Una niña llamada Sofía Rivera tenía sueños de convertirse en alguien importante y ser libre. Pero bien pronto experimentó calamidades, necesidades y dificultades.

Su papá era alcohólico y la mamá era abusada por él. Al ver lo que sucedía con sus padres creó en su mente un mundo de fantasía, bloqueando todo lo malo que vivía. Prefería imaginarse un hogar lleno de amor, pero la realidad era otra: una desilusión muy grande que le provocaba un corazón herido, donde albergaba dolor y resentimiento.

Se empeñaba en creer que había algo diferente esperándola, era su anhelo desde lo profundo de su ser. Al cumplir diez años sufrió la pérdida de su padre. Le dolió, porque lo amaba a pesar de su adicción y de que era un maltratador.

Su madre le decía que era el peor hombre que había. Pero él la trataba de manera muy especial. La mamá estaba llena de odio y de ira que a menudo descargaba contra ella, por lo que se refugiaba en su papá. Así que al morir, de cierta forma se sintió desprotegida y llegó a pensar que nada tenía sentido en la vida.

Al pasar los años, los ocho hermanos fueron creciendo junto a su madre soltera, después dos de ellos se hicieron independientes. Los que quedaron en casa continuaron juntos en medio de muchas necesidades, por la escasez económica que había en el hogar.

La situación en esa familia era difícil, algunas personas sin escrúpulos les trataban sin piedad, recibieron humillaciones que les provocaron baja autoestima; estaban convencidos de que no eran valiosos.

La niña se hizo adolescente. A los dieciséis años se enamoró de un hombre que de momento representaba aquella salida que tanto necesitaba. Se fue con él y tuvieron cuatro hijos (tres varones y una chica). Al inicio todo parecía bien, pero con el transcurrir de los años empezó para ella la misma pesadilla experimentada en casa de su madre.

Su esposo se volvió alcohólico, la maltrataba, lo que la motivó a tomar decisiones importantes. No estaba dispuesta a permitir que sus pequeños vivieran esa calamidad, entonces decidió separarse y buscó ayuda espiritual en una congregación religiosa, algo de gran bendición para su vida.

En la Iglesia le brindaron apoyo, también mucha oración que le permitió recuperar la confianza en sí misma y en los demás. Y a su nueva vida también volvió el amor, al conocer a un caballero cristiano… ¡Era tan diferente a su experiencia anterior! Se enamoró y decidió rehacer su faceta sentimental con él, quien era padre de tres (dos mujeres y un hombre). Los dos disfrutaban participar de las actividades religiosas, había mucha paz en su casa, la convivencia en familia era maravillosa, y fruto de esa relación nací yo.

Mi mamá es una mujer digna de admirar, luchadora, humilde, paciente, siempre educa con amor y fe. Con frecuencia nos dice: “La victoria se logra con Dios”.