Un soleado 9 de noviembre de 1984, a las diez de la mañana, nació Sheeana Castillo. Al convertirse en una joven de personalidad justa y recta, preocupada por exigir sus derechos y los de otras personas, decidió estudiar leyes, pues se veía como una gran y reconocida abogada en un futuro no muy lejano. Su determinación la llevó a noches de estudio en vela, sin fiestas que disfrutaban otros jóvenes; pero era parte de los sacrificios que supuso escoger la carrera de Derecho.

Todo esfuerzo tiene una recompensa, y la suya fue trabajar por el cumplimiento de las leyes en su país. Un día de labores de Sheeana implica tratar con casos familiares, civiles, migratorios y acusatorios. Su principal objetivo, cuenta, es dejar satisfechos a sus clientes al solucionar sus casos de forma oportuna y eficaz.

Recuerda uno de los casos más impactantes que trató: el cliente fue referido por un consorcio de contadores. Él, que ya había sido estafado en varias ocasiones, cansado decidió buscar ayuda rápida y contrató a una persona que le habían recomendado. Un día el cliente vino a la provincia de Chiriquí a comprar unas grúas, que estaban secuestradas, pero él no lo sabía. Contrató a la abogada quien le impidió meterse en un lío mayor, estafado y obligado a pagar la suma de 20 000 dólares.

Pero no solo se trata de asesorar, orientar y representar a sus clientes en asuntos legales, sino también de impulsar el Imperio de la Ley, para que la sociedad obedezca las leyes, ya que en muchos casos la gente las asume a su manera y para su conveniencia.

Ella ha visto muchos casos donde no se implementa la justicia para nada, y lo peor es que hay personas que lo ven y no mueven ni un dedo para impedirlo, como dijo Albert Einstein: «El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por aquellos que observan sin hacer nada».

Seguimos viviendo en un mundo donde las personas dicen “eso no es mi asunto”, pero con el tiempo se convertirá en el problema de todos, si no hacemos algo para impedirlo. Porque hoy puede ser otro, pero mañana, tú o yo. Cumplir la ley permite la justa, pacífica y civilizada convivencia entre los seres humanos, y Sheeana hace su mejor esfuerzo por conseguirlo.

Hay un dicho que describe a mi bisabuela Esther de una manera impresionante: “El que persevera, alcanza”. Ella fue una guerrera de primera clase, siempre nos decía que uno en la vida tiene que luchar hasta alcanzar su objetivo final, sin importar los obstáculos que tenga

Esther nació en Líbano, en 1936, y falleció en el año 2020, con 84 años. Allá se casó con un señor llamado Ezra Khezrie, tuvieron dos hijas, una llamada Sophie y la otra Shelly, mi abuela. 

Mi bisabuela emigró a la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, en 1964, con el objetivo de poder dar a la familia una mejor vida, con más comodidades y oportunidades. En 1967 nació un tercer hijo llamado Gaby.

El bisabuelo Ezra abrió una tienda departamental, donde trabajó muy duro para mantener a la familia. Mi bisabuela lo ayudaba mucho en la parte administrativa, ella se encargaba de toda la logística.

Esther era una mujer de negocios y fue importante en la economía de la familia. Cuando pudieron ahorrar dinero, ella decidió dónde invertirlo, pues conocía bien cómo era el negocio de bienes y raíces. Y tuvo mucha suerte, ya que los terrenos que compró hoy valen mucho dinero. 

También se encargó de educar, mantener y darle amor a Gaby, el tercer hijo, y le consiguió un socio de trabajo para que pudiera empezar su propia compañía llamada Enchanté, una tienda de accesorios de casa, que actualmente —y gracias a Dios— es una de las más reconocidas en todo Nueva York. 

Mi bisabuela vivía en la calle de Ocean Parkway, una de las avenidas más famosas de Brooklyn, conocida como la calle de los sirios.  Allí se encargó de cuidar a sus hijos en la casa y también asistía a mi bisabuelo en su negocio. Era una señora multitarea, un don único que tenía.

Luego de un largo tiempo en Estados Unidos, cuando sus dos hijas se casaron con panameños, se tuvieron que mudar al Istmo. Mi bisabuela vivió años muy difíciles, cambiarse de país no fue fácil para ella, pero luchaba hasta el final sin rendirse. 

Panamá le gustó mucho, amaba las calles, los restaurantes y, sobre todo, ir a jugar cartas con sus amigas en el casino. También le encantaba ver cómo mi bisabuelo invertía en la bolsa de valores.

Amaba todo lo que tenía que ver con las comidas, era muy buena cocinera, ya que tenía las mejores profesoras en Líbano: su mamá le enseñó, y ella a mi abuela y a mi tía abuela. La manera como preparaba los alimentos era algo de otro mundo, su mejor plato era el arroz con frijoles (lo que se le llamaba en Líbano como fasoulie), que sabía a gloria, era mi preferido. 

Mi bisabuela Esther es un ejemplo a seguir. Era una mujer llena de historias, sonrisas y buenas cualidades a quien le gustaba ayudar a todo el mundo, ya fuese con una sonrisa o económicamente. Ella pasó todas sus cualidades a sus hijas, les enseñó cómo ser féminas de buenas acciones, a luchar hasta el final y, lo más importante, aprender a agradecer por todo lo que tienen. ¡Ella era lo máximo!

«Algo formidable que vio la vieja raza…

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,

le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,

y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán».

Caupolicán, Rubén Darío (poeta nicaragüense, 1867-1916).

Cuenta la historia de los yalcones, grupo indígena de los Andes colombianos, un relato de su heroína. Abriéndose paso al primitivo mundo que la envolvía con su aura, esta mujer fue llamada Guaitipán. Merodeaban sombríamente rumores de advenimientos terribles. Augurios de un destino de certera destrucción. En el aire revoloteaba el Ángel de Muerte. Eran españoles. Era el siglo XVI. 

Pedro Añazco, perro calvo, era un marinero explorador en currículo, pero su legítima labor era el sicariato. En 1538 fue designado por el conquistador Sebastián Belalcázar, otro mercenario, a una misión habitual. Debía fundar una villa en Timaná para favorecer los oficios y correspondencias entre Popayán y el Magdalena. Aquella alimaña sabía a lo que iba. Desde que llegó trató con los líderes, hombres ingenuos, para imponer tributos y recados. En aquel entonces, una mujer imperturbable y vigorosa era una de las cacicas. Los colonizadores la nombraron después como la Gaitana. Era Guaitipán. 

Cuando Añazco llegó, rehusó negociar con ella por ser mujer. Por lo que decidió convocar a su joven hijo. Se llamaba Timanco. Como cacique, era segundo en el mando tras su madre. Añazco no contaba con la reverencia y orgullo de Timanco. Este, fiel a su madre, rechazó dar palabras donde el español quiso hablar con los caciques. El joven murió esa misma noche.

Pedro Añazco y sus hombres llegaron al aposento de Guaitipán y asesinaron a su hijo a sangre fría. Ella lo presenció todo. La noticia del crimen corrió por toda la colonia como las aguas caudalosas del río Magdalena. Hubo temor y sumisión candorosa hacia los españoles por parte de los nativos. Fue un escarmiento efectivo, pensaron los europeos. Cabe resaltar que Añazco no contaba con el grito de ultratumba de una madre herida. El llanto amargo de la opresión que expresa una revolución estrepitosa.

Días más tarde, como si fuese irreal, ella logró reunir a más de seis mil indígenas aguerridos. Atacaron de madrugada a Pedro Añazco con ella a la cabeza de las «tropas». El español andaba completamente desguarnecido, junto con diecinueve hombres despistados. Dieciséis de ellos fueron muertos y tres huyeron hasta Timaná llevando consigo la noticia del desastre. Añazco cayó en manos de sus enemigos. Al ser entregado a la Gaitana (su nueva identidad como guerrera), esta mandó a que le arrancaran los ojos con la punta de una flecha. Ella misma, sin escrúpulo, lo paseó por los pueblos atado del cuello hasta morir paulatinamente.

Poco después, la Gaitana dispuso de todas las comunidades posibles. Ella misma encabezó la guerra contra los europeos en Huila y en toda Colombia. La noticia que antes había amedrentado a los oriundos, les proporcionó ímpetu para alzarse contra sus opresores. La imperturbable mujer de acero nos deja una enseñanza indeleble. Es deshonroso permanecer tiesos ante la opresión de verdugos y asalariados. La historia de la Gaitana es un llamado fervoroso a la revolución.

Son las 4:45 de la madrugada en el cuarto número 2, una pequeña vivienda en una galera de trabajadores ngäbe en Tierras Altas. Una serie de casi 20 casuchas pegadas entre sí albergan a cientos de indígenas empleados de la finca La Esperanza. Las casas apenas se sostienen en una estructura básica de madera.

El techo de zinc, roto y oxidado cuela el frío y la humedad, y el único bombillo que ilumina el cuarto crea un ambiente lúgubre. Mientras su esposo duerme, Justina levanta a Benicio, el mayor de sus hijos. A sus 21 años, Justina está a cargo de tres niños: Benicio, de 8 años; Manuel, de 7; y Gabriel, de 6. Ella, a sus trece años, fue madre.

Justina amaba ir a la escuela. Cuando aprendió a leer, se sintió la persona más importante del mundo. Sueña.

Un día de mayo de 2012, su joven madre le dio la noticia: se la iban a llevar lejos. Se la entregarían al primo de un vecino, que trabajaba “Allá arriba, donde cosechan café y hay plata”. Fue vendida. Era necesario, siendo ella la mayor de 5 hermanos. Lloró y suplicó a su padre. Fue en vano: solo se ganó una paliza. A los pocos meses de ser entregada, ya estaba embarazada de su primer hijo. Pero Justina tenía la motivación para dar lo mejor de sí a pesar de todo lo que tenía en su contra: un embarazo y la responsabilidad como esposa de alguien que doblaba su edad.

Con el tiempo, convenció a su esposo de que la dejara ir a la escuela. Con casi un hijo nuevo por año, a Justina le costaba perseguir su sueño, incluso teniendo que repetir un año de clases. Pero se esforzó tanto que, pasados varios años, se graduó de 12.° grado con unas calificaciones arriba del promedio.

Son las 6 de la mañana. El pequeño cuarto huele a crema de maíz, a arroz y a sardina. Justina se prepara para llevar a sus hijos a la escuela. Todos saben leer desde los 5 años. Son buenos estudiantes. Sale del cuarto con sus niños. Caminan por un sendero de tierra oscuro y vacío hasta la vía principal, donde los despide. Los chicos seguirán solos unos veinte minutos más hasta la Escuela Las Nubes. El frío de la madrugada la obliga a llevar puesto un viejo saco, un pantalón de trabajo ―no usa la tradicional nagua― y unas botas de hule.

Vuelve a la finca a trabajar sin parar hasta las cuatro de la tarde. Es temporada de cosecha de cebolla. El cansancio la agobia y el intenso sol la hace sudar, mas Justina debe terminar su jornada. Es un trabajo duro, pero ayuda a mantener a su familia, debido a que el salario de su esposo es demasiado bajo.

Al salir de la finca va a la tienda más cercana. Olvidó comprar la tarjeta de datos móviles para poder entrar a la clase de esta noche: Justina está cursando su primer año de universidad, estudia Educación. Sueña.

Florentina Ruiz, también conocida como señora Flore, era una joven que residía en Soná, en Veraguas, donde buscaba a diario el sustento para subsistir, pese a su corta edad. Y como allí no tuvo suerte, decidió viajar a Panamá para conseguir una oportunidad de trabajo, ignorando que el empleo que encontraría sería la base para su futuro.

Comenzó como ayudante general, a la edad de quince años, en casa de una familia cubana que se dedicaba a la pastelería en el garaje de su residencia, en el año 1973. Dicho negocio tuvo su fruto y se expandió en una empresa de pasteles de todo tipo, muy reconocida hoy día como dulcería Momi. Ahí nació su travesía en el mundo de los dulces, volviéndose una de las empleadas con el don y el arte de la repostería.

Ella estuvo trabajando en la compañía durante muchos años y era una de las decoradoras más reconocidas. Al cumplir 32 años de servicio, tomó la decisión de renunciar por motivos familiares, asumir nuevos retos y abrir su propio negocio; así podía convivir más con los suyos, ya que el empleo le restaba mucho tiempo para sus cuatro hijos y su esposo.

Florentina inició en el año 2005 su emprendimiento en su hogar, se dio a conocer poniendo a la venta pedazos de sus dulces en tiendas cercanas para así ganar algo de dinero. Al ver la aceptación comenzó a crear y decorar pasteles de cumpleaños y empezó a ver los frutos de su trabajo.

Entonces, Florentina se enfocó en hacer todo tipo de dulces, como pasteles de quinceaños, bodas, aniversarios, graduaciones, cumpleaños, entre otros. Gracias a la popularidad de sus pasteles, su negocio fue creciendo y ganando clientes que se sentían complacidos con su trabajo. También llegaron reconocimientos en su comunidad.
Hoy día su negocio se ubica en su propia casa y es conocido como Dulces mi Abuela, que cuenta con cinco trabajadores. En la actualidad esta mujer de 69 años sigue laborando luego de haberse ganado la aprobación y el respeto de sus clientes.

“El amor de una madre por sus hijos es fuerte como un huracán y los protege sin nunca abandonarlos”, dijo Karla cuando le pregunté sobre su mamá y su origen. Me contó la historia de la dama más fuerte de Costa Rica: Kathalina Aguilar.

Fue de las primeras mujeres en el pequeño pueblo de Alajuela, que en ese tiempo tenía solo veinte habitantes, todos de ascendencia española. Kathalina era una terrateniente con seis hijos y una gran reputación. Sin embargo, nadie la menciona en su familia, así que decidí descubrir el misterio.

Según el registro de Costa Rica, en 1920 tuvo una hija llamada Adelina, quien se convirtió en una adolescente que tenía problemas con el mundo a su alrededor. Sentía que su mamá era sobreprotectora, por ende, su actitud era rebelde y explosiva. Karla cuenta que la relación madre e hija nunca fue buena debido a la sublevación de la niña.

Kathalina educó a su hija con disciplina y amor, pero el día de sus quinceaños encontró su cuarto vacío. Registró por la finca toda la noche. En el pueblo dicen que andaba «como la llorona, buscando a sus hijos». La diferencia era que su tristeza se mezclaba con ira, aun así, recorrió el país gritando por Adelina.

La madre fue por todas partes durante años, hasta que un día una señora de un puesto de elotes se acercó diciendo que había visto a Adelina por la costa. La vendedora, Liliana, menciona que Kathalina estaba devastada y se fue al encuentro con su hija. 

Reportan los espectadores del pueblo que la encontró con dos hijos y otro en camino. Vivía en una casa pequeña en la playa de Caldera, Orotina, lugar cálido y pequeño donde la comunidad convivía como en familia. 

Kathalina sentía que su deber era sacar a su hija de allí, llevarla de vuelta a su hogar en Alajuela. Así se lo propuso, mas Adelina se negó y destrozó otra vez a su madre por tener que regresar a casa sola.

Al volver sin su hija, su gran reputación empezó a decaer, hasta el punto en que todos la rechazaron, dejando a la pobre mujer en el olvido. De todas formas, Kathalina siguió adelante con su familia, sin escuchar las ofensas de los demás. Fue resiliente, sonreía incluso cuando nadie lo hacía con ella. El tiempo pasó, quedó sola hasta su último respiro, a la edad de noventa años. Murió en su amado pueblo.

Décadas después, Karla, la entrevistada de esta historia, fue a visitar a su abuela Adelina quien tenía cáncer. Ese encuentro se dio cuando la nieta estaba embarazada.

Su abuelita tomó su mano, le rogó que llamara a la bebé que venía en camino con el nombre que dio vueltas por su cabeza por más de treinta años: Kathalina. Así fue como Karla, mi madre, decidió mi nombre. 

Soy Kathalina, orgullosamente, y como mi tatarabuela, quiero salir adelante y ser alguien que se desconecte del odio para ser yo misma. Quienes la conocieron comentan nuestro parecido, igual carácter e inteligencia. ¡Supongo que no es casualidad que nos llamemos igual!

Esta historia trata sobre una mujer que se esforzó muchísimo en sus estudios para cumplir su sueño de ser una maravillosa fonoaudióloga y ayudar a niños con autismo. 

Me refiero a Britzeitha Britton, a quien sus cercanos llaman de cariño Marilyn. Nació en 1972 como la menor de cinco hermanos. Su madre estaba preocupada porque a pesar de tener dos años la niña no pronunciaba ni una palabra, el pediatra le dijo que no se preocupara, que estaba bien y que en cualquier momento lo haría, pero no ocurrió tan pronto.

Cuando la pequeña Britzi tenía cuatro años, finalmente se logró escuchar su hermosa voz. Nunca supieron por qué demoró, pero cuando lo hizo la compararon con la famosa actriz Marilyn Monroe, y de allí surgió su sobrenombre.  

La pequeña Marilyn ya tenía seis años y conversaba “como un loro”, la llamaban terremoto por sus constantes travesuras, era muy activa; patinaba y le gustaba mucho jugar a las escondidas. Recuerda que tenía una especie de casa sobre un árbol de nance que siempre convertía en un salón de clases, era tan especial que podía olvidar sus tristezas, y sin saberlo le ayudaría a alcanzar un gran futuro no tan lejano.

La escuela fue un gran reto para Britzeitha, le resultó difícil aprender, memorizar y escribir, de hecho, solo logró escribir cuando estaba en primer año de secundaria, ya que su estilo de aprendizaje era visual, pero no memorístico, por lo tanto, aunque se esforzara como lo hacía no lograba avanzar a la par de sus compañeros; aunque eso no hizo que la niña se rindiera.

Ya siendo adulta, para 1996, Marilyn recordó cuando aún era niña y jugaba en su casa del árbol.  Decidió estudiar una profesión que tuviera que ver con niños y jóvenes; eligió ser fonoaudióloga, ya que quería un gran reto.

Después de ocho años logró graduarse de la Universidad de las Américas. Britzeitha podía comprender y sentir las limitaciones de los niños; sin embargo, notó que no todos encajaban en el modelo terapéutico. Entonces, quiso conocer más sobre ese tema, especialmente del autismo. 

Fue así como siguió capacitándose, esta vez en Chile, Argentina y Perú. Recuerda que en 2011 llegó una familia desesperada por su hijo pequeño que no paraba de gritar, mirar hacia arriba o solo girar y su único alimento era arroz blanco con leche. Ya no sabían cómo controlarlo. Britzeitha junto a una terapeuta y una psicóloga de su equipo tomaron el caso y luego de estudios se diagnosticó que tenía autismo en grado tres, eso significaba que el caso sería muy complejo. 

Ellas hicieron un sistema de estructuración para observar cada gesto del pequeño y crearon una rutina para él.  El resultado fue exitoso, ya que el pequeño superó sus miedos y sus gritos pararon. Así mismo pasó con otros niños con autismo y otras condiciones. 

Su sueño llegó tan lejos que la especialista hizo su propia organización y hasta escribió un libro. Afirma que sus metas en la vida fueron cumplidas gracias al destino y a Dios. Ella tiene una frase que dice: “Todo se puede y realmente se puede”, esto significa que nunca debes pensar en que no es posible conseguir algo, sino que tienes que creer en ti mismo y en que lo puedes lograr, ya que la mejor medicina es tener pensamientos positivos.  

Britzeitha afirma que necesitamos visualizar cosas bonitas, creer en nosotros mismos y también poner el esfuerzo y empeño necesarios para cumplir los mayores logros en esta maravillosa vida, “siempre pensando que somos mentes brillantes con corazones llenos de luz”.

Una noche, puse atención a un programa que mi madre observaba en nuestro viejo televisor y me di cuenta de que era un documental acerca de una hermosa mujer que conmovió al mundo entero con sus acciones. Era Diana Frances Spencer, a quien la gente solía llamar Lady Di o la Princesa del Pueblo. Tomé asiento para saber quién era.

¡Naveguemos por la vida de Diana de Gales, les aseguro que será un viaje de amor y de inspiración! Su travesía inició en Park House, el 1 de julio de 1961. Llegó detrás de tres hermanos y aprendería a ir contra la corriente.

Diana era un pequeño capullo que fue creciendo hasta convertirse en una hermosa flor. Las primeras luchas con los remolinos de tristeza se dieron desde su infancia, ya que ella quería nadar en la delicada y suave disciplina del ballet, pero en su barco no había espacio para esto debido a que era muy alta; tampoco para que estuviera en la revista de las mejores estudiantes promesas, puesto que no le iba muy bien en la escuela. Sueños frustrados y tropiezos académicos, pero después todo cambiaría.

Luego de realizar estudios en Suiza, entre 1977 y 1978, Diana regresó a Inglaterra, a la capital. La pasión tocó su puerta el 29 de julio de 1981, fecha en que los tallos de rosas se ataron a Diana y al príncipe Carlos para crear un lazo de eterna unión, el gran problema es que Diana solo tenía las espinas y Carlos todas las flores, incluso de otro jardín. Consiguió el título de princesa, siendo la rebelde del palacio; con el poder que tenía, haría que su voz fuera escuchada, pero no sería un grito para dar órdenes, sino un susurro de amor.

Lady Di fue la Princesa del Pueblo porque tenía las llaves del cariño entre sus manos, que eran saber escuchar y respetar. Algo que admiré de ella fue su autenticidad. Siempre escuchamos que debemos dar la mejor versión de nosotros mismos, pero ¿qué pasa con la verdadera? Nuestra alma debe fluir junto con el río de la vida y tenemos que mostrar nuestras cicatrices, miedos, desilusiones y fortalezas. Así lo hizo Diana al hablar de sus problemas en su matrimonio, pero ambas partes estaban floreciendo para otra persona.

De Diana nacieron Guillermo y Enrique, hijos a los que crio como lo que eran, humanos igual que ella, saliéndose del estricto régimen de la monarquía. Fue una madre excepcional que siempre veló por sus pequeños, acompañándolos en sus actividades escolares y vacaciones, aunque a veces sus compromisos como realeza no se lo permitían.

La princesa siempre estaba a la moda, era esbelta y lucía hermosas prendas que rompían el protocolo: pantalones, vestidos, faldas. Diana no le ponía etiquetas a la ropa para establecer si era de hombre o mujer, ella simplemente se vestía cómoda, sin hacer caso del qué dirán.

En París, la capital del amor, tuvo lugar un acontecimiento que traería una ola de tristeza a todo el mundo: el barco de Diana se hundió en el mar de la muerte el 31 de agosto de 1997, en un accidente automovilístico. Dios, ¡cuántas lágrimas se derramaron ese día! Se había ido una madre, una hermana, y aunque no llegó a ser coronada, se había ido una reina.

Un triste sábado con un sombrío velo de tristeza reunió a una gran multitud en el funeral. Aquel terrible 6 de septiembre de 1997 dos mil millones de personas vieron, a través de una pantalla, el último adiós de Diana. Personalidades en todo el mundo estaban conmovidos, la Madre Teresa que compartía con Lady Di la bondad y el amor hacia las personas, se mostró muy afectada por su fallecimiento.

El alma de Diana quedó en las personas a las que ayudó. Dejó un legado a las futuras generaciones que será difícil olvidar. Mostró que estaba hecha de carne y hueso.

Muchos medios de comunicación hablaron de la muerte de Diana, decían que no fue un accidente; pero qué importa la causa, lo que vale es que Lady Di fue una mujer amada por el mundo entero. En mi caso, siempre la admiré. Diversas mujeres han sido inspiradas por el noble corazón de la princesa y muchas de ellas lucharán para que su mundo sea mejor.

En mi corta vida no había conocido a una persona tan amable, dulce, perseverante y devota a Dios como Vielka Chiari Rivera. Hija, madre, esposa, profesora, contadora, profesional exitosa, mujer de fe y muchas virtudes más la caracterizan a sus 73 años.  

Nació en 1949, de padre católico y de madre metodista. De niña soñó con ser modista; sin embargo, la idea de sus padres fue muy distinta y estudió Perito Comercial con Énfasis en Contabilidad. Fue difícil, pero se hizo merecedora de una beca. 

Sus progenitores la enviaron a un colegio mixto y bilingüe a los doce años, lo que le costó mucho. Recuerda que uno de los profesores del colegio les repetía una frase que particularmente a Vielka no le gustaba: “Solo sirven para freír patatas, no vale la pena malgastar los recursos de sus padres”. Siempre sintió que a ella le resonaba más esta expresión en la cabeza, quizás porque aún no se imaginaba que su futuro sería bendecido.

Luego, a Vielka se le manifestó una enfermedad que le agotaba mucho y que preocupó a todos: hemofilia. Por si fuera poco, sus padres se divorciaron y su madre se volvió a casar; afortunadamente, su padrastro la ayudó mucho con su problema de salud y con los deberes escolares. Esto fue un respiro para llevar tantas cosas a la vez, luchando siempre, con el pensamiento positivo y una gran sonrisa.

Vielka culminó la secundaria con honores y el día de su graduación dirigió su primer poema a sus compañeros; de hecho, en la actualidad es una gran poetisa y suele recitarle a sus alumnos en clases. 

A principios de su carrera universitaria y laboral Vielka sufrió un accidente automovilístico que la obligó a retirarse del trabajo. Estaba comprometida, se casó a los veintiún años y junto a su esposo se radicó en Alemania.

En aquel país obtuvo un trabajo y nació su primera hija. Además, sin darse cuenta desarrolló la vocación de enseñar español cuando escuchó a niños puertorriqueños y mexicanos entremezclar las palabras del idioma con las del inglés, y pensó: “Esto no puede ser, o es español o es inglés”. Así hizo sus pinitos como educadora. 

Tras dos años y tres meses de vivir en Alemania, Vielka volvió a Panamá, con la sombra de un fracaso matrimonial, una hija pequeña y embarazada de otra. Pero ni eso la dejó caer, ella sabía que servía para algo más que freír patatas.

Pese a su enfermedad terminal, la mujer ha ganado premios de excelencia nacionales e internacionales, dejando a Panamá muy en alto. Ha dedicado gran parte de su trabajo para mujeres, niños y adultos mayores en la Iglesia Metodista de Panamá y ha publicado artículos de su profesión y de poemas; también ha escrito obras de sus experiencias y de la fe cristiana, entre ellos el libro electrónico Abrazos de fe en el cual enseña el respeto a la convivencia.  Nunca ha dejado de luchar, de servir a los demás y de sonreír, por esto y más la considero una dama destacada del país.

Hace poco tiempo a Vielka le diagnosticaron esclerosis sistémica, no obstante, ella sigue sonriendo y dice: “No estén tristes, más bien alegrémonos que estoy aún con vida y que me dan su energía y alegría”… Para mí es una mujer digna de admirar y ejemplo a seguir de cualquier joven.

Su fe en Dios, su servicio a niños, jóvenes y adultos mayores, sus enseñanzas de Contabilidad, sus poemas, sus reconocimientos que con mucha humildad y satisfacción nos enseñó y hasta los cantos cristianos que nos llenaron de fe aquel día cuando la conocí en nuestra escuela Wisdom Academy, así como su continua vocación por enseñar permiten que Vielka siga sonriendo y diciendo “sí se puede”.

Queridos lectores, la historia que acaban de leer la escuché de una mujer admirable, cuyas palabras podemos seguir recordando en un futuro: “A pesar de todos los tiempos difíciles, siempre hay que estar positivos y nunca rendirse”.

Mi madre estaba sentada en el sofá una tarde cualquiera revisando su cuenta de Instagram. Mientras, yo me perdía haciendo algún dibujo. ¡Debía encontrar algo qué hacer! En tiempos de pandemia y confinamiento las actividades eran escasas. Pero en ese momento, ella me llamó para que me acercara y leyó una publicación que despertó su interés. El anuncio decía: “Clases de arte por Zoom, los miércoles, de 3:00 p. m. a 4:00 p. m.”. ¡Me llené de emoción! Yo aprovechaba cualquier oportunidad para crear. Buscaba inspiración a mi alrededor cada instante. A partir de febrero participé de ese encuentro que disfrutaba inexplicablemente, realizado por la Fundación Olga Sinclair.

Así encontré a quien se convirtió en mi referente: Olga Sinclair. Para una joven como yo es maravilloso tener a quien admirar. Lo considero un estímulo para mi desarrollo artístico, pues ilumina mi camino con pasos a seguir. Desde que tomé sus clases e indagué sobre ella, descubrí que tenemos mucho en común. Me cautivó todo lo que ha logrado con su talento, siendo panameña como yo. Desde temprana edad supo que el arte era a lo que quería dedicarse profesionalmente, y me sentí completamente identificada con ella.

En cuanto a su fundación, en el año 2010, una valiosa donación lo cambió todo. Olga recibió un edificio en el Casco Antiguo, que convirtió en la base de su organización. 

Y todo obra en virtud de sus principios. En diversas ocasiones ha expresado que lo más importante en la vida es aportar algo a este mundo. En su caso, ella lo hace a través de los niños. Su fundación ayuda a promover el arte, no solo en la juventud panameña, también a nivel internacional. Desde hace más de una década ha logrado inspirar a miles, incluyéndome.

Cuando la pandemia golpeó al mundo provocando un confinamiento indefinido, Olga empezó las clases de arte digitales. Miles de niños se conectaban para crear e inspirarse. Cada miércoles yo agarraba mis pinceles y colores, preparaba un amplio espacio para trabajar y esperaba con ansias que me aceptaran en la reunión virtual. 

Recuerdo vívidamente la clase del 14 de junio. El maestro dijo: “Haremos un paisaje usando técnicas de perspectiva y dándole vida con colores vibrantes”. Me inspiré, pinté una calle de adoquines repleta de edificios coloridos a un lado y árboles al otro. Al fondo, edificios cuya silueta se distorsiona por la lejanía; mientras que en los más cercanos se aprecia cada ladrillo, cada puerta, cada ventana… ¡Quedé atónita con el resultado! Aunque en cada lección realizaba obras únicas, esa es mi favorita. Para muchos niños sin nada que hacer y encerrados por prevención, estos encuentros en línea lo cambiaron todo.

La artista contó en una entrevista para el canal RT lo satisfactorio que era despertar cada mañana para encontrarse con montones de mensajes de padres agradecidos porque les dio a sus hijos la oportunidad, no sólo de recrearse y aprender, sino de crear bellas piezas, compartir y potenciar su desarrollo cultural. Aquellas jornadas fueron inolvidables para mí y todavía, cuando tengo la oportunidad, me uno a ellas. 

Es una mujer que, con esfuerzo y dedicación, ha demostrado hacer lo posible para alcanzar lo que se propone. Cuando dijo en una entrevista “no puedes vivir sin arte” me conmovió mucho, pues el arte lo es todo para mí. 

Indudablemente, Olga Sinclair ha dejado su huella logrando inspirar a muchos, pero en tiempos de la crisis sanitaria fue más allá. Con pinceladas de color llenó mi corazón.