Era un sábado muy lluvioso al mediodía y en casa estaba mi mamá. Ella cocinaba un sancocho, contenta con el olor del pollo friéndose con el ajo y el orégano, me acerqué para ver cómo se doraba.

Mientras se preparaba el sancocho, me dejó hacer el arroz. Primero lo lavé y luego lo puse en la olla con un poco de agua, sal y aceite. Me dijo que debía estar pendiente de cuando comenzara a secar, para poner la llama muy baja y taparlo.

Luego cortamos el ñame para meterlo al sancocho y darle unos 10 minutos más de cocción.

Mi mamá se llama María Cristina, me cuenta que creció visitando a sus abuelos todos los domingos en Gualaca, en la provincia de Chiriquí, donde toda la familia se reunía y las mujeres cocinaban en el fogón de leña bajo la dirección de la abuela Aura, mientras los hombres estaban en la finca trabajando.

Como ella era la más pequeña, solo tenía labores sencillas como ir a recoger el culantro y los ajíes. Y no fue hasta después de casada, viviendo lejos de Panamá, que le agarró el gusto a la cocina y empezó a recrear esos platos que de niña probaba.

Veo a mi mamá preparar sus platillos llena de felicidad, me da mucha alegría y me sorprende cómo con condimentos y vegetales tan básicos, hace una comida tan rica y saludable.

Todo le queda exquisito. Cada vez que sale de la cocina con un manjar, mi familia y yo le decimos un merecido elogio: “Esta es la mejor comida que he probado en mi vida”. Y es verdad, porque cuando saca un platillo, es un millón de veces mejor que la última vez que nos ofreció sabrosos alimentos. Por eso mi mamá me inspira para aprender su arte, mis recuerdos más felices siempre me llevan a su cocina.

Con mi mamá puedo probar combinaciones para hacer galletas o pasteles, también elaboramos pasta casera o pan; creo que ayudarla en la cocina es lo más divertido de estar en casa.

Volviendo al sancocho, es mi comida favorita y le queda riquísimo; será por eso que mi mamá siempre me lo prepara, aunque creo que realmente ya estoy preparada para hacerlo yo sola.

Ya pasaron los últimos 10 minutos y el sancocho está listo. Comeré pronto, así que estoy muy contenta. Instantes antes probé el ñame y estaba suavecito, fue cuando mi mamá me dijo: “El sancocho está listo”. Buscamos los platos hondos y otros para el arroz, ella comenzó a servir la sopa mientras yo arreglaba la mesa y sacaba los cubiertos. Esta es la mejor parte de la jornada, el momento en que mis hermanas, mis padres y yo nos juntamos en el comedor para hablar de nuestro día y sobre nuestros proyectos, como hacer, pronto, un fogón de leña.