Hace más de 178 años la República Dominicana perdió un astro. Una mujer que tenía un temple de acero, una genuina heroína de Quisqueya. Su nombre fue María Trinidad Sánchez y su historia trasciende a su consabida confección de nuestra bandera.

La protagonista de esta historia nace el 16 de junio de 1794, en la ciudad de Santo Domingo. Hija de Fernando Raimundo Sánchez e Isidora Ramona. Poco se sabe de su infancia y juventud, y penosamente solo es conocido su parentesco con su sobrino, el prócer Francisco del Rosario Sánchez.

Una mujer que aparentemente no era relevante, se convertiría en la chispa que encendió la más noble de las luchas en toda la historia dominicana la gloriosa noche que vistió a mi país de soberanía y libertad, la noche del 27 de febrero de 1844.

Y no solo por el hecho de fue parte de los ilustres revolucionarios que con todo empeño se esforzaron por cumplir su juramento de hacer realidad la idea de una patria “libre e independiente de toda nación extranjera”, sino que ella fue quien cargó la pólvora entre sus faldas para disparar el trabuco, ese grito por la liberación de un ”pueblo intrépido y fuerte” que reclamaba la soberanía hurtada.

Pero la labor de esta heroína no terminó esa noche porque su celo por la naciente República Dominicana perduró, como el cuidado de las madres por sus hijos, más allá de aquel glorioso día de febrero. Puesto que la maldad y la avaricia en las sombras y en el poder conspiraban contra la nueva nación, ella y otros trinitarios se unieron para salvaguardar los intereses de la patria frente a una inminente anexión. Pero su heroísmo fue apagado —tras el grito “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República Dominicana”—, por una bala mediante su fusilamiento, el 27 de febrero de 1845.

Dejó un legado contundente de que la causa nacional no es apta solo para los hombres, como trinitaria probó que los ideales son más que pensamientos vanos, son ideas valiosas que deben ser ejecutadas en nombre de “la santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios omnipotente”.

María Trinidad Sánchez pagó el precio que hoy nos da la honra y el orgullo de ser llamados dominicanos.