¿Existirán directrices que determinen qué es una verdadera mujer? Y si así fuera, ¿serían lo suficientemente exactas como para poder medir el alcance de esa definición? En ocasiones se toma en cuenta la independencia, el poder y la autoridad femenina en su día a día. Por ejemplo, se indica que una mujer debe ser independiente a nivel económico y no tiene que pedirle permiso a nadie. ¿Eso es todo?

Desde pequeña he vivido rodeada de damas de todas las edades, con diferente calidad de vida, educación y aspiraciones, aunque todas comparten una misma característica: su autenticidad. Para determinar a una verdadera mujer, he decidido medirla por su razonamiento, valores, habilidades, tenacidad y, lo más importante, su aporte al desarrollo de la sociedad.

Cada fémina lleva consigo una historia lo suficientemente impactante como para perdurar con los años; aún cuando esa persona ha muerto, su legado nunca lo hace. Así es el caso de Ana de León Reyes.

Ana nació el 7 de julio de 1940, en Cerro Morado, Panamá; ahí vivió hasta el día que contrajo nupcias. Provenía de una familia numerosa, compuesta por sus padres y siete hermanos. Se casó a los quince años con Octavio Castillo, quien en ese momento había cumplido veintiuno. Su matrimonio dio como fruto una familia de siete hijos y quince nietos.

Después de su matrimonio, Ana se mudó a El Naranjal de Aguadulce, en la provincia de Coclé, donde formó su familia. Dio a luz a su primer hijo, Elías Castillo. Desde ese momento empezó una nueva lucha para Ana.

Elías, también conocido como Poli, nació con síndrome de Down. En esa época era una condición bastante desconocida y con poca esperanza de vida. Ana se encontraba desesperada por encontrar una solución a esta situación. Ella se esforzaría para que su hijo viviera más de lo que la medicina y la ciencia estipulaban.

Su determinación la llevó a inventar estrategias para hacer que su hijo caminara, hablara y se desarrollara como un ser independiente. Los métodos que implementó fueron: atarle las piernas con sábanas para que se unieran y pudiera caminar con más normalidad; seleccionar un grupo de palabras con las que Poli lograra comunicarse con el resto de la familia y que lo entendieran. Poli logró alcanzar los 62 años, una sorpresa para todos, en especial los médicos.

Este no fue el único reto que Ana afrontó: su séptima hija, Dita, nació con paladar hendido. Discapacidad que le dificultaba la comunicación y la ingesta de alimentos. Fueron días en que Ana, desesperada, buscaba una solución al constante llanto de su hija por el hambre, ya que no podía comer. Ante tan agobiante escenario, Ana desarrolló un biberón con una tetina lo suficientemente larga para pasar el cielo de la boca y que los alimentos llegaran directamente a la garganta.

Sin lugar a dudas, Ana fue determinada, valiente, persistente, positiva e innovadora. Capaz de razonar y resolver sus problemas; usando sus habilidades logró sacar adelante a sus hijos y a su hogar. Rompió el estigma de que las mujeres tenemos que ser dependientes de un hombre y demostró que una verdadera fémina es perseverante, esforzada por lo que quiere y, lo más importante, auténtica. Ana, sin miedo alguno, desafió a la ciencia y a la medicina; luchó por sus hijos y aún con pocos recursos económicos los formó como seres prósperos en todos los aspectos. Ella es una verdadera mujer, ¿lo eres tú?