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¡Qué niños tan grandes, qué grandes tan niños! El verdadero sentir de la infancia sabrosa y muy preciosa, como nos demuestra nuestra fuerza de vida.

No todos tienen una infancia bendecida. A sus tres meses de nacida, a la Niña la dieron como regalo de último momento en una fiesta de retirados; su madre la entregó a unas señoras conocidas, sin tal vez sentir el verdadero ardor de progenitora. Pero la abuela, con apenas unas monedas para comer, una casa medio terminada y un enorme corazón prefirió mil veces acoger a su primera y única nieta; no lo pensó dos veces y se fue con ella en brazos, con la esperanza de ser mejor madre que su propia hija.

En el pueblo de Cairo fue donde doña Alice acogió a su nieta. La Niña desde ese entonces tuvo una infancia alegre; aunque fue difícil vivir con gran humildad, nunca le faltó su sensación placentera de ser una pequeña y el amor de los adultos tiernos.

Cuando tenía doce años, la mujer que la parió llegó de repente para verla; pidió permiso de agarrar su mano y llevarla a pasear, pero la raptó y de forma descarada la separó de su madre de crianza. Toda la ternura y dicha que albergaba su corazón fue rasgada, en esa época no había sistema que pudiera impedir el robo.

El primer año de la Niña en Alaska fue triste. La madre tenía suficientes monedas, una casa bien construida, pero eso no ocultaba el odio hacia su hija; los moretones en su vientre y las palabras de maltrato le robaron la sonrisa. Tenía todo, pero no tenía nada; tenía mucho, pero tan poco. ¿De qué valía la comida en su plato, si había dolor y penas en su mente? El Gobierno americano le concedió a la menor albergue al ver su situación.

Pasaron tres largos años hasta que por fin su vida pudo volver a como era en el principio, a vivir en amor con doña Alice a quien tanto anhelaba ver. Su alegría se desbordada como las lágrimas en su cara, solo quería abrazar a su abuela después de tanto tiempo; la sensación de la señora era la misma en su corazón sincero.

Pero, cuando la emoción pasó, siguió la normalidad, como hacía algunos años atrás. La Niña se sentía perdida y pensaba: “Antes de los doce, mi vida era dura y feliz, y en Alaska fue fácil e infeliz; pero ahora ¿qué es?”. Se cuestionaba una y otra vez al ver que tendría que dejar sus estudios a los quince años con tal de ganar monedas para llevar comida a su casa. 

La ahora joven, a sus dieciséis tuvo a su primera hija, a los veinte otra y al conocer al verdadero amor de su vida una hija más. El tiempo se le fue rápido y debía trabajar duro para mantener a su familia, ella sí cargaba el ardor de madre y su amor fue suficiente para darle a sus hijas la vida que merecían.

Cuando analizo la situación de mi abuela Katia Donaldson Dikinson, a quien siempre he visto como una mujer exitosa y brillante, me sorprende que llegó a pasar penumbras y desdichas en silencio; que se expresara abiertamente conmigo, como lo hizo, me causó mucho regocijo, pues aprendí que su vida, aunque difícil, la convirtió en la mujer que es hoy, y también la que me inspirará en el mañana.

TEXTO CORREGIDO

Es la séptima hija entre nueve hermanos, con antecedentes de educadores, tratando de distinguirse entre todos para tener la aprobación. Desde un inicio supo que quería marcar una diferencia frente a los demás. Dedicó la mayoría de su vida a criar a sus hijos y a brindarles todo lo que necesitaran para ser exitosos en los caminos que decidieran llevar. Una vez sus hijos crecieron, entró en un momento de realización. ¿Qué pasaría si ayudaba a otros niños a ser amados, tratados y educados de la misma forma que ella hizo con los suyos?

Nunca pensó que se convertiría en la persona que actualmente es, enfocada en buscar todo el conocimiento posible para compartirlo con los niños, jóvenes y adultos. No fue una tarea fácil abrir una escuela innovadora, con la visión de educar a los futuros líderes del país integrando el idioma inglés, la tecnología y los valores enfocados hacia el éxito global. Recuerda que muchas puertas se le cerraron para este proyecto y las situaciones no iban mejorando, los sucesos negativos seguían aconteciendo. En los momentos que pensaba que sería mejor rendirse, podía ver a aquellos niños incapaces de recibir una buena educación, y poco a poco aprendió a levantarse y a seguir luchando por su sueño. 

Al inicio contaban con 7 alumnos, hoy atienden a más de 500 con gran anhelo de aprender. Sin embargo, sus metas apenas están comenzando en este camino educativo, donde el único propósito es que todos tengan una oportunidad de estudio.

Les presento a la directora de nuestra prestigiosa escuela Howard Academy, la mujer que nos abrió las puertas, no solo de su institución, sino también de su corazón: Tania Fleming. Una líder que nos enseña a perseguir nuestros sueños, que no debemos quedarnos estancados, aunque esté todo en contra; y a experimentar acciones nuevas, porque nunca sabemos cuándo encontraremos lo que nos apasiona. 

Su filosofía de vida es: “Busca algo que la gente necesite y que no se encuentre en todas partes, marca una diferencia entre los demás usando tu gran mente y conocimientos”. La profesora Fleming siempre nos recuerda que los títulos no son solo un pedazo de papel para tener en la pared, sino que es necesario utilizar el conocimiento que nos llevó a obtenerlo, pues es ahí donde está nuestra fortaleza, siempre y cuando la usemos correctamente.

¡Valiente forma de servir! Con una salud complicada. ¡Qué va!, yo no podría; pero, ella sí tiene agallas.  ¿De dónde saca tantas fuerzas María Zoila?

Les hablo de una mujer guerrera, que vino al mundo el 26 de agosto de 1977, en mi bello Panamá. Es la cuarta de nueve hermanos. Figúrense que una vez se hizo una herida que no sanaba, acudió al médico y le diagnosticaron diabetes. Otro día, estando en casa, empezó a sentir mucho dolor en el vientre, el cual era repetitivo. Pidió una cita en la Caja de Seguro Social, y en primera instancia le dijeron que era un quiste muy diminuto y sin importancia. Ella seguía con los síntomas y decidió buscar otra opinión en el Hospital Santo Tomás, donde le hicieron una serie de exámenes.

Después de ir a la cita de control, a los nueve días, no imaginaba el diagnóstico que recibiría. Fue en 2012, durante la lectura de los resultados, que le dieron una noticia que la impactó. Tía Toy, como la llaman, tenía divertículos biliares, afección que se presenta cuando se forman pequeñas bolsas o sacos que sobresalen a través de puntos débiles en la pared del colon… y ya estaba complicándose.

El galeno le anunció la operación de una colostomía temporal, pero ella lo recibió como un simple comentario. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

Llegó el momento de la cirugía, aún con los nervios siguió con el proceso respaldada por su familia. Al despertar se encuentra con un nuevo miembro en su cuerpo, la bolsa de colostomía. Empezaba una nueva faceta en su vida y estaba decidida a afrontarla con valentía.

Tía Toy siguió con su rutina de una manera natural. ¡La bolsa no la detuvo! No dejó de ser la administradora de su hogar. Me pregunto: ¿Cómo pudo soportar tanto sufrimiento? Es una guerrera, no se rinde. A ella le encantaba cuidar a sus sobrinos, quienes la acompañaban a casi todos los lugares, eran como unos pollitos detrás de la gallina. Cuánto amor emanaba de ella hacia esos pequeños… y era recíproco.

Ya habían pasado seis años. Tuvo la oportunidad de ingresar al Club de Leones a realizar labor social en la comunidad. Ni siquiera en la pandemia se detuvo. Ella estuvo al frente de la responsabilidad social de la organización, en donaciones de bolsas de alimentos a las familias más necesitadas y golpeadas por el COVID-19 y, para su sorpresa, fue electa presidenta del Club de Leones de Pedregal. Desde ese cargo, continuaba ayudando a las familias y escuelas de la comunidad, con donativos.

Luego de diez años de tener la bolsa, que se adhiere a la piel del abdomen para recoger las heces, finalmente deciden quitársela. Aunque ya se había acostumbrado a su otro miembro, y era consciente de que era necesario y útil, deseaba deshacerse de él. Llegó el gran momento y estaba emocionada. La bolsa fue removida y la tía había superado una etapa más.  Desde entonces su recuperación ha sido satisfactoria.

Una de las frases que nos enseñó la tía Toy fue: “El que no sirve para servir, no sirve para vivir”, atribuida a la madre Teresa de Calcuta, quien buscaba transmitir que el sentido de la vida reside en ayudar a los demás.

TEXTO CORREGIDO

Reina Torres de Araúz es considerada pionera de la antropología en nuestro país. En opinión del profesor Alberto Osorio Osorio, miembro de la Academia Panameña de la Historia, “es la panameña más extraordinaria del siglo XX”.

Fue autora de numerosos libros sobre estudios antropológicos, etnográficos y culturales. Elaboró más de 70 artículos históricos, ecológicos y antropológicos y ofreció un gran aporte a la cultura local.

Nació el 30 de octubre de 1932, en la ciudad de Panamá. Realizó sus estudios en distintos colegios como la Escuela Normal de Santiago, el Liceo de Señoritas y obtuvo su bachillerato en el Instituto Nacional de Panamá. Logró culminar un profesorado en Historia, una licenciatura en Antropología y un certificado de Técnica en Museos.

En 1957, a los veintidós años, comenzó su primer trabajo como antropóloga en el Instituto Indigenista Americano donde se dedicó al estudio de la mujer panameña. Redactó un libro llamado La mujer kuna. Pero hubo un cambio debido a que la letra K no existe en el abecedario guna. En 1958 publicó otra obra llamada América indígena, que habla sobre los indios chocoes de Darién.

Mientras investigaba sobre los originarios de aquella provincia, conoció al profesor Amado Araúz, se enamoraron y se casaron el 30 de diciembre de 1959. Tuvieron tres hijos: Oscar, Carmela y Hernán.

En 1960, Reina y su esposo organizaron una expedición que buscaba probar que el legendario tapón del Darién se podía atravesar con vehículos de motor. Se dedicó por meses a hacer investigaciones etnográficas sobre los chocoes de Darién y así poder escribir su tesis doctoral.

Para el año 1962 fundó el Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Panamá. Su propósito era realizar estudios en todos los campos de la ciencia, aunque no contaba con suficiente personal ni presupuesto.

En esa época, Reina y sus alumnos iniciaron una investigación rigurosa utilizando datos etnográficos y culturales sobre varios pueblos aborígenes del país. Atravesaron los ríos Tuira, Bayano, Sambú y Chucunaque. En 1963 viaja a la Universidad de Buenos Aires, Argentina, para sustentar su tesis doctoral.

En 1965 creó en la Universidad Nacional las cátedras de Prehistoria de Panamá y Etnografía de Panamá. Luego la nombran directora del Museo Nacional de Panamá, en 1969, y empieza a hacer cambios positivos en la institución. También era funcionaria de la Comisión de Estudios Interdisciplinarios para el Desarrollo de la Nacionalidad. Estuvo encargada de la Dirección de Patrimonio Histórico del Instituto Nacional de Cultura, en 1970.

A sus 47 años, la Unesco la nombró vicepresidenta del Comité del Patrimonio. También fue la primera mujer en convertirse en miembro de número de la Academia Panameña de la Historia.

Es difícil enumerar todos los logros que la antropóloga alcanzó en sus 49 años de vida, pero es evidente que, para ella, rescatar el patrimonio era como el aire que respiraba, vivía para eso; si no lo hacía, se sentía muerta.

Reina Torres de Araúz fue una mujer de su tiempo que supo responder al momento histórico que le tocó vivir y que dejó para mi generación un ejemplo de tenacidad, responsabilidad, compromiso y amor por nuestra cultura, pero que desafortunadamente muchos han olvidado.

Cuando sea mayor, espero ser igual a ella.

 

Uno pensaría que solo porque no logras conocer a una persona no tienes que aprender de ella. En mi opinión, es todo lo contrario. Aquellos que nunca llegamos a tratar son quienes más nos pueden enseñar a valorar nuestra vida. 

Hoy tengo el honor de contar sobre una mujer con la que lastimosamente no compartí. Una persona que pasó por desafíos que uno nunca quisiera imaginar, mi bisabuela Ana Heiblum. 

Nació en Varsovia, capital de Polonia, en 1922, allí vivía con sus padres y su hermana menor. Para esa época en Europa el antisemitismo era muy fuerte y los judíos pasaban muchas dificultades, por lo cual un día Ana y los suyos decidieron irse. 

Dejaron todas sus pertenencias, amistades y familiares para buscar un lugar donde vivir en paz. Primero se fue su papá, en un barco, hacia Colombia, país que no conocía, para ver si ahí podrían encontrar algo de qué vivir. Le pareció un buen lugar y con los medios de comunicación que había en esa época, mandó a buscar al resto de su núcleo. 

Con solo diez años Ana, su mamá y su hermana menor dejaron toda su vida en Varsovia y se embarcaron para aquel país cuyo idioma desconocían. Finalmente, después del largo viaje, arribaron a la nación sudamericana; un sitio nuevo, con oportunidades, donde los esperaba el padre con los brazos abiertos. 

Los esposos instalaron una panadería que los ayudó a salir adelante. Ana ayudaba en el negocio familiar, que abría día y noche. 

Los años pasaron y Ana conoció a un hombre llamado Jacobo, también proveniente de Polonia. Se casaron y tuvieron cinco hijos, entre ellos mi abuela Dora; los niños crecieron en Bogotá, en una casa en la que se hablaba yidis y español. 

En 1967, mi abuela Dora, con diecisiete años, decidió irse a Israel sin permiso de su papá, ahí conoció a mi abuelo, un soldado que acababa de salir de la guerra; se casaron y tuvieron a su primer hijo allá. Años después regresaron a la capital colombiana.

Mis abuelos llegaron a Panamá en 1980 con tres hijos, en búsqueda de mejores horizontes, ya que en Colombia estaban teniendo problemas.

A lo que quiero llegar con este relato es que si no hubiera sido por la valentía de la pequeña Ana, que a su corta edad tuvo que abandonar su vida y empezar de nuevo, nunca hubiera logrado ser lo que hoy y entender lo agradecida que debo estar por lo que tengo.



Es impresionante lo bella que es la luna, ¿cierto? Es lo primero que observamos en una noche oscura y despejada. De niños todos alguna vez soñamos con alcanzarla o tocar la de “queso”, pues varios seres brillantes lo lograron. Sandra Cauffman no fue la excepción, algo dentro de ella le desarrolló el deseo desde que vio a la primera persona caminar sobre el radiante satélite natural que ilumina nuestros caminos cuando se oculta el sol.

Su destino no la llevó directamente a pisar la luna, pero sí a trabajar en algo relacionado con el espacio. Hoy, la especialista en Ingeniería Eléctrica y Física costarricense es una de las más destacadas ingenieras de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA), donde ha desempeñado cargos de subdirectora en diferentes proyectos y ha colaborado en la exploración del planeta Marte.

No fue fácil, ha señalado en múltiples entrevistas que tuvo que superar retos como su origen humilde, la desigualdad de género y haber nacido fuera de Estados Unidos para llegar a donde está actualmente. Su mayor inspiración es su madre, víctima de violencia doméstica, quien sola debió sacar adelante a sus hijos con tres empleos; pero siempre tenía una actitud positiva ante la vida y alentaba a Sandra a sacar buenas notas y esforzarse para lograr sus sueños.

Cuando su madre se dio una nueva oportunidad con otro hombre, se fue a los Estados Unidos con la familia. Allí Sandra tuvo que adaptarse a un nuevo idioma para finalmente poder graduarse en la Universidad George Mason de lo que quería, pero que no logró por discriminación en su tierra natal: Ingeniería Eléctrica y Física. Al entrar en la NASA, cuenta, era la única fémina en aquel entorno predominantemente masculino y debía esforzarse más por ganarse su lugar. Reconoce que es muy feliz con su situación profesional y que actualmente el panorama ha mejorado para las mujeres en esta industria.

Al mirar qué tan lejos ha llegado Sandra (ha sido destacada por la ONU Mujeres como un ejemplo positivo para mujeres jóvenes y niñas), vemos que es un claro ejemplo de perseverancia y lucha; quizá no tocó las estrellas con sus propias manos, pero después de haber atravesado diversas situaciones a lo largo de su vida, nunca bajó la cabeza y siempre se mantuvo firme ante sus propósitos.

Debió ser complejo, pero seguramente ha valido la pena, pues Sandra Cauffman ha dedicado la mayor parte de su vida a compartir con genios de niveles asombrosos, siendo uno de ellos.

¿Costa Rica? No somos muy extensos en cuanto a territorio (51 179 km²), no tenemos mucha población (poco más de cinco millones) y puede que tampoco tengamos los mejores métodos para sobrellevar los dificultades que se nos presentan en el camino; sin embargo, podemos vanagloriarnos porque, a pesar de todo, poseemos muchas mentes impresionantes, capaces de lograr lo inimaginable.

Cauffman ha participado en una enorme variedad de proyectos dentro de la NASA e inspira a miles de jóvenes, especialmente mujeres, a perseguir sus sueños, pues nada es imposible cuando se lo proponen. Si bien es cierto, no podemos bajar la luna; pero, ¿algo nos impide ir hacia ella?

 

¿Qué iba hacer de aquella mujer? Tuvo dos esposos que la maltrataron. Uno de ellos terminó en la cárcel por circunstancias confusas.

Esta es la historia de mi vecina Olga Marina Erazo. De lejos lucía muy feliz. Era amable con todos. Parecía tener un pasado y un presente bonitos, alguien sin tantos problemas encima; pero, al escuchar su historia, era difícil asimilar el sufrimiento padecido.

Todo comenzó cuando conoció a su primer esposo, un guardaespaldas con quien tuvo dos hijas: Barinia y Dargely. Por alguna razón él quedó tras las rejas.

La hermana del marido ayudó a Olga con todos los gastos de su segundo embarazo y se la llevó a vivir a su casa, en la misma colonia en la que yo resido. Cuando sus hijas tenían unos ocho años, mi mamá las cuidaba mientras su progenitora trabajaba. Mi madre me señaló que ellas comían como si fueran unas princesitas, que no se ensuciaban y eran cuidadosas.

Al pasar los años Rosita, la hermana del ex de Olga, se mudó a España y desde Europa ayudaba económicamente a su antigua cuñada y a sus sobrinas.

Olga era empleada doméstica en una residencia del barrio La Granja. Allí conoció a otro hombre del cual se enamoró, y se fue a vivir con él. Este segundo compañero aparentaba ser mejor, tuvo un hijo con él; no obstante, luego demostró ser igual o peor que el anterior, ya que pronto comenzó a maltratarla a ella y a sus hijas.

Este hombre golpeaba a Olga con frecuencia y tenía otra familia aparte. De esto, por desgracia, ella se dio cuenta demasiado tarde. La exesposa de su marido se suicidó, cuentan que había terminado loca de tanta violencia que recibió.

Barinia decidió acabar con el abuso constante que recibía y se regresó a vivir con su tía Rosita. Al poco tiempo también se fue Dargely detrás de su hermana. Luego Olga tomó a su pequeño hijo, dejó ese hogar destructivo y se reunió con sus hijas.

La madre trabajaba y podía mantener a su familia. Cuando todo marchaba muy bien, el papá del hijo de Olga regresó con una denuncia, ya que ella había tomado la decisión de que ese abusador no estuviera cerca de su pequeño y no le permitía que lo visitara, y por esa razón él la acusó ante las autoridades. Para no entrar en problemas legales, dejó que su exmarido visitara al chiquillo. En ocasiones, Olga incluso acompañaba a su hijo a casa del padre, con mucho temor, porque temía que le hiciera algo a cualquiera de los dos. Por fortuna, el padre trataba muy bien a su hijo.

Olga comenzó a recibir acoso de parte de este hombre, así que decidió acabar con la situación, de raíz. Se marchó a México y ahora reside allá con su hijo. Sus dos hijas veinteañeras tomaron distintos rumbos. Barinia se fue a vivir a España y Dargely se quedó en nuestro país.

El papá del hijo de Olga la comenzó a buscar desesperado. Traía consigo un citatorio, pero ella ya no estaba en Honduras, así que no pudo hacer nada más. Espero que no vuelva a molestar a Olga, ella merece ser feliz porque ha sufrido demasiado.

En un caluroso 11 de marzo de 1974 una mujer luchadora y maravillosa llegaba a este mundo. Era la décima de doce hermanos. Merlín Elvir tuvo una vida difícil, veía cada día a su madre luchar por 12 seres dependientes, 12 vidas, 12 bocas, 24 manos y 24 pies, mientras que su padre viajaba a lugares lejanos en un tráiler, por trabajo.

Mi mamá sufriría las consecuencias multiplicadas por 12, ya que un día su padre llegó a la casa con intenciones de abandonar a la familia. Esa madre (mi abuela) desesperada quebró una botella de vidrio para que su esposo no se fuera, pero esta reacción provocó una fuerte discusión y al final su marido se marchó. La mujer sufrió mucho, pero salió adelante. Fue cuando se convirtió en vendedora de golosinas.

Con mucho sacrificio Merlín pudo ir al colegio. Estudió la carrera de Secretariado Taquimecanógrafo y se graduó cuatro años después. A pesar de que su madre no podía leer ni escribir, sí quiso que sus dos hijas mayores tuvieran una carrera profesional. Ambas consiguieron graduarse.

Merlín se casó con el soñado príncipe azul del cual tuvo tres hijos (dos varones y una mujer). Al principio todo parecía ser color de rosa, la familia asistía a la iglesia, pero siempre había peleas entre la pareja hasta llegar al punto de agredirse.

Pensó que estas situaciones eran normales, al haber vivido algo parecido en su infancia. Hasta cuando su hija más pequeña se dio cuenta de la forma en la que su padre maltrataba a su madre. Se sintió tan mal que llegó a pensar que las peleas eran por su culpa y un día intentó suicidarse tomando un frasco completo de pastillas, que rápidamente la madre le arrebató.

Merlín decidió buscar ayuda y fue allí donde conoció a la organización Alternativas y Oportunidades, una ONG sin fines de lucro, que ayuda y capacita a jóvenes y padres en riesgo social sobre los derechos de los niños y de la mujer.

La mujer empezó a identificar que era violencia lo vivido en casa de sus padres y lo padecido en su hogar. Ya sabía cómo defenderse y no se quedaba callada; poco a poco fue descubriendo más a fondo sobre sus derechos.

Después realizó un diplomado en Seguridad Humana que le permitió profundizar más sobre los motivos de todas las formas de violencia y el trato que las víctimas merecen. A raíz de este conocimiento Merlín pensaba y actuaba diferente, exigía justicia y no permitía agresiones de nadie.

Un día tuvo una fuerte discusión con su esposo y por una frase ofensiva de este ella se le fue al cuello y lo empezó a asfixiar. Sus tres hijos estaban aterrados porque pensaban que iban a presenciar un asesinato. Los niños le gritaron a su madre que lo dejara, fue allí donde reaccionó y lo soltó.

Después de esto tomó la decisión de divorciarse. Para ella este proceso no fue fácil, pero al parecer era la única salida. Luego le pidió perdón a sus hijos por el infierno que les hizo vivir y hoy está feliz, vive tranquila con su familia, ya no hay más discusiones ni peleas.

La mujer sigue capacitándose y asiste a varios programas del Centro de Estudios de la Mujer Hondureña, es parte de la agenda de seguridad humana de las mujeres de los barrios y colonias del Distrito Central de su país. También está en la mesa de «Mujeres migrantes y desplazadas», que trabaja para que esas damas tengan un buen trato en la ruta migratoria. Además, conforma la Red de Mujeres Haciendo Historia de su comunidad e integra la Red de Mujeres Rurales Francisco Morazán.

Merlín Elvir dijo en una ocasión: «Doy gracias a Dios por todas las personas que han sido parte de mi proceso, por darme tanto conocimiento y las herramientas necesarias para poder ser la mujer que soy ahora; jamás pensé que yo podría cambiar».

Sí se puede salir de una relación abusiva. “Derecho no conocido es derecho perdido”, dice. El ejemplo de Merlín demuestra que aprovechamos el tiempo cuando nos capacitamos, porque formarse nos empodera y nos permite cambiar cualquier situación.

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Todos en algún momento fuimos inocentes, reímos sin pensar, disfrutamos los momentos… Es lo normal siendo niños, ¿no? Jamás pensamos en la perversión que puede existir en el mundo hasta que llegamos a verla o vivirla, pero algunos pequeños sufren, sufren sin imaginar.

¿Acaso es normal padecer en plena niñez? ¿Qué hace a una infancia feliz o infeliz? Desde jóvenes algunos viven una realidad llena de una inmensa tristeza, algo así como un infierno; pero la vida apenas inicia para algunos. Las personas se hacen fuertes o son obligadas a serlo a partir del dolor.

La vida de una mujer no es fácil, tampoco la de un hombre; todos tenemos una historia diferente. Teresa ha demostrado que no importa la barrera, por más fuerte que sea, puede superarse. Su vida ha sido una lucha constante, una agonía. Así fue cuando tuvo que avanzar por tierra, lodo, piedras y ríos esperando un hijo; o cuando le tocó caminar en la completa oscuridad y bajo el inmenso cielo del que caían grandes gotas de agua, siempre buscando la forma de salir adelante.

El hecho de perder aquello que su madre siempre le decía que no debía entregar a cualquier hombre, por parte de su misma familia, ¿la hace culpable? Por un momento pensó en rendirse, esa noche se convirtió en la mujer más triste del mundo y odió a la humanidad; ver aquella sangre bajo sus muslos la hizo sentir sucia y humillada, mientras que por su mente pasaba el terrible deseo de disparar a aquel demonio que le robó su inocencia. Sus alas fueron robadas y su alma encadenada.

¿Es aquí donde terminó?, ¿su hora llegó? Cualquiera en esa situación pensaría: “No puedo, ¿cómo vivir de esta manera? Mi vida perturbada y mi cuerpo tomado como carne no me dejarán seguir”. Pero ella no.

En esa noche, en ese instante, no dejó su vida ahí. Incluso con esas cadenas que le torturaban su mente siguió adelante. ¿Quién es ella? Una mujer que, por más que quisiera llorar y romperse en el frío suelo donde una parte de ella murió, no lo hizo; alguien que tras vivir tanto tiempo en la oscuridad obtuvo la fuerza para detener las lágrimas y que, creyendo en el paraíso y los finales felices, no se detuvo en el bosque tóxico lleno de bestias.

Hay veces que una mujer debe luchar tanto que no tiene tiempo de vivir de verdad. Teresa, al verse en el espejo vacía, sin brillo en los ojos y desamparada, siguió su existencia para hoy estar leyendo acerca de ella.

Hay situaciones que matan el espíritu y fallecemos inclusive respirando. Teresa siempre nos hará recordar que a veces morimos por dentro para aprender a valorar la vida.

Y tú, ¿estás vivo?

En mi vida hay muchas mujeres importantes, pero una destaca sobre todas: mi madre Vielka Acevedo. Es y siempre será la más relevante porque ella me lo ha dado todo, desde la vida hasta el capricho más tonto. Además, es de las pocas personas que ha pensado en mí antes que en ella, y nunca ha dudado en anteponer su felicidad a la mía.

El segundo escalón lo ocupan otras dos grandes personas: mis abuelas,  ya que una no es más que la otra; me cuidan como a su hijo y cuando me ven se les iluminan los ojos como a un niño pequeño el Día de Reyes. Son las que más me defienden cuando me peleo con mis hermanos, pues como soy el más pequeño de la casa, saben que los demás pueden defenderse solos. Ellas se preocupan mucho por mí, por cómo estoy, si me hace falta ropa… Y por todo lo que hacen por mí, tienen bien merecido ese segundo destacado puesto.

En mi tercer escalón, uno muy, pero que muy grande, hay varias chicas, todas exactamente a la misma altura, ninguna por encima de la otra. Ellas son mis educadoras y también amigas, que desde pequeño han estado conmigo: cuando he llorado, cuando he reído… en todo momento han sido mi apoyo. Pasamos de compartir clases a ser un grupo de amigos casi inseparable, y a pesar de las discusiones nos queremos mucho.

Éramos desconocidos y ahora con una sola mirada podemos intuir que algo no va bien, y sin hablar ya nos entendemos. Hemos llegado a ser como los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos. Es decir, que si hay algún problema, todas seguramente me ayudarían encantadas, incluso sin necesidad de pedirlo. Ellas son una parte especial para mí.

Hay más escalones en los que también hay otros seres humanos importantes, pero creo que si estas mujeres están en los tres primeros es porque se lo han ganado. No ocupan estos lugares especiales porque sí, están ahí por todo lo que han hecho por mí, y estoy agradecido.