Iris Quintero nació en la ciudad de David, provincia de Chiriquí (Panamá), en 1980. Desde los ocho años comenzó a trabajar al lado de sus padres en los cafetales. Fue un tiempo de lucha y muchas ganas de salir adelante junto a los suyos, actitud que ha reflejado el resto de su existencia.

Estudió en la Escuela Primaria de Río Sereno, donde se destacó por siempre ser muy aplicada, pues le gustaba obtener buenas calificaciones. Llegaba del plantel a su casa a repasar lo aprendido en el aula y a realizar las tareas asignadas. De verdad que amaba ir a clases.

Al ingresar al Colegio Secundario de Renacimiento, a sus trece años, fue un cambio fuerte, pero tuvo que adaptarse a su nueva realidad. Sus padres trabajaban y ella junto a sus hermanas se encargaban de ver el café que tenían que cosechar y medir. También debía llevar a cabo oficios en casa.

En aquel tiempo la educación estaba basada en mucho respeto y obediencia hacia los progenitores. Cuenta que, cuando sus papás hablaban, se acataba lo que ellos manifestaban, y nadie se quejaba por nada. Eran épocas en que los padres ejercían autoridad con rectitud y formaban jóvenes independientes, capaces de enfrentarse a las situaciones más difíciles de la vida.

Los profesores de Iris eran estrictos, pero también comprensibles, como una segunda familia para sus alumnos. La joven se graduó en 1998. Para ese año sus padres se habían separado. Igual, ambos continuaron luchando por y para ella. Fue muy dolorosa la ruptura, pero ella siguió esforzándose porque siempre tiene y aplica una frase motivadora: “El ocio produce mediocridad, es importante mantenerse ocupado y trabajar para comer de nuestro propio sudor”.

Se fue a trabajar y estudiar en David, lugar donde nació; estudió la carrera de Química en la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI), sin embargo, no pudo seguir su formación por las carencias económicas que llevaba a cuestas y tuvo que volver a su pueblo, Río Sereno, allá se casó y tuvo a sus hijos. Menciona que su propia familia se convirtió en su principal motivo para progresar.

Decidió ser una verdadera emprendedora: comenzó haciendo rifas, vendía arroz con leche y tamales. Todo para ayudar a su esposo y a sus pequeños.

La vida ha sido de mucho esfuerzo para Iris, quien luchó para trabajar junto a su familia y así alcanzar sus metas. No entristece por no haber culminado sus estudios superiores, su fuente inagotable de fuerza son sus hijos, que además son su mayor orgullo porque se han convertido en hombres de bien.

Relato esta historia para aquellos que sienten frustración al no haber podido lograr todos sus sueños. Esta mujer irradia alegría e inspira a que seamos emprendedores. Especialmente, me llama la atención que motiva demasiado a los jóvenes de hoy a respetar a sus padres y a valorar lo que la vida nos regala.