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Aclaro, no quiero escribir los versos más tristes, sino la historia de una pequeña infanta. En la década de los 70 nació Angelina Lázara Pelegrín, en la ciudad de Santiago, provincia de Veraguas. 

Con el correr del tiempo, a la pobrecilla la llevaron a vivir a un pueblo costeño llamado Boca Vieja de Mariato, en donde imperaba la voluntad de pescadores y hombres machistas, entregados a la bebida. Eran por excelencia los jefes de puestos de ventas de este pueblo.

Desde pequeña, Angelina presentó muy buenos sentimientos, con mucho apego a su familia; su abuela siempre la tuvo a raya y no la dejaba compartir con otras niñas del lugar para evitar el bullying por ser sorda. Para esta pequeña, la única alegría era jugar sola en el mar con los tamboriles y asustar a los pelícanos que se acercaban a la costa, justo frente a su casa.

Las vacaciones benditas, eran las que disfrutaba en el campo, en casa de sus abuelos y tíos, rodeada de primos queridos. Adoraba los cañaverales, a pesar de sentir miedo a las iguanas que habitaban allí. Se esforzó tanto para vencer ese miedo que, a partir de su adolescencia, comenzó a estudiarlas. Así fue creciendo y aprendiendo las cosas únicas de la vida. Nadie le advirtió los peligros y designios de esta.

Por encima de su discapacidad auditiva, Angelina aprendió a bailar en la escuela primaria y aunque era la mejor bailarina, no fue seleccionada para la escuela de danza. Su primer golpe de vida. 

Continuó mejorando la técnica hasta participar en un evento nacional. Ella no escuchaba la música, pero sí sentía las vibraciones sobre el escenario con la bocina hacia abajo; sobresalió en el concurso con una cumbia darienita, ganó los aplausos y ovaciones de un gran público.

Más adelante, en la escuela secundaria destacó mucho en el deporte y la danza, sin obviar que fue muy buena estudiante. Sin embargo, al terminar esta etapa experimentó su segundo golpe de vida: no podía ser marinera, su sueño de viajar por el ancho mar le fue vetado. 

Y no se rindió. Todo esto la hizo esforzarse mucho más para lograr ser la doctora que tanto anhelaba. Nuevamente, su esfuerzo fue en vano, le llegó su tercer y último golpe de vida: “Si no escuchas el estetoscopio, no podrás ser médica”, le dijeron. Consternada y muy golpeada, renunció a esa ilusión y continuó su vida por otro rumbo.

Otras oportunidades le vinieron, y mucho mejores, pues Angelina se hizo una profesional de la química. Gracias a su excelente sentido del olfato estudió en el Instituto de Perfumería de Grasse, en Francia, y logró ser una famosa perfumista de alta gama, de marcas de renombre mundial, que colaboró con importantes diseñadores de diversos países. 

Esto es una muestra de la constancia de esta niña que logró romper las barreras de los sonidos para lograr otras metas en la vida, incluso superiores que las que había soñado.

Eran las 8:32 a. m. y el sol quemaba más que un fósforo. No tenía ganas de nada, así que encendí la televisión y mientras pasaban una publicidad sobre una mujer nadadora, me llamó la atención lo audaz que era, cómo llevaba el control a la hora de estirar sus brazos y hundirlos una vez más para moverse de forma tan rápida. ¡Qué sorprendente era!

Curiosa, le pregunté a mi madre quién era y me respondió:

—Ella es la Sirenita de Oro, por ser una espectacular nadadora ha dejado al país en la cima.

—¡Qué maravilloso! —dije, aún admirada por su gran velocidad a la hora de entrar al agua.

«Ojalá pudiera ser como ella», pensé.

Salí de mi casa, con el sol un poco bajo, mientras los rayos de color naranja acariciaban el hermoso mar, al fondo los barcos pasaban una y otra vez. De repente, encontré a un señor sentado en una banca con un periódico en la mano que, curiosamente, tenía en la portada la foto de aquella nadadora que había visto en la televisión.

— ¿Podría mirar lo que tiene en la mano? —cuestioné estirando mi brazo para agarrar el papel.

El señor asintió y me preguntó:

─ ¿Qué te llamó la atención, querida?

─ Aquella chica me interesó por lo audaz que es y el entusiasmo que transmite ─dije con curiosidad.

Abrí el diario y leí que se trataba de Eileen, quien nació el 31 de marzo de 1981, mujer maravillosa, hermosa e inteligente que desde niña mostró gran entusiasmo por la natación, y quien no solo había ganado medallas en el deporte acuático, sino también el corazón de los panameños.

Y es que desde los cinco años de edad ella comenzó a nadar en la piscina del Club de Montaña, en Panamá y su primer maestro de natación fue José Zamora; pero su verdadera trayectoria en la natación inició a sus siete.

La pequeña, que también tomaba clases de ballet, recibía el amor dulce de sus padres Guadalupe Alemán y Pedro Coparropa. Asistió al Colegio de La Salle, luego de un tiempo estudió en Fort Lauderdale College, Estados Unidos, donde se preparó para los Juegos Olímpicos de Sidney, Australia.

La Federación Panameña de Natación considera que Eileen fue una de las mujeres más rápidas del continente y una de las primeras quince del mundo en el agua. Una de sus hazañas es que fue la primera nadadora panameña en obtener dos medallas de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, realizados en Venezuela, en 1998. Además, en el evento de 2002, en El Salvador, marcó un nuevo récord en los 50 metros libres con un tiempo de 25,68 segundos.

Ella ha dejado al país en alto y por ello le han rendido homenajes, la piscina ubicada en la Ciudad Deportiva Irving Saladino lleva su nombre.

Eileen Coparropa es una inspiración por su destacado trabajo en la natación, por lo que sin dudarlo me dije: «De verdad, quiero ser como ella».

El 26 de enero de 1969, dentro de toda la galaxia, en Viejo Veranillo, ciudad de Panamá, llegó un pequeño destello que llenaría la vida de su familia de alegría y gozo, pero que también tendría un gran camino por recorrer para algún día ser la luz de cientos de pequeñas estrellas. Su nombre es Omaira Arosemena. 

Los recuerdos de su infancia permanecen en su memoria con mucho cariño y los atesora como lo más valioso. En una familia numerosa, sus padres no podían brindarle todos los lujos que un niño quisiera tener, pero le dieron algo mucho más preciado, algo que marcaría su vida y la haría estar eternamente agradecida: le enseñaron a ser constructora de su futuro. 

A medida que iba creciendo, sus sueños también lo hacían. Un buen día se encontró con dos personas hablando un lenguaje distinto al que ella conocía, el inglés, se sintió inspirada, con ganas de aprender y poder comunicarlo. Y por su mente pasó: “Algún día llegaré a hablar este idioma tan fascinante y se lo enseñaré a todos esos pequeños cometas que están por nacer”. 

Así que, desde muy temprana edad, se mostró decidida y centrada en alcanzar sus metas; sin embargo, el trayecto no fue nada sencillo de atravesar. 

Omaira tomó la decisión de estudiar dicha lengua en la Universidad de Panamá, por desgracia no pudo pasar la prueba de admisión a la Escuela de Inglés debido a su escaso conocimiento del idioma. Asimismo, fuerzas oscuras llenas de recelo e insatisfacción quisieron frenarla, pero eso no la detuvo, la hizo más fuerte, sin darse por vencida comenzó a prepararse para su gran viaje. Era imparable, sabía que si se adiestraba y adquiría más conocimiento podría alcanzar el espacio.

Volvió a intentar, regresó a la universidad e hizo la prueba, aprobando esta vez; no obstante, lo más arduo estaba por comenzar, un viaje lleno de peligros y obstáculos la acechaba, pero una vez más logró combatirlos.

También encontró más luceros como ella, que la aconsejaron y ayudaron a estar más cerca de su meta, pues veían su gran potencial, una chispa que estaba por estallar, alguien con el conocimiento suficiente como para conducir a los precursores del futuro a alcanzar también sus propios deseos.

Así fue como alcanzó su mayor anhelo, empezó a trabajar en la Escuela Bilingüe de Cerro Viento, donde por fin podía saborear los frutos que habían dado tantos años de entrega. Implementó en su trabajo todas esas lecciones que aprendidas y transmitió a sus estudiantes un sentimiento de superación, los alentó a alcanzar el cielo, tal como una vez lo hizo ella.

Omaira se convirtió en la madre de las estrellas y guio a los pequeños destellos de luz hacia su máximo brillo. Cada día buscaba impulsar el futuro de las nuevas generaciones a lugares inimaginables. Y es que todos podemos alcanzar nuestros sueños por más imposibles que parezcan, pues en cada uno de nosotros hay una chispa que algún día estallará y brillará.

Que la perseverancia sea tu motor y la esperanza tu gasolina.

Soy escritora realista, y como observadora de lo que me rodea creo que es de suma importancia dar a conocer la historia de una mujer valiente, luchadora, optimista, que no se deja vencer por los obstáculos. Una guerrera que nos contagia de esas ganas de luchar y hacer realidad nuestros sueños.

Ella es Maritza Esther Fuentes González, baja estatura, piel pálida, ojos cafés, madre de tres hijos muy educados: dos mujeres y un varón.

Su infancia no fue la mejor, desde muy pequeña empezó a trabajar, puesto que eran muchos hermanos y su mamá no los podía sustentar a todos. Uno de sus sueños era estudiar Medicina, pero su situación económica no se lo permitió y solo pudo graduarse de sexto año.

Su relación con su progenitora tampoco era buena. Justamente por eso ella siempre quiso ser diferente. Ser una madre ejemplar para sus hijos.

Maritza entró a trabajar en un local donde molían maíz por un periodo de tres años, pero en ese tiempo desarrolló una enfermedad crónica que le impedía el movimiento de sus manos y extremidades. No pudo seguir.

La afección fue robando el espacio de sus hijos, apagando sus alegrías. Golpe muy fuerte y triste para sus tres niños, quienes sufrían al verla en esa condición y sin  poder hacer nada. Verla consumirse lentamente ante ellos fue devastador.

El panorama era aterrador porque Maritza no contaba ni siquiera con el apoyo del padre de sus hijos. Pero no se quedó de manos cruzadas. Para ganarse el pan, comenzó a vender duros de fruta a diez y veinticinco centavos en su casa. Cuando su salud mejoró un poco, le salió un trabajo como niñera. De esta manera logró conseguir recursos para la educación de sus tres retoños.

La oscuridad no es eterna si no te rindes. Maritza en estos momentos reside en un apartamento con sus hijos. La mayor culminó sus estudios secundarios con la ayuda y el esfuerzo de su mamá, siempre enfocada en que no pasara por las dificultades que ella atravesó cuando era joven. Luego, ingresó a la universidad, donde se graduó con honores y obtuvo el título de licenciada en Estimulación Temprana y Orientación Familiar, con tan solo veintidós años. Su hija ahora labora en una guardería, atendiendo a niños con quienes aplica todo lo aprendido en su profesión.

Su hijo, el mediano, logró terminar sus estudios secundarios e ingresó a la universidad para estudiar Arquitectura. Con el tiempo se interesó en otros temas y cambió de carrera, aún no se ha graduado, pero su madre tiene la certeza de que él también logrará su título.

La menor de sus hijas cursa quinto año de secundaria y es una de las mejores estudiantes de la clase. Por sus buenas calificaciones, ha ganado una beca que le facilita pagar la escuela.

Maritza es una mujer luchadora y ha demostrado esa perseverancia en su propia vida. Ella siempre insiste que, por más difícil que sean la circunstancias, incluso cuando creas que no podrás salir adelante, no te rindas, porque quien lucha al final obtendrá la victoria.

Sin duda una mujer que enfrentó grandes desafíos, pero que logró superarlos con esfuerzo. De ella aprendemos a no dejarnos vencer por el primer obstáculo.

Tú puedes ser alguien como  Maritza, quien a pesar de su enfermedad nunca desamparó a sus hijos e hizo lo que tuvo a su alcance para brindarles protección y una buena educación. Con satisfacción hoy está viendo el resultado de su amor de madre y los valores que les enseñó, sobre todo la gratitud a Dios por darle fortaleza.

Era una mañana de abril del año 2019. La profesora Desirée del Rosario entregó los resultados de un examen que había aplicado recientemente a sus estudiantes de octavo grado de premedia. Las calificaciones no habían sido muy altas. Además, francamente todos esperaban cualquier nota por encima de 3,0 para estar contentos. 

Esto era muy común en aquella promoción (y de todos los del colegio), ya que antes de ese año no sentíamos que la escuela fuese muy exigente. La maestra Desirée se aseguraba de enseñar y tener una clase proactiva con los estudiantes dispuestos a aprender.

Ese día un alumno fue a buscar su prueba en la que vio un 3,7. Estaba más que satisfecho. Sin embargo, la docente sabía que el estudiante no se había esforzado por estudiar. Tenía claro que él podía sacar un resultado mucho más alto, pues tenía las capacidades, mas no la motivación. 

La profesora Desirée ya había notado ese comportamiento en este joven. Junto a otros colegas conversaba de todo el potencial que poseía, pero que solo usaba de vez en cuando. De hecho, era muy participativo, pero a la hora de presentar exámenes sumativos, su desempeño era el mínimo. 

Como resultado de ese puntaje, ella le dijo lo siguiente: “Si tú tienes un Ferrari en una carrera, ¿por qué manejarías por el lodo en lugar de la carretera?”. El estudiante no tuvo respuesta y se quedó pensando en aquello por días. 

Luego de darle vueltas a la pregunta, se dispuso a esforzarse más para no “conducir por el lodo». El resto del año fue cuesta arriba. Poco a poco se involucraba más en las asignaciones y en cumplir con las responsabilidades de la escuela.

Ese era yo, Sohan Makhija. Este pequeño encuentro es algo que nunca voy a olvidar. A pesar de no haber sido muy impresionante para la mayoría, para mí sí fue significativo. Es algo que siempre tengo presente y que uso para recordarme que debo seguir esforzándome. 

El consejo no me lo dio cualquiera. Esta profesora de 35 años siempre se esfuerza mucho en su trabajo y en otras actividades. Tanto así que fue la primera mujer panameña en ascender al campamento base del monte Everest, el 19 de diciembre de 2017. Esa hazaña supuso subir 5365 metros sobre el nivel del mar (de los 8849 metros que mide la cima), y una ardua caminata de doce días. Su influencia fue tanta a nivel nacional que incluso publicó un libro en el que narraba la desafiante experiencia. 

Francamente, cuando transmitieron la noticia me pareció un poco extraño y no le presté tanta atención hasta tiempo después. Algunos años más tarde, la proeza en el lugar más alto del planeta y su sugerencia se conjugaron y empecé a ver todo como una oportunidad para “conducir por la carretera” de la manera correcta.

La profesora sigue asistiendo a escaladas y maratones de forma regular, mostrando que no se conformó con lo que había logrado hasta entonces. Ya sea por pasión o dedicación, ella sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos que la rodean. Quiero que esta historia traiga a luz lo mucho que pudo elevarse esta mujer sin siquiera darse cuenta, solo dando lo mejor de sí.

Ellen Gould Harmon White (26 de noviembre de 1827 – 16 de julio de 1915) fue una cristiana estadounidense cuyo liderazgo ayudó al establecimiento de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Elena de White, como también se le conoce, fue además una escritora prolífica. En 1851 publicó su primera obra. Escribió sobre educación y salud, entre otros temas. Leía mucho, se dio cuenta de que estudiar a otros colegas le ayudaba en su propia redacción, mientras presentaba las verdades que Dios le revelaba en visiones.

Durante el transcurso de su vida escribió unos 5000 artículos para revistas y más de 100 libros. No recibió enseñanza básica, no tuvo la oportunidad de asistir al colegio. Jamás imaginó que lograría redactar tanto. Al leerla es sorprendente la firmeza de sus relatos. También admiro sus vivencias y sus fuentes de inspiración.

De sus libros, mis favoritos son: El conflicto de los siglos, Patriarcas y profetas, Eventos de los últimos días. Estas obras, inspiradas por Dios y escritas con sabiduría, son motor de vida y aprendizaje para tantos lectores. Sus publicaciones han transformado muchas almas, ya que hablan de Dios, consejos de vida y cómo actuar de manera sabia. En sus páginas encuentro esa orientación necesaria para encaminarme por el lado correcto.

Elena era amorosa, un ejemplo a seguir y siempre dispuesta a ayudar a las personas. Promovió el vegetarianismo, así como la temperancia y la evangelización, hábitos de vida que ella practicó.

Su historia y sus libros son de gran inspiración y motivación. Fue una mujer de fe y tuvo un buen corazón. Fue admirable, ya que padeció dificultades físicas y espirituales, pero salió adelante en todos los aspectos de su vida. La humildad fue una de sus virtudes, y su trato hacia los demás la hicieron una persona especial.

Escribió que “la verdadera temperancia nos enseña a abstenernos por completo de todo lo perjudicial y a usar cuerdamente lo que es saludable”. Recordaba que los malos hábitos y cuerpos malsanos no pueden servir a Dios con  fervor, perseverancia y pureza, como sí lo pueden hacer las personas puras de almas y vigorosas. Un organismo enfermo afecta al cerebro, comentaba. Con la mente servimos al Señor, la cabeza es la capital del cuerpo. Me impresiona cómo sus textos incitan a evaluar nuestras conductas y someternos a la voluntad de Dios.

Sus libros también giran en torno a las profecías bíblicas, en particular a las del libro de Apocalipsis, que a la larga son un reflejo histórico y escatológico de la lucha entre Dios, el Cordero, su santuario y la verdadera adoración, versus el dragón, sus estratagemas y la falsa adoración impuesta por él. Expresaba cómo actuar a través de estos mensajes y el resultado era convivir mejor con nuestros semejantes.

Para mí es gratificante escribir de esta gran mujer, escritora prolífica y humilde profeta, cuya pluma inspirada nos ayuda a entender de una forma más clara el mundo en el que vivimos. Sus libros también permiten comprender mejor el amor de Dios al entregar a su hijo para que la raza humana tenga esperanza de salvación.

Una niña llamada Sofía Rivera tenía sueños de convertirse en alguien importante y ser libre. Pero bien pronto experimentó calamidades, necesidades y dificultades.

Su papá era alcohólico y la mamá era abusada por él. Al ver lo que sucedía con sus padres creó en su mente un mundo de fantasía, bloqueando todo lo malo que vivía. Prefería imaginarse un hogar lleno de amor, pero la realidad era otra: una desilusión muy grande que le provocaba un corazón herido, donde albergaba dolor y resentimiento.

Se empeñaba en creer que había algo diferente esperándola, era su anhelo desde lo profundo de su ser. Al cumplir diez años sufrió la pérdida de su padre. Le dolió, porque lo amaba a pesar de su adicción y de que era un maltratador.

Su madre le decía que era el peor hombre que había. Pero él la trataba de manera muy especial. La mamá estaba llena de odio y de ira que a menudo descargaba contra ella, por lo que se refugiaba en su papá. Así que al morir, de cierta forma se sintió desprotegida y llegó a pensar que nada tenía sentido en la vida.

Al pasar los años, los ocho hermanos fueron creciendo junto a su madre soltera, después dos de ellos se hicieron independientes. Los que quedaron en casa continuaron juntos en medio de muchas necesidades, por la escasez económica que había en el hogar.

La situación en esa familia era difícil, algunas personas sin escrúpulos les trataban sin piedad, recibieron humillaciones que les provocaron baja autoestima; estaban convencidos de que no eran valiosos.

La niña se hizo adolescente. A los dieciséis años se enamoró de un hombre que de momento representaba aquella salida que tanto necesitaba. Se fue con él y tuvieron cuatro hijos (tres varones y una chica). Al inicio todo parecía bien, pero con el transcurrir de los años empezó para ella la misma pesadilla experimentada en casa de su madre.

Su esposo se volvió alcohólico, la maltrataba, lo que la motivó a tomar decisiones importantes. No estaba dispuesta a permitir que sus pequeños vivieran esa calamidad, entonces decidió separarse y buscó ayuda espiritual en una congregación religiosa, algo de gran bendición para su vida.

En la Iglesia le brindaron apoyo, también mucha oración que le permitió recuperar la confianza en sí misma y en los demás. Y a su nueva vida también volvió el amor, al conocer a un caballero cristiano… ¡Era tan diferente a su experiencia anterior! Se enamoró y decidió rehacer su faceta sentimental con él, quien era padre de tres (dos mujeres y un hombre). Los dos disfrutaban participar de las actividades religiosas, había mucha paz en su casa, la convivencia en familia era maravillosa, y fruto de esa relación nací yo.

Mi mamá es una mujer digna de admirar, luchadora, humilde, paciente, siempre educa con amor y fe. Con frecuencia nos dice: “La victoria se logra con Dios”.

Quiero contar la historia de una mujer que me ha inspirado por su deseo de superación, gallardía, entusiasmo, perseverancia y sencillez al actuar. Ella es mi mamá.

Con veintidós años, a Jennifer Velásquez la vida le dio su mayor regalo y a la vez su más grande reto. Sin experiencia alguna, la joven decidió asumir tamaña prueba, y no titubeó. Tomada de la mano de Dios escucha esa palabra que dice nuestro Señor: «Él no da prueba que no podamos soportar».

Un 22 de septiembre nací con apenas cuatro libras de peso, pequeño e indefenso, lleno de aparatos y monitores. Mi salud era vigilada a cada instante, mis pronósticos de vida eran casi nulos.

Ella, llena de amor por mí, pero sin poder siquiera tocarme, llora desde su corazón y sus lágrimas no paran de recorrer sus mejillas, mientras aquellos galenos corren por los pasillos de aquel frío, blanco y gigante hospital para salvarme y marcar el paso de la primera de seis operaciones que he tenido a lo largo de mi vida. Son más de dieciocho incisiones quirúrgicas, comenzando en mi cabeza, bajando por mi barriga y terminando casi en la punta de los dedos de mis pies.

Sus estímulos y su gran cariño me convirtieron en el joven que hoy día soy. Todavía sigue muy de cerca cada paso que doy y me anima a esforzarme y a querer ser una mejor persona siempre.

A raíz de todos estos problemas de salud, surge en mi mamá el deseo de ayudar, aconsejar y llevar alegría a otros. En ese momento mis padres dan inicio al Festival de la Alegría. Comprometidos con la niñez y la adolescencia llevan comida, donaciones, ropa, juguetes y, sobre todo, una palabra de aliento a chicos, jóvenes y adultos.

A mami le gusta trabajar con los más pequeños; me enseña y la ayudo, es muy ingeniosa y no escatima en darlo todo para hacer reír y sentir bien a esos niños. Ama trabajar con globos, pintar caritas y es una bailarina innata.

El Festival de la Alegría dura tres días, y hay que prepararlo todo con bastante anticipación. Ella elabora las cartas para llevarlas a la Policía de la Niñez, a los representantes de corregimiento y a otras autoridades.

En la mañana se trabaja directamente con los niños. De forma que parece como un enorme cumpleaños.  La alegría retumba por todas las calles y mi mamá se emociona al escuchar por parte de los pequeños sus fuertes voces, gritos y cantos una y otra vez.  Al caer la noche todo se ilumina, como si fuera una feria dentro de un parque de diversiones. Ella sabe hacer un buen trabajo.

Una tradición es que mi mamá antes de iniciar cada festival me prepara como su mano derecha, cuenta conmigo y yo con ella, somos un gran equipo.

Terminamos los tres días de arduo trajín compartiendo unas ricas hamburguesas; después de todo, el esfuerzo valió la pena. Una mujer digna de admirar y llena de amor para compartir con los demás, ¡esa es mi mamá!

Vanessa destacaba en su comunidad. Tenía el cabello dorado, lo llevaba corto. Eso la hacía lucir diferente al resto, no solo en la apariencia y estilo sino en su personalidad. Entre sus particularidades está que ella tenía interés en el cerebro humano, por lo que no fue casualidad que estudiara psicología. 

Creció en el Golfo de Montijo, Veraguas. A lo largo de sus años escolares solo se enfocó en obtener buenas calificaciones. 

En el año 1998, a principios de su segundo año de secundaria, le ofrecieron una beca que pagaría todas las cuotas de una nueva escuela, sin embargo se vio obligada a rechazarla. Ella provenía de una familia muy tradicional, donde las mujeres dedicaban sus vidas a servir a los hombres, no estaban destinadas a pensar por sí mismas. Mientras que los hombres tenían derecho a hacer lo que quisieran y cuando quisieran.

Esa realidad hizo que Vanessa tuviera una perspectiva diferente sobre las conductas tradicionales de hombres y mujeres en su comunidad. Ella creía que cualquiera podía hacer lo que quisiera sin importar su género o situación económica general.

“Las mujeres pertenecen a la casa y los hombres son de la calle. No tienes nada que hacer ahí afuera, Vanessa”. Esas palabras empalaban a Vanessa por el pecho. No podía ser que su madre creyera arduamente en eso.

“Te casarás y tendrás muchos hijos”, le solían decir.  Vanessa no quería eso. Pero, ¿qué quería ella? Ni ella misma lo sabía. Solamente quería salir de ese “hueco” al que llamaba hogar.

Aquel respeto que sentía por sus padres se iba desvaneciendo de tantos abusos a los que la exponían junto a sus hermanas y hermanos. Llegó a pensar que sus padres eran solo los seres que le dieron la vida, nada más.

Escapar de la tradición

 Ella prometió nunca forzar alguna creencia en alguien, ni en ella misma. Con todos esos sentimientos, la fría madrugada del 8 de octubre del año 2002 se dijo:. “Me quiero ir de aquí y más nunca volver” y se fue de Veraguas, rumbo a la ciudad. 

Dios siempre fue una parte de su vida durante los años que permaneció en Veraguas, pero las situaciones en las que estuvo en la ciudad de Panamá hicieron que se alejara de Él. Nada la preparó para lo que iba a vivir ahí. 

Vanessa tuvo que ganarse la vida haciendo trabajos de limpieza y cuidando ancianos o niños. Le tocó vivir en barrios alejados. 

En esos andares conoció a una amiga que la ayudó a conseguir un trabajo más estable, y le dio un lugar para dormir. Sin embargo, hubo un punto donde consideró volver a Veraguas, pero ella no se quería rendir tan fácilmente. 

Los frutos

Si un día vuelve, no será con las manos vacías, pensaba para sí. Trabajó y trabajó hasta poder pagar una universidad. Poco después, logró graduarse en la carrera de psicología. 

Por un tiempo trabajó en una compañía donde le asignaron un puesto como psicóloga y durante esas jornadas estuvo expuesta a muchos sentimientos que emanaban de los empleados que ella atendía. “Era como ver una película, muchas películas, y a veces perdía el sentido de la mía”, decía. 

Unos años más adelante, durante el 2014, ella ya tenía su vida hecha. Tenía 2 hijas y un maravilloso esposo que la apoyaría en cualquier decisión que tomará. 

El reencuentro

De alguna manera, una de las hermanas de Vanessa logró contactarla después de 12 años. 

“Dije que no volvería”, repetía Vanessa una y otra vez.

“Papá y Mamá no tienen nada de comer, fijate, no te quedes de brazos cruzados”, insistía su hermana.

Vanessa estaba sorprendida por la preocupación de su hermana hacia sus padres a pesar del maltrato que habían vivido.

 Pero padres, ¿padres son, no?, se dijo a sí.  Así que decidió dar apoyo económico. Incluso accedió a dar una visita junto con su propia familia, pero nada la preparó para lo que iba a ver de vuelta en el Golfo de Montijo.

Toda la casa estaba sucia y en muy mal estado, incluyendo infestaciones de bichos y de gusanos. Vanessa odiaba los gusanos desde que tenía memoria. Eso hizo que Vanessa sintiera cierta obligación de cooperar para mantener a sus padres y ayudar para mantener las propiedades en buen estado.

Pero volver a Veraguas fue un encuentro con el pasado. “A veces, hay experiencias que se llevan lo malo y lo bueno de una vida.” y es interesante ver qué regresa hacia nosotros después de cierto tiempo.

Ayudar al prójimo

En 2016, Vanessa empezó a ayudar a los que pertenecían al Golfo de Montijo, ya que afortunadamente tenía buenos ingresos. Cooperaba con las familias para traer alimentos o mandarlos, incluso para comprar artículos que necesitaban.

A diferencia suya, los otros hermanos de Vanessa nunca dieron la cara, suponiendo que el Golfo de Montijo era algo que ellos querían olvidar. Ella perdonó y olvidó, no tenía sentido quedarse con ese resentimiento.

En 2019, su esposo falleció de cáncer y fue un gran impacto tanto para ella como para sus hijas, poco después apareció la pandemia del COVID-19. Eso detuvo sus visitas al Golfo de Montijo.

Mientras, se preocupaba a menudo por lo que cuando levantaron restricciones y se flexibilizó el distanciamiento social, ella no tardó en planear su próxima ida.

Para mí, ella es más que una muchacha que quería ayudar. Es alguien que estaba destinada a algo mucho más grande pese a las limitaciones que impusieron sus padres. Vanessa es mi madre a quien admiro y respeto infinitamente por, no solo criarme a mí y a mis hermanas, sino por ser capaz de superar situaciones sin ningún tipo de ayuda y tener la empatía que le faltó a los demás.

Hasta el día de hoy mi hermana, mi mamá y yo visitamos ese lugar apartado, de donde vino mi mamá, de un rincón de Veraguas.




TEXTO CORREGIDO

Caminaba inmersa en mis pensamientos mientras trataba de encontrar el nombre de la mujer que sería la luz inspiradora y la razón principal de mis primeras notas como escritora novel. Apenas la vi acercarse, no tuve duda, la había encontrado, Heydhy Caballero de González, mi directora. Enseguida mi cabeza se llenó de preguntas curiosas: ¿Qué retos se deben superar para llegar a ser rectora? ¿Qué significa la excelencia para la profesora Heydhy?

Me puse a investigar y quise conocer qué apreciaciones tenían los padres de familia, docentes y estudiantes sobre esta mujer que, en lo particular, me parecía genial. Todos respondieron con el mismo entusiasmo: es un buen ser humano, lleno de virtudes, sobre todo, de valores.

Por esas casualidades del destino, la profesora González visitó esa tarde el aula del séptimo A, nivel que cursaba. El motivo principal de este encuentro fue dar la bienvenida a todos los chicos de la clase. La directora, de una manera muy sencilla y jovial exhortó a todos los presentes a estudiar con ahínco y mostró empatía al remontarse a su vida escolar.

Recuerdo que mencionó sus raíces veragüenses e inició la plática comentando que provenía de una familia humilde de varios hermanos; también indicó que siempre quiso ser maestra y que la ausencia de recursos para comprar libros y zapatos no fueron impedimento para lograr sus sueños.  En broma comentó que solo tenía un par de zapatos y que, por el uso constante, se le hizo un hoyo en la suela, lo cual complicaba arrodillarse en la iglesia.

Con una risa en los labios agregó que su primer sueldo fue para comprarle zapatos a todos en su familia. Su carisma es único, logró que todos riéramos con ella y confieso que, además, de una manera sabia, hizo que recibiéramos el mensaje sobre la importancia de los estudios y la constancia cuando se quiere lograr una meta.

La profesora Heydhy es una profesional comprometida, graduada de maestra en la Escuela Normal de Santiago Juan Demóstenes Arosemena, cuna de formadores en Panamá. Su amor por la docencia la llevó a especializarse en la asignatura de Español y desde 2013 es la directora del Centro Educativo Guillermo Endara Galimany, colegio de renombre nacional y ganador de primeros lugares en concursos como el de Excelencia Educativa y Oratoria.

La directora tiene la habilidad de ponerse en el lugar de los demás, es una persona que vela por todos en la escuela, más allá de lo educativo. En todas las actividades que propone se ve reflejado ese toque especial, que son los valores como parte de la formación integral de los estudiantes.

En el año 2018, en la revista digital Panamá Oeste 20/20, manifestó que el Concurso Nacional de Excelencia Educativa «es la oportunidad de evaluar y de reconocer las fortalezas y debilidades que nos permitirán ir hacia la excelencia educativa”. Es notorio ver el gran empeño y dedicación con la que realiza su trabajo.