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En la madrugada del 12 de octubre de 1958, gritos desesperados provenientes de un humilde hogar se apoderaron de la mañana oscura y fría. Una mujer del pueblo daba a luz una bebé que llamaría Evangelia, quien se convertiría en una valiente mujer. De cuna pobre, en su trayectoria demostró que la fe, el  esfuerzo y el amor son los bienes necesarios para lograr una buena vida.  

“El dolor no es nada comparado con el amor que les tengo”, palabras que su corazón gritaba cada vez que parecía estar por derrumbarse.   

A los quince años se convierte en una madre precoz, pensando que su existencia mejoraría con un hombre a su lado, tal y como se lo inculcaron desde pequeña; sin embargo, se da cuenta de lo inestable de su relación y decide separarse. Al pasar el tiempo conoció a Francisco Antonio. Juntos enfrentaron el camino de la vida y sus adversidades cotidianas. Hasta su último aliento, ella lo amó con toda su alma. 

Tras años de confrontar problemas económicos, decide vender lo poco que le quedaba y dejar atrás la tierra que la vio nacer. Emprende un viaje con el sueño de mejorar su situación, logrando llegar hasta la provincia de Colón. 

Años más tarde, es diagnosticada con una enfermedad crónica: diabetes. Es entonces cuando su hermano Chilo decide irse a vivir con ella, para apoyarla y acompañarla. Fue gratificante contar con aquel soporte en esos momentos difíciles. Pero, lastimosamente, él también enferma, es diagnosticado con cáncer de piel, una prueba más para Evangelia.  

Ahora, mientras la diabetes se apoderaba de ella, el cáncer hacía lo mismo con su querido hermano; a pesar de las peripecias que conllevan ambas enfermedades, nunca tambaleó el amor ni la unión familiar.

Ambos decidieron luchar… sin embargo, el cáncer ganó la batalla. Evangelia quedó muy triste con la pérdida de su hermano. Los años pasaron mientras que la existencia de la mujer parecía estar pausada, cada vez surgían nuevos problemas, cicatrices mentales y físicas que solo empeoraban su salud; la diabetes, la hipertensión y las lagunas mentales complicaron su realidad, y fue diagnosticada también con cáncer de piel.  

Para colmo, a mediados del año 2020 una hermana suya fallece, otro golpe más para su vida, pero como solía decir: “El dolor no es nada comparado con el amor que les tengo”. Esas palabras que salían de lo más profundo de su alma la llenaban de fuerzas para seguir disfrutando de sus hijos y nietos.

Después de hermosos recuerdos que abundan en su memoria, momentos felices llenos de paz, su alma comienza a agonizar dejándola vulnerable, hasta que finalmente consigue la paz al llegar a los brazos del Señor. 

En la actualidad ella sigue siendo recordada por los suyos como un claro ejemplo de que nunca debemos dejarnos vencer por las adversidades. Tal como lo hizo Evangelia, vivamos una vida digna y nunca dejemos de inspirar a otros.

Fue el 10 de noviembre, cumpleaños de mi amada abuela. Era una tarde bastante tranquila, estábamos platicando en familia, cuando mi tía contó algo sobre su viaje a Ecuador que nos hizo estallar de la risa; tanto, que a todos nos dolía el vientre de las carcajadas. En ese instante mi hermana y yo nos miramos a la cara extrañadas y ella dijo: «Ali, ¿por qué cuando reímos, nuestras caras se ven como si fuéramos chinos?».

Le contesté: «Vamos a investigar». Entonces me acerqué y le pedí a mi mamá: «¿Puedes decirme cómo se formó nuestra familia?». Ella amablemente se volteó hacia mí y me mencionó: «Bueno, lo que tu abuela me contó cuando era pequeña fue que su mamá, Paula, a una edad muy joven se casó y tuvo a sus tres hijos, dos niñas y un varón; y era muy feliz. Ella conoció a su esposo en los tiempos en que los chinos llegaron para la construcción del Canal. Era una relación bastante complicada, ya que mi abuelo tenía sus tradiciones y costumbres, pero siempre la amó. Lamentablemente, él falleció y mi abuela quedó sola con los hijos. Después, la familia de mi abuelo se acercó a mi abuela para que tomara una decisión muy importante: ir a China a vivir con sus pequeños o permanecer en Panamá. Ella decidió quedarse».

No me sentía conforme, quería saber qué más había de mi familia que ignoraba; imaginé que muchas más historias maravillosas.

En ese momento fui donde mi abuela Luzmila Yee y le pregunté lo mismo que a mi madre. Y me dijo con su sonrisa más dulce y sincera: «Bueno, después de que mi madre tomara esa decisión de quedarnos en Panamá, estuvimos en Barraza, en El Chorrillo, donde pasé gran parte de mi niñez y juventud y ayudé mucho a mi mamá, quien se volvió una mujer muy disciplinada y siempre nos enseñó a ganar nuestro dinero de manera justa y honrada. Ella hacía tortillas y empanadas, mientras que yo las vendía (aunque a veces me quedaba jugando y se me olvidaba ja, ja, ja); pero siempre fui una niña trabajadora hasta que terminé mis estudios. Me casé y tuve tres hijos, tu mamá y tus tías; al final cada una de ellas tomó su camino y bueno, ahora estoy jubilada y con nueve nietos y dos bisnietos». 

Después de escuchar la historia de mi abuela Mamita (como le decimos de cariño) fui a ver a mi mamá nuevamente. Estaba sentada con mis tías, así que les pregunté sus historias.

Empecé en orden cronológico con mi tía Nisla Ramos, la mayor. «Bueno, cuando era pequeña mi mamá era bastante disciplinada, pero siempre nos apoyó en todo. Aunque fuimos niñas de casa y nos cuidábamos, a la edad de diecisiete terminé embarazada de mi primera hija Desh; dejé mis estudios y empecé a trabajar, pero no quería estar así y me dije a mí misma que deseaba ser un ejemplo de superación para mis hijos. Hice los años de bachiller que me faltaban, empecé a pagarme la universidad y salí graduada con honores. Tuve a mi segundo hijo y aquí estoy a mis cincuenta años aún trabajando y echando para adelante», detalló.

Luego fue el momento de mi mamá Nadiuska Ramos: «Yo también me embaracé joven, sufrí mucho abuso de parte de mis exparejas. Vivíamos en una casa de madera muy pequeña, pero trabajé con mis tres hijos hasta que, bueno, llegaste tú y ya las cosas habían mejorado. Tuve a Paulín y, a pesar de que la vida me ha quitado a mi querido hijo Joshua, seguimos luchando».

Después habló mi tía Veruschk de Gracia: «Con mucho esfuerzo y dedicación pude terminar mi carrera, me decidí a estudiar ciencias y me gradué, me convertí en enfermera y actualmente soy jefa de enfermería. Tuve dos hijas, aunque por culpa del virus y la pandemia tuve que alejarme de ellas para no llegar muy tarde de mis turnos, pero siempre trato de estar con ellas y con mi familia». 

En ese momento las veía a todas, mi abuela, mi mamá y mis tías, como mis heroínas. Son mujeres que van a inspirarme durante el resto de mi vida.

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Y ahí estaba yo, a los seis años viendo la película Desayuno con diamantes (Breakfast At Tiffany’s), sintiendo una profunda admiración por la actriz principal de esta comedia dramática: una mujer elegante y hermosa llamada Audrey Hepburn (1929-1993).


El deseo de verme y ser como esta dama fue inevitable. Al buscar información sobre ella, lo que más destacaban era su belleza innegable, pero lo verdaderamente importante era lo maravillosa que fue como intérprete y como ser humano, al punto que dejó una marca en muchas personas, incluyéndome.


Su niñez fue difícil, ya que cuando nació en Bélgica, el 4 de mayo de 1939, estuvo a punto de morir a causa de una tosferina; pero la abnegación de su madre a la hora de cuidarla, la llevó a sobrevivir esta penosa situación.

Según cuenta su biógrafa Robyn Karney, la existencia de Audrey estuvo muy lejos de ser color de rosa. Día a día ella era testigo de las interminables discusiones entre sus padres, lo que derivó en la decisión de enviarla a un internado inglés a los cinco años.


Recibió una estricta educación en casa, pero paradójicamente también descubrió la libertad de la mano del ballet y
convirtió a la bailarina rusa Anna Pavlova en su mayor referente. Saber esto me hizo sentir más cercana a Audrey, ya que de pequeña estudié danza.

Desde chica soñaba con bailar, pero estalló la Segunda Guerra Mundial. Su padre, afiliado a las ideas fascistas, abandonó definitivamente a su familia. Audrey tenía diez años cuando su madre decidió trasladarse con el resto de la familia a Holanda, lugar que pronto se convirtió en un campo de batalla por el avance de Adolfo Hitler por toda Europa. Durante la ocupación nazi, Audrey ocultó sus orígenes británicos y aprendió un perfecto holandés para no llamar la atención. Dentro de su hogar, la situación financiera empeoraba a causa del conflicto bélico y se cuenta que llegaron a alimentarse de bulbos de tulipanes para sobrevivir. Mientras tanto, observaban con pavor cómo partían trenes llenos de seres humanos rumbo a los campos de concentración.

“En mi adolescencia conocí la fría garra del terror humano”, dijo alguna vez.


La II Guerra Mundial seguía su paso, Audrey donó parte del dinero que ganaba como bailarina para ayudar a la causa libertadora a cargo de la resistencia holandesa. La desnutrición se apoderó progresivamente de todo su cuerpo y no tuvo fortaleza suficiente para seguir danzando a nivel profesional. Eso la llevó a buscar oportunidades teatrales en el West End londinense, donde obtuvo conexiones que le permitieron luego conocer a la novelista y dramaturga francesa Colette, quien de inmediato quedó fascinada con la frescura y la melancolía que Audrey dejaba a su paso.

Esa mutua química la condujo a aceptar encarnar al personaje central de la novela Gigi, de Colette, en los escenarios de
Broadway (Nueva York, Estados Unidos). Hizo 217 funciones de esta adaptación teatral y de allí faltaba poco para transformarse en una estrella en Hollywood, una industria que recibió como una revolución la llegada del talento de la delgada Audrey, de melena castaña y ojos marrones, quien eliminó ese mito de que solo triunfaban en la meca del cine las actrices rubias platino y de formas voluptuosas.


A lo largo de su carrera, Audrey Hepburn recibió cinco nominaciones a los premios Oscar en la categoría de mejor actriz principal y obtuvo la estatuilla dorada por su trabajo en la comedia romántica Vacaciones en Roma (Roman Holiday). Es de los pocos artistas en haber obtenido el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA, un Emmy, un Grammy y el Tony.


Aunque fue dueña de un estilo propio y un icono dentro del mundo de la moda, ella nunca se jactó de su atractivo físico ni de su talento. Sólo participó en una veintena de películas a lo largo de su carrera, quizás debido a alguna crisis nerviosa que sufrió y, sobre todo, porque prefirió una vida familiar junto a sus dos hijos y su tercer esposo.


En la última etapa de su vida se dedicó íntegramente a su trabajo como embajadora de UNICEF, a sus viajes a lugares remotos para abogar por los derechos de los pequeños y para recaudar fondos para acciones sociales.

Audrey Hepburn falleció de cáncer de colon a los 63 años. Dejó una marca indeleble en la historia de la cinematografía y en los corazones de muchos niños. Con esa conciencia cívica, inteligencia y belleza conquistó al mundo entero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El 25 de mayo de 1973, nace una mujer destinada al éxito. ¿Su nombre? Nivia Quirós. Criada en zonas rojas de Panamá (El Chorrillo y San Miguel-Calidonia), era parte de una familia de doce integrantes. El padre de los últimos ocho hijos era un maltratador infantil y les hizo mucho daño físico y psicológico a los cuatro hermanos mayores, porque no eran suyos.

Nivia estudió en escuelas públicas y como su familia era grande, no había dinero para comida y menos para útiles escolares. A su corta edad sacó un permiso especial en la biblioteca de la escuela para que le prestaran los libros durante el recreo y así cumplir con sus asignaciones. La falta de recursos jamás fue excusa para ella y demostró que a pesar de todas las dificultades por las que pasaba, siempre lograba ser cuadro de honor.

El constante maltrato nunca la desvió de sus metas, no obstante, a sus quince años decidió marcharse de la casa, situación que no evitó que se graduara de la escuela secundaria a sus diecisiete.

Desafortunadamente, debido a su entorno social, se terminó casando un año después y tuvo su primer hijo a esa misma edad. En ese momento, tomó la decisión de criar a su bebé consciente de que la vida de ama de casa no era la que había soñado. Por ello decidió empezar a vender artículos de todo tipo con el propósito de ganar dinero para aportar al hogar y salir adelante.

La joven madre entró a la Universidad de Panamá y completó el primer año, pero debido a su apretada situación económica, suspendió sus estudios y empezó a trabajar de salonera, labor que siguió desempeñando por un tiempo. No obstante, sabía que así no avanzaría por lo que regresó a la facultad. Tuvo sus dificultades con el inglés y con la falta de libros, mas no titubeó y se graduó de licenciada en Relaciones Internacionales con el grado de honor Sigma Lambda al cabo de cuatro años.

Hizo su práctica profesional en las oficinas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y fue contratada por la unidad de Proyectos de esta institución, posteriormente la solicitaron en la unidad de Logística. Sin saber nada de programación de sistemas operativos, manejo de inventarios o inglés, tomó un diccionario y el manual de manejo de sistema operativo y aprendió a instalar y programar servidores del sistema corporativo de la organización. Tomó un curso de inglés y se convirtió en el enlace entre la oficina regional en Panamá y las oficinas de América Latina y el Caribe.

Y con una estabilidad laboral, decidió tener a su segundo hijo, yo. Me siento muy orgulloso de contar la historia que me inspira cada día de mi vida, porque ella demostró que el que quiere puede y que una infancia difícil no es excusa para no cumplir nuestras metas. Todo mi respeto a esta mujer de voluntad inquebrantable.

El tiempo pasará y la injusticia jamás se olvidará.

Año 1997, 6:30 a. m., hora en la que mujeres y niños iban por la leche caliente y espumosa, recién ordeñada, a los campos o a los establos. Para Cristobalina, el momento correcto era dos horas antes, no desperdiciaba ni un minuto del día. Así que, a las 5:45 a. m., cuando se empezaba a notar un celeste tenue en el cielo, era ella quien sorprendía al sol al amanecer porque era más madrugadora que el astro rey.

Solía decir que no había mejor remedio para el alma vacía y el corazón abollado que la comida y los actos de servicio. Entonces, ella lo hacía para curar su mundo interior; vivía para los demás olvidándose de sí misma, pero era solo un escape del remolino interminable de pensamientos y recuerdos que la atormentaban.

Cristobalina preparaba cada platillo con mucha dedicación. Los domingos iba a las comunidades indígenas y pobres del pueblo a repartir comida, que no era mucha, pero era especial porque la hacía con amor. “Lo que sepa tu mano derecha que no lo sepa la izquierda”, afirmaba y poco a poco se fue ganando el amor del pueblo.

San Miguel Pochuta, Chimaltenango, 1982, conflicto armado interno. Días llenos de temor y angustia por las calles. El gobierno contra el pueblo. No hubo victoria, solo gotas de sangre derramadas por inocentes. Para ese entonces Cristobalina era solo una jovencita, la mayor de sus hermanos, su madre había fallecido años atrás. Estaba al frente de la protección y de los quehaceres del hogar.

Su padre, quien era administrador de la finca más prestigiosa del pueblo, La Torre, jamás se encontraba en casa; solo apoyaba económicamente. Llegó el domingo y, como era costumbre, Cristobalina iba temprano a comprar lo necesario para ir a las comunidades. Caminó un par de cuadras hacia el mercado. A tan solo unos pocos metros de llegar, notó cómo un grupo de guerrilleros la observaba con morbo.

Sabía el riesgo que corría, así que decidió dar dos pasos atrás. Pero todo fue tan rápido, que no pudo reaccionar. Los insurgentes la golpearon salvajemente hasta dejarla inconsciente; sin tener un poco de piedad, abusaron de ella. Como pensaron que estaba muerta, la arrojaron a un monte muy cerca del centro del pueblo, donde había toda clase de animales.

A las pocas horas, Cristobalina reaccionó de milagro. Adolorida, débil y confundida sacó el coraje para levantarse y huir del peligroso sitio por miedo a ser asesinada. De pronto, escuchó un escándalo a lo lejos. Moribunda, caminó unas cuadras y llegó a la plazuela, de donde provenían los gritos desgarradores.

Fue de su sorpresa la terrible noticia de que los administradores y dueños de las fincas (entre ellos su padre) serían ejecutados por los guerrilleros. Para los rebeldes no era posible que una persona tuviera una propiedad para ella sola, así que ordenaron a los dueños repartirla con ellos o con el pueblo. Como no cumplieron el mandato, los amarraron de pies y cabeza y fueron ordenados en fila para ser fusilados con la primera campanada de la iglesia. Todo el pueblo entró en pánico y Cristobalina estaba petrificada viendo el terror a través de los ojos de su padre.

Rápidamente, observó cómo los guerrilleros se formaban enfrente de los sometidos. A las 12:30 del mediodía se escuchó la fatídica campanada y sonaron también los gatillos de las armas.

1997. Pasaron los años y Cristobalina lo único que pudo expresar fueron palabras de silencio. El conflicto armado interno había terminado para ese entonces, pero para la mujer jamás culminó; ella moría por una justicia que no lograría obtener. Nunca dejó de ir a las comunidades, siguió adelante y creó una campaña de ayuda a los discriminados y de apoyo a mujeres sobrevivientes de los abusos de guerrilleros y soldados.

Actualidad. La historia de mi abuela Cristobalina jamás fue contada, salvo ahora. Ella colaboró con la creación de la ONG Esperanza y Fuerza. Me enseñó, a través de su relato, que, a pesar de las adversidades, la cruel y dura realidad, hay que salir adelante, con fuerza y fe; que, no obstante los sucesos, debemos luchar por la justicia y que nadie ni nada puede robar nuestros sueños, y sobre todo, la chispa de nuestra vida.

 

  

Roxana Álvarez es una madre soltera que lucha por sacar adelante a sus tres hijos. Ella sabe aprovechar cada oportunidad que la vida le ofrece para poder superarse.

Vino al mundo en 1990. Para ser más preciso, nació en Tegucigalpa. Creció junto a sus padres y hermanos menores en una casa de madera. Aunque vivían en extrema pobreza, eran ricos en amor.

En el 2007, a Roxana se le ocurrió seleccionar objetos reciclables con los que confeccionó hermosos adornos para el hogar, que luego vendió. Este resultado de su ingenio le sirvió para ayudar a sus padres a enfrentar la precaria situación por la que pasaban.

Constantemente enfrentaba condiciones complicadas al momento de recolectar los objetos, pues había personas que peleaban por la misma mercancía que ella. Entonces, tuvo que recorrer las calles, mercados y basureros de distintas colonias buscando esos objetos que le permitirían subsistir; además, era un trabajo que beneficiaba al medio ambiente. Aunque Roxana vivía atemorizada por la competencia a la que se enfrentaba a diario en las calles de su ciudad, tenía la visión clara de que nada la iba a detener.

En ocasiones lloraba, pero nada la hacía parar de trabajar y crear. Ella pensaba en su familia y en aquella olla de arroz sancochado que muchas veces era lo único que tenían para comer, aunque había momentos en que no quedaba más remedio que sobarse la barriga.

Roxana siempre tuvo una visión positiva sobre su futuro. Pensaba que sí podía triunfar. Le gustaba recordar de dónde venía para saber hacia dónde quería llegar. Poco a poco se fue acercando a personas que veían su gran potencial, su gran entusiasmo de poder superarse y optar a mejores oportunidades de trabajo para sacar adelante a los suyos.

Su gran sueño era ayudar a los niños y a los adolescentes necesitados para que todos puedan alcanzar una mejor calidad de vida. En una tarde del año 2010 recibió una agradable sorpresa, había sido elegida para estar al frente de una organización que apoya a jóvenes que desean superar las adversidades. Lo que desde pequeña anheló se estaba cumpliendo y tenía la oportunidad de viajar y conocer lugares que nunca imaginó.

Es una mujer de Dios, que se ha levantado del polvo hacia lugares de honra. Por su entrega se ha convertido en un baluarte dentro de su comunidad y es grande el legado que le ha brindado a la sociedad.

Es capaz de relacionarse con personas de diferentes clases sociales. De cada quien aprende algo diferente. Ama a la gente no por su riqueza o pobreza sino por su calidad humana. Sabe cómo afrontar cada situación y cada reto. La clave de todos sus éxitos radica en que es una mujer de mucha fe y con la firme convicción de superarse en todo momento.

Desde muy niña descubrió su vocación de ser un pilar para otros, empezando por su familia con la que superó las necesidades más extremas. El amor incondicional ha sido su impulso para luchar y poder cumplir sus deseos.

Es una dama que me inspira por su valentía, coraje, persistencia y tenacidad al querer izar la bandera de El Salvador en la cima del Monte Everest, el punto más alto de la Tierra. Además, nos enseña que “una mujer nunca debe renunciar a sus sueños por muy difíciles que sean, debemos ser tenaces y tener deseos de superación”. La pasión desmedida que la caracteriza le permitió vencer el reto más grande de su carrera deportiva.

Se propuso ser ejemplo para las nuevas generaciones demostrando que se pueden lograr grandes metas, que debemos tener pensamientos positivos. Esta alpinista hizo historia después de convertirse en la primera salvadoreña en llegar a la cima del Everest, y la tercera mujer a nivel de Centroamérica.

Alfa Karina Arrué nació el 22 de abril de 1976 en la ciudad de Santa Tecla; es la mayor de tres hermanos y la niñez fue su etapa más feliz. De pequeña era girl scout y en sus caminatas se enamoró tanto de la naturaleza que, al crecer, quiso comenzar a escalar. Era muy inquieta y terca… además, lograba todo lo que se proponía, costara lo que costara. Su primer nombre denota “poder o dominio”.

Esta montañista, madre de tres hijos, es nieta del famoso escritor Salvador Salazar Arrué, conocido por su nombre artístico Salarrué. Alfa Karina se graduó de Ciencias Jurídicas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y realizó una especialización en Desarrollo Local, en España, a lo que se agrega una maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos. Ha estado involucrada en proyectos para las niñas y mujeres que trabajan en el campo, especialmente en las áreas rurales de nuestro país. Actualmente,  labora de manera independiente haciendo consultorías sobre programas de reinserción social y arte.

En 2012 comenzó su travesía deportiva utilizando sus pies, voluntad y equipo para escalar los volcanes de Izalco y Santa Ana y el Cerro Verde. En 2015 se propuso llegar a la cumbre de las montañas o volcanes de Centroamérica y, posteriormente, sus destinos fueron Colombia, Perú y Ecuador. En este último la montaña era de 5000 m. s. n. m. y el volcán más alto fue el Chimborazo. La cumbre donde probó su resistencia física y aclimatación para su siguiente reto, el Monte Everest, fue la montaña Aconcagua de Argentina, con una altitud de 6962 m. s. n. m.

Arrué intento subir por vez primera a la cima del Everest en 2021, pero la temperatura de -46 °C y los vientos de hasta 150 km/h impidieron que lograra su objetivo.

El 30 de marzo de 2022 Arrué partió de El Salvador hacia Nepal. El gran día llegó para la intrépida atleta: el 7 de mayo Arrué anunció que había iniciado el ascenso de los 8849 m. s. n. m. del monte Everest, ubicado entre China y Nepal, punto geográfico con una diferencia de doce horas con respecto a El Salvador. Iba acompañada por montañistas de diferentes países. Cinco fechas más tarde, ocurrió la gran noticia de que Arrué había conquistado el mítico Techo del Mundo, consiguiendo el hito histórico para el montañismo de nuestro país.

Hasta entonces solo existían registros de salvadoreños que lo habían intentado. Alfa Karina Arrué perseveró y lo logró.

Transcurría el año de 1974, exactamente el 17 de noviembre, cuando llegó al mundo una mujer para  alumbrar la vida de muchos, con un gran propósito y con la luz y valor que siempre la caracterizan.

Es brillante, tiene la capacidad de alcanzar todo lo que se propone y el corazón más grande para amar a todo el que la rodea. Ledda Paz es la mujer más fuerte y determinada que conozco, ha luchado por su familia y por mantener los mejores valores. Se ha ganado el papel más importante en mi vida y en la existencia de muchos.

Desde una corta edad, Ledda se ha encargado del cuidado de sus hermanos menores y del apoyo a su padre en todas las circunstancias, no solo como una admirable hija sino también como un ejemplo para los demás. Asimismo, ha destacado en distintos ámbitos que le han permitido crecer como profesional y como ser humano, derribando cualquier obstáculo y luchando por alcanzar sus metas y aspiraciones.

Su trabajo y perseverancia le permitieron convertirse en una reconocida ingeniera industrial, que ha desarrollado habilidades administrativas y de búsqueda de soluciones a nivel empresarial, sin descuidar a su familia.

En el 2002 le dio la bienvenida a su primer motor de vida y el motivo para seguir creciendo: su hijo. A pesar de encontrar muchos tropiezos en el camino, Ledda decidió seguir cursando una maestría para superarse mientras cuidaba a su hijo y le brindaba el amor más puro. Aunque estudiar y trabajar no era tarea fácil, ella nunca se rindió y decidió continuar con su preparación para procurar a su retoño todo lo que deseaba.

Tres años después, se convierte en madre por segunda vez, con más cariño para dar y el objetivo de forjar a otro ser humano de bien y de quien sentirse orgullosa. Por azares del destino, poco tiempo después se convierte en madre soltera, lo que la transforma en una mujer aún más fuerte y con deseos de progresar por sus retoños, criarlos y educarlos con amor y respeto. Por consiguiente, es una persona con una rutina muy cargada; a pesar de ello, pretextar un regreso cansada del trabajo, nunca fue una opción. Volver a su hogar era verla con una sonrisa y gran emoción de conversar con sus pequeños sobre su día. “Mis hijos son lo más importante y valioso que tengo”, suele decir.

Ledda, un ejemplo de madre, hija y hermana. Es una líder que no se ha dejado vencer y ha trabajado siempre para desarrollarse como persona, por su bienestar y el de sus retoños. No cabe duda de que es un motivo de inspiración para las mujeres que luchan día a día por educar a los suyos y convertirlos en agentes de cambio para la sociedad.

Hoy en día podemos seguir los pasos de una mujer que luchó por los derechos humanos, por la paz de su pueblo y por dignificar a sus ancestros. Es una dama guatemalteca que nació en una familia campesina maya. Durante su niñez y juventud careció de recursos económicos y fue víctima de violencia y discriminación racial.

La situación no pintaba nada bien. Con tan solo cinco años empezó a trabajar en fincas de familias ricas y tradicionales, ayudaba a sus padres para poder salir adelante. Se dice que quien lucha por los derechos humanos está condenado a la muerte, esto ella lo sabía muy bien, mas esa posibilidad no la detuvo para combatir contra la desigualdad social que viven los descendientes del pueblo maya. Rigoberta Menchú decidió salir de su terruño en Chimel, municipio de San Miguel Uspantán, departamento de El Quiché, Guatemala para poder ser escuchada e involucrarse en diversas causas sociales, culturales y políticas.

Participó en foros internacionales para denunciar las desigualdades económicas y sociales que ella había sufrido desde pequeña, mientras que los pueblos originarios, desde hacía siglos. En México contribuyó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas y en 1992 fue galardonada en Suecia con el Premio Nobel de la Paz.

La valiente dama sigue luchando para promover el diálogo y la justicia social en distintas partes de su país y en el mundo. Nos da un claro ejemplo de superación, perseverancia, entrega y confianza. Gracias a su aporte nos podemos dar cuenta de que ningún sueño es imposible de alcanzar, si se lucha mucho por él.

Al inspirarme en Rigoberta Menchú, me pude dar cuenta de que todas las mujeres somos capaces, que podemos lograr que una o muchas personas confíen en nuestras habilidades; que el hecho de ser mujer no te hace más o menos que nadie. Debemos aprender a superar los obstáculos que día con día se nos presentan, depende de nosotros hasta dónde vamos a llegar. El límite es el cielo. 

Es una mujer que continúa alzando su voz para que los derechos humanos sean respetados. «Mujer que lucha no se rinde«, esta es la frase que le inspiró para poder salir al mundo a pelear por ella y por los de su pueblo.  Al ser galardonada con el Nobel, Rigoberta Menchú dijo las palabras siguientes: Considero este premio, no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido genocidio, la represión y la discriminación».

Rigoberta Menchú Tum, me doy cuenta de que lo más importante es que los derechos de los pueblos indígenas no sean violados, que sean respetados y escuchados.  “La paz no se trata de silenciar con los fusiles. Se trata de un proceso de transformación social”.   Si lo crees, lo puedes lograr; ella nos brinda el ejemplo de que es posible alcanzar lo que anhelamos en la vida con esfuerzo y dedicación, siempre y cuando estés dispuesto a ser la persona que marque la diferencia.

El 13 de marzo del 2020 la pandemia del COVID-19 sacudió al mundo, de manera que se vieron afectados ámbitos sociales, culturales, políticos y  educativos. Millones de personas sufrieron abruptos cambios en sus vidas, entre ellos, los trabajadores de los distintos centros educativos del planeta: el personal administrativo, los maestros y los alumnos que tuvieron que adaptarse al incierto panorama.

Una de esas heroínas fue mi madre, Mariela García, quien ha sido docente del Colegio Boston Bilingüe desde 2007. Ella es una mujer que superó innumerables obstáculos durante la educación a distancia o mayormente conocida en inglés como homeschooling.

A la edad de diecisiete años, Mariela se graduó como secretaria bilingüe, en el mismo centro educativo donde labora actualmente. Antes de que su vocación fuera ser educadora, realizó muchas ocupaciones, las cuales le ayudaron a crecer en el ámbito profesional; por ejemplo, fungió como secretaria de gerencia y recepcionista. Todas estas experiencias expandieron sus conocimientos administrativos y sociales.

Transcurría el año 2007 cuando decidió retomar el área profesional luego de un receso para cuidar de sus dos hijas. Solicitó al colegio donde se graduó que la contrataran o recomendaran con alguna empresa, pero las sorpresas de la vida… Pasaron dos días cuando recibió una llamada del establecimiento formativo donde la motivaban a probar y aplicar sus conocimientos en el área de inglés para enseñar a los alumnos del nivel primario. Aceptó sin imaginarse que era el comienzo de una nueva aventura llena de amor, vivencias, alegrías y, sobre todo, mucho aprendizaje.

Durante todos estos años ha mejorado sus técnicas de enseñanza y se dio cuenta de que su verdadera vocación estaba en el corazón de los pequeños, en esas aulas donde se emprenden proyectos maravillosos.

Por supuesto, en esos años se capacitó; pudo obtener su certificación por parte de la Universidad de Cambridge, el cual demuestra su suficiencia como maestra de inglés. Ha tenido la oportunidad de enseñar en distintos niveles: preprimaria, primaria, básico y diversificado donde ha experimentado diferentes vivencias y el amor de sus alumnos.

Mariela es descrita por sus estudiantes como una maestra inteligente, carismática, creativa, responsable, paciente, fuerte y capaz de sobrepasar y resolver cualquier inconveniente que se le atraviese. Por supuesto, es una excelente madre.

Tras realizar un arduo trabajo capacitándose, con el objetivo de optimizar la educación en esta nueva realidad marcada por una crisis sanitaria, su vocación la motivaba a la búsqueda de herramientas para brindar un mejor servicio a sus alumnos, quienes se ganaron su corazón.

Los factores que intervenían en la mejora de la enseñanza en tiempos de pandemia iban aumentando, por lo que ella siempre trataba de encontrar nuevas herramientas para que el desarrollo y la formación de sus alumnos fueran siempre los mejores.

En sus palabras expresa que no hay un solo día que no agradezca a Dios por haberle dado el chance y el privilegio de trabajar con futuros profesionales, esperando haber dejado una huella y tocado sus corazones.