La mujer que dio sentido a mi existir

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TEXTO CORREGIDO

Los abuelos representan el tesoro más valioso que puede tener una familia. Conocer las costumbres del pasado y poder describir con lujo de detalles nuestras propias vidas a través de sus ojos, es una oportunidad grandiosa.

Por circunstancias del destino, solo conocí a mi abuela paterna, que para todos era fuente de conocimientos y el brillo del sol que nos energizaba.

Pastora Siles, de origen nicaragüense, se dedicó desde joven a la docencia e impartió clases como educadora en Honduras, país donde nacieron sus dos primeros hijos.

Para el año de 1937, Nicaragua experimentaba uno de los episodios más crudos de su historia, iniciaba la dictadura de Anastasio Somoza, que duró casi tres décadas, sin dejar de mencionar los años sucesivos con el resto de su familia que fueron igual de difíciles. Según un ensayo del profesor Roberto González Arana, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad del Norte en Colombia, Nicaragua ha sido un país gobernado por una dinastía dictatorial que duró casi medio siglo y luego pasó por un proceso revolucionario.

La pobreza y la inestabilidad política de la época fueron el principal motor que originó una fuerte migración de ciudadanos, de la cual mi abuela fue parte.

En 1955, a los 30 años, se trasladó a Costa Rica, donde laboró en una industria textil e intentó formar un hogar con una nueva relación que no prosperó. Pastora, madre soltera, se convirtió en el pilar de su hogar y crio a sus cuatro hijos con un salario que apenas alcanzaba para lo necesario.

Los mayores de la casa coinciden en que fue una mujer fuerte y con valores. Según mi padre, si le preguntabas cómo estaba, ella siempre respondía: “Cada día más joven”, con una mirada y sonrisa entre pícara y compasiva a la vez.

Los recuerdos que tengo de ella son muy vagos. Llegó a Panamá en la década de los 90 porque mi padre decidió que viviría un tiempo con nosotros. Me cuentan que me vio nacer, me cargó en sus brazos, pero era muy pequeño para recordarlo. Lo que sí guardo como el más grande de los tesoros es su dulce voz y la forma de arrullarme.

A los 87 años el brillo de sus ojos se apagó como una estrella que se consume en el universo. En aquel entonces yo solo tenía seis años y no podía procesar la idea de que no la volvería a ver, era la primera vez que perdía a un ser querido, fue un golpe muy fuerte, pero, a pesar del tiempo, mantengo muy vivas las memorias.

La abuela Pastora dejó un importante legado, fue una mujer de fe, trabajadora y disciplinada. Sin importar las circunstancias, siempre mantuvo una actitud positiva. Para mí es sinónimo de estímulo y ejemplo de vida.

En medio de la remembranza me llena de satisfacción saber cómo, entre la luz del día, mientras el viento sopla y las nubes se mueven, puedo afirmar que en mi vida existe una mujer que me inspira.