Erika María Ender Simoes nació el 21 de diciembre de 1974 en la ciudad de Panamá, y como gran parte de los istmeños es el resultado de una mezcla singular: hija de un estadounidense y una brasileña. De pequeña, gracias a que se desarrolló en un ambiente multicultural, se enganchó con la música. Desde ese entonces escribe canciones y compone melodías.

A los dieciocho años, estando en la universidad, la escogieron para participar en el Festival OTI de la Canción con una pieza escrita por ella llamada “Mar adentro”. Había ganado el Festival Nacional de la Tamborera como mejor intérprete con la canción “Panamá la verde”. Fue presentadora y productora en un canal de televisión, donde entrevistó a personalidades como los cantantes Gilberto Santa Rosa y Shakira. Se unió a la orquesta del cantautor Rubén Blades y participó en presentaciones de su álbum La rosa de los vientos.

Se mudó a Miami, Estados Unidos. Fue presentadora del programa Vida en línea, de Discovery Channel. En 2000 coescribió junto con Donato Póveda los temas “¡Ay, mamá!” y “Candela”, interpretados por Chayanne, que la hicieron ganadora del premio American Society of Composers, Authors and Publishers en la categoría mejor canción pop balada del año.

Ender es todo lo que nos podemos imaginar y todavía nos quedamos pequeños. Es compositora de pop latino y reguetón, de baladas románticas, salsa, música regional mexicana y rock. Ha colaborado en 200 álbumes, de los cuales más de 40 han estado en listas de éxitos. Hasta llegó a ingresar al Salón de la Fama de los Compositores Latinos. Ganadora de múltiples premios y distinciones, entre los que se encuentra el Grammy a la canción del año, con el sencillo “Despacito”, que fue un éxito en 2017. Su video musical superó los siete billones de vistas en Youtube.

Al recibir el Grammy, reconoció su agradecimiento porque la vida le permitió hacer lo que tanto le gusta. “Llevo 25 años haciendo lo que amo, y me ha llenado de cosas maravillosas”, exclamó la panameña, que intenta compartir sus triunfos con los más jóvenes desde la fundación Puertas Abiertas —dedicada a erradicar la explotación infantil— y TalenPro (Talento con propósito), una competencia que se transmite una vez al año en televisión, y que mezcla entretenimiento, cultura, valores y responsabilidad.

Erika canta con todo su corazón, conectando de inmediato con su audiencia mediante sus canciones. Crea una montaña rusa de sentimientos en su público y sabe cómo hacerse inolvidable. Sin duda, es una de las mujeres panameñas que más historia ha hecho en el mundo, ha batido récords y creado nuevos y exitosos caminos. Ella es evidencia de que todo es posible, y demuestra que para alcanzar los sueños, además de talento se requiere trabajo y conciencia.

La esgrima es un deporte elegante y competitivo, que consiste en dos contrincantes que intentan llegar a su rival con un arma blanca. Se define como el “arte de defensa y ataque con una espada”. Te pido que te pongas en guardia y me acompañes a ver la inspiradora historia de una esgrimista sin comparación.

Beatrice Vio, apodada Bebe, nació el 4 de marzo de 1997 en Venecia. Desarrolló su amor por la esgrima a los cinco años, y protagonizó la clasificación nacional a los seis. A los doce era parte de un grupo de niños exploradores, en el cual se daban apodos. A ella se le asignó Fénix Ascendente, en referencia a las majestuosas aves de la mitología griega que pueden morir, arder y volver a vivir.

Pero ¿por qué este apodo?

Para responder esto debemos retroceder hasta el 2008, cuando Beatrice fue internada a un hospital debido a un caso de meningitis, donde describe su experiencia como un duelo entre su enfermedad y ella. Según Bebe, las personas que más estaban sufriendo eran sus familiares, quienes al no poder quedarse acompañándola todas las noches, se despedían de ella con un “arrivederci,” aunque ella no entendía si eso era un hasta pronto o adiós para siempre.

Para salvar su vida, a Beatrice le amputaron ambos brazos. Aunque le garantizaron que después de eso estaría sana, la realidad es que poco tiempo después volvió a enfermar y esta vez le amputaron las piernas.

¿Cómo podrías vivir una vida sin brazos o piernas, tus principales herramientas para el día a día?

Después de esta difícil experiencia, Beatrice estuvo en rehabilitación por un par de meses. Una vez terminó le tocó reaprender cómo vivir y cómo volver a lo que le gustaba: la esgrima. Y así lo hizo, solo que esta vez en silla de ruedas. Resurgió como lo haría la mítica ave fénix.

El tiempo pasó y Bebe consiguió llegar a lo que ella describe como el paraíso: participar en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro de 2016. Combate tras combate, escaló hasta la gran final donde se enfrentaría a Zhou Jingjing, una colega que representaba a China.

La contienda comenzó, el primero en alcanzar 15 puntos se llevaría el oro. Bebe consigue los primeros puntos contra Zhou. La lucha avanza hasta el 12 a 7, hasta que, en un movimiento brusco, el florete de Zhou pasa por encima de la máscara y azota la parte trasera de la cabeza de Beatrice. El golpe la desconcertó, el dolor era intenso, pero Bebe no se daría por vencida por nada del mundo. Con una sonrisa en su rostro, la atleta siguió compitiendo y avanzó el marcador a 14 a 7, poniendo a todos en el borde de sus asientos.

El momento para el que Bebe había combatido toda su vida estaba frente a sus ojos: en un chasquido, el marcador pasó de 14-7 a 15-7. El mundo para ella se paralizó. La multitud gritaba y las lágrimas de felicidad empezaron a brotar. Beatrice lo logró: había conseguido el oro manteniéndose invicta. Ahí su apodo volvió a tener sentido: el mundo había visto la determinación del fénix ascendente.

Un soleado 9 de noviembre de 1984, a las diez de la mañana, nació Sheeana Castillo. Al convertirse en una joven de personalidad justa y recta, preocupada por exigir sus derechos y los de otras personas, decidió estudiar leyes, pues se veía como una gran y reconocida abogada en un futuro no muy lejano. Su determinación la llevó a noches de estudio en vela, sin fiestas que disfrutaban otros jóvenes; pero era parte de los sacrificios que supuso escoger la carrera de Derecho.

Todo esfuerzo tiene una recompensa, y la suya fue trabajar por el cumplimiento de las leyes en su país. Un día de labores de Sheeana implica tratar con casos familiares, civiles, migratorios y acusatorios. Su principal objetivo, cuenta, es dejar satisfechos a sus clientes al solucionar sus casos de forma oportuna y eficaz.

Recuerda uno de los casos más impactantes que trató: el cliente fue referido por un consorcio de contadores. Él, que ya había sido estafado en varias ocasiones, cansado decidió buscar ayuda rápida y contrató a una persona que le habían recomendado. Un día el cliente vino a la provincia de Chiriquí a comprar unas grúas, que estaban secuestradas, pero él no lo sabía. Contrató a la abogada quien le impidió meterse en un lío mayor, estafado y obligado a pagar la suma de 20 000 dólares.

Pero no solo se trata de asesorar, orientar y representar a sus clientes en asuntos legales, sino también de impulsar el Imperio de la Ley, para que la sociedad obedezca las leyes, ya que en muchos casos la gente las asume a su manera y para su conveniencia.

Ella ha visto muchos casos donde no se implementa la justicia para nada, y lo peor es que hay personas que lo ven y no mueven ni un dedo para impedirlo, como dijo Albert Einstein: «El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por aquellos que observan sin hacer nada».

Seguimos viviendo en un mundo donde las personas dicen “eso no es mi asunto”, pero con el tiempo se convertirá en el problema de todos, si no hacemos algo para impedirlo. Porque hoy puede ser otro, pero mañana, tú o yo. Cumplir la ley permite la justa, pacífica y civilizada convivencia entre los seres humanos, y Sheeana hace su mejor esfuerzo por conseguirlo.

Hay un dicho que describe a mi bisabuela Esther de una manera impresionante: “El que persevera, alcanza”. Ella fue una guerrera de primera clase, siempre nos decía que uno en la vida tiene que luchar hasta alcanzar su objetivo final, sin importar los obstáculos que tenga

Esther nació en Líbano, en 1936, y falleció en el año 2020, con 84 años. Allá se casó con un señor llamado Ezra Khezrie, tuvieron dos hijas, una llamada Sophie y la otra Shelly, mi abuela. 

Mi bisabuela emigró a la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, en 1964, con el objetivo de poder dar a la familia una mejor vida, con más comodidades y oportunidades. En 1967 nació un tercer hijo llamado Gaby.

El bisabuelo Ezra abrió una tienda departamental, donde trabajó muy duro para mantener a la familia. Mi bisabuela lo ayudaba mucho en la parte administrativa, ella se encargaba de toda la logística.

Esther era una mujer de negocios y fue importante en la economía de la familia. Cuando pudieron ahorrar dinero, ella decidió dónde invertirlo, pues conocía bien cómo era el negocio de bienes y raíces. Y tuvo mucha suerte, ya que los terrenos que compró hoy valen mucho dinero. 

También se encargó de educar, mantener y darle amor a Gaby, el tercer hijo, y le consiguió un socio de trabajo para que pudiera empezar su propia compañía llamada Enchanté, una tienda de accesorios de casa, que actualmente —y gracias a Dios— es una de las más reconocidas en todo Nueva York. 

Mi bisabuela vivía en la calle de Ocean Parkway, una de las avenidas más famosas de Brooklyn, conocida como la calle de los sirios.  Allí se encargó de cuidar a sus hijos en la casa y también asistía a mi bisabuelo en su negocio. Era una señora multitarea, un don único que tenía.

Luego de un largo tiempo en Estados Unidos, cuando sus dos hijas se casaron con panameños, se tuvieron que mudar al Istmo. Mi bisabuela vivió años muy difíciles, cambiarse de país no fue fácil para ella, pero luchaba hasta el final sin rendirse. 

Panamá le gustó mucho, amaba las calles, los restaurantes y, sobre todo, ir a jugar cartas con sus amigas en el casino. También le encantaba ver cómo mi bisabuelo invertía en la bolsa de valores.

Amaba todo lo que tenía que ver con las comidas, era muy buena cocinera, ya que tenía las mejores profesoras en Líbano: su mamá le enseñó, y ella a mi abuela y a mi tía abuela. La manera como preparaba los alimentos era algo de otro mundo, su mejor plato era el arroz con frijoles (lo que se le llamaba en Líbano como fasoulie), que sabía a gloria, era mi preferido. 

Mi bisabuela Esther es un ejemplo a seguir. Era una mujer llena de historias, sonrisas y buenas cualidades a quien le gustaba ayudar a todo el mundo, ya fuese con una sonrisa o económicamente. Ella pasó todas sus cualidades a sus hijas, les enseñó cómo ser féminas de buenas acciones, a luchar hasta el final y, lo más importante, aprender a agradecer por todo lo que tienen. ¡Ella era lo máximo!

«Algo formidable que vio la vieja raza…

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,

le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,

y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán».

Caupolicán, Rubén Darío (poeta nicaragüense, 1867-1916).

Cuenta la historia de los yalcones, grupo indígena de los Andes colombianos, un relato de su heroína. Abriéndose paso al primitivo mundo que la envolvía con su aura, esta mujer fue llamada Guaitipán. Merodeaban sombríamente rumores de advenimientos terribles. Augurios de un destino de certera destrucción. En el aire revoloteaba el Ángel de Muerte. Eran españoles. Era el siglo XVI. 

Pedro Añazco, perro calvo, era un marinero explorador en currículo, pero su legítima labor era el sicariato. En 1538 fue designado por el conquistador Sebastián Belalcázar, otro mercenario, a una misión habitual. Debía fundar una villa en Timaná para favorecer los oficios y correspondencias entre Popayán y el Magdalena. Aquella alimaña sabía a lo que iba. Desde que llegó trató con los líderes, hombres ingenuos, para imponer tributos y recados. En aquel entonces, una mujer imperturbable y vigorosa era una de las cacicas. Los colonizadores la nombraron después como la Gaitana. Era Guaitipán. 

Cuando Añazco llegó, rehusó negociar con ella por ser mujer. Por lo que decidió convocar a su joven hijo. Se llamaba Timanco. Como cacique, era segundo en el mando tras su madre. Añazco no contaba con la reverencia y orgullo de Timanco. Este, fiel a su madre, rechazó dar palabras donde el español quiso hablar con los caciques. El joven murió esa misma noche.

Pedro Añazco y sus hombres llegaron al aposento de Guaitipán y asesinaron a su hijo a sangre fría. Ella lo presenció todo. La noticia del crimen corrió por toda la colonia como las aguas caudalosas del río Magdalena. Hubo temor y sumisión candorosa hacia los españoles por parte de los nativos. Fue un escarmiento efectivo, pensaron los europeos. Cabe resaltar que Añazco no contaba con el grito de ultratumba de una madre herida. El llanto amargo de la opresión que expresa una revolución estrepitosa.

Días más tarde, como si fuese irreal, ella logró reunir a más de seis mil indígenas aguerridos. Atacaron de madrugada a Pedro Añazco con ella a la cabeza de las «tropas». El español andaba completamente desguarnecido, junto con diecinueve hombres despistados. Dieciséis de ellos fueron muertos y tres huyeron hasta Timaná llevando consigo la noticia del desastre. Añazco cayó en manos de sus enemigos. Al ser entregado a la Gaitana (su nueva identidad como guerrera), esta mandó a que le arrancaran los ojos con la punta de una flecha. Ella misma, sin escrúpulo, lo paseó por los pueblos atado del cuello hasta morir paulatinamente.

Poco después, la Gaitana dispuso de todas las comunidades posibles. Ella misma encabezó la guerra contra los europeos en Huila y en toda Colombia. La noticia que antes había amedrentado a los oriundos, les proporcionó ímpetu para alzarse contra sus opresores. La imperturbable mujer de acero nos deja una enseñanza indeleble. Es deshonroso permanecer tiesos ante la opresión de verdugos y asalariados. La historia de la Gaitana es un llamado fervoroso a la revolución.

Son las 4:45 de la madrugada en el cuarto número 2, una pequeña vivienda en una galera de trabajadores ngäbe en Tierras Altas. Una serie de casi 20 casuchas pegadas entre sí albergan a cientos de indígenas empleados de la finca La Esperanza. Las casas apenas se sostienen en una estructura básica de madera.

El techo de zinc, roto y oxidado cuela el frío y la humedad, y el único bombillo que ilumina el cuarto crea un ambiente lúgubre. Mientras su esposo duerme, Justina levanta a Benicio, el mayor de sus hijos. A sus 21 años, Justina está a cargo de tres niños: Benicio, de 8 años; Manuel, de 7; y Gabriel, de 6. Ella, a sus trece años, fue madre.

Justina amaba ir a la escuela. Cuando aprendió a leer, se sintió la persona más importante del mundo. Sueña.

Un día de mayo de 2012, su joven madre le dio la noticia: se la iban a llevar lejos. Se la entregarían al primo de un vecino, que trabajaba “Allá arriba, donde cosechan café y hay plata”. Fue vendida. Era necesario, siendo ella la mayor de 5 hermanos. Lloró y suplicó a su padre. Fue en vano: solo se ganó una paliza. A los pocos meses de ser entregada, ya estaba embarazada de su primer hijo. Pero Justina tenía la motivación para dar lo mejor de sí a pesar de todo lo que tenía en su contra: un embarazo y la responsabilidad como esposa de alguien que doblaba su edad.

Con el tiempo, convenció a su esposo de que la dejara ir a la escuela. Con casi un hijo nuevo por año, a Justina le costaba perseguir su sueño, incluso teniendo que repetir un año de clases. Pero se esforzó tanto que, pasados varios años, se graduó de 12.° grado con unas calificaciones arriba del promedio.

Son las 6 de la mañana. El pequeño cuarto huele a crema de maíz, a arroz y a sardina. Justina se prepara para llevar a sus hijos a la escuela. Todos saben leer desde los 5 años. Son buenos estudiantes. Sale del cuarto con sus niños. Caminan por un sendero de tierra oscuro y vacío hasta la vía principal, donde los despide. Los chicos seguirán solos unos veinte minutos más hasta la Escuela Las Nubes. El frío de la madrugada la obliga a llevar puesto un viejo saco, un pantalón de trabajo ―no usa la tradicional nagua― y unas botas de hule.

Vuelve a la finca a trabajar sin parar hasta las cuatro de la tarde. Es temporada de cosecha de cebolla. El cansancio la agobia y el intenso sol la hace sudar, mas Justina debe terminar su jornada. Es un trabajo duro, pero ayuda a mantener a su familia, debido a que el salario de su esposo es demasiado bajo.

Al salir de la finca va a la tienda más cercana. Olvidó comprar la tarjeta de datos móviles para poder entrar a la clase de esta noche: Justina está cursando su primer año de universidad, estudia Educación. Sueña.

Florentina Ruiz, también conocida como señora Flore, era una joven que residía en Soná, en Veraguas, donde buscaba a diario el sustento para subsistir, pese a su corta edad. Y como allí no tuvo suerte, decidió viajar a Panamá para conseguir una oportunidad de trabajo, ignorando que el empleo que encontraría sería la base para su futuro.

Comenzó como ayudante general, a la edad de quince años, en casa de una familia cubana que se dedicaba a la pastelería en el garaje de su residencia, en el año 1973. Dicho negocio tuvo su fruto y se expandió en una empresa de pasteles de todo tipo, muy reconocida hoy día como dulcería Momi. Ahí nació su travesía en el mundo de los dulces, volviéndose una de las empleadas con el don y el arte de la repostería.

Ella estuvo trabajando en la compañía durante muchos años y era una de las decoradoras más reconocidas. Al cumplir 32 años de servicio, tomó la decisión de renunciar por motivos familiares, asumir nuevos retos y abrir su propio negocio; así podía convivir más con los suyos, ya que el empleo le restaba mucho tiempo para sus cuatro hijos y su esposo.

Florentina inició en el año 2005 su emprendimiento en su hogar, se dio a conocer poniendo a la venta pedazos de sus dulces en tiendas cercanas para así ganar algo de dinero. Al ver la aceptación comenzó a crear y decorar pasteles de cumpleaños y empezó a ver los frutos de su trabajo.

Entonces, Florentina se enfocó en hacer todo tipo de dulces, como pasteles de quinceaños, bodas, aniversarios, graduaciones, cumpleaños, entre otros. Gracias a la popularidad de sus pasteles, su negocio fue creciendo y ganando clientes que se sentían complacidos con su trabajo. También llegaron reconocimientos en su comunidad.
Hoy día su negocio se ubica en su propia casa y es conocido como Dulces mi Abuela, que cuenta con cinco trabajadores. En la actualidad esta mujer de 69 años sigue laborando luego de haberse ganado la aprobación y el respeto de sus clientes.

“El amor de una madre por sus hijos es fuerte como un huracán y los protege sin nunca abandonarlos”, dijo Karla cuando le pregunté sobre su mamá y su origen. Me contó la historia de la dama más fuerte de Costa Rica: Kathalina Aguilar.

Fue de las primeras mujeres en el pequeño pueblo de Alajuela, que en ese tiempo tenía solo veinte habitantes, todos de ascendencia española. Kathalina era una terrateniente con seis hijos y una gran reputación. Sin embargo, nadie la menciona en su familia, así que decidí descubrir el misterio.

Según el registro de Costa Rica, en 1920 tuvo una hija llamada Adelina, quien se convirtió en una adolescente que tenía problemas con el mundo a su alrededor. Sentía que su mamá era sobreprotectora, por ende, su actitud era rebelde y explosiva. Karla cuenta que la relación madre e hija nunca fue buena debido a la sublevación de la niña.

Kathalina educó a su hija con disciplina y amor, pero el día de sus quinceaños encontró su cuarto vacío. Registró por la finca toda la noche. En el pueblo dicen que andaba «como la llorona, buscando a sus hijos». La diferencia era que su tristeza se mezclaba con ira, aun así, recorrió el país gritando por Adelina.

La madre fue por todas partes durante años, hasta que un día una señora de un puesto de elotes se acercó diciendo que había visto a Adelina por la costa. La vendedora, Liliana, menciona que Kathalina estaba devastada y se fue al encuentro con su hija. 

Reportan los espectadores del pueblo que la encontró con dos hijos y otro en camino. Vivía en una casa pequeña en la playa de Caldera, Orotina, lugar cálido y pequeño donde la comunidad convivía como en familia. 

Kathalina sentía que su deber era sacar a su hija de allí, llevarla de vuelta a su hogar en Alajuela. Así se lo propuso, mas Adelina se negó y destrozó otra vez a su madre por tener que regresar a casa sola.

Al volver sin su hija, su gran reputación empezó a decaer, hasta el punto en que todos la rechazaron, dejando a la pobre mujer en el olvido. De todas formas, Kathalina siguió adelante con su familia, sin escuchar las ofensas de los demás. Fue resiliente, sonreía incluso cuando nadie lo hacía con ella. El tiempo pasó, quedó sola hasta su último respiro, a la edad de noventa años. Murió en su amado pueblo.

Décadas después, Karla, la entrevistada de esta historia, fue a visitar a su abuela Adelina quien tenía cáncer. Ese encuentro se dio cuando la nieta estaba embarazada.

Su abuelita tomó su mano, le rogó que llamara a la bebé que venía en camino con el nombre que dio vueltas por su cabeza por más de treinta años: Kathalina. Así fue como Karla, mi madre, decidió mi nombre. 

Soy Kathalina, orgullosamente, y como mi tatarabuela, quiero salir adelante y ser alguien que se desconecte del odio para ser yo misma. Quienes la conocieron comentan nuestro parecido, igual carácter e inteligencia. ¡Supongo que no es casualidad que nos llamemos igual!

Esta historia trata sobre una mujer que se esforzó muchísimo en sus estudios para cumplir su sueño de ser una maravillosa fonoaudióloga y ayudar a niños con autismo. 

Me refiero a Britzeitha Britton, a quien sus cercanos llaman de cariño Marilyn. Nació en 1972 como la menor de cinco hermanos. Su madre estaba preocupada porque a pesar de tener dos años la niña no pronunciaba ni una palabra, el pediatra le dijo que no se preocupara, que estaba bien y que en cualquier momento lo haría, pero no ocurrió tan pronto.

Cuando la pequeña Britzi tenía cuatro años, finalmente se logró escuchar su hermosa voz. Nunca supieron por qué demoró, pero cuando lo hizo la compararon con la famosa actriz Marilyn Monroe, y de allí surgió su sobrenombre.  

La pequeña Marilyn ya tenía seis años y conversaba “como un loro”, la llamaban terremoto por sus constantes travesuras, era muy activa; patinaba y le gustaba mucho jugar a las escondidas. Recuerda que tenía una especie de casa sobre un árbol de nance que siempre convertía en un salón de clases, era tan especial que podía olvidar sus tristezas, y sin saberlo le ayudaría a alcanzar un gran futuro no tan lejano.

La escuela fue un gran reto para Britzeitha, le resultó difícil aprender, memorizar y escribir, de hecho, solo logró escribir cuando estaba en primer año de secundaria, ya que su estilo de aprendizaje era visual, pero no memorístico, por lo tanto, aunque se esforzara como lo hacía no lograba avanzar a la par de sus compañeros; aunque eso no hizo que la niña se rindiera.

Ya siendo adulta, para 1996, Marilyn recordó cuando aún era niña y jugaba en su casa del árbol.  Decidió estudiar una profesión que tuviera que ver con niños y jóvenes; eligió ser fonoaudióloga, ya que quería un gran reto.

Después de ocho años logró graduarse de la Universidad de las Américas. Britzeitha podía comprender y sentir las limitaciones de los niños; sin embargo, notó que no todos encajaban en el modelo terapéutico. Entonces, quiso conocer más sobre ese tema, especialmente del autismo. 

Fue así como siguió capacitándose, esta vez en Chile, Argentina y Perú. Recuerda que en 2011 llegó una familia desesperada por su hijo pequeño que no paraba de gritar, mirar hacia arriba o solo girar y su único alimento era arroz blanco con leche. Ya no sabían cómo controlarlo. Britzeitha junto a una terapeuta y una psicóloga de su equipo tomaron el caso y luego de estudios se diagnosticó que tenía autismo en grado tres, eso significaba que el caso sería muy complejo. 

Ellas hicieron un sistema de estructuración para observar cada gesto del pequeño y crearon una rutina para él.  El resultado fue exitoso, ya que el pequeño superó sus miedos y sus gritos pararon. Así mismo pasó con otros niños con autismo y otras condiciones. 

Su sueño llegó tan lejos que la especialista hizo su propia organización y hasta escribió un libro. Afirma que sus metas en la vida fueron cumplidas gracias al destino y a Dios. Ella tiene una frase que dice: “Todo se puede y realmente se puede”, esto significa que nunca debes pensar en que no es posible conseguir algo, sino que tienes que creer en ti mismo y en que lo puedes lograr, ya que la mejor medicina es tener pensamientos positivos.  

Britzeitha afirma que necesitamos visualizar cosas bonitas, creer en nosotros mismos y también poner el esfuerzo y empeño necesarios para cumplir los mayores logros en esta maravillosa vida, “siempre pensando que somos mentes brillantes con corazones llenos de luz”.

Una noche, puse atención a un programa que mi madre observaba en nuestro viejo televisor y me di cuenta de que era un documental acerca de una hermosa mujer que conmovió al mundo entero con sus acciones. Era Diana Frances Spencer, a quien la gente solía llamar Lady Di o la Princesa del Pueblo. Tomé asiento para saber quién era.

¡Naveguemos por la vida de Diana de Gales, les aseguro que será un viaje de amor y de inspiración! Su travesía inició en Park House, el 1 de julio de 1961. Llegó detrás de tres hermanos y aprendería a ir contra la corriente.

Diana era un pequeño capullo que fue creciendo hasta convertirse en una hermosa flor. Las primeras luchas con los remolinos de tristeza se dieron desde su infancia, ya que ella quería nadar en la delicada y suave disciplina del ballet, pero en su barco no había espacio para esto debido a que era muy alta; tampoco para que estuviera en la revista de las mejores estudiantes promesas, puesto que no le iba muy bien en la escuela. Sueños frustrados y tropiezos académicos, pero después todo cambiaría.

Luego de realizar estudios en Suiza, entre 1977 y 1978, Diana regresó a Inglaterra, a la capital. La pasión tocó su puerta el 29 de julio de 1981, fecha en que los tallos de rosas se ataron a Diana y al príncipe Carlos para crear un lazo de eterna unión, el gran problema es que Diana solo tenía las espinas y Carlos todas las flores, incluso de otro jardín. Consiguió el título de princesa, siendo la rebelde del palacio; con el poder que tenía, haría que su voz fuera escuchada, pero no sería un grito para dar órdenes, sino un susurro de amor.

Lady Di fue la Princesa del Pueblo porque tenía las llaves del cariño entre sus manos, que eran saber escuchar y respetar. Algo que admiré de ella fue su autenticidad. Siempre escuchamos que debemos dar la mejor versión de nosotros mismos, pero ¿qué pasa con la verdadera? Nuestra alma debe fluir junto con el río de la vida y tenemos que mostrar nuestras cicatrices, miedos, desilusiones y fortalezas. Así lo hizo Diana al hablar de sus problemas en su matrimonio, pero ambas partes estaban floreciendo para otra persona.

De Diana nacieron Guillermo y Enrique, hijos a los que crio como lo que eran, humanos igual que ella, saliéndose del estricto régimen de la monarquía. Fue una madre excepcional que siempre veló por sus pequeños, acompañándolos en sus actividades escolares y vacaciones, aunque a veces sus compromisos como realeza no se lo permitían.

La princesa siempre estaba a la moda, era esbelta y lucía hermosas prendas que rompían el protocolo: pantalones, vestidos, faldas. Diana no le ponía etiquetas a la ropa para establecer si era de hombre o mujer, ella simplemente se vestía cómoda, sin hacer caso del qué dirán.

En París, la capital del amor, tuvo lugar un acontecimiento que traería una ola de tristeza a todo el mundo: el barco de Diana se hundió en el mar de la muerte el 31 de agosto de 1997, en un accidente automovilístico. Dios, ¡cuántas lágrimas se derramaron ese día! Se había ido una madre, una hermana, y aunque no llegó a ser coronada, se había ido una reina.

Un triste sábado con un sombrío velo de tristeza reunió a una gran multitud en el funeral. Aquel terrible 6 de septiembre de 1997 dos mil millones de personas vieron, a través de una pantalla, el último adiós de Diana. Personalidades en todo el mundo estaban conmovidos, la Madre Teresa que compartía con Lady Di la bondad y el amor hacia las personas, se mostró muy afectada por su fallecimiento.

El alma de Diana quedó en las personas a las que ayudó. Dejó un legado a las futuras generaciones que será difícil olvidar. Mostró que estaba hecha de carne y hueso.

Muchos medios de comunicación hablaron de la muerte de Diana, decían que no fue un accidente; pero qué importa la causa, lo que vale es que Lady Di fue una mujer amada por el mundo entero. En mi caso, siempre la admiré. Diversas mujeres han sido inspiradas por el noble corazón de la princesa y muchas de ellas lucharán para que su mundo sea mejor.