El 31 de diciembre de 1963, en Santa Ana, nació Andrea de los Ángeles Grande, mujer luchadora cuya madre fue su gran ejemplo.

Estudió en varias instituciones, entre ellas el Colegio San Vicente de Paúl y el Colegio San Antonio. Cuando estaba cursando sexto grado su padre abandonó el hogar, entonces la niña y su mamá tuvieron que irse a vivir a El Congo, Santa Ana.

Al poco tiempo se mudaron a Sonsonate y luego al municipio de Sonzacate. En octavo grado se vio obligada a dejar sus estudios y ayudar a su madre y su hermana menor, Carmen Elena.

A los diecinueve años conoció a José María Lobo Vega, con quien tuvo dos hijos, José María Lobo Grande y Rafael Humberto Lobo Grande. Lastimosamente, la pareja se separó.

Cuando su primogénito tenía seis años, Andrea tomó una decisión muy importante: junto a sus hijos emigró a Guatemala donde vivieron por un tiempo, a los años se fueron a vivir a México y allí permanecen en la actualidad.

En 2014 su lucha se convirtió en un lazo rosa, pues le detectaron cáncer de mama. No sólo su cabello empezó a caer, sino también el ánimo; pero sus hijos demostraron gran amor y empatía hacia ella al pelarse la cabeza, para hacerle sentir que no estaba sola.

En todo este largo y duro proceso tuvo una operación para extirparle el cáncer y perdió un seno. Fue duro, pero era apenas el comienzo. Luego de las quimioterapias fue dada de alta.

Con el tiempo le dieron una grandiosa noticia: había vencido al cáncer después de largos meses que se sentían eternos. Sus cuidados, sufrimiento, sacrificios y esfuerzos habían dado su fruto.

Pero, en el año 2015 le hicieron una cirugía en uno de sus ojos, producto de la cual quedó ciega temporalmente. Con ayuda de los médicos pudo recuperar nuevamente su visión.

Andrea ha podido sobrellevar todos los obstáculos, siendo marcada por el cáncer. Es una heroína, no usa capa ni tiene superpoderes, ella lleva un lazo rosa y una gran sonrisa. Sin duda alguna sus luchas la han convertido en la mujer que es ahora, fuerte e inspiradora.

Me enorgullece decir que a mi corta edad he podido convivir con esta grandiosa mujer y no cabe duda alguna de que es un gran ejemplo para seguir, una mujer que inspira.

La realidad nunca fue color de rosa y, si necesitamos contar una historia de valor y firmeza, basta con un simple vistazo a tu alrededor. Si hablamos de mujeres fuertes, no es requisito buscarlas en las noticias o que todos hablen de ellas, ya que el claro ejemplo de fortaleza es a quien llamamos “mamá”.

Aún recuerdo los días en los que, emocionada, iba donde mi madre a pedir que me contara sus anécdotas. Siempre preferí dejar la televisión a un lado y estar en aquel ambiente cálido comiendo galletas mientras la escuchaba.

La noche lluviosa del 19 de septiembre de 1979 vino al mundo una pequeña niña con hermosos ojos color naturaleza, llamada Hazel Magali Zepeda Lara, quien desde muy pequeña tuvo que aprender que la vida no es fácil. A los diez días de nacida, su madre presentó una infección muy peligrosa por su episiotomía, por lo que tuvo que ser ingresada al hospital y dejar sola a la bebé.

En ausencia del padre, quien trabajaba lejos del hogar para llevar pan a la mesa, la recién nacida era cuidada por su madrina, solo por las tardes debido a su trabajo. La bebé se quedaba sola toda la noche en casa, desde las 6:00 p. m. hasta el siguiente mediodía.

A veces la vida te pone obstáculos y no fue la excepción con esta niña, quien a sus tres años vivió su primer sismo. Luego experimentaría tres más. En el de junio de 1982 sufrió varios golpes debido a unas tablas que le dejaron marcas físicas: “Los terremotos son unos de mis grandes miedos, me invaden ataques de pánico que me impiden moverme, y me producían aún más temor cuando tú y tu hermano eran bebés, de no poder reaccionar y que les pasara algo”, comenta mi madre sobre este trauma.

A los diecinueve años la vida le presentó otro obstáculo, tenía que decidir entre su familia o su futuro. Sus padres no la dejaban ir a estudiar a otro lugar y ella se embarcó en la aventura de independizarse. Este nuevo reto tuvo su grado de dificultad, ya que no era fácil mantener un trabajo para subsistir y sacar su carrera. De hecho, se tuvo que cambiar de una ingeniería a una licenciatura por falta de tiempo.

Al final, se vio obligada a dejar sus estudios, a las malas comprendió que sin ayuda no saldría adelante con su carrera. En ese empleo, que ahora recuerda con mucho cariño gracias a sus compañeros, también sufrió acosos y sobreexplotación. “Fue uno de los momentos más lindos, pero a la vez horribles de mi vida. Mis amigas, compañeras y el amor de mi vida hicieron de esa etapa algo maravilloso, pero mis jefes me hacían quedarme hasta tarde trabajando y cuando no había nadie más en la empresa se aprovechaban de mí», revela.

Otra decisión difícil fue dejar su estilo de vida para mudarse de departamento, ya que empezaría otra etapa: se uniría en santo matrimonio con su novio, con quien se conoció desde que tenía dieciséis años. La pareja fue creciendo y madurando. Siete años sembraron su amor hasta el día en que llegaron al altar. Se escucha como un cuento de hadas, ¿cierto? Pero luego vinieron tiempos amargos al enterarse de que había una baja probabilidad de tener hijos. Fueron tres largos años de peleas y lágrimas, ya que el sueño de la mujer con ojos color naturaleza era ser madre. Finalmente, logró quedar embarazada de mí, y siete años después dio a luz a mi hermano.

La vida requiere valor. Si quieren conocer a una mujer fuerte, tal vez solo tienen que decir: “Mamá, ¿podrías contarme tu historia?”.

Ana Isabella González necesitó tres años de esfuerzos para marcar la diferencia dentro de la historia del atletismo salvadoreño. Ha destacado en el deporte desde edad temprana, comenzó primero practicando gimnasia por siete años. Su dedicación le ha permitido alcanzar muchos de sus sueños y aún le faltan muchos más por ser cumplidos. La meta siguiente es participar en los campeonatos mundiales de atletismo.

Isa, como le gusta que le llamen, nació el 19 de mayo del 2005 en la capital de El Salvador. Siempre ha recibido el apoyo de su padre, su fiel entrenador, en cuanto comenzó a manifestar interés y curiosidad por el deporte. También ha encontrado soporte en sus amigos, quienes la acompañan en las prácticas, en las rutinas y en las competiciones.

En un corto tiempo rompió cuatro marcas nacionales. Uno de los récords más importantes que ha logrado ocurrió durante el Campeonato Mayor de El Salvador, cuando obtuvo el récord nacional en salto alto tras imponerse con una gran marca de 1,74 m en la categoría de U18.

Es una atleta imparable, ya que además es suyo el récord nacional de heptatlón, en la categoría de U18, con un impresionante puntaje de 4,025 puntos, hazaña lograda en abril del 2021. Un reto que siempre había anhelado y que la convirtió de inmediato en una campeona regional.

Con tan solo dieciséis años obtuvo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Juveniles llevados a cabo en la vecina Costa Rica. En esta importante gesta logró quedarse con tres medallas gracias a su excelente desempeño.

La rutina de Isa, de 1,62 metros de altura, es entrenar, bajo sol o lluvia, en la pista del Estadio Nacional Jorge Mágico González, de El Salvador, que ha pasado a ser su segundo hogar. Su competencia favorita de todas las que practica es la modalidad de 80 metros con vallas. Todo esto sin descuidar sus estudios, ya que destacar también en el colegio es otra de sus misiones.

Para su entrenador Óscar López, citado por diversos medios de comunicación social salvadoreños, los resultados obtenidos hasta el momento por Isa son el reflejo del enorme talento que tiene; él asegura que la deportista tiene un gran futuro por delante, ya que tiene la versatilidad necesaria para participar en pruebas de 100 metros vallas, salto alto, impulsión de bala, salto largo, jabalina y carreras de 200 y 800 metros. Increíble, ¿verdad?

Con la mirada puesta en seguir superándose, Isa participó con éxito en el torneo de heptatlón en Managua (Nicaragua). Vio esta competición como la ocasión perfecta para medir sus capacidades al lado de otras estrellas de América Latina y, como siempre, nuestra atleta volvió a brillar con luz propia. Como ha dicho en más de una ocasión durante las entrevistas que ha ofrecido: “Nunca es tarde para competir, sino para rendirse”.

Cada día es la oportunidad que tiene Isa para avanzar en su proyecto de dejar una huella dentro del atletismo salvadoreño, y luego obtener un espacio destacado dentro del deporte centroamericano y mundial.

Recuerdo cuando era más pequeña y soñaba con ser presidenta del país. Mi madre me veía con gracia y orgullo ante semejante determinación, por lo que decidió contarme sobre la vida de Prudencia Ayala.

Nació el 28 de abril de 1885 en el pueblo de Sonzacate (El Salvador). Su padre era un indio mexicano (Vicente Chief) y su madre (Aurelia Ayala) fue condecorada como coronela en la lucha de 1894 contra el general Carlos Ezeta, quien llegó al poder vía un golpe militar.

Prudencia aprendió lengua náhuatl de la mano de sus abuelas; además, hablaba y escribía en perfecto castellano. A los diez años se trasladó con su madre a la comunidad de Santa Ana, donde comenzó sus estudios primarios, pero solo logró cursar hasta segundo grado por falta de dinero. Aprendió el oficio de costurera, trabajo que alternaba con su activismo social a favor de los derechos de la mujer.

Cuando tenía catorce años publicó su primer artículo en un periódico. En su texto elaboró una serie de hechos que luego fueron considerados proféticos, como anticipar la caída del káiser Guillermo II de Alemania, el último emperador que tuvo aquel país europeo. Debido a esta premonición recibió el apodo de Sibila Santaneca.

Su ímpetu era enorme. Durante los años 1920 decidió fundar y dirigir Redención Femenina, un periódico que le permitió compartir con los ciudadanos la importancia de proteger al sector femenino, ya que para esos tiempos el rol de la mujer se reducía casi por completo a ser ama de casa.

Esta madre de dos hijos también demostró talento en el plano literario, ya que fue autora de poemas y libros. En su labor creativa promovía la igualdad entre hombres y mujeres, así como el fin de las dictaduras militares y de la intervención militar estadounidense en la región.

En su naturaleza provocadora decidió hacer apariciones públicas usando bastón, un acto que los conservadores de la época vieron como algo ofensivo. “No todos los hombres titulados llevan bastón, yo lo llevaré como insignia de valor en el combate contra los ingratos que adversan mi amor, mi ideal, la vida que llevo”, respondió en una ocasión.

Fue noticia en nuestro país cuando en 1930 anunció su postulación como candidata a la presidencia de El Salvador. Su aspiración fue criticada por un sector de sus contemporáneos hombres. Más de un periódico arremetió contra ella a través de caricaturas y artículos donde la acusaban de loca, fea, analfabeta, bochinchera y marimacha. Claro que también recibió el apoyo de un sector importante del estudiantado y de diarios como La Patria, ya que tenían ideas en común.

En los trece puntos de su plan de gobierno destacaba el sitial en el que deseaba ubicar a la educación pública, así como su apoyo a la clase obrera, al derecho al voto de las mujeres, la no discriminación de los hijos ilegítimos y reducir el consumo del aguardiente en la población. Su candidatura no pudo avanzar hasta las urnas porque la Corte Suprema determinó que las mujeres no tenían derecho a optar por cargos públicos.

Prudencia Ayala murió el 11 de julio de 1936 en San Salvador. Los medios de comunicación social la olvidaron pronto. Hoy día es distinto, ya que más de un grupo defensor de los derechos humanos la ubican como un ejemplo a seguir y utilizan su imagen y nombre como bandera a la hora de luchar por las más importantes reivindicaciones sociales.

Corría el año de 1996 cuando uno de los hijos de Prudencia vio una foto de su madre en una exposición del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), en San Salvador y le compartió al director de este centro cultural que su familia tenía un baúl repleto de escritos y objetos de ella. Esto permitió que el citado museo reconstruyera el legado de la mujer.

El arte también ha facilitado mantenerla presente en nuestro país. Por ejemplo, existe una organización llamada Concertación Feminista de Prudencia Ayala. En marzo de 2009, en el marco del Día de la Mujer, se llevó a escena la obra de teatro Prudencia Ayala en tiempos de brujería y en el 2017 la productora comunitaria de cine San Jacinto realizó el cortometraje Prudencia.

Yo también hago mi humilde aporte para que la memoria de Prudencia Ayala siga activa. Para que mujeres valientes como ella no queden en el olvido. Para que la gente recuerde que el coraje femenino se mantendrá y que nadie tiene derecho a borrarnos de la historia.

En el pueblo Erandique Lempira, el 20 de noviembre 1946, nació María Francisca Aguilar Cáceres, una mujer muy hermosa de cabello largo y ondulado. Hija de Priscila Cáceres y Carlos Aguilar. Su padre nació con el don de adivinar, la gente lo visitaba mucho para que les dijera por qué les robaban su ganado o sus objetos muy valiosos, él ganó mucho dinero por esa habilidad.

María Francisca, con veinte años, era muy apegada a sus padres; sin embargo, tuvo que salir huyendo de su comunidad. Se dio cuenta de que su novio Luis era un narcotraficante que no tenía piedad de nadie. Ella quería estudiar, pero su prometido nunca la dejó. María se fue sin saber qué rumbo tomar. Se dirigió hacia la ciudad de Tegucigalpa, donde descubrió que podía cumplir sus sueños y sus propósitos de vida.

Al llegar a la capital hodureña lucía un pañuelo rojo para su suerte. María empezó a estudiar e ir a la Iglesia en 1967. A los meses de vivir en la ciudad se encuentra con una linda joven llamada Lucía, que tenía un piedra en su mano, Lucía la miró a los ojos y esta, mordiendo la piedra, le dijo en voz alta: «Te maldigo por el resto de tu vida a que nunca seas feliz».

María, sorprendida, no le tomó mucha importancia. Pensó que la muchacha estaba loca, sin saber que todo lo que le dijo ocurriría. Con el paso de los días ya no era la misma, no se sentía bien; a sus veintidós años tenía una tristeza inexplicable, pero aun así seguía adelante.

Después de ocho años estudiando Medicina en la universidad se graduó, en el año 1973. Estaba muy feliz de lograr sus sueños, de ayudar a los demás siendo doctora. Recordaba lo que hacía siete años le dijo la extraña mujer, pero seguía luchando.

Cuando tenía veintiocho encontró a un hombre muy guapo llamado Carlos García. Con el tiempo se enamoraron y decidieron formar una familia. Se casaron en 1980. Tuvieron cinco hijos. María continuaba triste sin saber el motivo, ya no podía callarlo y le contó a su esposo sobre la maldición que nunca la dejaba ser feliz. Ella solo se sentía alegre cuando atendía a sus pacientes en el hospital o cuando convivía con su familia. El marido la apoyó en todo momento.

La pareja fue envejeciendo y quedaron solos porque sus hijos formaron sus respectivas familias. María sentía que su compañero no estaba nada bien y lo llevó al hospital donde ella había trabajado. Le diagnosticaron cáncer en el estómago, enfermó a tal grado que no podía caminar por el dolor. Ella lo cuidó, a costa incluso de su propia salud.

Los hijos pensaban que su mamá moriría primero porque se miraba más grave que su esposo. Para ayudarla internaron a su padre en el hospital y cuidaron de ella en su casa. La mujer les comentó que no se podía morir por su maldición, no lograba ni pararse de la cama, pero seguía resistiendo. A los días le dieron la noticia de que su esposo falleció el 20 de marzo del 2020 y ella entró en depresión. Luego reunió a sus hijos y nietos para decirles que siguieran adelante, que estaba muy orgullosa de toda su familia, oró por cada uno y los bendijo con el último aliento que tenía: «El día que yo muera no lloren por mí, que ya no voy a sufrir». María falleció el 19 de abril del 2020, un mes después de la muerte de su esposo.

María luchó día a día para poder cumplir sus sueños, metas y propósitos. Fue una guerrera y luchadora. Estoy muy orgullosa de haber tenido una abuela como ella, la admiré mucho y lo sigo haciendo por ser una valiente.

Ella es el símbolo de la prosperidad y la belleza afroamericana. Ella es el estándar de los estándares de lo que se llama trabajo arduo. Ella, ella es Madame C. J. Walker.

Vino al mundo el día 23 de diciembre del año 1867 en Luisiana (Estados Unidos). Hizo su primera aparición ante los ojos ciegos del mundo moderno, ella que era la primera de su familia en nacer libre. Eran su tez negra, cabello crespo y ojos color negro azabache lo que pronto todos verían en las latillas más famosas de productos capilares de los años venideros.

Su verdadero nombre era Sarah Breedlove, fue una mujer de hierro que trabajó día y noche lavando ropa a mano para proveer el dinero de los estudios y sustento de su única hija, Aleila Walker. Al mismo tiempo, se veía a sí misma como una empresaria estadounidense exitosa en todos los ámbitos.

Fue una pionera en los productos de cuidado para el cabello de las mujeres afroamericanas de su comunidad, los cuales muy pronto se comercializaron a nivel estatal y continental, dándole así el reconocimiento que la llevaría a ser un icono al que admirar dentro de la sociedad de Estados Unidos.

A pesar de su constante dedicación y esfuerzo en su trabajo, siempre hubo personas que tenían el objetivo de sabotear sus productos y darle mala fama como emprendedora. Annie Turnbo Malone fue uno de los personajes más difíciles con los que tuvo que lidiar. Le ofrecía tratamientos para su cabello a cambio de que Sarah le lavara la ropa, pero cuando esta renunció a su oficio de lavandería e inició una nueva carrera como creadora de productos capilares, Annie decidió tomar cartas en el asunto. Esta misma mujer, luego de haberse enterado de que Sarah había usado la fórmula base de su producto para el crecimiento capilar, se empeñó en hacerle la vida imposible; puso a sus conocidos en contra de Madame C. J. Walker para hacerla caer de su pedestal. Un perfecto ejemplo de esto, un día en la casa donde Sarah vivía y recibía a sus clientes fue presa de las llamas por un incendio sin explicación; a raíz de esta tragedia, Annie aprovechó la oportunidad y acogió a las clientas de su rival en su propio salón.

A pesar de los constantes intentos de Annie Turnbo Malone de sabotear su negocio, Sarah nunca cedió a rebajarse a su nivel y jugar sucio, aun cuando muchos la acusaron de estar envuelta en asuntos ilegales. Sin embargo, para mala suerte de sus difamadores, su trabajo y récord hablaron por sí solos ante los grandes comerciantes de la época, logrando dar una buena impresión frente a los mismos y, por consiguiente, permitiendo que firmara contratos favorables para el progreso de su empresa.

Por su perseverancia, Sarah Breedlove, quien murió en 1919, logró ascender y alcanzar lugares donde nadie hubiera imaginado que una mujer afroamericana en el pasado podría llegar.

Emily Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Massachusetts (Estados Unidos), en una familia acomodada y culta. Su padre, Edward Dickinson, era un abogado miembro del Congreso mientras que su madre, Emily Norcross, se dedicó al cuidado del hogar y la crianza de Emily y sus dos hermanos (Austin, el mayor, y Lavinia, la pequeña).

Siempre fue una estudiante ejemplar y se le dio muy bien escribir, pero lo que más le gustaba era leer sobre astronomía y botánica. Emily sabía todos los nombres de las estrellas, plantas y flores que podía ver desde el jardín de su casa. De hecho, al principio quería ser jardinera hasta que se topó con el libro Jane Eyre, de Charlotte Bronte. Al llegar a la última página ya no tenía dudas de que se iba a dedicar a escribir. 

A pesar de su inspiración inicial, su trabajo se inclinó casi completamente hacia la poesía, pues esta le permitía expresar mejor sus sentimientos. Plasmando lo que sentía, sin filtros y sin importarle lo que los demás opinaran de ese «mundo secreto» que se fabricó, Emily transformó totalmente la literatura del siglo XIX. Aunque sus obras eran increíbles, al inicio pocas personas entendieron la mirada de esta mujer que vivió en el aislamiento y la reclusión.

La llamaban la Loca en el Altillo o la Dama Blanca. Escribió sobre la vida, la muerte, el amor, la amistad y la naturaleza. Su obra está repleta de los nombres de flores que ella tan bien conocía, como por ejemplo los poemas «1098″, «1650» y «1779″ en los cuales comparaba a las flores y las distintas plantas con situaciones y personas de su entorno. No estaba para nada de acuerdo con la sociedad machista que la rodeaba y cómo las mujeres lo tenían muy difícil no solo para escribir, sino para el resto de las actividades que se creían propias de los hombres. Esta problemática también está reflejada en su obra. 

Tuvo un amor secreto, pero acabó muy mal, entonces decidió algo que nadie entendió, pero que la hizo feliz. Se encerraba en su habitación, usaba solo vestidos de color blanco y se dedicaba a escribir, a escribir y a escribir. Así hizo por 15 años y dio como resultado casi 2000 textos redactados en cuadernos que guardaba en los cajones de su cómoda. Por medio de este método, Emily obtuvo la grandiosa inspiración de poemas tan famosos como «La esperanza es la cosa con plumas», «¡No soy nadie! ¿Quiénes sois?», «Porque no podía parar por la muerte», entre otros.

Así fue como, por medio de su literatura, Emily Dickinson influyó de una gran manera, y a pesar de que no fuera feliz en sus relaciones amorosas y no pudiera ejercer la carrera de botánica como era su sueño, esos conocimientos y lecciones previas le ayudaron a tener exitosos escritos. Aunque antes de morir, a sus 53 años, había pedido a su hermana Lavinia que todos sus escritos fueran quemados una vez falleciera, sus obras se publicaron gracias a ella, quien recopiló todos los poemas que encontró.

Al día de hoy sus trabajos son reconocidos por todo el mundo, mostrando los frutos de su esfuerzo, como ella solía decir: «La buena suerte no es casual, es producto del trabajo; así, la sonrisa de la fortuna tiene que ganarse a pulso».

Hace más de 178 años la República Dominicana perdió un astro. Una mujer que tenía un temple de acero, una genuina heroína de Quisqueya. Su nombre fue María Trinidad Sánchez y su historia trasciende a su consabida confección de nuestra bandera.

La protagonista de esta historia nace el 16 de junio de 1794, en la ciudad de Santo Domingo. Hija de Fernando Raimundo Sánchez e Isidora Ramona. Poco se sabe de su infancia y juventud, y penosamente solo es conocido su parentesco con su sobrino, el prócer Francisco del Rosario Sánchez.

Una mujer que aparentemente no era relevante, se convertiría en la chispa que encendió la más noble de las luchas en toda la historia dominicana la gloriosa noche que vistió a mi país de soberanía y libertad, la noche del 27 de febrero de 1844.

Y no solo por el hecho de fue parte de los ilustres revolucionarios que con todo empeño se esforzaron por cumplir su juramento de hacer realidad la idea de una patria “libre e independiente de toda nación extranjera”, sino que ella fue quien cargó la pólvora entre sus faldas para disparar el trabuco, ese grito por la liberación de un ”pueblo intrépido y fuerte” que reclamaba la soberanía hurtada.

Pero la labor de esta heroína no terminó esa noche porque su celo por la naciente República Dominicana perduró, como el cuidado de las madres por sus hijos, más allá de aquel glorioso día de febrero. Puesto que la maldad y la avaricia en las sombras y en el poder conspiraban contra la nueva nación, ella y otros trinitarios se unieron para salvaguardar los intereses de la patria frente a una inminente anexión. Pero su heroísmo fue apagado —tras el grito “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República Dominicana”—, por una bala mediante su fusilamiento, el 27 de febrero de 1845.

Dejó un legado contundente de que la causa nacional no es apta solo para los hombres, como trinitaria probó que los ideales son más que pensamientos vanos, son ideas valiosas que deben ser ejecutadas en nombre de “la santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios omnipotente”.

María Trinidad Sánchez pagó el precio que hoy nos da la honra y el orgullo de ser llamados dominicanos.

«Sabía que me iban a disparar, pero no quise parar mi campaña (contra la influencia talibán y a favor de la educación). Estaba preparada para que me dispararan» (Malala Yousafzai).

Con este pequeño fragmento que la activista pakistaní escribió en su libro Yo soy Malala podemos tener una imagen completa del carácter de esta increíble joven quien, con apenas diecisiete años, cambió por completo su mundo y el nuestro.

Pero ¿quién es? ¿Por qué es tan importante? ¿En qué sentido transformó la sociedad? ¿Cómo lo hizo? Para responder a esto, tenemos que comenzar por el principio.

Malala Yousafzai nació el 12 de julio del año 1997, en el seno de una familia pakistaní. Cuando tenía diez años, un grupo de talibanes tomaron el control sobre su región. Ellos estaban convencidos de que las niñas no debían ir al colegio y su objetivo era excluir de forma sistemática a las mujeres y a las niñas de las principales actividades de la vida pública. Por estas creencias, Malala se puso en acción para defender sus propias convicciones y desde el inicio defendió el derecho a la educación de las niñas. «Mi objetivo es que la voz de las niñas sea escuchada», afirmó con firmeza durante una de sus intervenciones ante las Naciones Unidas.

A los once años comenzó a hacer diferentes campañas protestando por el acceso a la educación para las niñas, pero cuando tenía dieciséis ocurrió la tragedia.

El 9 de octubre del 2012, Malala regresaba de la escuela junto con dos amigas y estuvo a punto de perder la vida, un grupo de talibanes dispararon contra ella a quemarropa. Sus dos amigas resultaron heridas durante el ataque, pero la joven activista se llevó la peor parte, dos balas atravesaron su cabeza. Muy pocos pensaron que esta chica iba a poder sobrevivir, pero luego de siete días en coma, milagrosamente comenzó a recuperarse; los médicos estaban sorprendidos por su fortaleza y entereza.

“Los terroristas pensaban que podrían alterar mis objetivos y frenar mis ambiciones, pero nada cambiará mi vida excepto esto: la debilidad, el miedo y la desesperanza. La fuerza, el poder y el valor nacieron», declaró Malala tras recuperarse del atentado. Luego fue reconocida a nivel mundial como símbolo de la lucha por la educación de las mujeres”

Después de su recuperación médica, nuestra protagonista se trasladó a Europa y comenzó a hacer campañas de alcance global en defensa de los derechos de las niñas y las mujeres. Gracias a esto, en 2014, a la edad de diecisiste años, recibió el Premio Nobel de la Paz, convirtiéndose en la persona más joven en recibir este galardón.

Actualmente, Malala Yousafzai pasa sus días en Inglaterra o bien dando conferencias alrededor del planeta, continuando tan firme como siempre en su defensa por los derechos de las mujeres y las niñas. Esta reflexión lo deja claro: “Estoy entregada a la causa de la educación y creo que puedo dedicarle mi vida entera. No me importa el tiempo que me lleve. Me concentro en mis estudios, pero lo que más me importa es la educación de cada niña en el mundo, así que empeñaré mi vida en ello y me enorgullezco de trabajar en pro de la educación de las niñas”.

«Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte» (Minerva Mirabal).

El jeep fue encontrado al borde de un acantilado el 25 de noviembre de 1960. Los cuerpos de Minerva, María Teresa y Patria Mirabal Reyes yacían en el coche. El chofer Rufino de la Cruz se encontraba también dentro del vehículo. Los cuerpos estaban inmóviles, y las valientes Mariposas se habían ido. No obstante, sus vidas marcaron la sociedad de aquel entonces y lo siguen haciendo en la actualidad. 

Nacida el 12 de marzo de 1926, en Ojo de Agua, Salcedo, República Dominicana, Minerva Mirabal era la tercera en la familia Mirabal Reyes, después de Patria y Bélgica Adela (Dedé). Desde muy joven se vio atraída por la literatura y la filosofía; al graduarse de bachiller, obtuvo un título en Letras y Filosofía. Se casó con Manolo Tavárez, y juntos fueron padres de Minou y Manuel. Tener una familia no fue una responsabilidad que los contuvo de participar de forma activa en contra de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, quien estuvo en el poder desde 1930 hasta 1961.

La joven pareja participó del Movimiento Revolucionario 14 de Julio, una iniciativa civil que buscaba derrocar al militar y político Trujillo. Posteriormente se unieron a esta causa libertaria las hermanas de Minerva, Patria y María Teresa, formando el trío conocido como las Mariposas. 

En mayo de 1960 fueron sentenciadas a tres años de prisión por «atentar contra la seguridad del Estado Dominicano», resolvió la dictadura. Fueron puestas en libertad a finales de ese mismo año, aunque sus cónyuges siguieron en la cárcel.

Las hermanas Mirabal fueron asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Recorrían la carretera La Cumbre, entre Santiago y Puerto Plata, junto al conductor del vehículo, Rufino de la Cruz. Cerca del puente Marapica se hallaron los restos, en ese trayecto que las llevaba de regreso a casa. Las Mariposas volvían de visitar a los esposos de Patria y Minerva en la fortaleza de Puerto Plata, donde estaban encarcelados. 

Los cuerpos yacían destrozados en el fondo de un barranco, en el interior del carro en el que viajaban. Se dice que funcionarios del Servicio de Inteligencia Militar del Estado (SIM) hicieron una emboscada y rodearon el carro de las hermanas y, después de ahorcarlas, las metieron dentro del automóvil que posteriormente lanzaron por un precipicio. De tal modo, al ser descubiertas se creería que ellas se habían desviado del camino y que habían sufrido un accidente. 

Este asesinato provocó gran descontento en el corazón de los dominicanos, quienes ya desde hacía tiempo habían empezaron a germinar un descontento e inconformidad hacia el régimen de Trujillo. Ese gobierno tiránico acabó con el asesinato del dictador el 30 de mayo de 1961. 

La marca que dejaron las Mirabal impactó de tal modo en la sociedad que, en su memoria, cada 25 de noviembre (día de su muerte) se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Esta fecha fue aprobada por Naciones Unidas, el 7 de febrero del 2000. 

Las Mariposas fueron asesinadas, pero vivirán por siempre en el alma de los dominicanos y de todos los que conocen sobre ellas.