Muchas personas se preguntan ¿cuál es el verdadero amor?, ¿qué se experimenta con el cálido y verdadero amor? Hablo de ese sentimiento que puede ir acompañado de muestras de cariño, como besos y abrazos. Bueno, todo esto se puede obtener con el afecto de una madre.
Una madre hace su mayor esfuerzo para que sus hijos salgan adelante, sin importar los retos y dificultades que se le crucen en el camino. También está dispuesta a dar una sonrisa y palabras de ánimo a su prole, aunque esté muy agotada. Una verdadera mamá pone en primer lugar las necesidades de sus retoños, los cuida y aprovecha cada oportunidad para expresarles su amor, no solo con palabras, sino con hechos.
Hechos cotidianos, como el rico aroma de la comida favorita, preparada con el ingrediente secreto: el amor. Un día mi madre, Eudora Moreno de Bermúdez, estaba cocinando algo que olía muy delicioso. Tanto despertó mi curiosidad, que me acerqué a la cocina a ver qué era. Me quedé observando, pero sin preguntarle cuál era la receta de aquel platillo. En ese momento me surgieron otras dudas: ¿Cómo mi madre desarrolló el arte culinario? ¿Habrá tomado clases? ¿Se apoyó en algún libro?
Decidida a salir de la intriga le pregunté: «Mamá, ¿cómo aprendiste a cocinar?». Me contó que lo hizo de la misma forma que yo en ese momento: mirando a su madre (mi abuela) al preparar los alimentos, prestando atención a cada uno de sus movimientos.
Luego de haberla escuchado volví a mi interrogante inicial, esa que me había llevado hasta la cocina, tras el rico olor que de allí emanaba.
—¿Y qué estás cocinando, mamá?
—Ropa vieja.
—¡Ropa vieja! Pero eso no se come.
—¡No!, hija, ese es el nombre del tipo de carne de la receta que estoy preparando —aclaró mamá con una sonrisa.
La ropa vieja es un plato tradicional de la gastronomía española, es carne desmenuzada, específicamente de la falda de vaca, que también se consume en muchos países de Latinoamérica, como en Panamá.
Me quedé con mi madre hasta que terminó de preparar la comida. Conversé con ella de muchos temas, aunque fueran asuntos ridículos. Confirmé una vez más que, el simple hecho de compartir un momento ameno con ella, era algo hermoso.
—Mamá, hoy hicimos mermelada de piña en la escuela. La verdad, no me gustó mucho porque estaba un tanto empalagosa, pero sí me pareció interesante realizar todo el procedimiento —le dije un día al volver de clases.
—Ah, sí. ¿Y eso era para nota?
—Sí, mamá —respondí—. Y además nos dieron un poquito a cada uno. Yo traje mi porción para compartir contigo; está en la nevera. Aunque hay que tener cuidado, mi hermano se la puede comer toda, conociendo cómo le gusta el dulce.
—Claro que sí —confirmó con una sonrisa—, él parece una abeja cuando ve dulce.
—Mamá, también te quiero decir que la profesora de Inglés me felicitó por mi pronunciación —agregué—. Estoy orgullosa de cuánto he avanzado.
—¡Qué bien, hija!, yo también estoy orgullosa de ti y te felicito.
Ese sencillo diálogo que terminó con la frase «estoy orgullosa de ti» me hizo sentir muy bien. Y mientras mi madre terminaba de cocinar, hablamos de otros temas: la escuela, mi infancia, lo que ahora me gusta, etc.
Cuando la cena estaba lista me sirvió a mí primero, porque ya estaba allí, y llegó uno de mis momentos favoritos: probar la comida hecha por mamá con amor y dedicación. Estoy convencida de que esos ingredientes mágicos son los que hacen que sus platillos tengan un sabor tan especial.
—Mamá, ¿ya vas a comer? Quiero compartir la mesa contigo.
—Claro, mi amor, voy a servirme y comemos juntas.
Comprendí que las manos de una persona pueden transmitir cariño incluso con la elaboración de un plato de comida, más si es la receta favorita. Y en eso es experta mi madre, ella sabe llevar amor a sus hijos con cada acto cotidiano.
Esa es otra de las razones por la que te amo, mi madre querida.