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 TEXTO CORREGIDO

Todos tenemos alguien a quien admirar. Algunos podrían mencionar a su mamá, a su maestra, a su hermana o a otras mujeres en su vida; pero la persona que me asombra es la maravillosa María Ossa de Amador.

Para quienes no la conocen, María fue quien hizo posible la existencia de la bandera panameña. Nació el 1 de marzo de 1855 en Panamá, y estaba casada con Manuel Amador Guerrero, doctor, político y primer presidente de la República. 

María le pidió a su hijo Manuel Encarnación que diseñara la bandera, mientras que ella y su cuñada Angélica B. de Ossa compraron las telas en distintos establecimientos (La Dalia, El Bazar Francés y A la Ville de París) para no despertar sospechas.

Como la propuesta de tener una insignia panameña fue rechazada por el tratado Bunau-Varilla, las dos mujeres no podían dejar que nadie se enterara de que estaban creando este emblema. Lo confeccionaron en secreto, dentro de una casa abandonada, con solo una máquina de coser portátil y a la trémula luz de una lámpara de kerosén.

El 3 de noviembre de 1903 la bandera fue presentada al pueblo panameño y este la aceptó. Ese mismo día fue paseada por primera vez. Quizás muchos piensan que todo lo que involucró la creación de la enseña patria fue un proceso simple, pero cuando lo que estás haciendo es considerado un acto de rebeldía hacia un Gobierno, adquiere un carácter arriesgado. 

Si su objetivo salía mal y las descubrían mientras fabricaban el pabellón, podían haberlas castigado de manera grave, y de paso, a todos los que sabían del plan libertario. Si no las sorprendían en el proceso, pero luego algo resultaba fuera de lo calculado, también habrían sufrido serias consecuencias.

Cuando leo sobre su historia, me doy cuenta de todas las veces en que me quedé callada por miedo a que me regañaran, que pensaran mal de mí o me criticaran, y también me percato de lo complicado que fue hacer el pabellón nacional en esos momentos. Se requiere de mucha la valentía para dedicarse de lleno a una causa y finalmente hacerlo, a pesar del temor que sientas, y eso es muy admirable.

María no solo hizo la primera bandera panameña, sino que también llegó a ser la primera dama de Panamá cuando su esposo, Manuel Amador Guerrero, fue designado el primer presidente constitucional, en 1904. Falleció el 5 de julio de 1948 y aún es recordada como una de las figuras claves para lograr nuestra separación de Colombia.

¡Qué mujer tan increíble! Porque fue la responsable de hacer una gran hazaña. Era muy resiliente, alguien que me inspira todos los días a ser una mejor versión de mí por encima de las adversidades. Cuando creo que no puedo hacer algo, pienso que quizás María también dudaba al principio, pero al realizarlo, demostró que sí era posible.

A veces reflexiono sobre el miedo que debió experimentar aquella mujer al tener que cumplir su misión en medio de la noche, en una casa abandonada, solo con una lámpara y una máquina de coser, y me siento mal por todas las veces en que preferí la comodidad sobre el esfuerzo y el compromiso.

Esta fue María Ossa de Amador, una patriota decidida.

TEXTO CORREGIDO

Cuando vio los destellos del mundo por primera vez, ya conocía las pocas cosas que le pertenecían. Su nombre, Linda, un pequeño hogar situado en Vista Alegre y el sentimiento abrumador de tener que madurar más rápido que cualquier otra niña para sobrevivir.

Aún con su corta edad ya cargaba con varias responsabilidades que ni siquiera un adulto podría desempeñar sin quebrarse en llanto. Calmar el hambre de diez hermanos dependía de cuántas botellas de nance o latas vacías pudiera vender diariamente. La educación anticuada que les impartió el padre dejó marcas que, más allá de su piel, atravesaron su corazón. No tuvo el privilegio de una burbuja familiar que la protegiera del mundo cruel que ningún infante debería conocer. Por lo que, un día, decidió que había sido suficiente.

Incluso con todas las escalas grises que pintaban su vida, se las arregló para traer orgullo a la familia. De la boca de sus maestros solamente había espacio para los elogios por su brillantez, lo que hizo que más de una lágrima de orgullo fuera derramada por su madre, el ser más precioso, adorado y que representaba su mundo entero. Linda se esforzó en cada paso que daba con una sola meta en mente: disminuir el peso de los hombros de mamá. Tomó la dura decisión de dejar su hogar y familia atrás para poder recibir una educación superior y conseguir un estilo de vida más humano para todos.

Pero como una puñalada en el estómago o una burla del mundo ante sus esfuerzos, su madre murió, dejando solos a niños que apenas tenían la edad suficiente para caminar, al cuidado de una joven inexperta que no podía asimilar que se había quedado sola, incluso huérfana, sin poder contar con una figura paterna responsable.

A partir de ese entonces, ella pasó a un segundo plano y la familia fue su prioridad. Con un poco de ayuda del que se había vuelto su esposo, fruto de un amor adolescente, logró enviar a algunos hermanos a la universidad, llenó sus estómagos y les brindó un techo seguro.

Años después, luego de muchos esfuerzos sin resultado y pocas esperanzas de los doctores, nacieron de su vientre tres niños y una niña, en los que depositó todo el amor y seguridad que siempre había deseado recibir. Dejó florecer su maternidad mientras terminaba un matrimonio que solo le traía infelicidad. Podía afirmar que, por cada rayo de luz que conseguía, siempre había una nube azul sobre su cabeza que intentaba borrar con desesperación, luchando por el día en que, finalmente, se sintiera plena y feliz.

Con el tiempo descubrió que la felicidad podía brotar de todas partes a pesar del hambre, la pobreza, las inseguridades y el futuro incierto. No se arrepentía de sus pasos y ya no se sentía sola. «La felicidad son los momentos de alegría que compartes con la familia que amas», dice Linda Fonseca, una mujer que inspira.

Rosa Elcibia Almanza González, conocida como Rosita Camarena, nació el 21 de julio de 1964 en la ciudad de Santiago, provincia de Veraguas. Madre amorosa, humilde y perseverante mujer de fe.

Por la naturaleza de su trabajo, formó a su hijo, que actualmente tiene 28 años, para que fuera independiente; así le inculcó realizar sus tareas solo y ella, cuando regresaba a casa luego de ocho horas de trabajo, supervisaba el trabajo de Abdul.

Encontró la inspiración y el apoyo necesarios en su familia, era una niña muy amistosa, tenía muchas ganas de estudiar, de salir adelante, de ser alguien en la vida para así ayudar a sus padres y hermanos.

Su vida no fue fácil, en casa eran de escasos recursos, pero nunca se acostaron sin comer; la superación era su meta principal. Fue educada en el cristianismo y en valores. Durante su juventud nació su vocación por la educación.

Realizó estudios secundarios en la Escuela Normal Superior Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago (1980- 1983), lo  que la acreditó como maestra de enseñanza primaria. Recibió el título de licenciada en Ciencias de la Educación, en la Universidad de Panamá (1998) y culminó sus estudios de postgrado en Educación, en la Universidad de Panamá (2000).

Se ha desempeñado como docente de primaria en la Escuela José Irene Muñoz, en la Isla del Rey San Miguel, archipiélago de las Perlas (1984); concursó para ser trasladada a la Escuela Villa Unida, Chilibre (1988). Por mutuo acuerdo ingresó a la Escuela República de Rumania, Gonzalillo (1992) y algunos años después (2000), fungió como subdirectora encargada.

En el período 2014-2019 ocupó el cargo de directora encargada. Con el Decreto 257 del Ministerio de Educación se le reconoció su arduo trabajo, esmero y dedicación en pro de la educación panameña como subdirectora en la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo (2022).

La vocación docente siempre está presente en todas las decisiones que se tomen antes, durante y después de hacerse profesor. Ante esto, Rosa afirma que una persona que tenga vocación sabe que la educación se puede mejorar y falta mucho por alcanzar porque la labor es por la niñez.

Todos tenemos derecho a acceder a una educación de calidad, a ser comprendidos, entendiendo que existen diversas formas de aprendizaje. Esto es algo que caracteriza a la maestra Rosa, por eso es un agente cambio, que afirma que con perseverancia y esfuerzos se logran las metas.

En la vida los anhelos se pueden alcanzar, y para ella es una gran satisfacción ver a cada uno de sus alumnos graduarse, ya sea de doctores, enfermeras, docentes, bomberos, secretarias, entre otros. Rosa Almanza sostiene que cada docente deja un granito de arena en sus estudiantes.

La experiencia profesional de Almanza es amplia, pues ha dedicado 35 años de su vida a responder esa voz, esa llamada, primero como docente (13 años) y luego como subdirectora (22 años). En su labor a cargo de la subdirección de la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo cumple funciones administrativas, trabaja incansablemente, maneja los problemas de disciplina de los estudiantes, visitas al salón de clase, en conjunto con los profesores para desarrollar el currículo escolar.

Todas estas razones me hicieron escogerla para mi relato. Es luchadora, la admiro, es mi tía, me quiere mucho y a mi hermanito también.

Era un sábado muy lluvioso al mediodía y en casa estaba mi mamá. Ella cocinaba un sancocho, contenta con el olor del pollo friéndose con el ajo y el orégano, me acerqué para ver cómo se doraba.

Mientras se preparaba el sancocho, me dejó hacer el arroz. Primero lo lavé y luego lo puse en la olla con un poco de agua, sal y aceite. Me dijo que debía estar pendiente de cuando comenzara a secar, para poner la llama muy baja y taparlo.

Luego cortamos el ñame para meterlo al sancocho y darle unos 10 minutos más de cocción.

Mi mamá se llama María Cristina, me cuenta que creció visitando a sus abuelos todos los domingos en Gualaca, en la provincia de Chiriquí, donde toda la familia se reunía y las mujeres cocinaban en el fogón de leña bajo la dirección de la abuela Aura, mientras los hombres estaban en la finca trabajando.

Como ella era la más pequeña, solo tenía labores sencillas como ir a recoger el culantro y los ajíes. Y no fue hasta después de casada, viviendo lejos de Panamá, que le agarró el gusto a la cocina y empezó a recrear esos platos que de niña probaba.

Veo a mi mamá preparar sus platillos llena de felicidad, me da mucha alegría y me sorprende cómo con condimentos y vegetales tan básicos, hace una comida tan rica y saludable.

Todo le queda exquisito. Cada vez que sale de la cocina con un manjar, mi familia y yo le decimos un merecido elogio: “Esta es la mejor comida que he probado en mi vida”. Y es verdad, porque cuando saca un platillo, es un millón de veces mejor que la última vez que nos ofreció sabrosos alimentos. Por eso mi mamá me inspira para aprender su arte, mis recuerdos más felices siempre me llevan a su cocina.

Con mi mamá puedo probar combinaciones para hacer galletas o pasteles, también elaboramos pasta casera o pan; creo que ayudarla en la cocina es lo más divertido de estar en casa.

Volviendo al sancocho, es mi comida favorita y le queda riquísimo; será por eso que mi mamá siempre me lo prepara, aunque creo que realmente ya estoy preparada para hacerlo yo sola.

Ya pasaron los últimos 10 minutos y el sancocho está listo. Comeré pronto, así que estoy muy contenta. Instantes antes probé el ñame y estaba suavecito, fue cuando mi mamá me dijo: “El sancocho está listo”. Buscamos los platos hondos y otros para el arroz, ella comenzó a servir la sopa mientras yo arreglaba la mesa y sacaba los cubiertos. Esta es la mejor parte de la jornada, el momento en que mis hermanas, mis padres y yo nos juntamos en el comedor para hablar de nuestro día y sobre nuestros proyectos, como hacer, pronto, un fogón de leña.

Mi hermana es una persona con carácter fuerte, pero amable y algo sensible aunque no lo parezca, cerca de ella me siento segura. Siempre me defiende cuando alguien me molesta o intenta meterse conmigo, ella tiene un gran temor: que me hagan daño.

Su nombre es Nicole Sanjur y es una joven de 17 años, ella quiere ser tripulante de cabina, o sea, una gran aeromoza, para poder viajar, conocer y desarrollarse profesionalmente; he visto que se ha estado esforzando muchísimo para cumplir su sueño, lastimosamente en ocasiones siento que no valoran ese esfuerzo.

Viendo lo mucho que se esfuerza, mi memoria trae a colación un gran recuerdo: cuando éramos muy pequeñas, ella siempre estuvo para mi hermana y para mí, a pesar de que su infancia fue difícil, siempre intentó que nada negativo que pasara a nuestro alrededor nos afectara. Siempre fuimos unidas las tres, como las tres mosqueteras.

Pero su forma de ser no solo lo demuestra con nosotras. Le pregunté a algunas de sus amistades sobre lo que piensan de ella y la respuesta fue lo que ya sabía: que Nicole es una chica muy valiente y no permite que los malos comentarios le afecten. Algunos me comentaron que no es una amistad “normal”, me causó gracia, porque pensé ¿Qué es normal en Nicole?, pero me aclararon que es una amistad que cuidarán porque son muy afortunados de tenerla en sus vidas.

Lo que me trajo otro flashback a mi memoria: “En mi cumpleaños, durante el 2021, quedé sin amigos y estaba demasiado triste, ya que me sentía muy sola. Nicole vino hacia mí, me abrazó y me dijo: “mientras yo esté aquí no te volverás a sentir sola”.

La sensación de ese abrazo fue cálido y se sintió tan bien. En esos momentos, solo quería guardar las lágrimas que tenía acumuladas, pero no pude aguantar y empecé a llorar; mis lágrimas no eran de tristeza, en aquel instante comprendí, sorprendentemente, que fueron lágrimas de felicidad.

Estoy contenta de poder contar esto, ella se lo merece y quiero darle a entender que es muy importante para mí y que estoy muy orgullosa de que sea mi hermana, a pesar de las peleas que hemos tenido, ella es muy importante en mi vida.

Nicole, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí y te prometo que ahora la que estará para ti seré yo…

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Madre, tenías dos opciones: callar y morir, o hablar y morir. Te admiro porque decidiste hablar.

Ingrid de Orta, una mujer hermosa, y algo ingenua, a sus veinticuatro años se casó con un hombre que parecía ser muy respetuoso y servicial, pero que luego la envolvería en un espiral de dolor y violencia. Nunca imaginó que todo ese amor tendría un final triste.

Ingrid tenía un cuerpo esbelto, en la calle todas las miradas eran hacia ella, pero a su esposo eso le molestaba. Poco a poco, su actitud hacia ella fue cambiando. Se volvió celoso e inseguro y solo tenía palabras hirientes para su supuesta amada esposa. Todo esto lo sufrían también las dos hijas cada vez que escuchaban los insultos.

Una noche el esposo llegó borracho a casa y con mucha rabia le gritó: “¡Eres una cualquiera, sé que tienes otro hombre!”. Esa fue la gota que derramó el vaso. Indignada, Ingrid se levantó del sofá y comenzó a defenderse, lo que provocó más ira en el descontrolado hombre.  Él empezó a golpearla, sus hijas lloraban desesperadas, sin saber qué hacer.

Ingrid gritaba fuerte: “Por favor ya no me pegues, por favor… ¡auxilio!”. En ese punto sus hijas se abalanzaron sobre él y lograron que la soltara. Con el corazón en la boca y el alma en pedazos, ambas la abrazaron. Minutos después, la más grande le preguntó: “¿Mamá, por qué te agredió así? ¿Qué pasa entre ustedes? Ya no queremos estar aquí”.

Pero la verdad es que Ingrid tampoco tenía muy claro por qué sucedían esos cuadros de violencia. Con mirada profunda y llena de dolor le respondió: “Tranquila mi niña, mami está aquí, todo estará bien”.

Pero desde entonces el temor no la dejaba hablar con firmeza frente a aquel hombre que un día le juró amor. Los episodios de violencia se tornaron rutinarios. Él se creía con poder sobre ella, y cualquier reacción o respuesta suya le molestaba más, pues le hería su orgullo machista.

“Desde ese momento mi casa se volvió un lugar inseguro para mí y para mis pequeñas. Todas experimentábamos esa tensión aterradora. Tanto así, que al llegar la noche mis hijas tenían miedo de que volviera a repetirse ese momento de angustia. Eran pocas las veces que sentíamos paz en el hogar. Ahora reinaban las discusiones y la agresividad”, me confesó Ingrid.

En mi caso, para una niña de solo ocho años, eran momentos de mucha zozobra. Me daba impotencia ver cómo mi padre maltrataba a mamá. Escuchar sus gritos pidiendo ayuda me partía el alma, y sin poder hacer nada.  Esas escenas tan fuertes y dolorosas quedaron en mi mente. Después, en mi inocente soledad, le preguntaba a Dios por qué mi mamá pasaba por todo eso.

Hasta que llegó el gran momento. La mujer, cansada de tanto maltrato físico y psicológico, decidió divorciarse. Situación que también afectó a sus niñas, el hogar se desintegraba. Pero Ingrid estaba convencida de que era lo mejor para las tres. “No me puedo rendir tan fácil, debo seguir adelante, aunque sea comenzando desde cero”, pensaba. Salió en busca de un empleo y encontró en una agencia de viajes, como supervisora. Poco a poco, siendo responsable con sus ingresos, logró ahorrar suficiente para realizar mejoras a su casa, e incluso para comprar un auto.

Mi madre es una mujer que me inspira solo con saber que tomó la mejor decisión. Se liberó de ese tenebroso pasado y ya no duerme bañada en lágrimas. Es luchadora, sacrificada. La admiro y le digo: “¡Qué grandiosa y maravillosa eres!”.

Ingrid salió de la boca del lobo, y está decidida a que nunca más alguien intente apagar su sonrisa. Sus muchachas están orgullosas de que no dejó de batallar y de pensar en su bienestar. Hoy no solo es su refugio y fortaleza, sino también un ejemplo de no desistir y de no permitir ningún tipo de maltrato.

¡Sigue siendo así, una mujer hermosa, valiosa, inteligente y perseverante en la vida! No calles nunca. Valórate y ámate siempre. Mamá guerrera, te amo.

“No esperes a que la solución llegue a ti, búscala”.

Helena Rodríguez, a quien muchos llamaban Chiquita, era un vivo ejemplo de las malas decisiones, de cómo incluso tus más cercanos «amigos» pueden llevarte por el camino incorrecto. Era un ser errante, parecía no tener salvación.

Conociendo tus defectos

La primera vez que la vi no fue una experiencia agradable. El sol brillaba tanto que me costaba ver lo que ante mí sucedía. Recostado en la pared del edificio había un oficial de baja estatura y barbas largas que miraba fijamente a Helena. Ella murmuraba palabras sin sentido, mientras recogía latas. Me pregunté: «¿La saludo? Pero no se ve en buen estado”. De todas formas, pasé por su lado y le di los buenos días. En ese momento casi caigo del susto, cuando empezó a gritar: “¡Yo no soy una indigente!”. Comprendí que Helena no estaba en sus cinco sentidos ese día, ni los próximos años.

La fantasía de una madre

Con una gran sonrisa en el rostro y los brazos abiertos, nuevamente le diste la bienvenida a tu hija y a tu pequeño nieto, que por momentos vivían en tu casa. Como encantada, escuchabas las anécdotas del pequeño. Parecías feliz y lúcida. Verte así en casa era una hermosa fantasía de la que no querías salir, eso lo sé.

Vuelta a la realidad

Pero aquel 28 de octubre de 2017 fue oscuro. Sin una despedida, ni siquiera una nota, tu hija se fue y te dejó el alma desconsolada.

Justo ese día, por casualidad pasé por tu departamento. En mis doce años de vida, mis ojos nunca vieron una escena tan triste. Me partió el alma cómo entre llanto decías: «Bleika, Bleika, hija, ¿por qué?». En ese momento comprendí tus lágrimas y la razón por la cual estabas sufriendo tirada en el suelo. Otra vez la dulce Helena se dejaba llevar a un abismo de emociones. ¡La dulce Helena volvió a sus viejas andanzas!

A pesar de todo, tú…

Fuiste y eres una mujer fuerte, quedé sorprendida cuando afrontaste tu problema con determinación. Nunca pensé que después de esa recaída te mantuvieras erguida, demostrándole a la vida y a tu familia que había más de ti.

Eres la dueña de tu vida

Me pregunto por qué el destino me pone a toparme contigo. Otra vez te encuentro sentada en la escalera contemplando el cielo que poco a poco deja caer diminutas gotas.

Helena sonreía como si hubiera encontrado el tesoro más preciado. Caminé cerca de donde estaba y, por primera vez, recibí un trato amable de su parte: “Buenas tardes”, me dijo sonriendo. No esperó a que yo la saludara primero.

Ese día sentí que algo maravilloso te había ocurrido por la forma en que tus ojos miraban la lluvia. Te levantaste y con regocijo te dirigiste hacia tu departamento. Era el surgimiento de algo nuevo, decidiste tomar el timón de tu vida, cambiar para bien. Conseguiste un empleo que te dio dignidad como persona.

Fue una gran decisión dejar el alcohol, las drogas y todo aquello que te dañó en el pasado. Ahora caminabas por las calles con la cabeza en alto. Y me motiva saber que todo esto lo hiciste por ti, no por nadie más. No te importó el gran desafío, lo asumiste y no miraste hacia atrás.

Helena se sentía feliz, lo reflejaba en su rostro. Solo salía de casa para laborar. Demostró que, a pesar de haber sido víctima de las adicciones, logró superarlas luego de cuatro largos años. Y cada día lucha por no recaer. Ya no es Helena, la Indigente, como todos la llamaban. Ahora es Helena, la gran mujer y la buena vecina que se solo se preocupa por llevar el pan a casa.

Eres también una mujer que motivaste a una joven a escribir sobre ti para que otras personas conozcan tu historia, porque, a pesar de tus difíciles circunstancias de vida, lograste salir adelante.

Chiquita luchó con su adicción por tener una mejor vida, creyó en ella y así logró salir del abismo.

Helena, tú me inspiras.

La vida es nuestro lienzo.

Inspiración poética, psicóloga y, más que todo, mujer. Persona que deja huella por donde pasa. Marca la diferencia en cualquier espacio, grande o pequeño, al plasmar su camino a temprana edad, haciendo lo que en verdad quería hacer. Ella es Olga Francia Elena Lara D’Soto.

Nación en la ciudad de Azua, en la República Dominicana, el 16 de septiembre de 1953. Cantautora que cautivó a su público con canciones como Te quiero mucho todavía y Cuando llegue mi invierno, entre otras. Letras con grandes emociones y mensajes.

Olga Lara es una de las cantantes solistas con más trascendencia y con mayor número de premios que ha obtenido en la República Dominicana. Estas son sus distinciones: El Dorado, cinco veces (1980, revelación del año; 1982, 1984 y 1985, cantante del año; 1984, merengue «Mi Vida»). El premio Casandra, otorgado por la Asociación de Cronistas del Arte (ACROARTE), en cuatro ocasiones (1985 y 1987, cantante del año; 1987 y 1995, espectáculo del año) y El Gordo del Año, tres veces (1983, 1984, 1985).

La pregunta es, ¿qué la inspiró? Dice que lo primero que la propulsó fue el amor por la música y de allí aparecen las letras que compone. Fascinada por el ser humano y su comportamiento, estudió Psicología haciéndole ver los complejos matices del alma.  

Aparte de cantante y escritora, Olga es bondadosa y humanitaria. Imparte conferencias y talleres en los que aborda temas psicológicos, además de su labor voluntaria en varios hogares de niños y jóvenes en situación de riesgo en nuestro país.

Tanto es el respeto que hay en la República Dominicana por esta artista, que aún persiste la costumbre de usar la expresión “Olga Lara, otra cosa”. Otro aspecto que hace a esta mujer única e inigualable no es sólo su voz cálida, alucinante, que delata un corazón puro y sereno, sino que interpreta sus canciones desde el amor y la pasión.

Olga Lara es genuina y dice lo que piensa sin agredir a terceros. En una entrevista de televisión con Iván Ruiz, del Show del Mediodía, dijo que no cambiaría sus experiencias vividas por ser alguien joven de nuevo.

Ella también es escritora. Ama tanto la poesía que ha publicado dos poemarios. El primero titulado Cosas del alma, enfocado en el crecimiento y la superación personal, con énfasis en el contexto terapéutico.

El segundo es Tras la barrancas. La inspiración de esta obra empieza en la pandemia a causa del coronavirus, y está dedicado a los médicos, enfermeras, trabajadores sociales y todos los involucrados que sirvieron y ofrecieron amor en tiempos tan oscuros. 

Olga Lara es una mujer que marcó y marcará una amplia franja de colores en una pared blanca.

«Los libros son como un portal que te lleva a un mundo de conocimiento, fantasía, miedo, suspenso o tristeza». Esta frase, que me enseñó la profesora Dalys Ramírez, me llevó a preguntarme: “¿Cómo ella llegó a ser una mujer que evidencia amor por la lectura, que motiva a sus alumnos para que lean por placer?”.

Su infancia no fue la más bonita. No tuvo la presencia de su padre biológico, por lo que su mamá debía trabajar sola para mantenerla. A partir de sus seis años, su progenitora inició una relación sentimental y así pudo vivir de manera permanente con ella. La pareja de su madre se convirtió en su padre, quien modeló en la pequeña el placer por la lectura.

Diarios como Panamá América y La Estrella de Panamá; revistas como Almanaque Escuela para todos, ¡Hola!, Corín Tellado, Capulina, Selecciones y Memín Pinguín, entre otros, eran algunos títulos que devoraba la pequeña.

Que hoy sea docente no es casualidad. En cuanto a sus juegos de infancia estaban la lata, mirón-mirón y hacer las veces de maestra. Este último le gustaba porque le permitía dar reglazos imaginarios como lo hacía Evelia de Sáenz, quien le enseñó a leer en la escuela La Concepción, ubicada en el corregimiento de Juan Díaz. 

Recuerda que en secundaria sus profesoras de Español le asignaban la lectura de novelas clásicas, pero no siempre podía pagar su propio ejemplar. Además, tenía que resolver un cuestionario con cincuenta o cien preguntas. Por esa dinámica se le ocurrió hacer un trueque con los compañeros. “Si no quieres leer, me prestas la novela y yo te resuelvo el cuestionario», proponía Dalys. Siempre hubo quien aceptara el trato.

El mensual era el ejercicio del cuestionario y por supuesto obtenía una excelente calificación. Al terminar la secundaria en el Instituto José Dolores Moscote, cursó sus estudios superiores en la Universidad de Panamá, ya que su sueño era ser docente.

Los tres primeros años de servicio los realizó en la Escuela Bilingüe Nueva Esperanza, como maestra de grado; pero en 1997 se le presentó la oportunidad para ir a trabajar en la escuela José de la Cruz Herrera, en Garachiné, Darién. El siguiente año fue nombrada en periodo probatorio para obtener la permanencia laboral en el corregimiento de Sambú, en la misma provincia. La designación incluía tres asignaturas: Español, Educación para el Hogar y Religión.

La mayoría de los habitantes del lugar eran de las comunidades originarias Emberá y Wounaan, por lo que decidió que, además de motivar a los estudiantes a leer, debía enseñar un oficio que les permitiera tener una entrada económica, ya que pocos eran los que podían continuar la universidad por falta de recursos financieros.

En el segundo trimestre inició las clases de tejido en croché. Aprendieron rápidamente a confeccionar tapetes. Entonces les enseñó a pintar pañales de tela, a hacer y pintar sabanillas y camisas para bebés, pintar manteles y elaborar blusas con tela poplín, donde recreaban los kipará (diseños que se pintan con jagua en el cuerpo).

En 1992 fue trasladada al Primer Ciclo San Miguelito, en Torrijos Carter, y desde 1996 labora en el Centro Educativo Básico General de Tocumen.

La profesora Dalys nos motiva a leer, ella lleva a la escuela una canasta de libros para que escojamos los que deseamos. Además, nos ha enseñado los diferentes tipos de lecturas. Por eso cuando mencionó sobre el proyecto editorial #500Historias sentí de inmediato interés en formar parte.

Ella se involucró totalmente en esta aventura editorial, incluida la orientación acerca de qué temas seleccionar. También organizó una gira que nos serviría como punto de partida para los escritos. Agotó todas las instancias hasta conseguir las autorizaciones.

Dalys ama la educación y considera que esta profesión es para los que tienen vocación de servicio, para aquellos que desean dar lo mejor de sí cada día. Además, deben estar en constante actualización profesional, porque el verdadero maestro necesita tener un conocimiento universal. Su deseo es dejar huellas positivas en sus estudiantes.

No olvidaré su consejo de llevar siempre con nosotros un libro en la mano para leer en el transporte o mientras esperamos ser atendidos en cualquier lugar, porque “un libro es un amigo fiel”.

En Cuba hay un teatro llamativo y elegante, con estilo de antaño que inspira grandeza y belleza. Allí miles de hombres y mujeres solían ir a demostrar su gran talento. Y lleva el nombre de una mujer que fue leyenda, con una historia única: Alicia Alonso.

Alicia nació para danzar y brillar. Dejó su nombre y el de Cuba en alto, e inspiró a generaciones de compatriotas a soñar. Desde muy niña estuvo atraída por el ballet y la delicadeza de este arte en movimiento. En la Cuba de la década de los veinte ella deseaba ser bailarina. Y en 1931 arrancó su sueño.

En su proceso de consolidación artística, Alicia llegó a tener un solo en La Habana. Aquella noche bailó «La bella durmiente del bosque». Pese al éxito entendió que por más que amara su tierra, allí no lograría brillar con la potencia que deseaba, así que en 1938 desembarcó en Manhattan, en el corazón financiero de Nueva York (Estados Unidos). Estar en la Gran Manzana ayudó mucho a su carrera. Allí se convirtió en prima ballerina assoluta, una de las condecoraciones más altas que un bailarín puede llegar a tener.

Su carrera estaba en alza y su nombre empezaba a escucharse por toda la ciudad cuando un año después, en medio de una presentación, su ojo derecho terminó desenfocado y empañado. Alicia sufrió un desprendimiento de retina y había quedado parcialmente ciega al frente de cientos de personas.

Sin embargo, eso no fue motivo para rendirse. Es más, la hizo más fuerte: se convirtió en la primera bailarina iberoamericana en presentarse en la entonces Unión Soviética con rotundo éxito.

Pero algo le faltaba: Alicia deseaba llevar a su pueblo el arte del baile clásico, por lo que habló con el entonces líder de Cuba, Fidel Castro, y con su apoyo creó en 1959 el Ballet Nacional de Cuba, del que fue directora.

La gran Alicia Alonso siempre será recordada como la mejor bailarina de Cuba.