Liliams Denis López es emprendedora, propietaria de un pequeño taller de tapicería, ubicado en el corregimiento de Tocumen, en la provincia de Panamá, y también es dueña de un modesto apartamento de alquiler construido al lado de su casa, con el fin de mejorar sus ingresos.

Su vida ha sido muy diversa. Trabajó como corredora de seguros en una de las mejores empresas del país. También como conductora de un remolque en el Canal de Panamá, donde se ganó el aprecio de sus compañeros por su profesionalismo.

Ha vivido tanto que incluso ya padeció el dolor que provoca la muerte, tema del que no le gusta hablar, quizás por miedo. No es para menos. En un accidente automovilístico perdió a dos de sus tres primeros hijos. Fue un duelo difícil, pero logró superarlo. 

Después de vivir la ruptura de un primer matrimonio y el fallecimiento de sus hijos, la ilusión volvió a su vida. Se casó con Jherson Sánchez, a quien conoció muy joven en un viaje que realizó a la provincia de Chiriquí, donde se lo presentó un amigo. Allí descubrieron que habían vivido en el mismo vecindario desde muy pequeños. 

Transcurridos algunos años se reencontraron y formaron un hogar. Jherson, mi padre, llegó para llenar un espacio en su vida y en su corazón. Ese amor se consolidó con el nacimiento de mi hermano y yo. 

Las personas de su entorno definen a Liliams como una mujer auténtica, muy transparente y sincera; aunque esas características no le agraden a otros. También apoya a otros que, como ella, han tenido que enfrentar la pérdida de seres queridos. 

Su niñez tampoco fue fácil, no solo por vivir en una zona de pocos recursos, sino porque le tocó cuidar a muy temprana edad a catorce sobrinos, casi contemporáneos a ella. De pequeña tuvo que asumir responsabilidades propias de la vida adulta. Todo eso la convirtió en la mujer que es hoy. 

Nueva vida a los muebles

Liliams es una mujer perseverante, descubrió que podía revestir muebles después de conocer a un inquilino que hacía trabajos de sastrería y tapicería. 

Ella observó como él realizaba esas labores sin saber que luego llegaría su momento. Pasado algún tiempo visitó su casa un cliente del antiguo inquilino solicitando el forrado de un juego de sala. Entonces ella, pensando en el dinero que se podía ganar, decidió aceptar el reto y tomó el encargo. Cuando el cliente recibió el juego de sala terminado manifestó su satisfacción y calificó su labor como excelente. Ese fue el inicio de un emprendimiento que ya tiene quince años de funcionar con éxito.

Su potencial como artista

Por otro lado, es amante del arte, que considera su pasión. Desde niña le ha gustado pintar y dibujar. Un día le comentó a una vecina ecuatoriana sobre su afición y talento para la pintura. Esta mujer, que también pintaba óleos, la motivó a crear sus propias obras con el fin de generar un poco más de ingresos.

Así como le fue bien con sus primeros sillones tapizados, también sus cuadros han sido comprados por nacionales y extranjeros. El primero fue vendido por 50 dólares a una canadiense. Después, en un viaje a Atlanta (Estados Unidos), para visitar a una de sus hermanas, una vecina de esta quedó fascinada con una pintura que Liliams llevó de regalo. Ella le pidió un mural en una pared de su casa. Quedó muy satisfecha, a tal punto que le hizo publicidad en la barriada. Al regresar a Panamá traía 3500 dólares, producto de la venta de su arte.

Sueños y metas

Liliams afirma que su principal sueño es ser una buena madre y realizarse profesionalmente al culminar sus estudios universitarios en Contabilidad.

Esta es Lilliams Sánchez López, un ser resiliente, mi madre. Ella ha logrado manejar las dificultades para no hundirse en el dolor y salir adelante con optimismo, empatía, creatividad y adaptación a los cambios.

En la actualidad se siente plena, ilusionada y agradecida con Dios y la vida por el amor de sus hijos, sus nietas, y su gran amor, mi padre.

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Como una semilla que recibe los primeros rayos de sol y germina, la pequeña de seis años —mi madre— conocía la suma, la resta, lectura silábica y escritura gracias a las enseñanzas de la señora Judy, mi abuela.

En 1978 inició estudios primarios y durante esta época tuvo maestros inspiradores que detectaron su talento para las ciencias exactas, en especial para materias como Matemáticas y Ciencias Naturales. Era la tutora de sus compañeros.

Al completar la primaria, ingresó al Instituto Justo Arosemena, centro educativo de carácter privado en donde, por su alto nivel académico, saltó del primer año al tercero de secundaria cursando las materias básicas en dos meses intensivos. Terminó el bachiller en Ciencias a los 15 años. Debo mencionar que son muy pocos los centros educativos que se dedican a fortalecer y reconocer el desempeño estudiantil, lo que se conoce como altas capacidades.

Concluida la secundaria, le ofrecieron la oportunidad de estudiar en la Universidad Tecnológica de Panamá dos carreras seguidas: Ingeniería Industrial y Docencia en Física. A este nivel le representó un reto identificar las carencias de algunos estudiantes universitarios y el hecho de que había pocas mujeres dedicadas a dichos campos. Sin embargo, esto no fue obstáculo y culminó ambas profesiones exitosamente. Esta fue la llave maestra que le permitió iniciar una nueva historia en este campo. A partir de aquel momento empezó a laborar en distintos planteles educativos de la región metropolitana.

Reconocida por su trabajo, obtuvo una beca de excelencia para un postgrado en Enseñanza de Ciencias por Indagación, avalado por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SENACYT); se graduó con el primer puesto de honor. Al culminar estos estudios especializados participó, durante un periodo de tres años, en la preparación y acompañamiento de educadores de nivel primario para aplicar estrategias indagatorias a los chicos, desde preescolar hasta séptimo grado, que permitieran mejorar el proceso de enseñanza- aprendizaje de las ciencias.

Actualmente continúa su desarrollo profesional cursando una especialización en Enseñanza de la Física, con una beca de excelencia por SENACYT y a la vez dedica tiempo a su hogar y a su trabajo docente a través del cual impulsa el desarrollo de las ciencias siendo tutora de proyectos científicos.

Durante la pandemia aplicó herramientas TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación) para hacer interactivas las clases virtuales y fortaleció su formación integral con un diplomado en Inteligencia Emocional. A la vez, mantuvo activos a los estudiantes promoviendo y dando seguimiento a los proyectos innovadores que surgieran para concursar y desarrollar talentos, habilidades y destrezas científicas.

Considero que la mujer de la física, mi progenitora, es una mente brillante con corazón de oro, fuente de inspiración y una de las mejores docentes de nuestro país.

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Yara Johnson, mujer de tez negra, cabello oscuro y carácter determinante lleva en la sangre el ADN de lucha y superación que le heredaron sus antepasados de origen francés. Su bisabuelo había llegado a Panamá en busca de nuevas oportunidades durante la construcción del Canal por parte de Estados Unidos.

La joven Johnson siempre quiso ser azafata, inició estudios en 1990 y culminó al año siguiente. Con título en mano, intentó ejercer la profesión de la que se había graduado, sin embargo, le fue imposible y decidió trabajar como niñera.

Entre familiares y amigos, surgió una gran interrogante, especialmente para Bryan, su sobrino, que en una de las tantas conversaciones que solía sostener con ella, le preguntó: «Tía, ¿qué ocurrió con los deseos de ser azafata? ¿Por qué abandonaste tu sueño de volar y conocer otras culturas?».

Aunque había pasado mucho tiempo, la tía respondió, con algo de nostalgia e hidalguía, que había tomado la decisión por una promesa hecha a su madre: que trabajaría desde tierra, como azafata terrestre, para calmar sus temores por los vuelos.

Al chico, esta respuesta le pareció algo contradictoria, tomando en cuenta la profesión de su tía. Posteriormente, comprendió que la abuela dudaba de la seguridad de los aviones. En aquella época eran frecuentes los accidentes aéreos.

Trabajando como niñera, conoció a un joven estadounidense de nombre Jhon Winemam, militar de tez blanca y cabello rubio, con quien estableció una relación y se casó en 1993, adoptando el apellido del esposo.

Pasados seis meses de matrimonio, la pareja se mudó a Estados Unidos, específicamente a Texas. Yara, sin saber más que lo básico en inglés, lo primero que hizo fue ingresar a una escuela para aprender el idioma.

Pronto llegaron los hijos y en 1995 nació Glen, el primogénito; posteriormente, Garrett; y en el año 2000, Heather, la princesa de la familia.

Todo marchaba bien, pero Yara sentía que se debía algo a sí misma. Luego de tener a sus hijos, laboró en lugares como pizzerías y restaurantes, procuraba que los compromisos del trabajo no interfirieran con la responsabilidad de ser madre y estar atenta al hogar. Además, decidió estudiar la carrera de Enfermería, de noche, mientras atendía a los hijos durante el día.

En la actualidad labora como enfermera y sus hijos ya son adultos. Glen trabaja en una empresa petrolera; Garrett se ha desenvuelto en el medio militar y la más pequeña estudia Medicina y obtuvo una beca en sóftbol.

Yara Winemam es una mujer inspiradora que hizo un gran esfuerzo por cuidar a sus tres hijos, trabajar, estudiar una carrera, enfrentarse a la barrera de un idioma distinto al suyo y adaptarse a otra cultura fuera de su país.

Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, el porcentaje de hispanos para el año 2021 en el Estado de Texas ascendió a un 39.3%.

¿Quién esperaría que, frente a los ojos azules del mar, el 7 de julio de 1935, en Puerto Limón, nacería una valiente defensora de quienes vivían en la injusticia? De ascendencia jamaiquina, desde pequeña y con el apoyo de su madre, participaba en eventos católicos siendo ángel, algo atípico en su época. Con grandes pasos, la niña se convirtió en una voz referente para la cultura afrodescendiente y la tan olvidada provincia.

Eulalia Bernard fue una mujer que rompió paradigmas, no la detenían los muros impuestos por la sociedad y estaba orgullosa de ser “rotundamente negra”, como reza el poema de Shirley Campbell. Convencida de la importancia de que los jóvenes y niños conozcan su historia y su cultura, realizó muchos aportes en la educación; ella se convirtió en la primera mujer afrodescendiente en graduarse en la Universidad de Costa Rica, en estudios para la enseñanza de inglés.

Una escritora que en cada uno de sus poemas nos regala crítica, lucha, negritud, gozo, nostalgia, realidad… Cuando la leemos nos hace vibrar el pecho y suspirar en lo profundo del alma. Ponía corazón y fuerza para alzar su voz y la bandera en son de lucha por todos los afrodescendientes, defendía su extraordinaria cultura, sacaba, sin miedo, verdades que no se decían sobre el descuido y el abandono de Limón y su gente y de la discriminación que aún hoy sigue latente, aunque somos hermanos de una misma patria y llevamos las mismas raíces en la sangre.

Bernard rechazaba la desidia del Gobierno y la falta de apoyo económico, educativo y de seguridad, a pesar de lo mucho que la población afro nos ofrece con el sudor de su frente. Es injusto nuestro desconocimiento de su cultura, historia, tradiciones, raíces, del mekatelyu o criollo limonense (lengua de los afrolimonenses); del grano oculto entre sus cabellos trenzados que esconden una historia, de su ropa y su calipso como el del inolvidable Walter Ferguson. Debemos acercarnos más a nuestros hermanos costarricenses y que bajo el azul, blanco y rojo podamos convivir con respeto, celebrar, compartir cultura y tradiciones unos con otros.

Eulalia dirigió su vida hacia esas luchas, a través de la poesía, como escritora, activista, diplomática y educadora; además, veló por la incorporación de hombres y mujeres afrodescendientes en diversas áreas. Intentó llevar sus obras en su aspiración de ser diputada por el partido Pueblo Unido, convirtiéndose en la primera candidata a diputada afrodescendiente por un partido no tradicional y comunista. Estuvo presente por varias décadas en la política como voz amiga de las minorías y defensora de la afrodescendencia, mujer imparable que combatió contra los arquetipos, por una nación de paz y amor; lo que le valió diferentes reconocimientos.

Eulalia Bernard se fue de este mundo para compartir con la fuerza de los vientos y la tranquilidad de la brisa, el 11 de julio del 2021. Nos dejó sus luchas como gran legado, y espero que culminen a favor de la justicia, para unirnos como costarricenses, sin importar la etnia.

Construyamos una patria de igualdad de oportunidades, sin discriminación y con conocimiento de la importancia de todas nuestras provincias, pueblos indígenas y los nuevos ciudadanos que vienen a formar esta gran patria libre. Un país donde nos unamos y celebremos juntos nuestra historia y a personas como Eulalia Bernard, ejemplo de lucha y resistencia femenina; una imagen que perdurará en los ojos de una niña que se mira al espejo con orgullo de lo que representa.


¡Qué niños tan grandes, qué grandes tan niños! El verdadero sentir de la infancia sabrosa y muy preciosa, como nos demuestra nuestra fuerza de vida.

No todos tienen una infancia bendecida. A sus tres meses de nacida, a la Niña la dieron como regalo de último momento en una fiesta de retirados; su madre la entregó a unas señoras conocidas, sin tal vez sentir el verdadero ardor de progenitora. Pero la abuela, con apenas unas monedas para comer, una casa medio terminada y un enorme corazón prefirió mil veces acoger a su primera y única nieta; no lo pensó dos veces y se fue con ella en brazos, con la esperanza de ser mejor madre que su propia hija.

En el pueblo de Cairo fue donde doña Alice acogió a su nieta. La Niña desde ese entonces tuvo una infancia alegre; aunque fue difícil vivir con gran humildad, nunca le faltó su sensación placentera de ser una pequeña y el amor de los adultos tiernos.

Cuando tenía doce años, la mujer que la parió llegó de repente para verla; pidió permiso de agarrar su mano y llevarla a pasear, pero la raptó y de forma descarada la separó de su madre de crianza. Toda la ternura y dicha que albergaba su corazón fue rasgada, en esa época no había sistema que pudiera impedir el robo.

El primer año de la Niña en Alaska fue triste. La madre tenía suficientes monedas, una casa bien construida, pero eso no ocultaba el odio hacia su hija; los moretones en su vientre y las palabras de maltrato le robaron la sonrisa. Tenía todo, pero no tenía nada; tenía mucho, pero tan poco. ¿De qué valía la comida en su plato, si había dolor y penas en su mente? El Gobierno americano le concedió a la menor albergue al ver su situación.

Pasaron tres largos años hasta que por fin su vida pudo volver a como era en el principio, a vivir en amor con doña Alice a quien tanto anhelaba ver. Su alegría se desbordada como las lágrimas en su cara, solo quería abrazar a su abuela después de tanto tiempo; la sensación de la señora era la misma en su corazón sincero.

Pero, cuando la emoción pasó, siguió la normalidad, como hacía algunos años atrás. La Niña se sentía perdida y pensaba: “Antes de los doce, mi vida era dura y feliz, y en Alaska fue fácil e infeliz; pero ahora ¿qué es?”. Se cuestionaba una y otra vez al ver que tendría que dejar sus estudios a los quince años con tal de ganar monedas para llevar comida a su casa. 

La ahora joven, a sus dieciséis tuvo a su primera hija, a los veinte otra y al conocer al verdadero amor de su vida una hija más. El tiempo se le fue rápido y debía trabajar duro para mantener a su familia, ella sí cargaba el ardor de madre y su amor fue suficiente para darle a sus hijas la vida que merecían.

Cuando analizo la situación de mi abuela Katia Donaldson Dikinson, a quien siempre he visto como una mujer exitosa y brillante, me sorprende que llegó a pasar penumbras y desdichas en silencio; que se expresara abiertamente conmigo, como lo hizo, me causó mucho regocijo, pues aprendí que su vida, aunque difícil, la convirtió en la mujer que es hoy, y también la que me inspirará en el mañana.

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Es la séptima hija entre nueve hermanos, con antecedentes de educadores, tratando de distinguirse entre todos para tener la aprobación. Desde un inicio supo que quería marcar una diferencia frente a los demás. Dedicó la mayoría de su vida a criar a sus hijos y a brindarles todo lo que necesitaran para ser exitosos en los caminos que decidieran llevar. Una vez sus hijos crecieron, entró en un momento de realización. ¿Qué pasaría si ayudaba a otros niños a ser amados, tratados y educados de la misma forma que ella hizo con los suyos?

Nunca pensó que se convertiría en la persona que actualmente es, enfocada en buscar todo el conocimiento posible para compartirlo con los niños, jóvenes y adultos. No fue una tarea fácil abrir una escuela innovadora, con la visión de educar a los futuros líderes del país integrando el idioma inglés, la tecnología y los valores enfocados hacia el éxito global. Recuerda que muchas puertas se le cerraron para este proyecto y las situaciones no iban mejorando, los sucesos negativos seguían aconteciendo. En los momentos que pensaba que sería mejor rendirse, podía ver a aquellos niños incapaces de recibir una buena educación, y poco a poco aprendió a levantarse y a seguir luchando por su sueño. 

Al inicio contaban con 7 alumnos, hoy atienden a más de 500 con gran anhelo de aprender. Sin embargo, sus metas apenas están comenzando en este camino educativo, donde el único propósito es que todos tengan una oportunidad de estudio.

Les presento a la directora de nuestra prestigiosa escuela Howard Academy, la mujer que nos abrió las puertas, no solo de su institución, sino también de su corazón: Tania Fleming. Una líder que nos enseña a perseguir nuestros sueños, que no debemos quedarnos estancados, aunque esté todo en contra; y a experimentar acciones nuevas, porque nunca sabemos cuándo encontraremos lo que nos apasiona. 

Su filosofía de vida es: “Busca algo que la gente necesite y que no se encuentre en todas partes, marca una diferencia entre los demás usando tu gran mente y conocimientos”. La profesora Fleming siempre nos recuerda que los títulos no son solo un pedazo de papel para tener en la pared, sino que es necesario utilizar el conocimiento que nos llevó a obtenerlo, pues es ahí donde está nuestra fortaleza, siempre y cuando la usemos correctamente.

¡Valiente forma de servir! Con una salud complicada. ¡Qué va!, yo no podría; pero, ella sí tiene agallas.  ¿De dónde saca tantas fuerzas María Zoila?

Les hablo de una mujer guerrera, que vino al mundo el 26 de agosto de 1977, en mi bello Panamá. Es la cuarta de nueve hermanos. Figúrense que una vez se hizo una herida que no sanaba, acudió al médico y le diagnosticaron diabetes. Otro día, estando en casa, empezó a sentir mucho dolor en el vientre, el cual era repetitivo. Pidió una cita en la Caja de Seguro Social, y en primera instancia le dijeron que era un quiste muy diminuto y sin importancia. Ella seguía con los síntomas y decidió buscar otra opinión en el Hospital Santo Tomás, donde le hicieron una serie de exámenes.

Después de ir a la cita de control, a los nueve días, no imaginaba el diagnóstico que recibiría. Fue en 2012, durante la lectura de los resultados, que le dieron una noticia que la impactó. Tía Toy, como la llaman, tenía divertículos biliares, afección que se presenta cuando se forman pequeñas bolsas o sacos que sobresalen a través de puntos débiles en la pared del colon… y ya estaba complicándose.

El galeno le anunció la operación de una colostomía temporal, pero ella lo recibió como un simple comentario. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

Llegó el momento de la cirugía, aún con los nervios siguió con el proceso respaldada por su familia. Al despertar se encuentra con un nuevo miembro en su cuerpo, la bolsa de colostomía. Empezaba una nueva faceta en su vida y estaba decidida a afrontarla con valentía.

Tía Toy siguió con su rutina de una manera natural. ¡La bolsa no la detuvo! No dejó de ser la administradora de su hogar. Me pregunto: ¿Cómo pudo soportar tanto sufrimiento? Es una guerrera, no se rinde. A ella le encantaba cuidar a sus sobrinos, quienes la acompañaban a casi todos los lugares, eran como unos pollitos detrás de la gallina. Cuánto amor emanaba de ella hacia esos pequeños… y era recíproco.

Ya habían pasado seis años. Tuvo la oportunidad de ingresar al Club de Leones a realizar labor social en la comunidad. Ni siquiera en la pandemia se detuvo. Ella estuvo al frente de la responsabilidad social de la organización, en donaciones de bolsas de alimentos a las familias más necesitadas y golpeadas por el COVID-19 y, para su sorpresa, fue electa presidenta del Club de Leones de Pedregal. Desde ese cargo, continuaba ayudando a las familias y escuelas de la comunidad, con donativos.

Luego de diez años de tener la bolsa, que se adhiere a la piel del abdomen para recoger las heces, finalmente deciden quitársela. Aunque ya se había acostumbrado a su otro miembro, y era consciente de que era necesario y útil, deseaba deshacerse de él. Llegó el gran momento y estaba emocionada. La bolsa fue removida y la tía había superado una etapa más.  Desde entonces su recuperación ha sido satisfactoria.

Una de las frases que nos enseñó la tía Toy fue: “El que no sirve para servir, no sirve para vivir”, atribuida a la madre Teresa de Calcuta, quien buscaba transmitir que el sentido de la vida reside en ayudar a los demás.

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Reina Torres de Araúz es considerada pionera de la antropología en nuestro país. En opinión del profesor Alberto Osorio Osorio, miembro de la Academia Panameña de la Historia, “es la panameña más extraordinaria del siglo XX”.

Fue autora de numerosos libros sobre estudios antropológicos, etnográficos y culturales. Elaboró más de 70 artículos históricos, ecológicos y antropológicos y ofreció un gran aporte a la cultura local.

Nació el 30 de octubre de 1932, en la ciudad de Panamá. Realizó sus estudios en distintos colegios como la Escuela Normal de Santiago, el Liceo de Señoritas y obtuvo su bachillerato en el Instituto Nacional de Panamá. Logró culminar un profesorado en Historia, una licenciatura en Antropología y un certificado de Técnica en Museos.

En 1957, a los veintidós años, comenzó su primer trabajo como antropóloga en el Instituto Indigenista Americano donde se dedicó al estudio de la mujer panameña. Redactó un libro llamado La mujer kuna. Pero hubo un cambio debido a que la letra K no existe en el abecedario guna. En 1958 publicó otra obra llamada América indígena, que habla sobre los indios chocoes de Darién.

Mientras investigaba sobre los originarios de aquella provincia, conoció al profesor Amado Araúz, se enamoraron y se casaron el 30 de diciembre de 1959. Tuvieron tres hijos: Oscar, Carmela y Hernán.

En 1960, Reina y su esposo organizaron una expedición que buscaba probar que el legendario tapón del Darién se podía atravesar con vehículos de motor. Se dedicó por meses a hacer investigaciones etnográficas sobre los chocoes de Darién y así poder escribir su tesis doctoral.

Para el año 1962 fundó el Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Panamá. Su propósito era realizar estudios en todos los campos de la ciencia, aunque no contaba con suficiente personal ni presupuesto.

En esa época, Reina y sus alumnos iniciaron una investigación rigurosa utilizando datos etnográficos y culturales sobre varios pueblos aborígenes del país. Atravesaron los ríos Tuira, Bayano, Sambú y Chucunaque. En 1963 viaja a la Universidad de Buenos Aires, Argentina, para sustentar su tesis doctoral.

En 1965 creó en la Universidad Nacional las cátedras de Prehistoria de Panamá y Etnografía de Panamá. Luego la nombran directora del Museo Nacional de Panamá, en 1969, y empieza a hacer cambios positivos en la institución. También era funcionaria de la Comisión de Estudios Interdisciplinarios para el Desarrollo de la Nacionalidad. Estuvo encargada de la Dirección de Patrimonio Histórico del Instituto Nacional de Cultura, en 1970.

A sus 47 años, la Unesco la nombró vicepresidenta del Comité del Patrimonio. También fue la primera mujer en convertirse en miembro de número de la Academia Panameña de la Historia.

Es difícil enumerar todos los logros que la antropóloga alcanzó en sus 49 años de vida, pero es evidente que, para ella, rescatar el patrimonio era como el aire que respiraba, vivía para eso; si no lo hacía, se sentía muerta.

Reina Torres de Araúz fue una mujer de su tiempo que supo responder al momento histórico que le tocó vivir y que dejó para mi generación un ejemplo de tenacidad, responsabilidad, compromiso y amor por nuestra cultura, pero que desafortunadamente muchos han olvidado.

Cuando sea mayor, espero ser igual a ella.

 

Uno pensaría que solo porque no logras conocer a una persona no tienes que aprender de ella. En mi opinión, es todo lo contrario. Aquellos que nunca llegamos a tratar son quienes más nos pueden enseñar a valorar nuestra vida. 

Hoy tengo el honor de contar sobre una mujer con la que lastimosamente no compartí. Una persona que pasó por desafíos que uno nunca quisiera imaginar, mi bisabuela Ana Heiblum. 

Nació en Varsovia, capital de Polonia, en 1922, allí vivía con sus padres y su hermana menor. Para esa época en Europa el antisemitismo era muy fuerte y los judíos pasaban muchas dificultades, por lo cual un día Ana y los suyos decidieron irse. 

Dejaron todas sus pertenencias, amistades y familiares para buscar un lugar donde vivir en paz. Primero se fue su papá, en un barco, hacia Colombia, país que no conocía, para ver si ahí podrían encontrar algo de qué vivir. Le pareció un buen lugar y con los medios de comunicación que había en esa época, mandó a buscar al resto de su núcleo. 

Con solo diez años Ana, su mamá y su hermana menor dejaron toda su vida en Varsovia y se embarcaron para aquel país cuyo idioma desconocían. Finalmente, después del largo viaje, arribaron a la nación sudamericana; un sitio nuevo, con oportunidades, donde los esperaba el padre con los brazos abiertos. 

Los esposos instalaron una panadería que los ayudó a salir adelante. Ana ayudaba en el negocio familiar, que abría día y noche. 

Los años pasaron y Ana conoció a un hombre llamado Jacobo, también proveniente de Polonia. Se casaron y tuvieron cinco hijos, entre ellos mi abuela Dora; los niños crecieron en Bogotá, en una casa en la que se hablaba yidis y español. 

En 1967, mi abuela Dora, con diecisiete años, decidió irse a Israel sin permiso de su papá, ahí conoció a mi abuelo, un soldado que acababa de salir de la guerra; se casaron y tuvieron a su primer hijo allá. Años después regresaron a la capital colombiana.

Mis abuelos llegaron a Panamá en 1980 con tres hijos, en búsqueda de mejores horizontes, ya que en Colombia estaban teniendo problemas.

A lo que quiero llegar con este relato es que si no hubiera sido por la valentía de la pequeña Ana, que a su corta edad tuvo que abandonar su vida y empezar de nuevo, nunca hubiera logrado ser lo que hoy y entender lo agradecida que debo estar por lo que tengo.



Es impresionante lo bella que es la luna, ¿cierto? Es lo primero que observamos en una noche oscura y despejada. De niños todos alguna vez soñamos con alcanzarla o tocar la de “queso”, pues varios seres brillantes lo lograron. Sandra Cauffman no fue la excepción, algo dentro de ella le desarrolló el deseo desde que vio a la primera persona caminar sobre el radiante satélite natural que ilumina nuestros caminos cuando se oculta el sol.

Su destino no la llevó directamente a pisar la luna, pero sí a trabajar en algo relacionado con el espacio. Hoy, la especialista en Ingeniería Eléctrica y Física costarricense es una de las más destacadas ingenieras de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA), donde ha desempeñado cargos de subdirectora en diferentes proyectos y ha colaborado en la exploración del planeta Marte.

No fue fácil, ha señalado en múltiples entrevistas que tuvo que superar retos como su origen humilde, la desigualdad de género y haber nacido fuera de Estados Unidos para llegar a donde está actualmente. Su mayor inspiración es su madre, víctima de violencia doméstica, quien sola debió sacar adelante a sus hijos con tres empleos; pero siempre tenía una actitud positiva ante la vida y alentaba a Sandra a sacar buenas notas y esforzarse para lograr sus sueños.

Cuando su madre se dio una nueva oportunidad con otro hombre, se fue a los Estados Unidos con la familia. Allí Sandra tuvo que adaptarse a un nuevo idioma para finalmente poder graduarse en la Universidad George Mason de lo que quería, pero que no logró por discriminación en su tierra natal: Ingeniería Eléctrica y Física. Al entrar en la NASA, cuenta, era la única fémina en aquel entorno predominantemente masculino y debía esforzarse más por ganarse su lugar. Reconoce que es muy feliz con su situación profesional y que actualmente el panorama ha mejorado para las mujeres en esta industria.

Al mirar qué tan lejos ha llegado Sandra (ha sido destacada por la ONU Mujeres como un ejemplo positivo para mujeres jóvenes y niñas), vemos que es un claro ejemplo de perseverancia y lucha; quizá no tocó las estrellas con sus propias manos, pero después de haber atravesado diversas situaciones a lo largo de su vida, nunca bajó la cabeza y siempre se mantuvo firme ante sus propósitos.

Debió ser complejo, pero seguramente ha valido la pena, pues Sandra Cauffman ha dedicado la mayor parte de su vida a compartir con genios de niveles asombrosos, siendo uno de ellos.

¿Costa Rica? No somos muy extensos en cuanto a territorio (51 179 km²), no tenemos mucha población (poco más de cinco millones) y puede que tampoco tengamos los mejores métodos para sobrellevar los dificultades que se nos presentan en el camino; sin embargo, podemos vanagloriarnos porque, a pesar de todo, poseemos muchas mentes impresionantes, capaces de lograr lo inimaginable.

Cauffman ha participado en una enorme variedad de proyectos dentro de la NASA e inspira a miles de jóvenes, especialmente mujeres, a perseguir sus sueños, pues nada es imposible cuando se lo proponen. Si bien es cierto, no podemos bajar la luna; pero, ¿algo nos impide ir hacia ella?