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A lo lejos, en la montaña, se escucha una pequeña voz gritando: «¡Viene la maestra, viene la maestra!». En la brecha del angosto camino se escuchan los pasos de un caballo que a pequeños trotes lleva sobre sí a Mirna Osorio de Trombetta, llena de entusiasmo con sus bolsos de materiales didácticos para llevar a cabo la tarea más importante y significativa del ser humano: la educación.

Desde su juventud, ella sentía inclinación hacia la enseñanza e hizo posible su gran sueño ingresando a la Universidad de Panamá, donde obtuvo su título de licenciada en Educación con Énfasis en Primaria. No fue fácil alcanzar la meta, ya que, entre los quehaceres del hogar, el cuidado de sus hijos y la carrera profesional se conjugaron diversas responsabilidades que ocasionaron mucho estrés y dudas acerca de su objetivo. Hasta que, finalmente, luego de cuatro extenuantes años, alcanzó su deseo anheladp.

Pasaron cinco años más para lograr insertarse en el sistema del Ministerio de Educación y su primera experiencia fue intensa, al punto de que, en sus primeros meses en la escuela Las Marías, en las montañas de Río Indio, en la provincia de Coclé, sufrió luego de dejar atrás a sus tesoros más preciados, sus hijos. Fue así como durante las primeras semanas experimentó un fuerte deseo de volver a casa, rodeada de tanta vegetación, un verdor que en esos momentos le abrumaba.

Meses después su vocación empezó a emerger de lo más profundo de su ser, al ver las caritas sonrientes de sus alumnos en aquella aula multigrado.

Al finalizar el año escolar 2011 estaba programada la graduación de los estudiantes y los preparativos no se hicieron esperar. Los padres de familia habían organizado un brindis para los chicos con el tradicional arroz con pollo, ensalada de papas y chicha de limón con raspadura. Los pollos los llevaría doña María, el culantro y el achiote don Simón y así todos se dispusieron para que el evento fuera un éxito. A la maestra le tocaría traer lo que hiciera falta y pese a que todo estaba organizado meticulosamente, el clima lluvioso obstaculizó los planes.

Eran las 6:30 a. m. y toda la carga estaba lista para ser llevada a la escuela, pero los tres ríos que había que cruzar se encontraban en su máximo nivel debido al aguacero. Hubo que esperar alrededor de tres horas para pasar el primero, con ayuda de un caballo y una cuerda.

Más tarde, siendo aproximadamente las 7:00 p. m., la maestra y su esposo llegaron al segundo río, el más hondo. En ese momento el agotamiento era indescriptible. El hombre tomó la mayor carga y ella lo agarró por el cinturón de su pantalón antes de empezar a cruzar el oscuro y lodoso afluente. En el centro, la maestra resbaló, pero logró tomar nuevamente el cinturón y alcanzaron la otra orilla.

Siguieron la ardua caminata hasta que tres horas después llegaron a la escuela «muertos» de agotamiento, pero agradeciendo al Todopoderoso el cuidado que tuvo con ellos y de saber que al día siguiente sus alumnos recibirían el mejor de los premios: la oportunidad de una vida de superación.

Once años han pasado del acontecimiento. Hoy la maestra enseña en el Centro Educativo Básico General Nuevo San José. Muchos de sus estudiantes son profesionales en diversas ramas y recuerdan a Mirna Osorio de Trombetta como aquella mujer que los impulsó a continuar con el estudio a pesar de las circunstancias.

Un 6 de mayo nació una bella mujer llamada Ivonne Arosemena, ella es mi admiración porque, a pesar de haber tenido una vida difícil, ha sabido perseverar.

Desde pequeña fue criada por su abuela, esa fue su imagen materna, quien le enseñó valores. Ivonne tuvo que salir adelante por sus propios medios, sin dejar de estudiar ni de perseguir sus sueños.

Su madre y su abuela le inculcaron una religión diferente a la que normalmente vemos: la santería. Jamás imaginó que esa peculiar creencia cambiaría su forma de vivir.

Ivonne se graduó de la universidad, estudió contabilidad y aunque nunca tuvo apoyo de su madre, se hizo una mujer fuerte e independiente.

A veces el panorama era desalentador, pero su suerte no contaba con que su ángel espiritual tenía preparado un mejor futuro para ella: “Mientras yo esté a tu lado, nada te faltará, nunca tendrás la necesidad de trabajar”. Y así fue como Ivonne se interesó por su primer emprendimiento, basado en ayudar a personas, resolviendo un poco sus problemas, haciendo consultas espirituales y leyendo las cartas. El pequeño negocio empezó en el distrito de Chepo, al este de Panamá, con ayuda de su guía.

Aunque algunos no puedan creerlo, Ivonne nunca ha tenido la necesidad de laborar en algo diferente, es sorprendente cómo pudo conseguir su casa, su auto y todo lo que actualmente tiene, ¿fue un verdadero milagro? Ella no ha dependido de nadie, es una mujer autosuficiente, admirable, carismática… ¡Ella es vida!

Esta mujer siempre tiene ganas de avanzar, es una madre responsable y amorosa, sin importar lo que pasó en su niñez. Nunca se quedó estancada, vivió su vida feliz y como ella misma la ideó.

Al día de hoy le agradezco por el apoyo que siempre me ha brindado, no es mi madre biológica, pero como ella dice: “Solo faltaba que salieras de mi vientre”.

Sin dudas, Ivonne ha sido parte significativa en mi vida, me anima a no rendirme y que, a pesar de los problemas, nunca debo agachar la cabeza. Me inspira porque es una mujer fuerte y de bien, una madre, una trabajadora… La guía de mi vida.

Ok, hablemos de algo cool. ¿Bien? Pues, mi madre es una de esas personas que conoces y al primer instante reconoces que es divertida, audaz y astuta, podríamos asumir que su gusto por el rock se deba a eso y, como ya se imaginan, crecí escuchando increíbles agrupaciones musicales.

Adoro hablar de estas cosas, me hacen sonreír… En fin, sobre mi mamá, empecemos por lo primordial: se llama Raiza, nombre que suena fuerte de solo leerlo. A propósito de fuerte, les contaré un poco sobre ella…

No me cansaría de decirlo, ella es quien se encargó de enseñarme lo que una persona con fuerza de voluntad puede lograr. Su independencia característica, sagacidad e inteligencia se ven reflejadas hasta cuando me ayuda a estudiar los exámenes de matemáticas a último minuto.

Siempre ha sido mi mayor pilar, sin ella yo no hubiera sabido ser optimista pese a la adversidad, mejorar mis valores y ver más allá de la imagen. Soy creativa y adoro el arte gracias a su apoyo. 

Actualmente me dedico a la música y de no ser por ella no podría estar logrando mi sueño ahora, incluso he intentado enseñarle a tocar instrumentos y aunque le falta algo de práctica, sé que lo logrará.

No podría ser más agradecida por lo que ha hecho por mí, ninguna otra madre me enseñaría a ser valiente como ella.

¿Recuerdan que al inicio mencioné lo graciosa que es?

Nacida en Chiriquí, el corazón de la biodiversidad, su juventud fue complicada al tener que afrontar la escasez económica, pero supo desde corta edad que debía luchar por su independencia y así consiguió sus objetivos. En la escuela fue escogida como la encargada de la organización de su graduación, fue la mejor decisión que pudieron tomar, pues Raiza sorprendió a todos cuando contactó al alcalde de Chiriquí para que pudiese financiar la graduación.

Tras graduarse, con diecisiete años, la edad que tengo yo actualmente, Raiza se mudó a la ciudad de Panamá. De su familia, ella ha sido la más próspera.

Y ni hablar de su trabajo, la adoran. ¡Es muy carismática!

Durante el COVID-19 tuvo que hacer teletrabajo y aunque en aquel tiempo se volvía más difícil mantener un empleo estable, ella lo logró. ¿Pero saben por qué? Porque es un «monstruo» en matemáticas. Empleados de otras áreas suelen contar con Raiza para cualquier duda o problema, ella sabe resolverlo todo; pero su humildad no le permite alardear de ello.

Aquellos tiempos de pandemia provocaron que sus dotes creativos se fueran en dirección a la jardinería, le apasionan las plantas, podría hablar de eso por horas… Muchas de las que ha sembrado provienen de Chiriquí e incluso algunas llevan años en perfecto estado.

Y el color verde ha de ser su favorito, ya que decoró la casa con tantas plantas que podrías perderte admirando aquella tonalidad. Cualquier día podría estar una amiga suya de cumpleaños y no dudaría en darle una de sus mejores matas, ¡tiene de todo!

Me cuesta escoger entre todos los momentos favoritos juntas, pero sin dudas siempre son cuando estamos en el auto, ella conduciendo largos tramos y yo de copiloto administrando la música, así cantamos mientras vemos las calles. Es algo que seguramente extrañaré cuando vaya a la universidad, sobre todo, cuando al salir de casa recuerde lo que siempre me repite y que su papá le decía: “Juicio”.

Se refiere a que sea responsable, pues mis decisiones repercutirán en lo que pase a futuro, por lo que debo pensar, cuantas veces sea necesario, antes de actuar.

Mi mamá y yo tenemos confianza mutua y si tengo un problema no dudo en contar con ella, por eso doy gracias de poder contarlo. Por su apoyo incondicional y sabias enseñanzas ¡soy y seré mi mejor versión de mañana!


En 1976 comenzó un movimiento de mujeres que decidieron, por medio de la Iglesia católica, sacar la luz de la sabiduría y ponerla en alto con los niños. Ellas se especializaron en la Escuela Santa María La Antigua y en las escuelas de las capillas, con el fin de brindarle educación a los más pequeños de la casa.

Se unieron para poner los llamados jardines o parvularios, primero por la institución religiosa, pero las autoridades gubernamentales de aquel tiempo vieron que era una buena labor y se unieron a dicha causa, creando después los prekínder y kínder para enseñar a los niños una continuación de lo aprendido en los primeros años de vida en su hogar.

Aunque cumplían el papel de maestras, parecía como si fueran las propias figuras maternas y estaban guiadas por el Gobierno. Acogieron a los infantes y los educaron sobre todo lo que debían aprender a su respectiva edad, tal como buenos modales, el himno nacional, la naturaleza y muchos más.

Una de esas maestras pioneras de parvulario fue mi abuela Luz Estella Estupiñan, ella perteneció al selecto primer grupo de nueve institutrices, que en su momento brindaron sabiduría a pequeños desde los tres años.

«El objetivo era plasmar la enseñanza cristiana y cómo convivir con la gente de nuestro alrededor para apoyarnos en un futuro», explicó mi abuela.

Es por esta razón que ella es una fuente de inspiración para mí. Admiro cómo se tomó el tiempo y la dedicación para enseñarle a estos niños muchas cosas, paso a paso, aunque fueran chiquitos que por su naturaleza tienen muchas dudas y a veces pocas respuestas. La paciencia para contestarlas debía ser mucha, pienso yo.

Ser institutriz puede ser uno de los trabajos más difíciles, ya que tienes en tus manos el aprendizaje de quienes serán adultos en un futuro.

Me alegra que mi abuela haya sembrado una buena semilla en muchos actuales abogados, médicos, maestros y de otras profesiones, quienes pasaron por sus manos, ya que aunque fueran pequeños, ella les transmitió mucho conocimiento. 

Mi abuela Luz Estella actualmente tiene 68 años de edad y sigue siendo una luz de sabiduría. 

Mujeres inspiradoras que han dado la cara por su país y que harían todo lo posible para que su nación sea un territorio nuevo existen demasiados ejemplos; pero, lamentablemente, muy pocos conocidos. Sé que lo dicho no es muy bueno, pero considero que es la verdad. Las damas que han luchado y se han sacrificado por su patria merecen más mérito y mención en los libros de Historia en mayúscula, y aquí estoy yo para hablar de una de ellas.

Rigoberta Menchú Tum, una líder indígena y activista guatemalteca, es defensora de los derechos humanos y ha sido designada como Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Entre sus reconocimientos más destacados está haber obtenido el Premio Nobel de la Paz, en 1992; aunque también se puede mencionar que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Su reconocimiento ha sido nacional e internacional.

En el 2007 se postuló para presidente de su país, quedando en quinto lugar, con el 3,9% de los votos.

Su vida

Hija de Vicente Menchú y Juana Tum. Desde muy pequeña supo y conoció de primera mano todas las injusticias, maltratos, discriminación y abusos que debían sufrir los indígenas guatemaltecos en extrema pobreza. 

A los cinco años fue forzada a trabajar en lugares donde la gente se enfermaba y moría pronto por las deplorables condiciones laborales. Además fue testigo de la represión y la violencia por parte del ejército de Guatemala, que abusaba de su poder y se aprovechaba para maltratar a los pueblos originarios.

Estuvo involucrada desde joven en diferentes causas sociales. Participó en organizaciones a favor de la liberación del pueblo guatemalteco, como el Comité de Unidad Campesina (CUC) y la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOC) desde 1977.

En la guerra civil de Guatemala (1962-1996), familiares de Menchú fueron torturados y asesinados por los militares. Durante esa época había una campaña contra la población sospechosa de pertenecer a algún grupo armado. Fue en ese momento cuando ella se vio obligada a exiliarse en México, a donde llegó en 1981, apoyada por grupos militantes católicos.

Desde este país se dedicó a denunciar a nivel mundial la grave situación de los indígenas guatemaltecos. Aunque Rigoberta sufrió la persecución política y el exilio, no detuvo su lucha, sino que continuó alzando su voz y desde su experiencia contribuyó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

El 10 de diciembre de 1992 recibió el famoso Premio Nobel de la Paz, volviéndose así la primera mujer indígena en lograr tal distinción, siendo también una de las más jóvenes.

Con el dinero del Nobel creó la Fundación Vicente Menchú, la cual busca recuperar y enriquecer los valores humanos para la construcción de una ética de paz mundial a partir de la diversidad étnica, política y cultural de todos los pueblos del planeta.

Esta dama indígena es una gran inspiración para las mujeres y hombres que buscan luchar por el cumplimiento de los derechos humanos y la seguridad de las personas menos suertudas. Por todos estos motivos, ella es un excelente ejemplo a seguir.

En la ciudad de Las Tablas, provincia de Los Santos, el 12 de enero de 1974 nació Kathania Saavedra Morales, mi madre. Cuando ella tenía ocho años, su mamá se fue a la comunidad de Tonosí para trabajar en el restaurante Flor del Valle. La niña se quedó con su abuela Rosaura, llamada de cariño Chalo, una señora jocosa a quien le gustaba jugar mucho a la lotería y solo sabía escribir su nombre. 

Mi madre amaba pasear por el campo y subirse a los árboles detrás de su casa. Su abuela, además de ser una mujer con mucha experiencia, fue muy inteligente y siempre le decía que la educación era lo más importante que podía tener. Mi mamá le puso atención especial a esas palabras y salía muy bien en sus calificaciones en la escuela. Cuando estaba en primaria compitió en un concurso de oratoria, en el que participaron estudiantes de nivel secundario, y quedó dentro de los tres primeros lugares. 

Mamá tenía diecisiete años cuando se graduó del colegio. Un año después participó como dama de una de las tunas del carnaval más grande y reconocido que hay en todo Panamá.  Ese mismo año también fue escogida como reina del Festival Nacional de la Mejorana de Guararé, fiesta tradicional típica de las más relevantes de nuestro istmo. Luego de estas experiencias viajó a la ciudad capital para estudiar su licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas, en ese lapso fue cuando conoció a mi papá (Jorge Villarreal) a través de una de sus mejores amigas, Darixa Rodríguez.

Al cabo de unos años se casaron, fueron a vivir a Suiza por espacio de cuatro años. Luego regresaron a Panamá y tuvieron a su primer hijo, Diego, en 2007. A partir de allí mi mamá se ha dedicado totalmente a cuidar de su familia. Ese mismo año que nació mi hermano fueron trasladados a Guatemala y allí vivieron por poco tiempo. Después retornaron al Istmo y tuvieron a su segundo hijo (yo, Nicolás). Luego nos trasladamos a la India y vivimos en Nueva Delhi. Disfrutamos muchísimo de este increíble sitio.

Los primeros meses en la India, un país con diferente idioma y cultura comparado con Centroamérica, sentí temor de estar solo, por lo que mi mamá tenía que acompañarme a mi salón de clases y quedarse en la escuela hasta que yo saliera, pero cuando me fui adaptando a la nueva situación todo se solucionó y ella ya no tenía que preocuparse por mí. 

Allá en la India mi progenitora ayudaba junto con un grupo de amigas a niñas huérfanas dándoles comida y ropa. También hacían melas (ferias) y el fondo que se recogía era para los chicos más desfavorecidos. Mi mamá también tuvo la oportunidad de regalarle zapatos, ropa, tableros y útiles escolares a pequeños que por su precaria realidad recibían clases debajo de un puente. 

Después de unos meses en la India mis padres recibieron la buena noticia de que iban a tener un nuevo bebé. Faltando dos meses para que naciera, mi mamá se trasladó a Panamá para dar a luz en su tierra y recibió una agradable sorpresa: sería una niña. Mi mamá permaneció en su tierra hasta un mes después que nació mi hermana Camila. 

Papá estaba en la India porque trabaja para la empresa Nestlé. Allá mi mamá jugaba mucho con nosotros, siempre nos llevaba al parque a montar bicicleta y scooter eléctrico. Ella trataba de pasar mucho tiempo a nuestro lado y disfrutaba compartir todas nuestras etapas de crecimiento. 

Después de cuatro años en la India volvimos a Panamá, donde mi mamá se ha dedicado a orientarnos para que estudiemos mucho, ya que la educación es una de las claves del éxito en nuestro futuro, como le decía Chalo; además nos enseña buenas costumbres, a servir al prójimo, a cuidar el mundo en el que vivimos, a valorar la vida y a luchar por lo que queremos, como han hecho desde siempre mis padres. 

Me puse a pensar: «¿Y si escribo sobre alguien que haya marcado la historia de nuestra patria Panamá?». Llegué a una conclusión: «¡Lo haré sobre María Ossa de Amador!».

Ella fue la esposa del primer presidente de Panamá, Manuel Amador Guerrero. Durante la época departamental, estaban pasando muchos conflictos sociales y económicos dentro de los estados que formaban parte de la Gran Colombia. Como se sabe, a causa de esto, Panamá buscó su anhelada independencia.

Gracias a que comenzó el proceso para la emancipación, en secreto se empezaron a crear los símbolos representativos del Istmo, y ahí es donde entra ella, María Ossa de Amador, quien, en la noche del 2 de noviembre de 1903, confeccionó la bandera nacional junto a su cuñada Angélica Bergamota y a la señorita María Emilia Bergamota (hija de Angélica). 

Pero ¿cómo la elaboró? Antes que todo, las telas fueron compradas en tres lugares diferentes para no despertar sospechas de nadie. Una en el establecimiento La Daila, otra en el Bazar Francés y otra parte en A la Ville de París. Como en ese entonces las autoridades de Colombia estaban muy atentas de cada posible movimiento independentista, las banderas no podían ser confeccionadas en la casa del presidente del Estado Federal, así que María Ossa de Amador decidió comenzarla en la casa de Angélica Bergamota y luego terminarla en una casa abandonada. 

Las primeras dos banderas fueron de 2,25 x 1,50 metros, y hubo una más pequeña, armada por María Emilia, con la tela que sobró. El 3 de noviembre de 1903 los emblemas fueron paseados por las calles de una Panamá libre.

La mujer al lado del primer presidente

Pero bueno, todos conocemos la historia de la confección de la bandera nacional así que, ahora les voy a hablar del gran honor que tuvo María Ossa de Amador al ser la primera mujer en ostentar el puesto de primera dama de Panamá.

Fue una mujer bastante alegre y determinada, ya que nunca dudaba en tomar decisiones. Animaba a la gente con una buena actitud.

Tuvo dos hijos, Raúl Arturo y Elmira María; esta última se casó con William Ehrman, una persona de gran poder en esa época al ser uno de los dueños de la Compañía Bancaria Ehrman.

A pesar de la brevedad del mandato de Manuel Amador Guerrero, su esposa es recordada por el pueblo panameño como una de las figuras claves de la independencia nacional. De hecho, en 1935, cuando ya habían transcurrido cerca de cinco lustros desde la muerte de su marido, fue homenajeada el 4 de noviembre (antiguo Día de la Bandera y actualmente Día de los Símbolos Patrios) por la Escuela Normal de Institutoras. Esta actividad fue promovida por la doctora Esther Neira de Calvo y apoyada por todas las instancias oficiales del país.

María Ossa fue una persona tan importante que hasta en el corregimiento de Parque Lefevre, en la ciudad capital, se nombró una escuela en su honor. En 1953, debido al 50 aniversario de la República, el Gobierno emitió un sello postal donde figuraban ella y su esposo.

Murió el 5 de julio de 1943, a sus 93 años, en Charlotte, en Estados Unidos, aunque más tarde sus restos fueron enterrados en Panamá.

El 16 de noviembre de 1978, en el Hospital Manuel Amador Guerrero, provincia de Colón, nació la protagonista de esta historia: Vanessa Valencia, quien siempre se ha destacado por ser vivaz, extrovertida e ingeniosa. Ella tuvo una infancia llena de mudanzas, momentos felices y otros con dificultades, pero siempre ha tratado de ponerle una buena cara a la vida.

A los once años, después de vivir en otros domicilios, Vanessa se mudó de nuevo a su natal Colón e ingresó a sexto grado, recibió mucho bullying en la escuela; a pesar de las dificultades, logró ser el primer puesto de honor en ese grado.

En séptimo se cambió al colegio La Asunción de María, en esa época tuvo muchos problemas de baja autoestima, derivada mayormente del dolor por la ausencia de su padre y una madre poco cariñosa; no obstante, comenzó a acercarse a Dios y a encontrarle sentido a su vida.

Vanessa oraba, participaba en la Iglesia y hablaba con Dios tanto como pudiera. Asegura que gracias a Él encontró su vocación como trabajadora social, enseñando la palabra a niños de áreas en riesgo social y llevándolos a la congregación los fines de semana.

Eso quitó la nube negra que sentía sobre sí y le mostró el camino que debía seguir: entender que, independientemente de las dificultades, tenía un padre celestial que la amaba, que la eligió para ser salva y que absolutamente siempre estaría con ella; la ayudó a vivir marcando cada paso con felicidad.

En la vida adulta, uno de sus mayores retos ha sido ser madre. Vanessa tiene dos hijos, el mayor padece de una enfermedad rara, la enfermedad de Addison, cuyo tratamiento hay que realizarlo de por vida. Esto la ha llevado a abrir una asociación de pacientes con seis años cumplidos y tiene un grupo en Facebook con más de 1300 personas de habla hispana.

Al principio la comunidad era oculta y el objetivo era conversar sobre las situaciones por las que podría pasar su pequeño y así apoyarse con otras personas con historias similares; así fue hasta que una vez en el hospital le regalaron unas pastillas de un niño que tenía una enfermedad rara parecida a la de su hijo, pero había fallecido. Con el pesar que tenía, Vanessa comenzó a orar y sintió cómo en su corazón Dios le decía: «En secreto no ayudas a nadie».

Fue entonces cuando Vanessa entendió lo que debía hacer, cambió la configuración del grupo a «público» y comenzó a llegarle gente en manada, la sensación de ayudar a tantas personas fue muy reconfortante y al mismo tiempo fue subsanando todas las dudas y preocupaciones acerca de tener un hijo con esta condición.

Actualmente, Vanessa es parte de la Fundación Ayoudas, que conciencia sobre las enfermedades raras. Esto la ha llevado a tener diferentes aventuras.

La historia de Vanessa me fascina, porque convirtió cada tropiezo en una oportunidad, que como peldaños en una escalera la llevaron cada vez más arriba. Gracias a su manera de abordar la vida pudo convertir la oscuridad en luz e iluminar a mucha gente siendo una influencia que les ayuda a seguir adelante, a pesar de los obstáculos.

“Mi familia es mi motor cuando no tengo fuerzas”, es el lema de la mujer que me inspira, mi madre.

Si de hablar de ella se trata, las palabras amor y fuerza son aquellas que relucen en mi cabeza en cuestión de segundos.

Durante la década de los 80, cuando en Panamá se estaban dando luchas políticas y sociales, en Venezuela, en una ciudad llamada Cumaná, en el mes de octubre del año 1985, nace María Fernanda Vargas. Una chica que en su niñez estuvo rodeada de mucha familia, donde compartir siempre fue lo esencial, a pesar de que en su casa solo estaban su mamá, papá, hermana y ella.

Mafer, como cariñosamente le dicen, es para mí una de esas personas que en cuanto la conoces sientes que te trasmite un aura de cariño y sabiduría, es cálida y a la vez como una caja de Pandora, no porque desencadene conflictos, sino porque brinda esperanza con sus conocimientos.

Desde pequeña siempre trasmitía esa sensación, fue una niña tranquila que no daba problemas, muy respetuosa, comprensiva, buena en sus estudios y muy madura para su edad; comprendía muchas cosas, era lo que los demás llamarían una joven introvertida e inteligente, pero tenía un as bajo la manga: era muy buena para los negocios.

Mi madre es una mujer que ha tenido que pasar por diferentes circunstancias desde su adolescencia, pero nunca se rindió y siempre trató de dar lo mejor. A sus veinte años dio a luz a su primera hija, esta preciosura que hoy escribe sobre ella, y aunque en aquel momento todo se veía tan complicado, ella siempre se mantuvo fuerte por nosotros, dándonos lo mejor de sí misma, día a día.

Se dedicó a la administración, es trabajadora, responsable y muy decidida, es la mejor en lo que hace y no pone peros si se trata de aprender cosas nuevas; siempre mira hacia adelante y busca soluciones a los problemas de inmediato. Su presencia es sinónimo de alegría y tranquilidad a donde vaya.

Nos demuestra su firmeza en momentos muy difíciles, siempre se esfuerza por darnos lo mejor y me regala todo su amor diariamente con cada uno de sus cuidados.

Si hay algo que atesoro de nuestra relación, es nuestra comunicación. Uno de los tantos momentos que me encantan junto a ella son las tardes cuando llega después de trabajar, me siento en un rincón de la cocina a contarle de mi día mientras la observo cocinar. Por cierto, ¡es toda una chef!, si de gastronomía estamos hablando…

Cualquiera que desee tener una conversación con ella, sentirá la seguridad de haber sido bien escuchado, le gusta hacer sentir bien a los demás; si tengo dudas no lo pienso ni un segundo y se lo comento, de alguna forma encuentra un camino en la niebla y lo aclara por mí.

Es alguien tan familiar que puedes contar con su apoyo aun cuando le hayas fallado alguna vez. Su corazón es demasiado noble.

Mi madre me guía por los caminos de la vida. Hablar de ella me hace sonreír, es mi pilar, mi inspiración. Aquella que está allí eternamente, que me incita a seguir adelante con todo lo que me apasiona, que me apoya y demuestra que, con resiliencia y fuerza, podré alcanzar mis metas.

Me enseñó lo que de verdad significa amar incondicionalmente.

Guadalupe Velásquez recibió una crianza ejemplar. Eso la convirtió en una mujer respetuosa, amable y, por supuesto, perseverante. Creció en Altos de Cerro Viento, una comunidad ubicada en el corregimiento Rufina Alfaro y que, a su vez, forma parte del distrito de San Miguelito. Cursó sus estudios primarios en el Colegio Internacional Saint George y completó su formación secundaria en el Instituto Comercial Panamá.

A Guadalupe desde pequeña le gustaban los números y resolver problemas. Su materia favorita era Matemáticas y eligió ser profesora de esa asignatura porque le encanta instruir y ayudar a las personas.

Para lograr este deseo estudió mucho, sus títulos académicos así lo demuestran, pues es licenciada en Matemática por la Universidad de Panamá y profesora de segunda enseñanza con especialización en matemática, por la Universidad Especializada de las Américas. Cuenta además con grado de magíster en matemática pura, matemática educativa y en docencia superior, títulos expedidos por la Universidad de Panamá. Actualmente, cursa estudios de maestría en entornos virtuales de aprendizaje.

Para ella el aprendizaje no termina. Por eso se mantiene en actualización permanente y destaca que las capacitaciones recibidas en la Fundación Proed la han marcado como docente por la calidad de las estrategias que sus cursos ofrecen.

Durante su carrera profesional ha tenido la oportunidad de compartir sus conocimientos con jóvenes de diversos centros educativos, entre los cuales destacan: Colegio Brader, C. E. B. G. Valle Risco, en la provincia de Bocas del Toro; o el Instituto Rufo A. Garay, en la provincia de Colón. Luego de mucho esfuerzo logró su permanencia en el Colegio Jerónimo de la Ossa, lo cual la alegró mucho, pues le queda cerca de su casa. De igual forma ha ejercido la docencia en la Universidad de Panamá, la Universidad Latina,  Universidad Metropolitana de Educación, Ciencia y Tecnología, ISAE Universidad y en la Universidad Americana. Realizó además la corrección del libro de texto Matemática 8, de la Editorial Santillana.

Pero, más allá de las aulas, Guadalupe disfruta mucho de la playa. Como le encantaba viajar, soñaba con recorrer el mundo. Así, inspirada en su frase favorita «Un esfuerzo total es una victoria completa» (Mahatma Gandhi), logró visitar más de doce países y afirma que los que más le gustaron fueron Alemania, por su cultura, y Brasil, por la calidad de las personas.

Su felicidad son sus hijos y su familia. Tiene dos hermanos llamados Miguel y Ángel, uno estudió en Brasil y el otro en la Universidad de Panamá. Cuenta que tiene dos hermanas, una se formó en Brasil y otra en Estados Unidos, donde actualmente vive. Tiene cinco sobrinos (tres niñas y dos varones), muchos ahijados y a todos los quiere mucho. La familia no estaría completa sin sus dos perros Schnauzer: Pocoyo, que, según ella, se porta muy mal, y Cleo, que es un amor. Cuando está triste o deprimida se refugia en Dios.

Guadalupe Velásquez es una mujer increíble, buena profesora y una persona que logró hacer realidad sus sueños. Espero que pueda cumplir los que están por venir y así alcanzar una total victoria.