Un nuevo comienzo
Por Abigayl Smoisman
Uno pensaría que solo porque no logras conocer a una persona no tienes que aprender de ella. En mi opinión, es todo lo contrario. Aquellos que nunca llegamos a conocer son quienes más nos pueden enseñar a valorar nuestra vida.
Hoy tengo el honor de contar sobre una mujer con la que lastimosamente no compartí. Una persona que pasó por desafíos que uno nunca quisiera imaginar, mi bisabuela Ana Heiblum.
Mi bisabuela Ana nació en Varsovia, capital de Polonia, en 1922, allí vivía con sus padres y su hermana menor. Lamentablemente, para esa época en Europa el antisemitismo era muy grande y los judíos pasaban muchas dificultades, por lo cual un día Ana y los suyos decidieron irse.
Dejaron todas sus pertenencias, amistades y familiares para buscar un lugar donde vivir en paz. Primero se fue su papá, en un barco, hacia un lugar que no conocía para ver si ahí podrían encontrar algo de qué vivir. Cuando llegó a Colombia, le pareció un buen lugar y con los medios de comunicación que había en esas épocas, mandó a llamar al resto de su familia.
Con solo dieciséis años, la pequeña Ana, su mamá y su hermana menor dejaron toda su vida en Varsovia y se embarcaron para un país cuyo idioma desconocían. Finalmente, después del largo viaje, arribaron a la nación sudamericana; un sitio nuevo, con oportunidades, donde los esperaba su papá con los brazos abiertos.
Los esposos abrieron una panadería que los ayudó a salir adelante. Con dieciséis años, Ana ayudaba en el negocio familiar, que abría día y noche.
Los años pasaron y Ana conoció a un hombre llamado Jacobo, también proveniente de Polonia. Se casaron y tuvieron cinco hijos, entre ellos mi abuela Dora; los niños crecieron en Bogotá, en una casa en la que se hablaba yiddish y español.
En 1967, mi abuela, con diecisiete años, decidió irse a Israel sin permiso de su papá, ahí conoció a mi abuelo, un soldado que acababa de salir de la guerra; se casaron y tuvieron a su primer hijo allá. Años después regresaron a Bogotá.
Mis abuelos llegaron a Panamá en 1980 con tres hijos. Vinieron al Istmo en búsqueda de nuevas oportunidades, ya que en Colombia estaban teniendo problemas.
A lo que quiero llegar con este relato es que si no hubiera sido por la valentía de la pequeña Ana, de diez años, que tuvo que abandonar su vida y empezar de nuevo, nunca hubiera logrado ser lo que hoy y entender lo agradecida que debo estar por la vida que tengo.