El rítmico corte de un cuchillo, el pelo atado y el calor a temperaturas abrumadoras. El ambiente de una cocina no es para todos. Se necesita mucha experiencia para manejar un aceite caliente, el picor de un ají o conocer hasta el último minuto de cocción de un pollo, pues no a cualquiera le sale igual de rica la comida como a ella. Aun si los brazos le pesan o sus piernas no aguantan, nunca le molestará seguir.

Lucía Sánchez puede ser un nombre y un apellido común en tantas partes del mundo. Pero para mí es un modelo a seguir por su perseverancia ante la vida y el don que tiene dentro y fuera del fogón. 

Desde muy pequeña tuvo que aprender a cocinar viendo cómo su madre lo hacía con los recursos que tenía. Mudarse desde los recónditos lugares de la provincia de Veraguas a la gran capital de Panamá la hizo experimentar nuevos sabores y también experiencias distintas. Ninguna tan dolorosa como la pérdida de una mamá. Aun así, Lucía seguía preparando comidas. Cada taza de arroz, cada sabor le recordaba a su progenitora. Ahí encontraba el amor, ahí se encontraba a ella misma de pequeña cocinando con su madre.

Con el paso del tiempo ha tenido que volverse experta en mil oficios, además de chef familiar indiscutible. Hizo de la gastronomía un trabajo remunerado. Supo levantarse como independiente, como madre, como esposa. 

Muchos dicen que los grandes cambios ocurren primero con pequeños pasos. Lucía ahora sabe preparar platos gourmet. Sabe la medida exacta para un arroz perfecto, cuál es el mejor picante orgánico para unas alitas, cómo lograr un chicharrón en su punto o el secreto para el pescado frito más rico. Ella tiene la respuesta correcta para todo eso y más.

Aunque mi favorito es el arroz con pollo. Esta es mi descripción del espectáculo que supone hacer ese delicioso platillo: empieza con el pollo cocinándose en la salsa de achiote y diferentes verduras. Ese color naranja que desprende la semilla me hace pensar en el atardecer; el olor no es distinguible, sin embargo, el sabor que aporta es inimaginable. Para mí, hace la verdadera diferencia, ya que la cantidad correcta creará una sinfonía. Eso sí, mucho cuidado con el exceso; cabe recordar que su tintura se diluye en aceite.

Por otro lado, las verduras para el pollo no son las mismas que para el arroz, tienen que ser frescas y cortadas con el cuchillo más usado que tengas. Pienso que no queda igual si el cuchillo no ha pasado por las manos de cada persona que ha pisado la cocina. Lo demás no se puede revelar. 

Si algo he aprendido al ver a Lucía cocinar, es que es una experiencia religiosa. Creo que la gastronomía que se desarrolla en lugares domésticos es la mejor. Nos enseña a amar la cocina y pensar fuera de la caja. 

No se necesita un diploma o las mejores notas para sentir esa pasión por el arte culinario. Aprendes a conocer la cantidad perfecta de sal, cuánta agua y tiempo necesita una pasta. En una cocina como la nuestra, se sazona con el corazón, se mide con los sentimientos y se percibe con nostalgia.