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Un sueño, una meta, estiramientos y mucha concentración vive día tras día María José Russo al entrar a un dojang. Es un escenario en el cual no valen las quejas, los sentimientos ni el dolor; es un lugar donde solo importan ella y sus metas.

María José Russo, nacida el 12 de noviembre de 2004, en la Ciudad de Panamá, es hija de una ortodoncista. Fue una niña llena de valores y de mucho amor por parte de su familia.

A los ocho años, su madre la ingresa en una academia de taekwondo a cargo del maestro Varo Barragán, con el fin de que su hija se divirtiera y supiera la importancia de este deporte; pero el resultado fue aún mejor. María José, Majo, comenzó en el arte marcial con muchas dificultades, pero jamás rindiéndose ante nada; al practicar de manera constante se dio cuenta de su gran pasión por ejecutar las formas o poomsae (secuencias de defensas y ataques). Se sentía segura de a dónde quería llegar.

Pero no todo fue sencillo. Debido a sus horarios deportivos y gustos, sufrió bullying durante su paso por la secundaria, lo que la afectó física y emocionalmente, sumergiéndose en una depresión profunda; pero con ayuda de su superheroína, su mamá, y de la mano del taekwondo, pudo levantarse para luchar y alcanzar sus objetivos de vida.

Majo obtuvo su cinturón negro el 21 de diciembre de 2019. Este logro fue su gran comienzo hacia las competencias nacionales e internacionales. En el 2020 se convirtió en atleta de alto rendimiento, impulsándose como una competidora mundial. Su primer combate fue en México, en la Copa Tabasco, donde adquirió un gran aprendizaje y dejó la bandera de Panamá en alto.

En 2021 consiguió incorporarse a la Selección Nacional de Poomsae Taekwondo, siendo una representante del país fuera de nuestras fronteras. Para 2022, Majo, queriendo mejorar sus técnicas, contactó a Ollin Medina, entrenadora profesional de poomsae, quien al ver su talento la aceptó como discípula, convirtiéndose en su entrenadora personal, y de paso, en su mejor amiga.

Ese mismo año, Majo buscó nuevos caminos y oportunidades. Entró a la academia del profesor Gaspar Peterson y creó un lazo con otra competidora, Ana Patricia Peña, quien también le brindó la preparación de primer nivel para sus futuras competencias en Puerto Rico, Colombia, República Dominicana y México, entre otros países.

Actualmente, María José sigue siendo una competidora nacional y a sus diecisiete años tiene una carrera inigualable gracias a sus sacrificios y al tener metas claras. Su gran objetivo es llegar a convertirse algún día en una campeona mundialista. De seguro lo va a lograr.

Cristobalina la Grande es quizás una de las mejores poetas de las que escucharás.

Nació y creció en la ciudad de Chitré, en la provincia de Herrera, donde soñó con ser escritora y poetisa. De adolescente llegó a la ciudad de Panamá a emprender, como muchos interioranos, el sueño por otra vida: buscar trabajo y tener un mejor porvenir. Trabajó en la Caja de Seguro Social por muchos años, aunque eso no le hizo abandonar su aspiración de escribir.

Como madre tenía que acudir a las reuniones del colegio, donde daba a conocer sus dotes de declamadora. Su hijo, al pasar por el salón, notaba que a muchas personas se le escapaban las lágrimas al verla interpretar sus poemas.

“Tu mamá es una gran poetisa”, le decían a su hijo. Son palabras que, hasta el sol de hoy, resuenan en él. Y él es mi papá.

Una vez le pregunté por los logros de mi abuela, Cristobalina la Grande. Quería saber más de su historia. Mi papá me sorprendió con un recuerdo.

—Tu abuela se presentó una vez en la Casa del Periodista, el público se compenetró con sus palabras y brotaban de ellos sentimientos.

—¿Pero, qué paso? —le pregunté con afán.

—Al terminar su exposición, se acercaron a ella muchas personas que le preguntaban dónde podían comprar sus libros.

—Pero si ella no llegó a publicar libros, ¿o sí?

—Bueno, uno de sus logros fue llegar a la televisión a exponerse como artista —mencionó y prosiguió—. Sin embargo, recuerdo que una vez me sorprendió con que había escrito un libro. Y no fue hasta que escuchó de un concurso en la radio donde solicitaban textos para un concurso artístico… Pero no aceptaron la obra, ya que no estaba orientada al concurso. Aun así, nunca se rindió y siguió luchando. Tu abuela hizo muchas presentaciones en la Caja de Seguro Social, donde sus compañeros del trabajo quedaban tan emocionados cuando escuchaban sus interpretaciones que siempre le decían al terminar: “Cristobalina, tú eres grande”, y fue tan repetitiva esa frase que nació el apodo Cristobalina, la Grande.

Pero ella no llegó a publicarse nunca.

Un recuerdo poderoso fue cuando mi hermano la inmortalizó en un video en el que destacaba su historia y talento. Así mostró a una mujer que, a pesar de sufrir con enfermedades, se revitalizaba cuando declamaba, porque sin duda alguna la poesía le daba fuerzas. Y ella le agradeció por hacerla cumplir su sueño: lucir como una gran poeta.

—Ya puedes empezar a hablar —avisa el camarógrafo.

Mi abuela se prepara para recitar, luciendo vencedora pese a las debilidades en su cuerpo. Y empieza así:

—Madre querida del alma, para ti mis inspiraciones, que Dios te colme de dicha y de muchas bendiciones…

Ese es uno de los recuerdos más lindos que tengo de Cristobalina, la Grande.

Cuando me dijeron que escribiera la historia de una mujer que me inspire, decidí hacerlo sobre mi bisabuela Raquel, ya que no tuvo una vida fácil, pero siempre fue perseverante y nunca se rindió.

Un día, una joven en Polonia se quedó sin zapatos y fue con su mamá a comprar un par. Raquel vio los más caros de la tienda y le encantaron, pero como su madre no los podía pagar porque no tenía suficiente dinero, fue donde su abuelo para que se los regalara. Y así lo hizo él… Aquella niña llamada Raquel hoy es mi bisabuela, una mujer muy coqueta y perseverante que siempre consigue lo que quiere. 

Cuando el papá de Raquel pensó que lo iban a meter al ejército de Polonia para pelear en la Segunda Guerra Mundial le dio mucho miedo, entonces decidió irse a Rusia con su familia.  

El recorrido no fue para nada fácil, ya que tuvieron que ir caminando por el bosque, y no solo la familia Smith, sino muchas más. Raquel solo tenía doce años y la pusieron a cargo de una niña de siete para que caminara y no llorara. Ellas corrían y se escondían mientras les caían bombas por todos lados a lo largo del camino. 

La mamá de Raquel temía que le hiciera falta la leche en su crecimiento, por lo que con mucha dificultad logró conseguirla; pero jamás supo que la jovencita le pagaba a su hermano para que se la tomara por ella. Es una anécdota que mi bisabuela solía contar.  

Una vez  empezó la guerra en Alemania, que había invadido Polonia, mandaron a la familia a Siberia, por ser polacos. Los hacían trabajar muy duro y estuvieron en condiciones muy difíciles, pero gracias a Dios ninguno enfermó. 

Luego, en 1941, cuando Estados Unidos entró a la guerra después de Pearl Harbor, exigieron que todos los polacos que Rusia había tomado como prisioneros y mandados a Siberia fueran dejados en libertad. La familia se fue a Europa y se quedaron allí hasta que terminó el conflicto y fue entonces que lograron obtener sus documentos para venir a Panamá, donde vivían las tías de Raquel.  

Aunque en el Istmo no dejaban entrar a todo el mundo, a Raquel y a su familia sí, porque tenían parientes acá. Así mi bisabuela llegó a este país.

Al pasar unos años conoció a su esposo Beni y tuvieron a Moisés, mi abuelo; Brenda y Arie. Aunque los Smith vivieron mejores días, recuerdan los tiempos difíciles por los que pasaron y mi bisabuela siempre agradece a Dios que su familia tuvo una nueva oportunidad.   

Después de mucho tiempo nací yo. Soy muy afortunada de poder conocer a mi abuela Raquel, quien actualmente tiene noventa y seis años de edad. 

Un día me acerqué a mi abuela Lydia Maduro y le pregunté: «¿Cuál fue tu historia con Noriega?». Entonces ella empezó a contar: «Los panameños estábamos viviendo bajo un régimen dictatorial, eso quiere decir que no había elecciones libres. Los militares al mando. Había un dictador llamado Manuel Antonio Noriega que, al quitarnos nuestros derechos, hacía muchas cosas para que los panameños no tuviéramos oportunidades de elegir a nuestros gobernantes».

Noriega, prosiguió mi abuela luego de suspirar, entre sus acciones más feas mandó a matar a un médico, Hugo Spadafora, y le echó la culpa a alguien más. Después un coronel, Roberto Díaz Herrera, admitió en un canal de televisión que sí habían sido miembros de las Fuerzas de Defensa de Panamá, o sea los soldados, quienes habían asesinado a dicho galeno.

“Entonces el país se levantó indignado y empezó nuestra lucha por la libertad. Nosotros nos despertábamos, íbamos a trabajar y al medio día todo mundo dejaba de hacer lo que estuviera haciendo. Andábamos vestidos de blanco y nos parábamos en la Calle 50 de la ciudad capital con pañuelitos blancos, como símbolo de la paz, a pedir que nuestros derechos se validaran, a pedir por la libertad, por los derechos humanos y que nos respetaran como ciudadanos. Y por eso nos golpeaban y nos perseguían», recuerda mi abuela.

En una ocasión, estando en el Hotel Marriott, luego de una marcha de la Cruzada Civilista (movimiento nacional a favor de la democracia), los militares llegaron en un camión grande y dispararon agua con añil en vez de balas y enseguida gases lacrimógenos. «Estaba viendo cómo golpeaban a una señora y entonces les gritaba: ‘¡Salvajes!’. De repente, todos los manifestantes dentro del hotel corrieron por las escaleras y se metieron en las habitaciones que encontraban abiertas; cuando volteé para empezar a huir, un hombre me puso una pistola en la frente y me dijo: ‘Tú vienes conmigo’. Me agarró la mano y me metió en un carro de la Policía junto a otras personas, nos llevaron a la Cárcel Modelo, que hoy en día ya no existe», detalla.

Mi abuela expresa que la metieron en una celda oscura, sin nada más que el piso frío. Había una muchacha presa, era la única que estaba en aquel lugar y tenía un tapete donde dormía, que compartió con las nuevas visitantes. «Allí pasé la noche, con otras tres mujeres que también metieron en la cárcel ese día y al día siguiente nos sacaron porque nuestros familiares tuvieron que pagar para poder salir”.

En otra ocasión, rememora mi abuela, los militares se la querían llevar cuando vinieron a la casa en la mitad de la noche a buscar al abuelo Waggy, quien tuvo que tirarse por la pared de atrás de la vivienda colindante con la Embajada de Uruguay. «Como todos teníamos los teléfonos de cada uno y ya sabíamos que era muy posible que fueran a buscar al abuelito o alguno de los otros vecinos durante la noche
—porque eso es lo que solían hacer para meternos presos—, entonces yo llamé a mi vecina y ella a otra… y así todos fueron haciendo lo mismo. Entonces, los residentes salieron en pijama a las dos o tres de la madrugada y no me llevaron gracias a la presión de todos ellos. Me querían agarrar porque tenían rabia de que no habían encontrado al abuelito», comenta.

Después de ese incidente, el abuelito Waggy decidió que, para la seguridad de toda la familia, lo mejor era irse a Estados Unidos. Los estadounidenses lo sacaron por avión desde la antigua base de Albrook, mi abuela tuvo que regresar a su hogar a vender lo que podía y salir de Panamá por unos meses. «Me tenían chequeada y todo lo que decía por teléfono lo escuchaban». Al final, mi abuela también abandonó el país debido al régimen de Noriega.

“La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata” (Virginia Woolf).

Virginia Wolf es una de esas personas que eligieron vivir para el arte, una escritora capaz de plasmar la conciencia en papel y dejar en cada página los recuerdos más espectaculares de su vida.

Su nombre de pila fue Adeline Virginia Stephen y nació en Londres, en 1882. Tuvo el privilegio que en esa época casi nadie poseía: la educaron tutores privados y había una biblioteca en casa. Ahí fue su primera cita con la poesía.

Por desgracia, cargó con una enfermedad que en su tiempo no tenía un nombre, pero que hoy reconocemos como el trastorno bipolar con fases depresivas. El primer pico fue a sus trece años, con la muerte de su madre por un ataque al corazón, y más adelante por los fallecimientos de su hermana y la de su padre.

Cuando el faro empieza a apagarse muchos barcos se quedan a la deriva. Sin embargo, Virginia tenía la capacidad de transformar en arte todo el dolor que había experimentado. Su máquina de escribir y su tinta eran capaces de atrapar mucho más que pensamientos o líneas vacías, podían capturar fragmentos de su existencia y encerrarlas para siempre en el papel.

Sus libros son el reflejo de su alma, y su forma de escribir son corrientes que arrastran sentimientos movidos por poesía. Como prueba este fragmento de su obra La señora Dalloway: “Su cerebro se encontraba en perfecto estado. Seguro que el mundo tenía la culpa de que no fuera capaz de sentir”.

Si algún día lees sus novelas te darás cuenta de lo buena que era transparentando la conciencia de sus personajes en el relato. Para leer sus obras lo mejor es no pensar demasiado y solo dejarte llevar por su pluma.

Virginia no es recordada solo por sus novelas llenas de ideas y una narrativa única. También llegó a expresar a través de su voz individual la experiencia de miles de mujeres confinadas a una vida sin decisiones ni libertades. Sobre esto reflexionó en una ocasión: “Yo me aventuraría a pensar que Anon (anónimo), quien escribió tantos poemas sin firmarlos, fue a menudo una mujer”.

Virginia escribió muchos ensayos hablando sobre la mujer en su época, cómo era retratada y encerrada; y defendía el derecho a tener independencia económica y social. En su obra clásica, Una habitación propia, anota: “Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”.

Estudió en la Universidad de Cambrigde y en 1917 conoció a quien se describe como una de sus relaciones más profundas de su vida, Leonard Woolf. Se llevaban tan bien que más adelante fundaron Alba Editorial, que llegó a publicar y editar libros importantes para la época, desde los suyos hasta ensayos del psicoanalista Sigmund Freud.

La escritora estuvo en contacto con muchos pioneros y personas talentosas de la época. Ella recordaba su infancia con cariño, tuvo una familia grande y muchas de sus novelas están plagadas de recuerdos de su niñez, sus veranos al suroeste de Inglaterra, entre la arena, el mar, risas y el faro de Cornwall.

Sin embargo, las mentes brillantes no son eternas, y la mente no siempre es capaz de ganar todas las batallas. A inicios de la Segunda Guerra Mundial se lanzó a un río con los bolsillos llenos de piedra, y murió. Aunque no se pudo llevar la revolución que dejó en el arte ni su legado en la lucha de las mujeres que no tenían voz para oponerse a la opresión.

Sus cenizas fueron esparcidas en el jardín de Rodmell. Pero al igual que el arte, Virginia Woolf no puede morir.

Esta historia comienza con don Guillermo Gámez y doña Gloria de Gámez, ellos residían en La Ceiba, departamento de Atlántida. Cuando Iris Juventina nació, ya la familia Gámez tenía cuatro hijos mayores; ella solo conoció a dos. Don Guillermo en esa época era sargento de la Policía y ofrecía sus servicios en la cooperativa de la ciudad, por eso la niña solo lo veía una vez por semana.

Tiempo después la madre toma la decisión de trasladarse sola a Tegucigalpa. Don Guillermo vende sus terrenos y se muda a su pueblo natal con sus hijos; en este lugar solo vivió un año, durante el cual Iris Juventina vio cómo sus hermanos abandonaban el hogar que el padre con mucho esfuerzo intentaba mantener solo. La precaria situación que vivían era asfixiante, deprimente. Aquel hombre fuerte iba perdiendo el brillo de sus ojos que tanto lo caracterizaba.

Cuando Iris cumplió cinco años, su padre viajó con ella y su hermana menor a Tegucigalpa en busca de doña Gloria, con el objetivo de que ella las cuidara por un tiempo mientras él solucionaba unos problemas; para mala fortuna, la madre no era muy cariñosa con las niñas y rápidamente buscó al padre para que regresarlas. En casa de don Guillermo solo estaba su madrina, quien sintió horror y tristeza al ver a las dos niñas escuálidas enfundadas en harapos sucios y pies descalzos.

Tiempo después don Guillermo se encontró a un primo que lo invitó a su casa y cuya esposa, al querer ayudar, se ofreció a cuidar a una de las dos pequeñas. Eligió a la menor, pero esta no logró adaptarse a la nueva familia, entonces decidieron quedarse con Iris, quien terminó viviendo con el matrimonio y se separó definitivamente de lo que una vez fue su familia.

Iris Juventina Gámez tenía la esperanza de que en ese nuevo hogar su vida fuera más fácil. Al llegar a la secundaria trabajaba por las tardes para poder pagar sus materiales escolares, además ayudaba en los quehaceres del hogar que la había acogido. En todo ese tiempo ella comprendió que no importaba la adversidad; si se esforzaba, no habría situación que no pudiera superar.

Su  pasado hizo que la madurez floreciera a una edad muy temprana. Sacrificando su niñez, logró tener un temple de acero para su futuro y dar a sus hijos el cariño y la seguridad que de joven nunca tuvo.

Cuando pienso en una mujer inspiradora, la primera persona que se me viene a la mente es mi abuela Routhy, a quien través de su vida le ha tocado luchar para seguir adelante, pero nunca ha quitado la sonrisa de su cara. Ella es una mujer fuerte, empática, paciente, valiente y, más que nada, mi modelo a seguir. 

Ser una persona que inspira significa ser ejemplo para los demás, exactamente lo que Routhy representa para cada individuo que la conoce. El que la ve pensaría que no tiene ni ha tenido un problema en su vida, ya que la calma que transmite es de admirar. Aspiro tener su paciencia algún día.

Su historia me motiva a perseverar. Mi abuela nació en Líbano y creció dentro de la comunidad judía de Beirut. El año del establecimiento del Estado de Israel, en 1948, hubo muchos disturbios en Jalab, Siria y sus padres se escaparon de ahí a Líbano, el país más cercano. Vivieron en la ciudad capital, donde nació mi abuela Routhy. 

Durante su estadía en ese país, sufrían constantemente del sentimiento aterrador que vino con la Guerra de los Seis Días, en 1967. Eran libres para salir y viajar, pero les hacían falta los documentos necesarios. 

Cuando comenzaron los problemas en Siria, la comunidad judía de Líbano se organizó para auxiliar a los que llegaron escapados. Todo iba perfecto, hasta que un día derrocaron al líder de esta organización de ayuda y todos los refugiados quedaron en necesidad de esconderse. 

Mi abuela Routhy se casó en junio de 1972, en la capital, siendo la última de sus hermanas en salir de Líbano, ya que las condiciones se estaban tornando cada día más difíciles y era necesario buscar un mejor hogar. 

Con un par de maletas solamente, mis abuelos junto a sus dos hijas bebés escaparon de aquel lugar en Medio Oriente a finales de 1975, pues la guerra entre musulmanes y cristianos se había intensificado. Fueron a Italia, pero luego de un tiempo se trasladaron a Israel con el resto de su familia, con la intención de ir a vivir en el país soñado por todos los judíos. 

Estando en Israel mi abuelo escuchó sobre las oportunidades de negocio en la Zona Libre de Colón, por lo que decidieron venir a Panamá. Tras un arduo trabajo, lograron formar su familia con cuatro hijos; actualmente diecinueve nietos y una bisnieta. 

Para mí es un honor poder compartir tiempo con una mujer tan increíble y admirable como mi abuela Routhy. Ella me ha enseñado que las dificultades que uno pasa en la vida son exactamente lo que nos hace las personas que somos. 

Muchos piensan que la vida ideal no tiene problemas ni obstáculos; pero la verdad es que se trata de mantener una actitud positiva en cada situación para así lograr estar en paz con nosotros mismos y las personas que nos rodean.

Eso exactamente es lo que hace a mi abuela Routhy una mujer tan inspiradora. Su actitud inigualable, sus ganas de crecer, enseñar y cómo ha percibido cada dificultad en su vida como un regalo es lo que la hace tan especial y lo que marca el ejemplo para mí. 

«Acepté el reto y me monté en el barco del aprendizaje» (Maribel Fong).

Maribel es el vivo ejemplo de que, cuando se quiere, se puede. Ella es de la generación denominada los baby boomers porque nació en el año 1962. 

Tomó la actitud de una mujer valiente cuando la tecnología llegó a su vida de forma inesperada. Pasó por una ardua fase de adaptación al mundo digital. Hoy es toda una líder en su área de trabajo.

Su origen

Maribel es de la ciudad de Panamá. Sus padres son Domingo Fong y Gladys Meneses, quienes le inculcaron que los valores y el estudio deben ser primordiales en la vida para lograr el éxito. Ella lo comprobó a cabalidad. 

Creció junto a sus hermanos Rafael, Maruja, Gladys, Lourdes y Raúl. Desde la niñez apoyó a su mamá siendo obediente y ayudando con los quehaceres del hogar. Cuidaba de sus hermanos, cocinaba y los orientaba con los trabajos escolares, mientras que su papá trabajaba como subgerente en una de las sucursales del almacén Gran Morrison.

Cursó su primaria en la Escuela María Ossa de Amador. Dentro de su timidez siempre se involucraba en las actividades de su plantel. Hacía murales y participaba en las ferias. Luego, realizó el primer ciclo en el Colegio José Antonio Remón Cantera y el segundo en el Richard Neumann, donde se graduó de bachiller en Comercio con Especialización en Contabilidad.

En primer ciclo no fue muy aventajada en los estudios porque todas las tareas las dejaba para la última hora, pero al pasar a segundo ciclo maduró.

Entre la familia y los sueños

Años después de graduarse de la escuela decidió casarse. Después se dio cuenta de que no fue la mejor decisión debido a que su pareja no la apoyaba para realizar su sueño de ir a la universidad. Tuvo cuatro hijos varones a los que les inculcó la importancia de la superación profesional a través del estudio.

Pasaron algunos años y se divorció. Fue una etapa difícil para ella y sus hijos, no obstante, renació el reto de llegar a ser una gran profesional. Como no tenía los medios económicos suficientes, pidió ayuda a su hermano mayor, quien estaba en una posición financiera mejor que ella. Así logró entrar a la universidad.

En la Universidad Santa María La Antigua obtuvo el título de Técnico en Banca. Continuó sus estudios obteniendo una licenciatura en Banca y Finanzas y una maestría en Recursos Humanos. No fue fácil, ya que cuando estaba en la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología tuvo un accidente vehicular. Esto la dejó incapacitada por un tiempo, pero gracias a Dios pudo salir adelante de ese tropiezo. 

Ingresó en el Banco General, empresa que le abrió las puertas en el ámbito laboral, como recepcionista. Después de un año de aprendizaje, pasó al área de Plataforma como ejecutiva de Atención al Cliente, llevando a cabo aperturas de cuentas. Después pasó al departamento de Plazo Fijo, donde se desempeñó como supervisora. Avanzó y logró ser oficial de Operaciones, después pasó al campo operativo del banco hasta ocupar, por su experiencia, el cargo de gerente de sucursal.

Maribel, mi madrina, es un modelo de superación y, como ella manifiesta: «Rendirse no es una opción. Si nos superamos, cuando menos lo imaginamos, podemos lograr nuestros sueños; por consiguiente, siempre tenemos que esforzarnos y ser positivos para alcanzar una meta».

Ella recuerda que sus primeros años de trabajo los inició con un equipo tradicional, sin embargo, con la entrada del siglo XXI tuvo que adaptarse y aceptar los retos que imponían las nuevas tecnologías. Además, debió aprender a tener un equilibrio entre su ámbito laboral y el familiar.

En la actualidad sus funciones son liderar y formar a todo el equipo de trabajo, administrando y supervisando las acciones que ocurren en la sucursal. Todavía, con cuarenta años de servicio, se mantiene en constante aprendizaje. Ella sigue enfrentando los nuevos retos que se le presentan.

 

    

El 5 de septiembre de 1959, en una comunidad del municipio de Maraita, situada a 50 km de Tegucigalpa, Honduras, nació Cándida Rosa. Hija de campesinos, desde su infancia fue obligada a realizar tareas de adultos y a madrugar para alimentar a varios jornaleros y cuidar de sus hermanos menores. A menudo era castigada cruelmente, sus cicatrices atestiguaban los malos tratos que recibía de su padre. Producto del excesivo esfuerzo, a los nueve años desarrolló dos hernias y otras enfermedades que la afectaron a lo largo de su vida. Su madre trataba de protegerla, pero ella también era maltratada físicamente, además padecía de artritis y tenía una vida difícil.

Venciendo muchos obstáculos Cándida asistió a la escuela. Al momento de seguir sus estudios la única posibilidad era trasladarse a la ciudad, pero ya sabía que en la casa donde pensaban hospedarla podría ser abusada y no estaba dispuesta a someterse a situaciones peores a las que ya había vivido. Este punto fue muy complejo, porque interrumpir su formación fue una decisión que la marcaría para siempre, por eso se prometió hacer hasta lo imposible para que sus hijos pudieran prepararse.

A los diecinueve años se casó y tuvo cinco hijos, a quienes nombró Rafael, Angélica, Domingo, Mirna y Johana, en ese orden. A pesar de sus complicaciones de salud y la pobreza extrema en que vivían, se aseguró de educar a sus retoños de otra manera, sin abusos, con mucha paciencia y amor, contrario al trato que ella había recibido. Con un nudo en su garganta, pero al mismo tiempo muy determinada, vio partir a sus hijos rumbo a la ciudad, cuando eran todavía jóvenes.

Cándida Rosa se comunicaba con ellos a través de cartas. Se notaba confianza y cariño a través de esas letras pensadas para animar y acuñar los valores que ella inculcó. Con toda clase de dificultades sus hijos se graduaron, los esfuerzos y anhelos de la abnegada madre se vieron realizados, y con ello se reventaron cadenas de tristeza para dar paso a un nuevo capítulo.

La orgullosa madre también se realizó de otras maneras. Sin proponérselo, en todos los lugares que vivió puso a disposición su enorme vocación de servicio, su nobleza y calidez humana. No importaban sus limitaciones económicas, siempre se las arregló para ayudar a quien lo necesitara.

Y después, a pesar de que sus padres la trataron como una hija fracasada, los cuidó sin reproches, no guardó rencores ni odios contra nadie, era consiente de que su ejemplo de vida era la mejor herencia que podía ofrendar a sus hijos.

La mujer fue diagnosticada con lupus en una etapa avanzada, apenas logró conocer a su primer nieto. El 21 de noviembre de 2006 fue hospitaliza por última vez y cuatro días después cerró sus ojos definitivamente. A su funeral llegó tanta gente, que, al menos por unas horas diluyó el dolor de sus hijos. En cuanto a mí, solo puedo decir que me habría encantado conocer a mi abuela.

   

Ella nació en un pueblo de Santa Bárbara por 1972, creció con seis hermanos, realizó su educación primaria en la escuela Dolores Sabillón. A los once años emigró a la ciudad capital con la intención de seguir su formación, pero le fue difícil porque sus padres eran de bajos recursos.

La joven empezó a trabajar como empleada doméstica a sus doce. Hubo un jefe que la animó a estudiar durante la noche, así pudo graduarse de la carrera que ella deseaba más adelante.

En el trayecto de su vida se le presentó otra oportunidad de empleo. Una compañera de estudios la invitó a dejar su currículum en una oficina, donde les pareció interesante. Al día siguiente la llamaron y comenzó el nuevo trabajo, donde se superó un poco económicamente. También seguía estudiando, transcurrieron tres años y se graduó de Perito Mercantil y Contador Público.

La joven continuó creciendo en su trabajo y ahorró para comprar un establecimiento donde desarrolló su propia empresa, en 1993, año en que conoció a un joven con quien se casó y tuvo a su primer hijo dos años más tarde. Siguió sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el año 2000 se matriculó en la carrera de Ingeniería Industrial, pero la abandonó para poder seguir con su negocio; sin embargo decidió terminarla en el 2013.

En 2010 nació su segundo hijo. Esta dama ha salido adelante con sus propios esfuerzos, demostrándoles a sus retoños los valores más importantes como respeto, honestidad, responsabilidad, disciplina, solidaridad, integridad, sociabilidad, cristiandad, honradez, puntualidad, amor, deseo de superación y compromiso hacia ellos que la hicieron una mujer fuerte, servicial, capaz de enfrentar todos los obstáculos que se le presentaron.

La mujer se demostró a sí misma que tenía mucho camino por recorrer y suficiente coraje para seguir adelante. Se olvidó de sí misma y dio lo mejor a sus hijos: el talento y la humildad.

Hoy esta linda dama, mi madre, quiere seguir adelante con la ayuda de Dios.