiento que puede ir acompañado de muestras de cariño, como besos y abrazos. Bueno, todo esto se puede obtener con el afecto de una madre.

Una madre hace su mayor esfuerzo para que sus hijos salgan adelante, sin importar los retos y dificultades que se le crucen en el camino. También está dispuesta a dar una sonrisa y palabras de ánimo a su prole, aunque esté muy agotada. Una verdadera mamá pone en primer lugar las necesidades de sus retoños, los cuida y aprovecha cada oportunidad para expresarles su amor, no solo con palabras, sino con hechos.

Hechos cotidianos, como el rico aroma de la comida favorita, preparada con el ingrediente secreto: el amor. Un día mi madre, Eudora Moreno de Bermúdez, estaba cocinando algo que olía muy delicioso. Tanto despertó mi curiosidad, que me acerqué a la cocina a ver qué era. Me quedé observando, pero sin preguntarle cuál era la receta de aquel platillo. En ese momento me surgieron otras dudas: ¿Cómo mi madre desarrolló el arte culinario? ¿Habrá tomado clases? ¿Se apoyó en algún libro?

Decidida a salir de la intriga le pregunté: «Mamá, ¿cómo aprendiste a cocinar?». Me contó que lo hizo de la misma forma que yo en ese momento: mirando a su madre (mi abuela) al preparar los alimentos, prestando atención a cada uno de sus movimientos.

Luego de haberla escuchado volví a mi interrogante inicial, esa que me había llevado hasta la cocina, tras el rico olor que de allí emanaba.

—¿Y qué estás cocinando, mamá?

—Ropa vieja.

—¡Ropa vieja! Pero eso no se come.

—¡No!, hija, ese es el nombre del tipo de carne de la receta que estoy preparando —aclaró mamá con una sonrisa.

La ropa vieja es un plato tradicional de la gastronomía española, es carne desmenuzada, específicamente de la falda de vaca, que también se consume en muchos países de Latinoamérica, como en Panamá.

Me quedé con mi madre hasta que terminó de preparar la comida. Conversé con ella de muchos temas, aunque fueran asuntos ridículos. Confirmé una vez más que, el simple hecho de compartir un momento ameno con ella, era algo hermoso.

—Mamá, hoy hicimos mermelada de piña en la escuela. La verdad, no me gustó mucho porque estaba un tanto empalagosa, pero sí me pareció interesante realizar todo el procedimiento —le dije un día al volver de clases.

—Ah, sí. ¿Y eso era para nota?

—Sí, mamá —respondí—. Y además nos dieron un poquito a cada uno. Yo traje mi porción para compartir contigo; está en la nevera. Aunque hay que tener cuidado, mi hermano se la puede comer toda, conociendo cómo le gusta el dulce.

—Claro que sí —confirmó con una sonrisa—, él parece una abeja cuando ve dulce.

—Mamá, también te quiero decir que la profesora de Inglés me felicitó por mi pronunciación —agregué—. Estoy orgullosa de cuánto he avanzado.

—¡Qué bien, hija!, yo también estoy orgullosa de ti y te felicito.

Ese sencillo diálogo que terminó con la frase «estoy orgullosa de ti» me hizo sentir muy bien. Y mientras mi madre terminaba de cocinar, hablamos de otros temas: la escuela, mi infancia, lo que ahora me gusta, etc.

Cuando la cena estaba lista me sirvió a mí primero, porque ya estaba allí, y llegó uno de mis momentos favoritos: probar la comida hecha por mamá con amor y dedicación. Estoy convencida de que esos ingredientes mágicos son los que hacen que sus platillos tengan un sabor tan especial.

—Mamá, ¿ya vas a comer? Quiero compartir la mesa contigo.

—Claro, mi amor, voy a servirme y comemos juntas.

Comprendí que las manos de una persona pueden transmitir cariño incluso con la elaboración de un plato de comida, más si es la receta favorita. Y en eso es experta mi madre, ella sabe llevar amor a sus hijos con cada acto cotidiano.

Esa es otra de las razones por la que te amo, mi madre querida.

Amy Enith Ortega fue la primera hija de su madre, una mujer que no había terminado sus estudios, mientras que su padre era un trabajador de avicultura en una empresa agroindustrial. 

Nacida el 29 de diciembre de 1982, al cabo de unos años nace su hermano varón, un bebé sano; pero transcurridos unos meses el pequeño es diagnosticado con síndrome convulsivo y riñones poliquísticos, con lo que desarrolló múltiples afecciones que le impedían caminar o coordinar su sistema psicomotor. Any se vio obligada a pasar días enteros al cuidado del pequeño, ya que sus padres se dedicaban a trabajar y a los oficios del hogar.

Asistía desde temprano a su colegio. Se levantaba a las 3:30 a. m. para salir a sus clases, mientras su hermano quedaba con su abuela. De regreso, Any se encargaba de preparar la comida para ella, el pequeño y su padre, ya que su madre había decidido irse de casa a vivir con una hermana.

Al pasar los años Any se graduó de bachillerato y después de un tiempo nacieron sus tres hijos. Tenía dos trabajos, uno de medio tiempo como recepcionista en una clínica odontológica y otro haciendo arreglos de cumpleaños, los sábados y domingos, todo con el fin de ayudar a su hermano menor.

A la edad de 36 Any pierde a su hermano debido a que su enfermedad genética y sus demás afecciones empeoraron. Abatida, solamente pudo buscar consuelo en sus hijos y su esposo, pues su relación con su madre no era buena; el hecho de que no se hablasen durante años empeoraba cada vez más su relación.

Su padre, también afectado, no podía darle muchas palabras de consuelo a su hija, pero Any supo reponerse en aquel momento para poder ser alguien y ayudar a los suyos en aquel momento.

Después de lo ocurrido y tras muchos años separadas, Any se reconcilió con su mamá. Esto le trajo un poco más de paz y cambios positivos debido a que esa situación la afectaba emocionalmente. Luego supo que la mujer estaba en la etapa final de cáncer de piel. A pesar de haber sido abandonada por su progenitora, logró perdonarla y ayudarla hasta sus últimos momentos. La madre falleció a los dos meses, el cáncer había hecho metástasis y afectó sus órganos internos vitales.

Actualmente Any, mi madre, tiene 39 años y es voluntaria en el organismo de la Cruz Roja Panameña.

Mientras disfrutaba de aquel delicioso desayuno preparado por mamá, no pude evitar preguntarme: «¿Cómo puede ser tan fuerte? ¿Será su amor maternal el que no le permite mostrar ninguna debilidad?». Decidí no quedarme con la duda e interrogarla acerca de cómo lo lograba. Mientras me esforzaba por encontrar la valentía para hacerlo, sin darme cuenta me había quedado callada y sumida en aquellos pensamientos.

Mi madre estaba tranquila preparándose una deliciosa taza de café. De inmediato se dio cuenta de que algo diferente reinaba en el ambiente: había mucho silencio y, cuando volvió a ver a su acompañante de desayuno (a mí), que estaba pensativa, con gracia y un poco de curiosidad por saber qué rondaba por mi mente, tiernamente me llamó por mi nombre y pude regresar de mi trance. Captó mi atención con una simple pregunta.

—¿Qué pasa por tu mente, mi princesa guerrera? 

No pude evitar sonreír cuando escuché aquel sobrenombre tan bello que me ha dicho tantas veces desde que era pequeña. Dice que esa expresión la escuchó en una película sobre una niña que debió salir adelante sola contra el mundo; no me ha revelado el nombre de esta producción, ya que según dice no lo recuerda; mas sí tiene claro que vio el largometraje en el momento cuando supo que estaba embarazada de una hermosa niña (refiriéndose a mí) y le gustó la idea de llamarme de esa manera.

Deseaba que respondiera mi inquietud, respiré profundo y me atreví a romper el silencio con una consulta:

Mami, ¿por qué eres tan fuerte?

Se quedó en silencio por un rato.

Por ti —contestó.

¿Por mí? —pregunté asombrada y volvió a sonreír.

Sí, por ti —señaló con una voz dulce y segura. La confusión en mi rostro le enterneció—. La razón por la que soy fuerte es por ti y tus hermanitos; tú fuiste mi primera hija, aquella pequeña que me hizo salir adelante cada mañana, me inspiró a levantarme todos los días y no me permitió rendirme. Por ti es que continúo en este camino llamado vida, porque siempre has estado a mi lado y mientras lo estés, no me detendré nunca».

La mujer que tenía frente a mí, mi madre, la más poderosa, fuerte y hermosa que he conocido me había dicho todo aquello. Salí del asombro, me levanté de mi asiento, me acerqué a donde se encontraba y decidí abrazarla.

Gracias, muchas gracias —fue lo que alcancé a susurrar a su oído. Cuando me aparté solo se limitó a sonreír de nuevo.

Salimos de nuestro pequeño momento de paz cuando nos dimos cuenta de la hora; si no nos apresurábamos llegaríamos tarde a nuestros destinos. En el colegio bajé del auto y me despedí con un «te quiero», ella me contestó «te amo«, eso bastó para sacarme una sonrisa y tener un día lindo y tranquilo.

Había una niña llamada Paola que amaba mucho a su prima Jeilean. El cariño era recíproco. Una vez su prima le dijo que algún día la vería ya crecida como una hermosa quinceañera, y que cuando esa ocasión llegara, ella estaría muy feliz.

Pero a los meses Jeilean notó una molestia en su pierna derecha. La llevaron a una cita y allí supieron la razón: cáncer en los huesos. Empezó a tener depresión y a pensar cuántos sueños podrían quedar inconclusos. Entre esos, no ver a Paola convertida en una señorita.

Sus propias metas estaban ahora en duda, incluyendo ser una futbolista reconocida. Ahora tenía que someterse a una serie de operaciones y quimioterapias muy fuertes.

Los médicos dijeron que no había ninguna prótesis para su caso, ya que la contextura de su pierna era muy grande y no calzaba con las existentes. Días después llegó la esperanza: se ubicó un implante a su medida.

Comenzó a usar la pieza y, con la ayuda de muletas, unos meses después caminó por sí sola. Sin embargo, recayó. Lastimosamente, le dijeron que el tratamiento no estaba funcionando; cada vez se deterioraba más su pierna y ella sentía más dolor.

Poco a poco se fue recuperando. Su semblante cambió. Lucía más feliz… Volvía la esperanza. Una mañana nos sorprendió: empezó a dar varios pasos sin la ayuda de las muletas.

Entonces llegó la noticia de que con una operación era posible retirar el residuo de cáncer. Se recolectó dinero y se realizó la larga intervención. Cuando concluyó el procedimiento los especialistas dijeron que todo salió bien… excepto por un problema. Había quedado un pedacito que no pudo ser retirado y podría volver a desarrollarse. Esto no impidió que ella siguiera adelante con su objetivo de recuperarse por completo. Dejó de usar las muletas, su cabello y su buen ánimo volvieron a crecer.

Ella se sentía muy bien en compañía de Paola, la niña era la única que sabía de su gusto por componer canciones de rap. De modo que, en ocasiones, ambas buscaban sitios donde nadie las escuchara, y allí se entretenían creando letras.

Giro definitivo

Pero su salud empeoró. Ahora quería estar sola. Su prima Paola la visitaba en su casa, aunque tampoco dejaba verse de ella. Decía que si llegaba el peor de los escenarios, y ella moría, no quería que la niña la mirara en ese estado. Prefería que conservara los momentos felices compartidos.

El 18 de junio, a las 3:26 a. m., sonó el celular, y luego de esa llamada solo se escucharon llantos. Era la noticia que nadie quería escuchar. Cuando se lo explicaron a Paola, entró en un colapso. La pequeña no podía creer que su prima, su confidente, había muerto.

En su inocencia se lamentaba de no haber podido despedirse de ella, de no haber podido abrazarla, recordarle cuánto la quería. A pesar de que no hubo adiós, Paola siempre tiene en mente aquellos días en que sí pudo decirle que la amaba, que era la mejor prima del mundo, que estarían juntas siempre.

Una noche despejada, sentada en el patio, Paola miró al cielo y notó que había una estrella que brillaba más que todas. Ella en su mente le preguntó a su prima por qué ocurría eso. Percibió que Jeilean le prometió que siempre la cuidaría.

Cada vez que mira al cielo, sabe que desde allá ella la protege. Lo único que hubiera deseado era decirle que fue la persona más valiente y fuerte que conoció. Pero se consuela al repetir: «Eres la única estrella de mi cielo. Quisiera devolver el tiempo para ser feliz de nuevo».

El ciclo de la vida

Tuve varias motivaciones para escribir sobre Paola y su prima. Una fue pensar que llegamos a amar tanto a nuestros familiares, que a veces olvidamos que no somos eternos. Que llegará el día en que dejaremos de existir, ya sea por enfermedad o por la vejez, así es el ciclo de la vida.

También lo escribí para recordar que amamos, somos felices, luego las luces se apagan y dejamos de ser, pero siempre quedan los bellos recuerdos que pasamos con esos seres especiales. Por eso hoy quiero decirles: amen a la gente que quieren, no pierdan la oportunidad de vivir con ellos toda la felicidad posible, porque no sabemos cuándo partiremos de este mundo.

Gracias, Paola.

María Elena Pérez Guzmán es responsable, estudiosa y un ejemplo de superación. El 10 de febrero del 2004, a sus quince años, supo de su embarazo. Este acontecimiento marcó un nuevo inicio en su vida, para el cual no estaba preparada. Fue rechazada, abandonada y apartada por todas las personas “queridas” en su momento. Se vio obligada a buscar un trabajo y lo encontró en el salón de belleza Deyna, en el Municipio de San José Pinula. Laboraba todos los días a cambio de un bajo salario; debido a la preocupación de conservarlo, se esforzaba demasiado y, con la carga del ser en su vientre, la presión era todavía mayor.

Vivió en un apartamento ubicado en el mismo municipio, donde el alquiler era a un precio accesible, pero sin los servicios básicos; aún así, no le alcanzaba para solventar todos sus gastos. El 24 de noviembre del 2004 dio a luz a su hijo en el Hospital San Juan de Dios. Los siguientes meses fueron difíciles, pero gracias a Dios sus familiares la apoyaron al saber de su delicada situación.

Continuó trabajando en el salón de belleza. Pasó el tiempo y María conoció a José Pablo, se enamoraron y se casaron. En los siguientes años comenzó a laborar como secretaria en diferentes empresas: en la Subdelegación TSE San José Pinula, en las Agencias Way San José Pinula, en MISCORP S.A. Outsourcing People y en Solusersa. Devengaba el salario mínimo. 

Ella y su esposo compraron una casa en las afueras del Municipio de San José Pinula, algo que ella pensaba que era imposible. En 2013 retomó su aprendizaje y en el 2016 ingresó a la Universidad Mariano Gálvez de Guatemala, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Luego de cinco años pudo ejercer su profesión de abogada en el Centro de Justicia Laboral, lo cual les dio una vida más holgada a ella y a su familia. 

Hoy en día tener un hijo a temprana edad y salir adelante es difícil, a causa del alto costo de la vida, la escasez de fuentes de trabajo y la marginación a la que son sometidas las madres solteras. Sin embargo, esta mujer lo manejó muy bien, luchó día a día para poder sobrevivir y me inspira saber que, incluso si cometo un error, esto no definirá el resto de mis días; al contrario, puede ser un incentivo que me hará ver lo difícil que es independizarse, especialmente con un hijo, en una situación para la que nadie está preparado a esa temprana edad.

Por ello, estudien, jóvenes; diviértanse, disfruten de su etapa, no adquieran aún la responsabilidad de tener un hijo. Una equivocación la comete cualquiera, pero se necesita demasiada madurez para afrontar esa clase de responsabilidades, así como lo hizo María Elena.

Las personas suelen aprender a lo largo de su vida de muchas figuras femeninas que pasan a ser importantes en sus corazones y se convierten en fuentes de inspiración. Son mujeres con mucho potencial, que logran sobresalir en sus diversos roles; valiosas en sus carreras, con una merecida fama por su trabajo y su valor ante las adversidades. 

¿Qué pasa con aquellos seres humanos menos conocidos? ¿Qué ocurre con los héroes anónimos? Es por ello que quiero hablar sobre las mujeres de mi familia y la manera como han logrado perseverar. Son madres solteras, fuertes y luchadoras, que sacaron adelante a sus hijos por encima de todos los obstáculos que debieron enfrentar.

Cada una de esas damas han sido valiosas y admiro todo el esfuerzo que ellas realizan. Por ejemplo, aunque mi madre me hizo una persona independiente, deseo hablar acerca de alguien en especial, Liliam, a quien más venero por la actitud que transmite por encima de todo lo que ha pasado.

La llamamos cariñosamente Lili. Siempre ha sido como una madre para toda mi familia y es la protectora de cada uno de nosotros. Ella ha sido ejemplar e inspiradora, es la más cariñosa y amable; ejerce lo que llamo una disciplina amorosa. Es mi mayor fuente de valentía cuando debo encarar situaciones adversas, ya que ha vencido dos veces el cáncer. Su historia está llena de emociones y retos, y es que, a pesar de haber sentido fuertes malestares, al principio ocultó sus dolores y sentimientos para no preocupar a nadie.

Cuando le diagnosticaron el cáncer, aceptó su realidad y siguió su vida con el apoyo de todos. Recuerdo que aquella noticia fue devastadora y triste. Estuvimos junto a ella en todo momento. Afortunadamente, venció el mal después de un intenso tratamiento. Pasaron siete años de calma, pero comenzó a sentir el mismo malestar y en el mismo lugar de su cuerpo; la enfermedad había regresado. Como la mujer fuerte que es, luchó, nunca perdió la fe y logró derrotarlo por segunda vez. 

Aunque todo esto ocurrió durante mi infancia y mis recuerdos han sido pocos, este hecho marcó mis años de crecimiento. Lili me inspira y aprendí de ella a enfrentar problemas, enfermedades y situaciones duras de la vida, sin dejar de ser amable y amorosa, ya que aun cuando tenía dolores, siempre nos brindó su apoyo y nunca dejó de amarnos.

Aunque este texto habla de la mujer a quien más admiro, también quiero dedicar esta nota a todas aquellas damas que no pudieron vencer al cáncer y a sus familiares que las acompañaron durante la batalla para recuperar la salud. A todas les muestro mi respeto y solidaridad por tener la valentía para luchar contra una enfermedad mortal.

Diana Spencer, mejor conocida como la Princesa del Pueblo, fue una activista, filántropa y aristócrata británica que marcó al mundo con su vida, obra e inesperada muerte. Un personaje muy popular que dejó una huella imborrable en el corazón de las personas por su carisma y amabilidad.

Poco después de que su padre John Spencer heredara el título de conde pasó a ser miembro de la realeza y desde entonces se le conoció como lady Diana Spencer.

También llamada Lady Di, no sobresalió en los estudios, pero poseía habilidades para la música, la danza y los deportes. En 1981 se anunció su compromiso con Carlos, el hijo mayor de la reina Isabel II (hoy rey del Reino Unido), tras un breve noviazgo. Desde entonces se convirtió en una celebridad, asediada por las cámaras. Ese mismo año, el 29 de julio, la pareja se casó en la Catedral de San Pablo de Londres y la boda fue vista por más de 750 millones de personas en el mundo.

Del matrimonio nacieron los príncipes Guillermo y Enrique de Gales, quienes eran el segundo y el tercero en la línea de sucesión al trono, respectivamente. Como princesa de Gales sobresalió por su labor humanitaria. Trabajó y tuvo contacto físico con pacientes con sida en la década de los 80, así mismo brindó apoyo social a personas afectadas por cáncer y lepra y con discapacidad. Además, fue aplaudida por su apoyo a la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona.

Diana también era muy fotogénica y fue considerada un icono de la moda entre 1980 y 1990. Su imagen ha sido una de las más famosas de la historia.

Pero el matrimonio de Diana con Carlos no fue para siempre. Se separaron en 1996, tras quince años juntos, en un divorcio que terminó siendo controversial, debido a la incompatibilidad y relaciones extramatrimoniales de ambos.

Un año después de la separación, el 31 de agosto de 1997, Lady Di perdió la vida en un accidente de auto en el interior del Puente del Alma, en París, tras ser asediada por los paparazzis. En ese mismo incidente también murió su entonces pareja, Dodi Al-Fayed y el conductor del auto. El único sobreviviente fue el guardaespaldas de Al-Fayed.

Inicialmente la Familia Real se negó a conceder a la exprincesa un funeral de Estado o uno Real por no poseer rango de majestad ni de alteza real al momento de su muerte, pero ante las muestras de afecto y dolor por parte del pueblo británico el Palacio de Buckingham tuvo que cambiar de opinión e incluso usó un concepto inédito: «Un entierro único para una persona única».

El funeral fue televisado y tuvo una audiencia de 32 millones de británicos. Seguidores dejaron flores, velas, tarjetas y mensajes personales fuera del Palacio de Kensington durante muchos meses.

Pese a los años, Lady Diana es recordaba como la princesa más querida y hermosa del Reino Unido. La que supo ganarse el amor de todos a quienes se dirigió.

“Siempre perdiendo, siempre luchando”. Este era el lema de Sonia, una perdedora de la provincia del Darién, a quien de pequeña le costó acceder a la educación formal. 

A muy corta edad sintió su primera derrota, la muerte de sus padres. Su vida fue puesta patas arriba en ese momento al sentir el golpe de la fuerte ausencia, por primera vez. 

Tras ese acontecimiento, fue llevada con sus tíos a la provincia de Panamá quienes, aunque vivían en una morada humilde, acogieron a Sonia como si fuera su hija. 

Ella creía que las pérdidas iban a parar, pensó que desde ese momento iba a ser una ganadora. Pero Sonia se fue a pique una vez más cuando su tío fue víctima de tuberculosis. Antes de fallecer, él le dijo a Sonia: “Siempre tendremos pérdidas, pero nunca perdemos realmente si luchamos”. 

El resto de la vida de Sonia fue simplemente esfuerzos tras esfuerzos y luchas tras luchas. Tuvo que perder oportunidades en varias escuelas debido a la falta de dinero, pero eso no detuvo su batalla por una mejor educación. 

Llegó el momento en que pudo obtener su diploma de secundaria, algo que tanto había anhelado. Era el primer triunfo que Sonia sentía haber conseguido, finalmente algo bueno en su vida. La derrota no la perseguiría, ahora se veía como una ganadora. 

A pesar de su gran esfuerzo en la escuela, ella no aspiraba a ser una profesional convencional. Así es, este no es el relato de una mujer que quería convertirse en una ejecutiva, vestida con elegantes trajes de oficina. Este es el relato de una soñadora, cuyo único anhelo era ser bailarina. 

Quería sentir el viento en su cara, vivir el furor de sus movimientos y dejar salir el sudor en su cuerpo estando en completa agitación armónica. Era lo que más deseaba. 

Todo esto quedó en pausa cuando Sonia conoció a un hombre que le juró amor. Ella estaba deleitada con este sujeto que realmente no era lo que parecía. 

A pesar de todas las advertencias de sus amigos y familiares que le decían que ese cordero era un lobo con piel de oveja, ella no escuchó y se fue con él. 

Tuvieron dos hijos, a quienes ella consideraba su victoria. Los amaba demasiado. Pero todo esto se derrumbó cuando se vio víctima de los abusos de su esposo. Cada golpe, cada grito era una derrota para ella hasta que él la abandonó. De cierto modo, esa carencia ya era una gran ganancia.

Perdió, pero no había dejado de luchar. Se esforzó trabajando de lo que encontraba. Limpiaba casas, muchas personas que la contrataban se sorprendían porque decía con cada limpieza: “Siempre perdiendo, siempre luchando”. 

Afortunadamente, su lucha alcanzó finalmente una gran conquista. Un hombre un día la contrató y se vio deslumbrado por lo guerrera que era. La acogió y le dio el amor que ella y sus hijos necesitaban. 

Batalló y ganó. En su nueva vida ella podía bailar para su esposo, quien se convirtió en su más grande espectador. Al final de todo, consiguió la mayor victoria de todas, el amor. Sonia fue una soñadora que perdió y siguió luchando.