Por ti
Por ti, mientras disfrutaba aquel delicioso desayuno preparado por mi mamá, no pude evitar preguntarme ¿Cómo puede ser tan fuerte? ¿Será su amor maternal la que no le permite mostrar debilidad? Decidí no quedarme con la duda y preguntar cómo lo lograba; mientras me esforzaba por formular la pregunta y buscar el valor para hacerla, sin darme cuenta me había quedado callada y sumida en aquellos pensamientos.
Mi madre estaba tranquilamente preparándose una deliciosa taza de café, se dio cuenta de algo: había mucho silencio y, cuando volvió a ver a su acompañante de desayuno, a mí, que estaba pensativa, con gracia y un poco de curiosidad por saber qué rondaba por mi mente, de manera linda y honesta, me llamó por mi nombre y pude regresar de mi transe pensativo, captó mi atención con una simple pregunta –¿Qué pasa por tu mente mi princesa guerrera?-
No pude evitar sonreír cuando escuché aquel sobrenombre tan lindo, que me ha dicho desde que era pequeña. (Dice que lo escuchó en la película de una niña, que debió salir adelante sola contra el mundo; no me ha dicho el nombre de la película, según dice no lo recuerda; más sí recuerda que la vio en el momento cuando supo que estaba embarazada de una hermosa niña (refiriéndose a mí y le gustó la idea. Deseaba que respondiera, respiré profundo y me atreví a romper el silencio con mi pregunta:
– Mami, ¿Por qué eres tan fuerte? – Se quedó en silencio por un rato y respondió –Por ti-. – ¿Por mí? Pregunté asombrada y volvió a sonreír, con una voz dulce y segura volvió a responder –Sí por ti-, la confusión en mi rostro le enterneció –la razón por la que soy fuerte es por ti y tus hermanitos; tú fuiste mi primera hija, aquella pequeña que me hizo salir adelante cada mañana, me inspiró a levantarme todos los días y no me permitió rendirme; por ti es que sigo adelante en este camino llamado vida, porque siempre has estado a mi lado y mientras lo estés, no me detendré nunca-.
La mujer que tenía frente a mí, mi madre, la más poderosa, fuerte y hermosa que he conocido, me había dicho todo aquello; salí de mi pequeño trance sorpresivo, me levanté de mi asiento, acercándome a donde se encontraba y la abracé –Gracias, muchas gracias- fue lo que alcancé a susurrar; cuando dejé de abrazarla solo se limitó a sonreírme de nuevo.
Salimos de nuestro pequeño momento de paz cuando nos dimos cuenta de la hora; si no nos apresurábamos llegaríamos tarde a nuestros destinos. Cuando llegamos al colegio bajé del auto y me despedí con un pequeño –Te quiero- a lo que ella me contestó –Te amo- y eso bastó para sacarme una sonrisa y que mi día fuera de una manera linda y tranquila.