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Nota del editor

La siguiente es una aproximación poética a la vida y obra de la antropóloga y poeta afrocostarricense Shirley Campbell, quien además es activista por los derechos humanos y de las mujeres negras. Es especialmente reconocida por su poema «Rotundamente negra», que se ha convertido en símbolo del movimiento afrodescendiente en la región.

A lo largo de la historia he estado silenciada, latente, humillada… Desde siempre lo he pensado: un color no nos hace tan diferentes. Algunas voces lo gritan, otras apenas susurran: sororidad, equidad, igualdad, solidaridad… En 1965 nací yo, Shirley Campbell, una inspiración con color y género, sin pretender reconocimiento, pero con mucho que decir. En la década de los noventa empecé a levantarme, no sería acallada, algunos me temerían, otros me admirarán.

Desde pequeña solía ser conocida como una niña curiosa por hablar de temas controversiales, por conversar de lo que otros no y, sobre todo, por defender a mi gente, a mi pueblo. Mi sangre proviene de diversos lugares, pero creo en solo una raza, la humana. Soy y seré la voz de mis antepasadas, las cuales estuvieron atadas de manos y pies, siendo así prisioneras del silencio.

Con mi llegada se rompieron grandes cadenas. Somos libres y no esclavas de la opresión. Para algunas seré una inspiración, para otras su heroína.  De lo que deben estar seguras es que soy su futuro, les adelanté camino; el cual no ha sido sencillo y es una lucha cotidiana.

Tengan presente a lo largo de sus vidas lo que dejo en mi escrito: “Y me niego rotundamente a negar mi voz, mi sangre y mi piel”. Yo no me avergüenzo, no deben hacerlo ustedes tampoco. Cada una de nosotras viene de distintas culturas, con rasgos característicos. Soy mujer; una con cabello rizado y sin miedo de hablar fuerte por todas las demás.

No debemos señalarnos, mucho menos criticarnos. Somos féminas con poder, inteligencia y sobre todo capacidad. Mi poesía no es simple letra, es más que un mensaje, es un movimiento en el cual procuro incorporar a cada una de ustedes, hermanas. Aunque algunos se encuentren en varios idiomas, mi enseñanza sigue siendo clara para los dispuestos a escuchar, analizar y poner en práctica.

Por lo tanto, alcemos nuestras voces, juntas somos más fuertes, imparables. No tengan miedo de confrontar esta difícil sociedad, merecemos reconocimiento y respeto hacia nuestras culturas, creencias, forma de vestir, gustos, pasatiempos y demás.

Somos gemas únicas, valiosas y hermosas. Tenemos derecho a vivir sin miedo en nuestro mundo. Estoy aquí por todas ustedes, mi razón de ser es poder compartirles mi pensamiento y así lograr inspirarlas, sin importar en qué parte del mundo se encuentren.

Para mí nada ha sido un impedimento. Siempre he anhelado ser reconocida por mi escritura y mi activismo. No temo a que sepan quién soy. Es importante que como sociedad podamos reescribir nuestra historia para poder convivir todas juntas, además de poder identificarnos y sentirnos representadas a través del tiempo. Tenemos la necesidad de ser escuchadas, ya callamos lo suficiente, la gran diferencia es que ya nada nos detiene. Cada vez somos más las mujeres que en lugar de distanciarnos, nos acercamos para un objetivo común: la igualdad. En conjunto somos guerreras y luchadoras. Camina, mujer, que el sendero sigue.

Fue en tiempos de antaño, en 1895, cuando una pequeña niña mostró su cara al mundo. En ese momento nadie se imaginaba lo que ella haría en el futuro. Más allá de las ilusiones de los nuevos padres, ni ellos ni mucho menos aquella recién nacida sospechaban lo que pasaría años después. Corina Rodríguez López quedaría plasmada en la historia de Costa Rica, pero para saber esto necesitamos adelantar un poco el tiempo…

La joven había florecido y se convirtió en una mujer brillante, portadora de una nueva visión que le permitía analizar el panorama completo y la realidad de vivir en el país centroamericano siendo una mujer. Ella miraba con atención cómo las puertas que se abrían automáticamente para los hombres se cerraban de forma estrepitosa para las féminas. Observar que derechos tan fundamentales como el sufragio estaban sólo en manos masculinas le hacía hervir la sangre.

Por eso alzó su voz, cualquiera que la escuchaba quedaba pasmado con su gran facilidad para hablar frente a la multitud, siempre sazonando sus discursos con gran entusiasmo; por eso, en 1919, junto al país se rebeló valientemente contra la dictadura de Federico Tinoco. Participó en varias protestas con la esperanza de que la libertad volviera a reinar en su patria, fue exiliada y se marchó a los Estados Unidos; pero, lejos de derrumbarla, este hecho la impulsó a seguir estudiando y luego de unos años se graduó en la Northwestern University, en Chicago.

Cuando volvió, luchó por la enseñanza, convirtiéndose en la directora del Colegio Superior de Señoritas; además, fue profesora del Liceo de Heredia y de la Escuela Normal de Costa Rica. Sin embargo, esto no era suficiente para ella, sus preocupaciones sociales seguían atormentándola, quería hacer más, dejar un legado que inspirara no solo a las mujeres, sino también al país completo; entonces decidió fundar varias organizaciones, entre ellas Casa de los Niños, que aún sigue operando con el objetivo de ayudar a los niños a romper el ciclo de pobreza, a través de la educación, alimentación y todo lo necesario para que puedan salir adelante.

De forma paralela continuaba dejando su huella en el país, protestaba junto a muchas otras compañeras de la Liga Feminista Costarricense, como Ana Rosa Chacón y Carmen Lyra, con el fin de que el sufragio femenino dejara de ser un sueño y se convirtiera en una realidad. Sus pensamientos y opiniones se ven plasmados en sus poemas y aportes al país que, lastimosamente, muchas veces son olvidados y pasados por alto por la sociedad actual; por eso es importante que tú, que estás leyendo este texto, comprendas la importancia de no olvidar los hechos y reconocer los logros que las mujeres han conseguido. Y, ¿quién sabe?, quizá alguna de ellas te inspire para crear tu propia historia.

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Dentro de las comidas típicas de mi bello país, Panamá, se encuentra el tamal, platillo de origen precolombino preparado a base de masa de maíz y relleno de pollo o carne. En lo personal, tamal delicioso es el que hace mi tía Irma Vargas, cuyo sabor es único.

Estoy en la sala culminando una asignación de Historia en la que se mencionan las tradiciones de nuestra patria y, de repente, me llega un aroma singular y conocido a la vez. Me dirijo a la cocina y descubro a mi tía preparando una de sus recetas favoritas: me quedo observando cada movimiento, desde el más insignificante hasta el más relevante.

—¿Isabel, quieres aprender? —me pregunta e inmediatamente acepto.

Me aproximo a la mesa.

—¡Guau! —expreso al observar las diversas vasijitas con condimentos: una tenía pasitas; otra, un pollo guisado con un color vistoso y aspecto delicioso; en la más pequeña había un guisado de especias y en otra, las aceitunas.

En una esquina está la olla hirviendo sobre la estufa. Puedo apreciar el inigualable color amarillo de la masa del maíz. Tía Irma toma una cuchara y sirve masa en las hojas de tallo ya hervidas, añade pollo guisado, guiso, pasitas, aceitunas, lo envuelve todo con las hojas de faldo (hoja de plátano utilizada para envolver el tamal) y procede a amarrarlo con hilo pabilo. Para finalizar, lo introduce a la olla de agua hirviendo.

Después de diez minutos, se percibe el aroma de los tamales recién hechos. Provoca degustarlos y acompañarlos con arroz blanco, ensalada de tomate y pepino, y para beber, una refrescante limonada con raspadura.

Tía Irma Vargas me mira atentamente y reacciona con una risotada ¡Ja, ja, ja! y su frase más auténtica: “¡Comida buena es la que hago yo!”. Y no la contradigo, porque tiene toda la razón.

Me expresa con sencillez: «Me recuerdas a mí cuando estaba joven, llegaba del colegio y me paraba en la puerta de la cocina a observar las delicadas manos de tu abuela Angelina mientras preparaba todos los ingredientes para hacer tamales; observaba los granitos de maíz en su delantal y ese toque de amor con el que hacía todo».

Interesada en aprender, dice que un día se acercó y se ofreció a ayudarla. La abuela le dijo: “Mira, mamita, ve aprendiendo porque no te voy a durar toda la vida”. Y en enseguida le empezó a explicar detalladamente todo el procedimiento, a la par que tía Irma seguía con detalle cada instrucción, asegurando que la tradición familiar perdurará para las siguientes generaciones.

Para Navidad nunca faltan los tamales en la mesa decorada con flores, frutas, postres, ensaladas y demás. Tenemos la costumbre de compartir con toda la familia. Irma acostumbra a llevar su platillo icónico para acompañar el arroz con guandú y la ensalada de papas y remolacha que hace mí tío Abdiel, otro talento de la cocina con el que cuenta la familia Vargas Padilla.

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Los abuelos representan el tesoro más valioso que puede tener una familia. Conocer las costumbres del pasado y poder describir con lujo de detalles nuestras propias vidas a través de sus ojos, es una oportunidad grandiosa.

Por circunstancias del destino, solo conocí a mi abuela paterna, que para todos era fuente de conocimientos y el brillo del sol que nos energizaba.

Pastora Siles, de origen nicaragüense, se dedicó desde joven a la docencia e impartió clases como educadora en Honduras, país donde nacieron sus dos primeros hijos.

Para el año de 1937, Nicaragua experimentaba uno de los episodios más crudos de su historia, iniciaba la dictadura de Anastasio Somoza, que duró casi tres décadas, sin dejar de mencionar los años sucesivos con el resto de su familia que fueron igual de difíciles. Según un ensayo del profesor Roberto González Arana, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad del Norte en Colombia, Nicaragua ha sido un país gobernado por una dinastía dictatorial que duró casi medio siglo y luego pasó por un proceso revolucionario.

La pobreza y la inestabilidad política de la época fueron el principal motor que originó una fuerte migración de ciudadanos, de la cual mi abuela fue parte.

En 1955, a los 30 años, se trasladó a Costa Rica, donde laboró en una industria textil e intentó formar un hogar con una nueva relación que no prosperó. Pastora, madre soltera, se convirtió en el pilar de su hogar y crio a sus cuatro hijos con un salario que apenas alcanzaba para lo necesario.

Los mayores de la casa coinciden en que fue una mujer fuerte y con valores. Según mi padre, si le preguntabas cómo estaba, ella siempre respondía: “Cada día más joven”, con una mirada y sonrisa entre pícara y compasiva a la vez.

Los recuerdos que tengo de ella son muy vagos. Llegó a Panamá en la década de los 90 porque mi padre decidió que viviría un tiempo con nosotros. Me cuentan que me vio nacer, me cargó en sus brazos, pero era muy pequeño para recordarlo. Lo que sí guardo como el más grande de los tesoros es su dulce voz y la forma de arrullarme.

A los 87 años el brillo de sus ojos se apagó como una estrella que se consume en el universo. En aquel entonces yo solo tenía seis años y no podía procesar la idea de que no la volvería a ver, era la primera vez que perdía a un ser querido, fue un golpe muy fuerte, pero, a pesar del tiempo, mantengo muy vivas las memorias.

La abuela Pastora dejó un importante legado, fue una mujer de fe, trabajadora y disciplinada. Sin importar las circunstancias, siempre mantuvo una actitud positiva. Para mí es sinónimo de estímulo y ejemplo de vida.

En medio de la remembranza me llena de satisfacción saber cómo, entre la luz del día, mientras el viento sopla y las nubes se mueven, puedo afirmar que en mi vida existe una mujer que me inspira.

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La señora Angélica, como de costumbre, se encontraba haciendo los quehaceres de la casa. Todo indicaba que sería un sábado sin mayores contratiempos, sin embargo, la rutina tuvo un repentino giro de 180 grados.

Ese día, el hijo mayor, José Luis, que desde hacía un tiempo vivía con ella, producto de haber terminado una relación algo complicada, decidió ocupar la mañana para realizar todas las diligencias pendientes. Una de ellas, y la más importante, era visitar a su hija menor quien vivía en casa de la bisabuela materna, junto a la madre y otros hermanos.

Al llegar al hogar, su gran sorpresa fue encontrar a la pequeña Sol y al resto de sus hermanos en una condición lamentable: los niños estaban solos con la adulta mayor, quien no podía atenderlos debido a su avanzada edad.

José Luis tuvo que tomar la decisión de llevarse a la niña con él y desde ese momento la señora Angélica empezó a desempeñar el rol de madre, ya que su hijo, al no tener experiencia y sentirse inseguro por no saber cómo cuidar a la infante, decidió pedirle ayuda.

Angélica, a los 56 años y con 7 hijos, tuvo que retomar los conocimientos adquiridos años atrás, pues todos sus retoños pasaban ya la mayoría de edad.

Los primeros días fueron de adaptación: preparar biberones y cambiar pañales ya no era parte de su vida. Sin embargo, lo aprendido no se olvida y logró hacerlo nuevamente con todo el amor de siempre.

A medida que pasaban los meses, todo se iba haciendo cada vez más sencillo. La niña, desde pequeña, fue muy cariñosa y pudo adaptarse fácilmente. Angélica contaba con el gran apoyo de su esposo Lucho, siempre responsable y caballeroso, con quien había formado una gran familia. Ella nunca tuvo necesidad de trabajar fuera de las muchas responsabilidades del hogar.

La abuela había acogido a la nieta como su propia hija, no entendía cómo se podía ser tan indiferente con la crianza y protección de un menor, aun a pesar de las leyes existentes en el país. Según la Convención sobre los Derechos del Niño (Asamblea de las Naciones Unidas, 1989), Artículo No. 27, numeral 2: “A los padres u otras personas encargadas del niño les incumbe la responsabilidad primordial de proporcionar, dentro de sus posibilidades y medios económicos, las condiciones de vida necesarias”.

La niñez de Sol transcurrió como la de cualquier otro menor. Los primeros años de escuela fueron difíciles para la abuela. Sol necesitaba otro tipo de atenciones y Angélica no estaba para esos trotes, pero le enseñó a escribir y leer, entre otros aprendizajes.

La dedicación y entrega que tuvo con la nieta fue la misma que, en su momento, le ofreció a sus hijos. Angélica y José Luis eran conscientes de que había que decirle la verdad a Sol, y así lo hicieron.

Angélica es una mujer que inspira. Hoy sigue activa y con el mismo entusiasmo de ayudar al prójimo. Solangel la define como puro amor.

Era un día común y corriente del año 2007. Pensaba que me encontraba dentro de una familia unida y feliz en compañía de mi esposo y mis tres hijos.

Pero, mi marido decidió abandonarnos para irse a vivir con su amante. El mundo se me venía encima al pensar en lo que iba suceder, solo quedaba yo para mantener a los tres niños: una de ocho años, otro de cuatro y el último de cinco meses. Juro que mi mente estaba en blanco al ver a mis pequeños en la casa y yo sin trabajo ni sustento. Me deprimía cada vez más, sin embargo, esto no era un obstáculo para mí, Jenny Sánchez, una mujer guerrera.

De pronto sentí unas fuerzas que ni siquiera yo sé de dónde salieron. Supe que quedándome donde estaba no lograría avanzar junto a mis pequeños, razón por la que decidí dejarlos con mi madre y trasladarme a la capital del país a buscar un empleo para generar dinero y de esa manera sostener a los míos. En el mundo siempre existen ángeles, al llegar a la metrópoli en marzo, ya tenía mi primer trabajo; era algo emocionante, de verdad. Durante mis vacaciones procuraba irme desde el primer día libre para pasar el mayor tiempo posible con mis hijos.

Después de eso, en el 2010, tomé la decisión de firmar el divorcio total, ya no necesitaba estar estresada sobre ese tema. Más adelante se graduó de Educación Media mi hija, quien luego iría a la universidad por lo que debía mudarse también a Tegucigalpa. Mi hijo mediano iba al colegio secundario y el pequeño a la escuela primaria.

En enero del 2015 decidí emprender un viaje a Estados Unidos con la visión de conseguir un mejor trabajo que pudiera sostener a mis hijos y darles la educación que ellos merecían. Realmente no tardé mucho en llegar, a finales de febrero estaba pisando tierras norteamericanas. Gracias a Dios que me permitió estar sana y salva. A partir de ese momento la sonrisa volvió a mí, solo faltaba trabajar duro día a día para lograr los objetivos por los que migré acá.

Después de empezar una vida nueva en un país totalmente diferente, fui agarrándole cariño y eso me daba aún más ganas de luchar. Claro, hay que aceptar que cualquier madre se deprime al saber que su familia está a miles de kilómetros de distancia y que no los puede visitar a diario, pero igual el recuerdo de ellos sirve de inspiración. En diciembre de 2018 logré graduar a mi segundo hijo y el más pequeño iba a entrar a la Educación Media.

¡Vaya, sí que el tiempo pasa muy rápido! Cada día me sentía más satisfecha de mi labor, corroboré que una mujer no necesita de un hombre para poder vivir o mantener a sus hijos; solo se trata de empezar, retarse a sí misma y levantarse si se cae. ¡Básicamente en esto consiste la vida!

Liliams Denis López es emprendedora, propietaria de un pequeño taller de tapicería, ubicado en el corregimiento de Tocumen, en la provincia de Panamá, y también es dueña de un modesto apartamento de alquiler construido al lado de su casa, con el fin de mejorar sus ingresos.

Su vida ha sido muy diversa. Trabajó como corredora de seguros en una de las mejores empresas del país. También como conductora de un remolque en el Canal de Panamá, donde se ganó el aprecio de sus compañeros por su profesionalismo.

Ha vivido tanto que incluso ya padeció el dolor que provoca la muerte, tema del que no le gusta hablar, quizás por miedo. No es para menos. En un accidente automovilístico perdió a dos de sus tres primeros hijos. Fue un duelo difícil, pero logró superarlo. 

Después de vivir la ruptura de un primer matrimonio y el fallecimiento de sus hijos, la ilusión volvió a su vida. Se casó con Jherson Sánchez, a quien conoció muy joven en un viaje que realizó a la provincia de Chiriquí, donde se lo presentó un amigo. Allí descubrieron que habían vivido en el mismo vecindario desde muy pequeños. 

Transcurridos algunos años se reencontraron y formaron un hogar. Jherson, mi padre, llegó para llenar un espacio en su vida y en su corazón. Ese amor se consolidó con el nacimiento de mi hermano y yo. 

Las personas de su entorno definen a Liliams como una mujer auténtica, muy transparente y sincera; aunque esas características no le agraden a otros. También apoya a otros que, como ella, han tenido que enfrentar la pérdida de seres queridos. 

Su niñez tampoco fue fácil, no solo por vivir en una zona de pocos recursos, sino porque le tocó cuidar a muy temprana edad a catorce sobrinos, casi contemporáneos a ella. De pequeña tuvo que asumir responsabilidades propias de la vida adulta. Todo eso la convirtió en la mujer que es hoy. 

Nueva vida a los muebles

Liliams es una mujer perseverante, descubrió que podía revestir muebles después de conocer a un inquilino que hacía trabajos de sastrería y tapicería. 

Ella observó como él realizaba esas labores sin saber que luego llegaría su momento. Pasado algún tiempo visitó su casa un cliente del antiguo inquilino solicitando el forrado de un juego de sala. Entonces ella, pensando en el dinero que se podía ganar, decidió aceptar el reto y tomó el encargo. Cuando el cliente recibió el juego de sala terminado manifestó su satisfacción y calificó su labor como excelente. Ese fue el inicio de un emprendimiento que ya tiene quince años de funcionar con éxito.

Su potencial como artista

Por otro lado, es amante del arte, que considera su pasión. Desde niña le ha gustado pintar y dibujar. Un día le comentó a una vecina ecuatoriana sobre su afición y talento para la pintura. Esta mujer, que también pintaba óleos, la motivó a crear sus propias obras con el fin de generar un poco más de ingresos.

Así como le fue bien con sus primeros sillones tapizados, también sus cuadros han sido comprados por nacionales y extranjeros. El primero fue vendido por 50 dólares a una canadiense. Después, en un viaje a Atlanta (Estados Unidos), para visitar a una de sus hermanas, una vecina de esta quedó fascinada con una pintura que Liliams llevó de regalo. Ella le pidió un mural en una pared de su casa. Quedó muy satisfecha, a tal punto que le hizo publicidad en la barriada. Al regresar a Panamá traía 3500 dólares, producto de la venta de su arte.

Sueños y metas

Liliams afirma que su principal sueño es ser una buena madre y realizarse profesionalmente al culminar sus estudios universitarios en Contabilidad.

Esta es Lilliams Sánchez López, un ser resiliente, mi madre. Ella ha logrado manejar las dificultades para no hundirse en el dolor y salir adelante con optimismo, empatía, creatividad y adaptación a los cambios.

En la actualidad se siente plena, ilusionada y agradecida con Dios y la vida por el amor de sus hijos, sus nietas, y su gran amor, mi padre.

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Como una semilla que recibe los primeros rayos de sol y germina, la pequeña de seis años —mi madre— conocía la suma, la resta, lectura silábica y escritura gracias a las enseñanzas de la señora Judy, mi abuela.

En 1978 inició estudios primarios y durante esta época tuvo maestros inspiradores que detectaron su talento para las ciencias exactas, en especial para materias como Matemáticas y Ciencias Naturales. Era la tutora de sus compañeros.

Al completar la primaria, ingresó al Instituto Justo Arosemena, centro educativo de carácter privado en donde, por su alto nivel académico, saltó del primer año al tercero de secundaria cursando las materias básicas en dos meses intensivos. Terminó el bachiller en Ciencias a los 15 años. Debo mencionar que son muy pocos los centros educativos que se dedican a fortalecer y reconocer el desempeño estudiantil, lo que se conoce como altas capacidades.

Concluida la secundaria, le ofrecieron la oportunidad de estudiar en la Universidad Tecnológica de Panamá dos carreras seguidas: Ingeniería Industrial y Docencia en Física. A este nivel le representó un reto identificar las carencias de algunos estudiantes universitarios y el hecho de que había pocas mujeres dedicadas a dichos campos. Sin embargo, esto no fue obstáculo y culminó ambas profesiones exitosamente. Esta fue la llave maestra que le permitió iniciar una nueva historia en este campo. A partir de aquel momento empezó a laborar en distintos planteles educativos de la región metropolitana.

Reconocida por su trabajo, obtuvo una beca de excelencia para un postgrado en Enseñanza de Ciencias por Indagación, avalado por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SENACYT); se graduó con el primer puesto de honor. Al culminar estos estudios especializados participó, durante un periodo de tres años, en la preparación y acompañamiento de educadores de nivel primario para aplicar estrategias indagatorias a los chicos, desde preescolar hasta séptimo grado, que permitieran mejorar el proceso de enseñanza- aprendizaje de las ciencias.

Actualmente continúa su desarrollo profesional cursando una especialización en Enseñanza de la Física, con una beca de excelencia por SENACYT y a la vez dedica tiempo a su hogar y a su trabajo docente a través del cual impulsa el desarrollo de las ciencias siendo tutora de proyectos científicos.

Durante la pandemia aplicó herramientas TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación) para hacer interactivas las clases virtuales y fortaleció su formación integral con un diplomado en Inteligencia Emocional. A la vez, mantuvo activos a los estudiantes promoviendo y dando seguimiento a los proyectos innovadores que surgieran para concursar y desarrollar talentos, habilidades y destrezas científicas.

Considero que la mujer de la física, mi progenitora, es una mente brillante con corazón de oro, fuente de inspiración y una de las mejores docentes de nuestro país.

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Yara Johnson, mujer de tez negra, cabello oscuro y carácter determinante lleva en la sangre el ADN de lucha y superación que le heredaron sus antepasados de origen francés. Su bisabuelo había llegado a Panamá en busca de nuevas oportunidades durante la construcción del Canal por parte de Estados Unidos.

La joven Johnson siempre quiso ser azafata, inició estudios en 1990 y culminó al año siguiente. Con título en mano, intentó ejercer la profesión de la que se había graduado, sin embargo, le fue imposible y decidió trabajar como niñera.

Entre familiares y amigos, surgió una gran interrogante, especialmente para Bryan, su sobrino, que en una de las tantas conversaciones que solía sostener con ella, le preguntó: «Tía, ¿qué ocurrió con los deseos de ser azafata? ¿Por qué abandonaste tu sueño de volar y conocer otras culturas?».

Aunque había pasado mucho tiempo, la tía respondió, con algo de nostalgia e hidalguía, que había tomado la decisión por una promesa hecha a su madre: que trabajaría desde tierra, como azafata terrestre, para calmar sus temores por los vuelos.

Al chico, esta respuesta le pareció algo contradictoria, tomando en cuenta la profesión de su tía. Posteriormente, comprendió que la abuela dudaba de la seguridad de los aviones. En aquella época eran frecuentes los accidentes aéreos.

Trabajando como niñera, conoció a un joven estadounidense de nombre Jhon Winemam, militar de tez blanca y cabello rubio, con quien estableció una relación y se casó en 1993, adoptando el apellido del esposo.

Pasados seis meses de matrimonio, la pareja se mudó a Estados Unidos, específicamente a Texas. Yara, sin saber más que lo básico en inglés, lo primero que hizo fue ingresar a una escuela para aprender el idioma.

Pronto llegaron los hijos y en 1995 nació Glen, el primogénito; posteriormente, Garrett; y en el año 2000, Heather, la princesa de la familia.

Todo marchaba bien, pero Yara sentía que se debía algo a sí misma. Luego de tener a sus hijos, laboró en lugares como pizzerías y restaurantes, procuraba que los compromisos del trabajo no interfirieran con la responsabilidad de ser madre y estar atenta al hogar. Además, decidió estudiar la carrera de Enfermería, de noche, mientras atendía a los hijos durante el día.

En la actualidad labora como enfermera y sus hijos ya son adultos. Glen trabaja en una empresa petrolera; Garrett se ha desenvuelto en el medio militar y la más pequeña estudia Medicina y obtuvo una beca en sóftbol.

Yara Winemam es una mujer inspiradora que hizo un gran esfuerzo por cuidar a sus tres hijos, trabajar, estudiar una carrera, enfrentarse a la barrera de un idioma distinto al suyo y adaptarse a otra cultura fuera de su país.

Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, el porcentaje de hispanos para el año 2021 en el Estado de Texas ascendió a un 39.3%.

¿Quién esperaría que, frente a los ojos azules del mar, el 7 de julio de 1935, en Puerto Limón, nacería una valiente defensora de quienes vivían en la injusticia? De ascendencia jamaiquina, desde pequeña y con el apoyo de su madre, participaba en eventos católicos siendo ángel, algo atípico en su época. Con grandes pasos, la niña se convirtió en una voz referente para la cultura afrodescendiente y la tan olvidada provincia.

Eulalia Bernard fue una mujer que rompió paradigmas, no la detenían los muros impuestos por la sociedad y estaba orgullosa de ser “rotundamente negra”, como reza el poema de Shirley Campbell. Convencida de la importancia de que los jóvenes y niños conozcan su historia y su cultura, realizó muchos aportes en la educación; ella se convirtió en la primera mujer afrodescendiente en graduarse en la Universidad de Costa Rica, en estudios para la enseñanza de inglés.

Una escritora que en cada uno de sus poemas nos regala crítica, lucha, negritud, gozo, nostalgia, realidad… Cuando la leemos nos hace vibrar el pecho y suspirar en lo profundo del alma. Ponía corazón y fuerza para alzar su voz y la bandera en son de lucha por todos los afrodescendientes, defendía su extraordinaria cultura, sacaba, sin miedo, verdades que no se decían sobre el descuido y el abandono de Limón y su gente y de la discriminación que aún hoy sigue latente, aunque somos hermanos de una misma patria y llevamos las mismas raíces en la sangre.

Bernard rechazaba la desidia del Gobierno y la falta de apoyo económico, educativo y de seguridad, a pesar de lo mucho que la población afro nos ofrece con el sudor de su frente. Es injusto nuestro desconocimiento de su cultura, historia, tradiciones, raíces, del mekatelyu o criollo limonense (lengua de los afrolimonenses); del grano oculto entre sus cabellos trenzados que esconden una historia, de su ropa y su calipso como el del inolvidable Walter Ferguson. Debemos acercarnos más a nuestros hermanos costarricenses y que bajo el azul, blanco y rojo podamos convivir con respeto, celebrar, compartir cultura y tradiciones unos con otros.

Eulalia dirigió su vida hacia esas luchas, a través de la poesía, como escritora, activista, diplomática y educadora; además, veló por la incorporación de hombres y mujeres afrodescendientes en diversas áreas. Intentó llevar sus obras en su aspiración de ser diputada por el partido Pueblo Unido, convirtiéndose en la primera candidata a diputada afrodescendiente por un partido no tradicional y comunista. Estuvo presente por varias décadas en la política como voz amiga de las minorías y defensora de la afrodescendencia, mujer imparable que combatió contra los arquetipos, por una nación de paz y amor; lo que le valió diferentes reconocimientos.

Eulalia Bernard se fue de este mundo para compartir con la fuerza de los vientos y la tranquilidad de la brisa, el 11 de julio del 2021. Nos dejó sus luchas como gran legado, y espero que culminen a favor de la justicia, para unirnos como costarricenses, sin importar la etnia.

Construyamos una patria de igualdad de oportunidades, sin discriminación y con conocimiento de la importancia de todas nuestras provincias, pueblos indígenas y los nuevos ciudadanos que vienen a formar esta gran patria libre. Un país donde nos unamos y celebremos juntos nuestra historia y a personas como Eulalia Bernard, ejemplo de lucha y resistencia femenina; una imagen que perdurará en los ojos de una niña que se mira al espejo con orgullo de lo que representa.