Recuerdos de mi abuela y nuestra infancia

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La más bella vivencia se remonta en la pupila de mi infancia, cuando mi abuela Otilia pasaba el año buscando tiempo para hacer a cada nieto muñecas de trapos, un camioncito y otros juguetes rústicos, convencida de que era el único modo de que los niños y las niñas de la familia tuviéramos un modesto regalo del Día de los Reyes Magos.

Como es evidente, los pobres son más dadivosos que los ricos, comparten la mitad de un pan para varias personas que están en un mismo sitio, además de ser más cariñosos y solidarios. Recuerdo que éramos un sinfín de nietos que la obligó a que nunca pudiera costearse una alimentación adecuada, y cuando lo conseguía era porque había renunciado a todo lo demás: pagar la luz, la hipoteca, la pastilla para su presión…

Cuando hay pobreza a veces no se come, se come poco, se come mal o simplemente se come lo mismo todos los días. Nadie es capaz de explicar cómo la abuela Otilia hacía “magia”, tal cual la parábola de la multiplicación de los panes y peces, para alimentar a muchos niños… y lo más hermoso es que quedábamos encantados con las delicias de su sazón.

Recuerdo la vez cuando fuimos llevados a la playa que, después de un largo baño y tremendo día soleado, ya ella nos tenía preparado un delicioso manjar blanco; renuncié a comer a mi llegada, por mi fineza, unido a mi gran cansancio. Todos se deleitaron, menos yo, y pasado un rato, cuando fui a buscar mi taza con tanto deseo, no quedaba absolutamente nada y grité: “Ay, ¡cómo me comieron el dulce!”. De pronto, se escuchó un estruendo de risas acompañado de complicidad; mis primos, atrevidamente, se acabaron el manjar.

Las personas estamos hechas de recuerdos, nuestra mente se escapa de manera constante a ese baúl en el que se contienen tantas historias y, aun teniendo más edad, recordamos esas graciosas anécdotas que nos hacen regresar a la bella infancia.

Una niñez feliz es un colchón donde saltan los sueños, es ahí donde los miedos duermen y no molestan, haciendo que nuestro potencial siga creciendo con optimismo y fortaleza.

Me siento dichoso, privilegiado, al igual que quienes también tuvieron la oportunidad de ir junto a ella hasta el lado de las olas. La abuela se sentía feliz viéndonos entre aros de gimnasia, juegos de soldaditos, carritos y pelotas. Ella atendió nuestros miedos, nos hizo sentir seguros y valiosos.

Todos los que la conocieron coinciden en la bondad de su carácter, hablan de su sencillez, de su determinación y su disciplina, que ha sido el legado que nos ha dejado para continuar siendo hombres y mujeres de bien y llevarlo de generación en generación.

Hay ciertas cosas que, de una u otra manera, se hacen difíciles de olvidar y este es el homenaje que hago a esa dama que ha roto los estereotipos de la sociedad actual. La abuela Otilia fue la mejor madre y abuela que la vida nos pudo dar y, sin dudas, también forma parte de esas grandes mujeres profesionales de la salud, las ciencias y las artes que merecen grandes reconocimientos.