Minda creció bajo un cálido sol y una refrescante brisa que recorría las hermosas praderas como si le sonrieran a una vida llena de flores blancas y negras. Con todo su futuro por delante, la lista joven quedó embarazada. Al enterarse, su madre la alejó de la casa y ella tuvo que arreglárselas sola.

En el ínterin conoció a una pareja de buhoneros que viajaba y vendía finas y coloridas telas. Minda, con el afán de proteger a su hijo y salir adelante, lo dejó al cuidado de sus hermanos mientras ella emprendía un viaje junto a dichos vendedores para aprender sobre el negocio; el objetivo era adquirir experiencia y emprender el suyo más adelante.

La joven siempre decía que la dedicación y la honestidad eran los valores que la llevarían a ser «alguien». Tan provechosa fue la experiencia, que obtuvo lo suficiente para pagar la educación de su hijo. Sin saber leer ni escribir, logró generar suficientes ganancias económicas y, sobre todo, fama.   

Era la amiga del pueblo, iba de un lado a otro. Ella no conocía la serenidad. Siempre cuestionó las reglas y era curiosa. Un día vendiendo y al siguiente día manifestando su opinión. En fin, quién la entendía. En la época del presidente y militar Jacobo Arbenz (entre 1951 y 1954) salía a manifestar y apoyar al pueblo que pedía mejores condiciones de vida.

Minda pensaba más allá del cuadro que se le presentaba. Tener esa visión era su más grande virtud. Sin embargo, tanta fue su aventura que terminó por aburrirse; así fue, no hay otra explicación. Quería dedicarse a algo diferente; no sabía leer, pero conocía el valor del dinero y decidió empezar una abarrotería y, nuevamente, generó mucho dinero.

No podía estar quieta, en sus venas corría la astucia. Frente a la abarrotería había una gasolinera donde los viajantes y camioneros llegaban. Aprovechó esto y se decidió a venderles café y pan; sus clientes estaban felices. Claro, ya no era Minda, a secas; ahora era doña Minda. Siempre encontraba la manera de sacarle ventaja a las situaciones que se le presentaban. Los campesinos decían que era impredecible: “¿Qué hará ahora?” 

De nuevo, Doña Mina se aburrió y quiso emprender algo más, pero sabía que tenía que dedicarse a completar la educación de su hijo, por ello tuvo que sacrificar varias opciones que pensó. Envió a estudiar a su hijo a Jalapa, a un internado en Antigua Guatemala. Su más grande y anhelado sueño era ver a su hijo en lo más alto, ser un profesional, y para ello tuvo que sobrellevar sacrificios en el camino. Finalmente, su anhelo se cumplió y su retoño marcó el principio de una nueva generación.

Empezó sabiendo nada y terminó sabiéndolo todo. Se atrevió a mucho, arriesgó demasiado, y el que arriesga, gana. Fue una dama de acertadas decisiones.

Los secretos de una inspiradora y admirable mujer, quien subió las escaleras hacia el paraíso luego de vivir 82 aventuras en los diferentes senderos de montañas azarosas, las cuales también estaban llenas de flores…