Mafer, sinónimo de resiliencia
“Mi familia es mi motor, cuando no tengo fuerzas”, palabras de la mujer que me inspira: mi madre.
Si hablar de ella se trata, las palabras amor y fuerza son aquellas que relucen en mi cabeza en cuestión de segundos.
Durante la década del ‘80, cuando en Panamá se estaban dando luchas políticas y sociales, en Venezuela, en una ciudad llamada Cumaná, en el mes de octubre del año 1985, nace María Fernanda Vargas. Una chica que en su niñez estuvo rodeada de mucha familia, donde compartir siempre fue lo esencial, a pesar de que en su casa solo estaban su mamá, papá, hermana y ella.
Mafer, como cariñosamente le dicen, es para mí una de esas personas que en cuanto la conoces sientes que te trasmite un aura de amor y sabiduría, es tan cálida y a la vez como una caja de pandora, no porque desencadene conflictos, sino porque da esperanza con sus conocimientos.
Desde pequeña siempre trasmitía esa aura, fue una niña tranquila que no daba problemas, muy respetuosa, comprensiva, buena en sus estudios y muy madura para su edad, comprendía muchas cosas, era lo que los demás llamarían una joven introvertida e inteligente, pero tenía un “as” bajo la manga: era muy buena para los negocios desde pequeña.
Mi madre es una mujer que ha tenido que pasar por diferentes circunstancias desde su adolescencia, pero nunca se rindió y siempre trató de dar lo mejor. A sus 20 años, dio a luz a su primera hija, esta preciosura que hoy escribe sobre ella, y aunque en aquel momento todo se veía tan complicado, ella siempre se mantuvo fuerte por nosotros, dándonos lo mejor de sí misma día a día.
Mi madre se dedicó a la administración, es trabajadora, responsable y muy decidida, es la mejor en lo que hace y no pone ‘peros’ si se trata de aprender cosas nuevas; siempre mirando adelante y buscando soluciones a los problemas de manera inmediata. Su presencia es sinónimo de alegría y tranquilidad donde vaya.
Nos demuestra su fortaleza en momentos muy difíciles, siempre se esfuerza por darnos lo mejor y me regala todo su amor diariamente con cada uno de sus cuidados.
Si hay algo que atesoro de nuestra relación, es nuestra comunicación. Uno de los tantos momentos que me hacen el día junto a ella son las tardes cuando llega después de trabajar, me siento en un rincón de la cocina a contarle de mi día mientras la observo cocinar, por cierto, es toda una chef, si de gastronomía estamos hablando…
Cualquiera que desee tener una conversación con ella, sentirá la seguridad de haber sido bien escuchado, le gusta hacer sentir bien a los demás; si tengo dudas no lo pienso ni un segundo y se lo comento, de alguna forma siempre encuentra un camino en la niebla y lo aclara por mí.
Es alguien tan familiar que no hay duda alguna de que siempre contarás con su apoyo aun cuando, quizás le fallaste alguna vez; para mí su corazón siempre será uno de los más nobles en mi vida.
Mi mamá es la mujer que me guía por los caminos de la vida. Hablar de ella me hace sonreír inconscientemente, es mi pilar, mi inspiración. Aquella que está allí siempre, que me incita a seguir adelante con todo lo que me apasione, brindándome todo el apoyo posible y demostrándome que con resiliencia y fuerza podré alcanzar todo lo que me proponga.
Me enseñó lo que de verdad significa amar incondicionalmente.