La caída de los pétalos

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Así continúa la larga vida de esta mujer que lleva más de 5 años destacándose por ser una persona llena de bondad y fortaleza; una mujer que cuida, ayuda y representa la sangre de mi familia, mi sangre.

El cáncer es una enfermedad que entra no solo en tu cuerpo, sino en tu alma como un tornado y te saca el corazón desde adentro. Deja el dolor y el vacío de una pérdida. Todo esto lo sé por medio de la experiencia de mi tía Carmen.

Esta terrible enfermedad no solo la hizo sufrir a ella, realmente estremeció a toda mi familia. Cuando mi tía tenía 42 años le detectaron el mal y afortunadamente no estuvo sola; además de su hijo de 17 años, estaban el resto de personas amadas.

Como muchos con igual diagnóstico, fue al Instituto Oncológico Nacional de Panamá. Ante la situación y lo demandante de la rutina, mi primo permaneció bajo el cuidado de nuestra abuela Lucía, en Chiriquí. Él pasaba meses sin ver a su madre, lo que a ella le parecía injusto.  

No fueron días fáciles. Con el paso de los fuertes tratamientos fue perdiendo el cabello y optó por cortárselo. Luego de un tiempo mejoró y permaneció estable en casa.

Aprovechó esa firmeza para viajar a Chiriquí a ver a mi primo. La visita no duró mucho. Al poco tiempo tuvo que volver a la capital para continuar con el tratamiento para su enfermedad. 

Para asistir a esas citas médicas debía despertarse a las 3:00 a. m. y así tener tiempo de bañarse, arreglarse y llegar al hospital, donde atienden por orden de llegada. A veces, dependiendo de la hora a la que lograba estar, podía salir del médico a eso de las 10:00 a. m. 

Ante el panorama de mejoría continua, mi tía viaja nuevamente a Chiriquí para ver a su hijo. Recuerden que es su motor. Él quiere estar con su madre, por lo que ella accede y regresan juntos a la ciudad capital. 

Llegan a Panamá y a ella le realizan una última quimioterapia. ¡Logra curarse! Por precaución, cada año tiene que regresar a una cita para comprobar que no ha resurgido el cáncer.

Por fortuna, mi tía Carmen no corrió con la misma suerte que mi tía Iris, a quien deseo mencionar. Esta no superó el cáncer, con ella experimentamos en su máxima expresión ese tornado que nos sacó el corazón, dejando vacío y dolor.