Esta es la historia de una chica que no se rindió y que siempre siguió adelante. A pesar de los obstáculos, era feliz con su trabajo, con su familia y amigos. Dentro de lo que cabía tenía una vida normal como la de cualquiera.

Un día de 1990, Magdalena conoció al que iba a ser el papá de su hijo, ese niño que vino a cambiar de forma positiva su futuro. Todo iba muy bien hasta que el esposo decidió irse del país y la dejó sola con su pequeño. Ella siempre tuvo mucha fe en sí misma y no se detuvo ante este revés. Se sintió una mujer dichosa, pues aceptó ser madre sin la presencia de un hombre.

Siempre había luchado por lo que quería y una vez recibió el pago por su trabajo se quiso comprar un carro. Una de sus amigas le recomendó a alguien que vendía autos a buen precio. Ella llamó al comerciante y él amablemente respondió, empezaron a hablar, todo iba muy bien. Magdalena adquirió su vehículo y quedaron en comunicación.

Poco tiempo después se encontraron de nuevo, ya que sus trabajos estaban bastante cerca. Eso les permitió convivir más, pasaron tiempo juntos, tenían una buena conexión, se entretenían y se mostraban mucha confianza.

Uno de esos tantos días Magdalena le conversó a Alexander sobre su niño y del problema con su padre ausente. Él tomó la noticia de la mejor manera, quiso conocer y tratar al pequeño, quien por entonces tenía solo dos años. Alexander decidió hacerse cargo de la criatura cuando pasó a ser el novio de Magdalena. Luego llegó el día en que decidieron vivir juntos.

Un tiempo después se casaron y el niño oficialmente tenía un padrastro. Todo iba muy bien, como lo esperaban. Después Magdalena salió embarazada de una niña, los padres reaccionaron con mucha alegría y ansias de poder tenerla entre sus brazos.

Los niños crecían. Un día Alexander salió a comprar el almuerzo, en el camino se encontró con una mujer linda y carismática. Desde ese momento cambió su carácter, tenía un pésimo comportamiento con su esposa.

Magdalena empezó a notar algo diferente en la forma de ser de su esposo, nada parecido con el hombre de antes. Una tarde en que su marido dormía, sonó su celular y ella se vio en la necesidad de contestar, fue cuando se dio cuenta de la infidelidad.

Se sintió muy mal ante semejante descubrimiento. Cuando Alexander despertó vio su ropa recogida en unas maletas. Magdalena le pidió el divorcio. El marido le rogó que hablaran y que arreglaran su delicada situación, aunque ella, con dolor en su corazón, le contestó con un rotundo no.

Pero, a pesar de todo, ella lo amaba, y él a ella. Alexander era consiente de su error y estaba arrepentido. Magdalena le dio una nueva oportunidad y le volvió a abrir su corazón. De a poco la relación mejoró y siguieron adelante. Hasta el día de hoy luchan por su matrimonio, dando todo por ellos y por sus hijos.

Mi bisabuela Sofía Barreras de Omais, de 76 años, es una colombiana maravillosa. Te podrías sentar con ella horas escuchando las magníficas e interesantes historias sobre su vida, de cómo vivía en su tierra natal o cómo era la época cuando era adolescente. Es un ser muy admirable, mi ejemplo a seguir.

A sus diecisiete años se casó en Barranquilla, Colombia, con mi bisabuelo Khaled Omais, conocido como Calixto. Poco después se mudaron al Líbano y fue un cambio difícil, ya que ella no sabía nada de árabe, el idioma de ese país.

Después de años juntos tuvieron siete hijos: cinco niñas (Shahrazed, Saidy, Oliva, Aishy y Sumaya) y dos varones (Abuzaid y Hussein). Mi bisabuela, aparte de ser una persona íntegra, es una excelente madre.

Con el paso del tiempo sus hijas e hijos se casaron. Hoy, la mayoría ha formado su propia familia. Un día mi bisabuelo enfermó y lastimosamente falleció. “Fue algo muy duro, una despedida muy fuerte”, dijo la bisabuela. La idea de que no iba a volver a ver al amor de su vida, simplemente le dolía.

La familia estuvo junta por ocho días, pero después, cuando todos se fueron, mi bisabuela se quedó con su hija menor, Sumaya, de trece años, viviendo en una casa llena de recuerdos de mi bisabuelo. Luego de la muerte de su amado, se convirtió en musulmana.

La escuela comenzó y Sumaya asistió a sus clases regulares, lo que significaba que mi bisabuela pasaba todo el día sin compañía. Y con el paso de los años Sumaya se casó y fue la última hija en irse del hogar.

Por ese tiempo, mi bisabuela tuvo un derrame que le afectó una de sus piernas y su yerno, o sea mi abuelo Fayze Omais, y la hija de mi bisabuela, mi abuela Saidy Omais, la llevaron a una clínica, con los mejores médicos. Se repuso de aquel trance y nunca se echó para atrás, siempre siguió adelante por ella y por sus hijos. Actualmente vive sola y a veces come donde sus hijas o ellas van a visitarla y cocina sus típicos y deliciosos almuerzos.

Siempre he querido que mi bisabuela venga aquí, a Panamá, para que aprenda de la cultura de mi hermoso país. Ella me mostró que no importa qué tan mal estén las circunstancias que nos rodean, hay que intentarlo; y que siempre en un lugar oscuro encontraré alguna luz que me guíe. También me enseñó que soy capaz de lograr mis metas e inspirarme al ver cómo ella luchó por su familia.

“¡Viva la libertad!”, gritaba la icónica y legendaria patriota Rufina Alfaro, quien gracias a su lucha por la independencia ahora es un gran ejemplo para las niñas y mujeres panameñas.

Su existencia es motivo de un gran debate, ya que no se tienen documentos que confirmen la misma. En el artículo “Rufina Alfaro: ¿mito o realidad histórica?», publicado en el Semanario, de la Universidad de Panamá, el investigador de esta casa de estudios superiores, Antonio Menéndez, menciona que hay un marcado contraste que da fe de su veracidad, pues los primeros pasos independentistas surgieron en la provincia de Los Santos, y en los años recientes al heroico acto no desmintieron la presencia verdadera de la aguerrida dama.

Ana Elena Porras, directora de Cultura de la Universidad de Panamá, ha argumentado que, durante siglos, la historia fue escrita por la mano del hombre y los nombres de las mujeres osadas fueron olvidados de manera sistemática. La profesora menciona que algunos historiadores istmeños niegan la existencia de Rufina Alfaro, sin embargo, hay evidencias parroquiales encontradas por el sociólogo santeño Milciades Pinzón, en torno a que hubo un personaje importante en La Villa de los Santos. Agrega Pinzón que tenía el nombre de Gumersinda Alfaro y posiblemente ella sea nuestra Rufina.

Pese a las opiniones, el pueblo panameño la venera como una mujer que luchó para conseguir la libertad. Aparentemente causó intereses amorosos entre los españoles que se encontraban apostados en La Villa de Los Santos. Al gestarse las ideas de emancipación, ella decidió junto con otros voluntarios unirse a los planes de un alzamiento popular en aquel lugar.

De acuerdo a diversas documentaciones publicadas sobre la heroína, el 10 de noviembre Segundo de Villarreal designó a Rufina Alfaro, aprovechando la intimidad de la joven con los soldados, para que espiara el movimiento dentro del cuartel e informara la situación de los militares, con el fin de realizar la gesta sin derramamiento de sangre.

Al entrar al cuartel, Rufina se percató de que los soldados estaban totalmente distraídos; aprovechó ese momento y dio las señales a sus compañeros para rodear el lugar, sin oposición de los militares. Posteriormente fue convocado un cabildo abierto donde La Villa de los Santos fue nombrada como una “ciudad libre”.

Este hecho histórico es conocido como el Primer Grito de Independencia de La Villa de los Santos. La participación de Rufina Alfaro fue culminada abruptamente después del hecho, además de que su nombre no aparece en el Acta de Independencia de La Villa de los Santos, lo que refuerza su carácter legendario y demuestra su condición de víctima del patriarcado.

Aunque su existencia es incierta, todos sabemos que siempre va a ser recordada y admirada por su osadía y valentía en la lucha por la emancipación de Panamá gritando fuerte y claro: “¡Viva la libertad!”.

En conclusión, después de investigar sobre Rufina Alfaro y leer sobre la historia de este personaje, a pesar de que su figura resulte dudosa, la considero una mujer digna de admirar para quienes hemos escuchado de ella. Creo que todos los ciudadanos deberíamos por lo menos conocer y compartir sobre esta legendaria mujer panameña que ha marcado un hito en nuestra historia.

Minda creció bajo un cálido sol y una refrescante brisa que recorría las hermosas praderas como si le sonrieran a una vida llena de flores blancas y negras. Con todo su futuro por delante, la lista joven quedó embarazada. Al enterarse, su madre la alejó de la casa y ella tuvo que arreglárselas sola.

En el ínterin conoció a una pareja de buhoneros que viajaba y vendía finas y coloridas telas. Minda, con el afán de proteger a su hijo y salir adelante, lo dejó al cuidado de sus hermanos mientras ella emprendía un viaje junto a dichos vendedores para aprender sobre el negocio; el objetivo era adquirir experiencia y emprender el suyo más adelante.

La joven siempre decía que la dedicación y la honestidad eran los valores que la llevarían a ser «alguien». Tan provechosa fue la experiencia, que obtuvo lo suficiente para pagar la educación de su hijo. Sin saber leer ni escribir, logró generar suficientes ganancias económicas y, sobre todo, fama.   

Era la amiga del pueblo, iba de un lado a otro. Ella no conocía la serenidad. Siempre cuestionó las reglas y era curiosa. Un día vendiendo y al siguiente día manifestando su opinión. En fin, quién la entendía. En la época del presidente y militar Jacobo Arbenz (entre 1951 y 1954) salía a manifestar y apoyar al pueblo que pedía mejores condiciones de vida.

Minda pensaba más allá del cuadro que se le presentaba. Tener esa visión era su más grande virtud. Sin embargo, tanta fue su aventura que terminó por aburrirse; así fue, no hay otra explicación. Quería dedicarse a algo diferente; no sabía leer, pero conocía el valor del dinero y decidió empezar una abarrotería y, nuevamente, generó mucho dinero.

No podía estar quieta, en sus venas corría la astucia. Frente a la abarrotería había una gasolinera donde los viajantes y camioneros llegaban. Aprovechó esto y se decidió a venderles café y pan; sus clientes estaban felices. Claro, ya no era Minda, a secas; ahora era doña Minda. Siempre encontraba la manera de sacarle ventaja a las situaciones que se le presentaban. Los campesinos decían que era impredecible: “¿Qué hará ahora?” 

De nuevo, Doña Mina se aburrió y quiso emprender algo más, pero sabía que tenía que dedicarse a completar la educación de su hijo, por ello tuvo que sacrificar varias opciones que pensó. Envió a estudiar a su hijo a Jalapa, a un internado en Antigua Guatemala. Su más grande y anhelado sueño era ver a su hijo en lo más alto, ser un profesional, y para ello tuvo que sobrellevar sacrificios en el camino. Finalmente, su anhelo se cumplió y su retoño marcó el principio de una nueva generación.

Empezó sabiendo nada y terminó sabiéndolo todo. Se atrevió a mucho, arriesgó demasiado, y el que arriesga, gana. Fue una dama de acertadas decisiones.

Los secretos de una inspiradora y admirable mujer, quien subió las escaleras hacia el paraíso luego de vivir 82 aventuras en los diferentes senderos de montañas azarosas, las cuales también estaban llenas de flores…

El 25 de marzo de 1933, en la provincia de Chiriquí, Panamá, nació una mujer excepcional. Dedicada a su familia, Esther Abadi, mejor conocida como Mami, llenó el mundo de luz y enseñanzas. 

Tenía nueve hermanos, cinco hombres y cuatro mujeres. Vivió muchos años en el Istmo, pero al casarse se mudó a Guatemala; se divorció muy joven, con tres hijos pequeños y decidió volver a su tierra, ya que su familia estaba aquí y no encontró propósito en aquel país centroamericano. 

Mami fue una mujer luchadora, quien sacó a sus hijos adelante sin el apoyo de una figura paterna; sin embargo, siempre los crio con respeto hacia su progenitor y nunca habló mal de él. Con ayuda de su hermana sostenía a sus padres y a su hermano menor. Años después, sus retoños se casaron y logró ser abuela y bisabuela. 

Orgullosa de su patria, veía todos los desfiles, así como también marchaba con sus hijos y nietos. Le encantaban las comidas típicas chiricanas, como el suspiro y la cocada. Su casa siempre estaba abierta, tenía un don de recibir a las personas y hacerlas sentir especiales. Mi bisabuela tenía mucha fe en Dios, afrontaba todos los retos con valentía. 

Durante la Invasión de Estados Unidos a Panamá, en 1989, Mami vivía sola. Mi mamá y mi abuelo dormían en ropa y hasta con zapatillas; pero ella, con la puerta del balcón de su cuarto abierta, en pijama y despreocupada. Cuando se sintió amenazada, llamó a la Casa Blanca de los Estados Unidos diciendo que era una mujer sola y que se sentía desprotegida, ¡le mandaron un tanque al frente de su vivienda para cuidarla! Era amiga de todo el mundo. Hasta cuando íbamos al cine conversaba con todos en la fila.

Era una persona feliz, cada día a su lado era de risas y bromas. En una ocasión estaba en Colón trabajando, recibía a los turistas que venían en un crucero, americanos en su mayoría; ella les dijo que era la alcaldesa de Panamá, Mayín Correa. ¡Todos se tomaron fotos con mi abuela y le pidieron autógrafos! Siempre tenía regalos y chocolates para cada uno de sus nietos y era la primera en llamar a desearles un feliz cumpleaños. 

Una de las últimas historias que nos contó fue que tuvo una tienda en el Hotel El Panamá, uno de los más famosos del momento; y mi tío, su nieto, era muy tremendo. Un día se metió a la cocina del alojamiento, le quitó el sombrero al chef y salió huyendo. Corrió hasta que llegó al área de la piscina y el hombre iba detrás de él… y mi abuela también, luego del chef. Todos los que estaban viendo no podían parar de reírse, incluso ella.

La bisabuela Mami fue una mujer increíblemente trabajadora. Se encargaba de vender mercancía en la Zona del Canal. En el año 1986, cuando el Miss Universo fue en Panamá, ella fue chaperona de Miss India, quien la contagió de tuberculosis; a causa de esto sus pulmones quedaron débiles. Falleció el 8 de abril del 2018, pero dejando un sinfín de legados y enseñanzas.

Así continúa la larga vida de esta mujer que lleva más de 5 años destacándose por ser una persona llena de bondad y fortaleza; una mujer que cuida, ayuda y representa la sangre de mi familia, mi sangre.

El cáncer es una enfermedad que entra no solo en tu cuerpo, sino en tu alma como un tornado y te saca el corazón desde adentro. Deja el dolor y el vacío de una pérdida. Todo esto lo sé por medio de la experiencia de mi tía Carmen.

Esta terrible enfermedad no solo la hizo sufrir a ella, realmente estremeció a toda mi familia. Cuando mi tía tenía 42 años le detectaron el mal y afortunadamente no estuvo sola; además de su hijo de 17 años, estaban el resto de personas amadas.

Como muchos con igual diagnóstico, fue al Instituto Oncológico Nacional de Panamá. Ante la situación y lo demandante de la rutina, mi primo permaneció bajo el cuidado de nuestra abuela Lucía, en Chiriquí. Él pasaba meses sin ver a su madre, lo que a ella le parecía injusto.  

No fueron días fáciles. Con el paso de los fuertes tratamientos fue perdiendo el cabello y optó por cortárselo. Luego de un tiempo mejoró y permaneció estable en casa.

Aprovechó esa firmeza para viajar a Chiriquí a ver a mi primo. La visita no duró mucho. Al poco tiempo tuvo que volver a la capital para continuar con el tratamiento para su enfermedad. 

Para asistir a esas citas médicas debía despertarse a las 3:00 a. m. y así tener tiempo de bañarse, arreglarse y llegar al hospital, donde atienden por orden de llegada. A veces, dependiendo de la hora a la que lograba estar, podía salir del médico a eso de las 10:00 a. m. 

Ante el panorama de mejoría continua, mi tía viaja nuevamente a Chiriquí para ver a su hijo. Recuerden que es su motor. Él quiere estar con su madre, por lo que ella accede y regresan juntos a la ciudad capital. 

Llegan a Panamá y a ella le realizan una última quimioterapia. ¡Logra curarse! Por precaución, cada año tiene que regresar a una cita para comprobar que no ha resurgido el cáncer.

Por fortuna, mi tía Carmen no corrió con la misma suerte que mi tía Iris, a quien deseo mencionar. Esta no superó el cáncer, con ella experimentamos en su máxima expresión ese tornado que nos sacó el corazón, dejando vacío y dolor.

TEXTO CORREGIDO

Laura Pilar Vélez Batista, panameña, nacida el 24 de mayo de 1985, es una mujer de gran impacto y reconocida ginecóloga obstetra por su subespecialización poco común en Obstetricia Crítica.

Laura decidió que quería graduarse de Medicina cuando estaba en tercer año de colegio. Inició sus estudios en la Universidad Latina de Panamá, en 2003, donde posteriormente descubrió que su verdadera pasión era el área de Ginecología, dando seguimiento a los partos y trayendo nuevas vidas al mundo.

El camino de Laura para hacer su especialización no fue muy fácil, solo habían abierto cuatro plazas el año que concursó y, a pesar de que se esforzó en sus estudios, no logró el puntaje requerido para obtener un cupo. Entonces se dedicó a trabajar en ambulancias y en cuarto de urgencias, se sentía devastada por no haber obtenido lo que tanto anhelaba para darle continuidad a su carrera y hasta llegó a pensar en renunciar a su sueño de ser ginecóloga.

Un buen día recibió una carta de su mamá que decía: “Laura Pilar, confía en ti, retoma los libros y vuelve a intentarlo”. Para Laura ese papel, que aún conserva, cambió todo y fue el impulso que necesitaba para tratar una vez más  Entonces concursó nuevamente y logró la puntuación, sin imaginar siquiera el gran reto que estaba por venir.

Se había ganado la plaza, pero no donde le hubiese gustado. La ubicaron en el Hospital Manuel Amador Guerrero, en Colón, que estaba lejos de ser el lugar anhelado para estudiar. Pensó en renunciar y esperar otros seis meses para volver a aplicar en un centro médico en la ciudad capital, pero nuevamente la mamá la animó y la llevó de la mano hasta el nosocomio donde tenía que hacer cuatro años de residencia.

Ejerciendo, Laura se percata de una gran problemática en el área de cuidados intensivos: muchas jóvenes morían por complicaciones en sus embarazos y abortos. Así descubre la necesidad de un ginecólogo en obstetricia crítica en el hospital de Colón, pero solo había cuatro médicos con esa especialidad en Panamá y todos ejercían en la capital. Entonces Laura decide estudiar la subespecialización.

“El plan de Dios es perfecto. Si no hubiera estudiado en el hospital de Colón, nunca hubiera decidido tomar la subespecialización en Obstetricia Crítica y no sería quien soy el día de hoy. Doy gracias a la provincia de Colón que me formó”, reconoce.

Entre sus aportes, la doctora Laura Vélez ha sido de gran beneficio para muchas pacientes con embarazo de alto riesgo y para el Hospital Manuel Amador Guerrero. Además, ha participado en varios libros a nivel nacional e internacional de evaluación neurocrítica en pacientes obstétricas. También planea continuar con sus estudios y transmitir posteriormente sus conocimientos como profesora universitaria.

¿Existirán directrices que determinen qué es una verdadera mujer? Y si así fuera, ¿serían lo suficientemente exactas como para poder medir el alcance de esa definición? En ocasiones se toma en cuenta la independencia, el poder y la autoridad femenina en su día a día. Por ejemplo, se indica que una mujer debe ser independiente a nivel económico y no tiene que pedirle permiso a nadie. ¿Eso es todo?

Desde pequeña he vivido rodeada de damas de todas las edades, con diferente calidad de vida, educación y aspiraciones, aunque todas comparten una misma característica: su autenticidad. Para determinar a una verdadera mujer, he decidido medirla por su razonamiento, valores, habilidades, tenacidad y, lo más importante, su aporte al desarrollo de la sociedad.

Cada fémina lleva consigo una historia lo suficientemente impactante como para perdurar con los años; aún cuando esa persona ha muerto, su legado nunca lo hace. Así es el caso de Ana de León Reyes.

Ana nació el 7 de julio de 1940, en Cerro Morado, Panamá; ahí vivió hasta el día que contrajo nupcias. Provenía de una familia numerosa, compuesta por sus padres y siete hermanos. Se casó a los quince años con Octavio Castillo, quien en ese momento había cumplido veintiuno. Su matrimonio dio como fruto una familia de siete hijos y quince nietos.

Después de su matrimonio, Ana se mudó a El Naranjal de Aguadulce, en la provincia de Coclé, donde formó su familia. Dio a luz a su primer hijo, Elías Castillo. Desde ese momento empezó una nueva lucha para Ana.

Elías, también conocido como Poli, nació con síndrome de Down. En esa época era una condición bastante desconocida y con poca esperanza de vida. Ana se encontraba desesperada por encontrar una solución a esta situación. Ella se esforzaría para que su hijo viviera más de lo que la medicina y la ciencia estipulaban.

Su determinación la llevó a inventar estrategias para hacer que su hijo caminara, hablara y se desarrollara como un ser independiente. Los métodos que implementó fueron: atarle las piernas con sábanas para que se unieran y pudiera caminar con más normalidad; seleccionar un grupo de palabras con las que Poli lograra comunicarse con el resto de la familia y que lo entendieran. Poli logró alcanzar los 62 años, una sorpresa para todos, en especial los médicos.

Este no fue el único reto que Ana afrontó: su séptima hija, Dita, nació con paladar hendido. Discapacidad que le dificultaba la comunicación y la ingesta de alimentos. Fueron días en que Ana, desesperada, buscaba una solución al constante llanto de su hija por el hambre, ya que no podía comer. Ante tan agobiante escenario, Ana desarrolló un biberón con una tetina lo suficientemente larga para pasar el cielo de la boca y que los alimentos llegaran directamente a la garganta.

Sin lugar a dudas, Ana fue determinada, valiente, persistente, positiva e innovadora. Capaz de razonar y resolver sus problemas; usando sus habilidades logró sacar adelante a sus hijos y a su hogar. Rompió el estigma de que las mujeres tenemos que ser dependientes de un hombre y demostró que una verdadera fémina es perseverante, esforzada por lo que quiere y, lo más importante, auténtica. Ana, sin miedo alguno, desafió a la ciencia y a la medicina; luchó por sus hijos y aún con pocos recursos económicos los formó como seres prósperos en todos los aspectos. Ella es una verdadera mujer, ¿lo eres tú?

Déjame contarte una historia corta, pero grandiosa de una mujer que ha observado al mundo como un reto más. Su llegada fue una sorpresa, pues su padre, un personaje de carácter fuerte con un par de hijos más, no la recibió como se esperaba.

Esta pequeña entró al mundo de los abuelos García cuando tenía un año y medio. Todos sentían emoción al ver a esa tierna nena tan rubia como el girasol y resplandeciente como un rayo de sol que se ganaría el corazón del señor don Augusto. Este, junto a su esposa, doña Güicha, fue el encargado de acogerla hasta los amaneceres de sus 25 vueltas al sol.

La niña era tan dulce como flor resplandeciente en el verano. Su abuelo, Papá Augusto, sería quien se convertiría en su adoración; era el que más la consentía y amaba. ¿Qué se podía hacer si ese cariño era incondicional?

Esta pequeña se estableció en la vida de todos aquellos que habitaban ese hogar: su tía, doña Marina, la mayor de cuatro hermanos, hermana de su papá; y un par de tíos, que dejaban mucho que desear… Doña Marina y su hija Erica, mi mamá, se convertirían en sus figuras maternas con doña Güicha, quien para Paula siempre sería un ejemplo claro de fortaleza y trabajo duro, porque era el pilar de la gran familia.

Paula era inocente y lamentablemente algunos de sus parientes le solían desear el mal. Muchos la envidiaban por el fuerte amor que su abuelo sentía por ella; claro, existía en muchos el interés por el bolsillo del señor… Su padre nunca fue un apoyo, ya que la familia de él siempre se encargó de dejarla por fuera, lo obligaban a estar lejos de ella.

Así pasaron los años, con altibajos. La niña no buscaba regalos ni dinero, solo guardaba amor. Papá Augusto la adoraba, le encantaba pasar tiempo con ella y le brindaba dulces y presentes. Para él era su Paulita, su Paly… Sus figuras maternas se encariñaron de la misma manera, y ella las llamaba sus madres.

Mi mamá solía llevarla a donde fuera necesario; todos creían que era suya. Más tarde se les unió otra figura paterna, Daniel, el esposo de Erica, mi papá. Después llegó Belén, la hija de la pareja, mi hermana. Paly y Belén crecieron y compartieron juntas como hermanas.

Lamentablemente, ocurrió uno de los hechos más difíciles para la pequeña y muchos de los García: Papá Augusto falleció. A todos les dolió, pero más a aquella niña de diez años quien vio partir a la persona que caminaba a su lado cuando los demás la intentaban herir, quien la alejaba de las malas influencias y la amaba como nadie.

¡Qué de sucesos los que se le comenzaron a presentar desde aquel día!… Pasaron los meses y nací yo, mi mamá dejó de vivir con mis abuelitas; la pequeña se quedó con ellas y con mi tío.

Paly creció y en su adolescencia hubo momentos atroces llenos de murmuraciones de los adultos. Cuando mamá debía irse que Belén y yo nos quedamos con nuestras abuelitas y nuestra hermana Paly, yo podía escuchar todo lo que se hablaba, pero no comprendía lo que ella sufría. Paly hablaba de los problemas como si no fueran importantes, pero la lastimaban. ¡Sí que me duele no haber hecho nada!

A pesar de todo, Paly logró graduarse en el Colegio Boston entre sudor, lágrimas y dolor. Decidió estudiar Psicología en la Universidad Rafael Landívar, en su sede de Antigua Guatemala. Así fue como Paula María García Gonzales se convirtió en licenciada en Psicología Clínica a los veinticuatro años, para ayudar en el cuidado de la salud mental de todas las personas que necesitaran de sus conocimientos.

¡Cómo no darles protagonismo a los sucesos de la vida de Paly! Es ella quien sigue brindando una mano amiga a los demás, creando espacios para la atención de quienes buscan un apoyo psicológico y, especialmente, para los niños. Ha sido todo un placer tenerla a mi lado; es mi hermana y una gran mujer, con metas bien definidas: seguir estudiando y obtener títulos que le permitan crecer aún más como profesional para seguir brindando a la gente la oportunidad de sanar y mejorar.

En San Pedro de Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica, en 1944 nació una mujer con prioridades diferentes a las de muchas otras, pues sabía muy bien que la vida de cada quien era única. Para mi tía Nidia Araya Alfaro, su propósito y lo que quería era lo único que realmente importaba.

Nunca estuvo interesada en el amor. Su familia no poseía riquezas ni grandes terrenos, vivían con lo que tenían, pero a ella le encantaba, pues sus hermanos y sus padres eran su prioridad.

Un día, un conocido de la familia le propuso una oportunidad que le cambiaría su vida para siempre. Nidia aceptó gustosa el puesto de conserje en la Universidad de Costa Rica.

Como una joven en esos tiempos, Nidia sabía muy bien las reglas y siempre trató de seguirlas cuidadosamente, sin sospechar que era una mujer revolucionaria y más de lo que alguna vez le prohibieron ser. Ella no estaba interesada en tener un esposo y dedicarle su vida a él, mucho menos ser una madre de familia con el único propósito de servir a su núcleo y en los quehaceres de la casa. Hacía todo por gusto y no por la obligación de cumplir con los demás.

Empezó a trabajar porque sabía que eso necesitaba para vivir. Brindar estabilidad a su amada familia era una de sus verdaderas prioridades, laboraba siendo la única mujer conserje en aquel recinto educativo. Dejó ver su gran poderío e imponente fuerza demostrando así que una mujer era capaz de ejercer una profesión “de hombres”. Trabajó por veinticinco años, bien ganados, y en todo ese tiempo no hubo nada ni nadie que la desviara de su fin.

Nidia tenía muy claro lo que quería, y lo logró; su propósito siempre había sido servir a los que más quería, cuidar de cada uno de ellos cuando más la necesitaban y demostrarles el amor más ingenuo. Sin embargo, tuvo que afrontar muchas críticas de familias infelices, incapaces de aceptar que cada mujer es dueña de su vida y que el hecho de casarse y tener hijos o no, no define a alguien. A Nidia nunca le importaron los juicios de terceros y estaba feliz consigo.

Existen muchas ideas abrumadoras de mujeres oprimidas que han llevado a la ruina a más de una. Desde niñas a muchas les enseñan que para estar realizada se deben casar, tener hijos y, sobre todo, servir a un hombre, haciendo ver al sexo femenino como máquinas reproductoras, sin escapatoria alguna. A cuantiosas féminas se les obligó a brindar honor a su familia, al casarse y tener hijos contra su propia voluntad. Pero, en el caso de otras, como en el de Nidia, mujeres independientes y sin hijos, eran llamadas malditas o arruinadas, ya que ningún hombre se había fijado en ellas para hacerlas mujeres de familia. Tal vez, a Nidia simplemente le «barrieron los pies” y tuvo mala suerte.

Con su historia mi tía demuestra que cada quien es un mundo, que la sociedad nos ha encerrado en un solo estereotipo de mujer perfecta, pero no podemos olvidar el hecho de que somos féminas únicas y diferentes, que han venido a enseñarle al mundo el verdadero significado de ser mujer.