Trabajo y esfuerzo dignos de admirar

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Quiero contar la historia de una mujer que me ha inspirado por su deseo de superación, gallardía, entusiasmo, perseverancia y sencillez al actuar. Ella es mi mamá.

Con veintidós años, a Jennifer Velásquez la vida le dio su mayor regalo y a la vez su más grande reto. Sin experiencia alguna, la joven decidió asumir tamaña prueba, y no titubeó. Tomada de la mano de Dios escucha esa palabra que dice nuestro Señor: «Él no da prueba que no podamos soportar».

Un 22 de septiembre nací con apenas cuatro libras de peso, pequeño e indefenso, lleno de aparatos y monitores. Mi salud era vigilada a cada instante, mis pronósticos de vida eran casi nulos.

Ella, llena de amor por mí, pero sin poder siquiera tocarme, llora desde su corazón y sus lágrimas no paran de recorrer sus mejillas, mientras aquellos galenos corren por los pasillos de aquel frío, blanco y gigante hospital para salvarme y marcar el paso de la primera de seis operaciones que he tenido a lo largo de mi vida. Son más de dieciocho incisiones quirúrgicas, comenzando en mi cabeza, bajando por mi barriga y terminando casi en la punta de los dedos de mis pies.

Sus estímulos y su gran cariño me convirtieron en el joven que hoy día soy. Todavía sigue muy de cerca cada paso que doy y me anima a esforzarme y a querer ser una mejor persona siempre.

A raíz de todos estos problemas de salud, surge en mi mamá el deseo de ayudar, aconsejar y llevar alegría a otros. En ese momento mis padres dan inicio al Festival de la Alegría. Comprometidos con la niñez y la adolescencia llevan comida, donaciones, ropa, juguetes y, sobre todo, una palabra de aliento a chicos, jóvenes y adultos.

A mami le gusta trabajar con los más pequeños; me enseña y la ayudo, es muy ingeniosa y no escatima en darlo todo para hacer reír y sentir bien a esos niños. Ama trabajar con globos, pintar caritas y es una bailarina innata.

El Festival de la Alegría dura tres días, y hay que prepararlo todo con bastante anticipación. Ella elabora las cartas para llevarlas a la Policía de la Niñez, a los representantes de corregimiento y a otras autoridades.

En la mañana se trabaja directamente con los niños. De forma que parece como un enorme cumpleaños.  La alegría retumba por todas las calles y mi mamá se emociona al escuchar por parte de los pequeños sus fuertes voces, gritos y cantos una y otra vez.  Al caer la noche todo se ilumina, como si fuera una feria dentro de un parque de diversiones. Ella sabe hacer un buen trabajo.

Una tradición es que mi mamá antes de iniciar cada festival me prepara como su mano derecha, cuenta conmigo y yo con ella, somos un gran equipo.

Terminamos los tres días de arduo trajín compartiendo unas ricas hamburguesas; después de todo, el esfuerzo valió la pena. Una mujer digna de admirar y llena de amor para compartir con los demás, ¡esa es mi mamá!