Déjame contarte una historia corta, pero grandiosa de una mujer que ha observado al mundo como un reto más. Su llegada fue una sorpresa, pues su padre, un personaje de carácter fuerte con un par de hijos más, no la recibió como se esperaba.

Esta pequeña entró al mundo de los abuelos García cuando tenía un año y medio. Todos sentían emoción al ver a esa tierna nena tan rubia como el girasol y resplandeciente como un rayo de sol que se ganaría el corazón del señor don Augusto. Este, junto a su esposa, doña Güicha, fue el encargado de acogerla hasta los amaneceres de sus 25 vueltas al sol.

La niña era tan dulce como flor resplandeciente en el verano. Su abuelo, Papá Augusto, sería quien se convertiría en su adoración; era el que más la consentía y amaba. ¿Qué se podía hacer si ese cariño era incondicional?

Esta pequeña se estableció en la vida de todos aquellos que habitaban ese hogar: su tía, doña Marina, la mayor de cuatro hermanos, hermana de su papá; y un par de tíos, que dejaban mucho que desear… Doña Marina y su hija Erica, mi mamá, se convertirían en sus figuras maternas con doña Güicha, quien para Paula siempre sería un ejemplo claro de fortaleza y trabajo duro, porque era el pilar de la gran familia.

Paula era inocente y lamentablemente algunos de sus parientes le solían desear el mal. Muchos la envidiaban por el fuerte amor que su abuelo sentía por ella; claro, existía en muchos el interés por el bolsillo del señor… Su padre nunca fue un apoyo, ya que la familia de él siempre se encargó de dejarla por fuera, lo obligaban a estar lejos de ella.

Así pasaron los años, con altibajos. La niña no buscaba regalos ni dinero, solo guardaba amor. Papá Augusto la adoraba, le encantaba pasar tiempo con ella y le brindaba dulces y presentes. Para él era su Paulita, su Paly… Sus figuras maternas se encariñaron de la misma manera, y ella las llamaba sus madres.

Mi mamá solía llevarla a donde fuera necesario; todos creían que era suya. Más tarde se les unió otra figura paterna, Daniel, el esposo de Erica, mi papá. Después llegó Belén, la hija de la pareja, mi hermana. Paly y Belén crecieron y compartieron juntas como hermanas.

Lamentablemente, ocurrió uno de los hechos más difíciles para la pequeña y muchos de los García: Papá Augusto falleció. A todos les dolió, pero más a aquella niña de diez años quien vio partir a la persona que caminaba a su lado cuando los demás la intentaban herir, quien la alejaba de las malas influencias y la amaba como nadie.

¡Qué de sucesos los que se le comenzaron a presentar desde aquel día!… Pasaron los meses y nací yo, mi mamá dejó de vivir con mis abuelitas; la pequeña se quedó con ellas y con mi tío.

Paly creció y en su adolescencia hubo momentos atroces llenos de murmuraciones de los adultos. Cuando mamá debía irse que Belén y yo nos quedamos con nuestras abuelitas y nuestra hermana Paly, yo podía escuchar todo lo que se hablaba, pero no comprendía lo que ella sufría. Paly hablaba de los problemas como si no fueran importantes, pero la lastimaban. ¡Sí que me duele no haber hecho nada!

A pesar de todo, Paly logró graduarse en el Colegio Boston entre sudor, lágrimas y dolor. Decidió estudiar Psicología en la Universidad Rafael Landívar, en su sede de Antigua Guatemala. Así fue como Paula María García Gonzales se convirtió en licenciada en Psicología Clínica a los veinticuatro años, para ayudar en el cuidado de la salud mental de todas las personas que necesitaran de sus conocimientos.

¡Cómo no darles protagonismo a los sucesos de la vida de Paly! Es ella quien sigue brindando una mano amiga a los demás, creando espacios para la atención de quienes buscan un apoyo psicológico y, especialmente, para los niños. Ha sido todo un placer tenerla a mi lado; es mi hermana y una gran mujer, con metas bien definidas: seguir estudiando y obtener títulos que le permitan crecer aún más como profesional para seguir brindando a la gente la oportunidad de sanar y mejorar.