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Si la educación tiene un camino escrito en la historia de las naciones, en Costa Rica debería llevar la insignia de doña Emma Gamboa Alvarado, nombrada Benemérita de la Patria por la Asamblea Legislativa en 1980. Como parte de sus intereses, buscó crear en el país una enseñanza humanista, en la cual se priorizaran a los infantes y a los docentes que impartían las clases.

Hoy en día, comprendo bien que, en muchos de los casos, el peso de una calificación es mayor al de la misma comprensión humana y que el éxito se estima según el valor plasmado en un papel azul. Este papel azul fue durante muchos años el billete de 10 000 colones costarricenses, que tuvo impreso el rostro de doña Emma Gamboa. ¿Le habría gustado a ella este giro en su visión del humanismo? Difícil saberlo.

Nació en San Ramón, provincia de Alajuela, en 1901. Desde su adolescencia, cuando empezó sus estudios como maestra en la Escuela Normal de Heredia, tuvo la idea de que el docente debía ser matriz de la cultura y semillero de justicia y libertad. A lo largo de su vida profesional encarnó esos principios para obtener su derecho a exigirlos.

Como pionera en su ámbito, ayudó en la creación y dirección de algo grande: la Asociación Nacional de Educadores, ANDE, entidad que existe hoy en día y que se ha convertido en la cooperativa para los docentes costarricenses. Con los años pasando enfrente de sí misma, se le llegó a nombrar presidenta de esta agrupación, cargo que desempeñó de la mejor manera durante algún tiempo. Además, se le atribuyeron puestos de gran mérito, como el de ministra de Educación en Costa Rica, siendo la primera mujer en lograrlo. Este era el fruto de su esfuerzo persistente que se construyó con base en un fuerte cimiento de estudios.

Esta prócer de la nación plasmaba ideales entre versos que eran capaces de asesorar a cualquiera. En sus libros quedaron fijados muchos de sus pensamientos sobre la pedagogía. Textos como Nuevo silabario y Paco y Lola sirvieron a muchas generaciones para aprender a leer y a escribir y continúan siendo un referente a la hora de iniciar el camino de la lectoescritura.

Sus obras, como aporte y como algo más para la memoria costarricense, posiblemente seguirán resultando de gran ayuda en el ámbito de la enseñanza, pues la honra que trajo esta Benemérita de la Patria no producía menos que inspiración: logró que en Costa Rica se implementara la carrera universitaria para la formación de maestros. Su visión se convirtió en la base para que otras personas siguieran su legado y desearan crear una nación con estándares de educación más elevados.

En medio de rosas, sus flores favoritas, doña Emma se despidió de este mundo el 10 de diciembre de 1976. Ni el cáncer de mama ni ningún otro padecimiento han podido borrar su nombre de la memoria y el corazón del pueblo costarricense.

En San Pedro de Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica, en 1944 nació una mujer con prioridades diferentes a las de muchas otras, pues sabía muy bien que la vida de cada quien era única. Para mi tía Nidia Araya Alfaro, su propósito y lo que quería era lo único que realmente importaba.

Nunca estuvo interesada en el amor. Su familia no poseía riquezas ni grandes terrenos, vivían con lo que tenían, pero a ella le encantaba, pues sus hermanos y sus padres eran su prioridad.

Un día, un conocido de la familia le propuso una oportunidad que le cambiaría su vida para siempre. Nidia aceptó gustosa el puesto de conserje en la Universidad de Costa Rica.

Como una joven en esos tiempos, Nidia sabía muy bien las reglas y siempre trató de seguirlas cuidadosamente, sin sospechar que era una mujer revolucionaria y más de lo que alguna vez le prohibieron ser. Ella no estaba interesada en tener un esposo y dedicarle su vida a él, mucho menos ser una madre de familia con el único propósito de servir a su núcleo y en los quehaceres de la casa. Hacía todo por gusto y no por la obligación de cumplir con los demás.

Empezó a trabajar porque sabía que eso necesitaba para vivir. Brindar estabilidad a su amada familia era una de sus verdaderas prioridades, laboraba siendo la única mujer conserje en aquel recinto educativo. Dejó ver su gran poderío e imponente fuerza demostrando así que una mujer era capaz de ejercer una profesión “de hombres”. Trabajó por veinticinco años, bien ganados, y en todo ese tiempo no hubo nada ni nadie que la desviara de su fin.

Nidia tenía muy claro lo que quería, y lo logró; su propósito siempre había sido servir a los que más quería, cuidar de cada uno de ellos cuando más la necesitaban y demostrarles el amor más ingenuo. Sin embargo, tuvo que afrontar muchas críticas de familias infelices, incapaces de aceptar que cada mujer es dueña de su vida y que el hecho de casarse y tener hijos o no, no define a alguien. A Nidia nunca le importaron los juicios de terceros y estaba feliz consigo.

Existen muchas ideas abrumadoras de mujeres oprimidas que han llevado a la ruina a más de una. Desde niñas a muchas les enseñan que para estar realizada se deben casar, tener hijos y, sobre todo, servir a un hombre, haciendo ver al sexo femenino como máquinas reproductoras, sin escapatoria alguna. A cuantiosas féminas se les obligó a brindar honor a su familia, al casarse y tener hijos contra su propia voluntad. Pero, en el caso de otras, como en el de Nidia, mujeres independientes y sin hijos, eran llamadas malditas o arruinadas, ya que ningún hombre se había fijado en ellas para hacerlas mujeres de familia. Tal vez, a Nidia simplemente le «barrieron los pies” y tuvo mala suerte.

Con su historia mi tía demuestra que cada quien es un mundo, que la sociedad nos ha encerrado en un solo estereotipo de mujer perfecta, pero no podemos olvidar el hecho de que somos féminas únicas y diferentes, que han venido a enseñarle al mundo el verdadero significado de ser mujer.

Nota del editor

La siguiente es una aproximación poética a la vida y obra de la antropóloga y poeta afrocostarricense Shirley Campbell, quien además es activista por los derechos humanos y de las mujeres negras. Es especialmente reconocida por su poema «Rotundamente negra», que se ha convertido en símbolo del movimiento afrodescendiente en la región.

A lo largo de la historia he estado silenciada, latente, humillada… Desde siempre lo he pensado: un color no nos hace tan diferentes. Algunas voces lo gritan, otras apenas susurran: sororidad, equidad, igualdad, solidaridad… En 1965 nací yo, Shirley Campbell, una inspiración con color y género, sin pretender reconocimiento, pero con mucho que decir. En la década de los noventa empecé a levantarme, no sería acallada, algunos me temerían, otros me admirarán.

Desde pequeña solía ser conocida como una niña curiosa por hablar de temas controversiales, por conversar de lo que otros no y, sobre todo, por defender a mi gente, a mi pueblo. Mi sangre proviene de diversos lugares, pero creo en solo una raza, la humana. Soy y seré la voz de mis antepasadas, las cuales estuvieron atadas de manos y pies, siendo así prisioneras del silencio.

Con mi llegada se rompieron grandes cadenas. Somos libres y no esclavas de la opresión. Para algunas seré una inspiración, para otras su heroína.  De lo que deben estar seguras es que soy su futuro, les adelanté camino; el cual no ha sido sencillo y es una lucha cotidiana.

Tengan presente a lo largo de sus vidas lo que dejo en mi escrito: “Y me niego rotundamente a negar mi voz, mi sangre y mi piel”. Yo no me avergüenzo, no deben hacerlo ustedes tampoco. Cada una de nosotras viene de distintas culturas, con rasgos característicos. Soy mujer; una con cabello rizado y sin miedo de hablar fuerte por todas las demás.

No debemos señalarnos, mucho menos criticarnos. Somos féminas con poder, inteligencia y sobre todo capacidad. Mi poesía no es simple letra, es más que un mensaje, es un movimiento en el cual procuro incorporar a cada una de ustedes, hermanas. Aunque algunos se encuentren en varios idiomas, mi enseñanza sigue siendo clara para los dispuestos a escuchar, analizar y poner en práctica.

Por lo tanto, alcemos nuestras voces, juntas somos más fuertes, imparables. No tengan miedo de confrontar esta difícil sociedad, merecemos reconocimiento y respeto hacia nuestras culturas, creencias, forma de vestir, gustos, pasatiempos y demás.

Somos gemas únicas, valiosas y hermosas. Tenemos derecho a vivir sin miedo en nuestro mundo. Estoy aquí por todas ustedes, mi razón de ser es poder compartirles mi pensamiento y así lograr inspirarlas, sin importar en qué parte del mundo se encuentren.

Para mí nada ha sido un impedimento. Siempre he anhelado ser reconocida por mi escritura y mi activismo. No temo a que sepan quién soy. Es importante que como sociedad podamos reescribir nuestra historia para poder convivir todas juntas, además de poder identificarnos y sentirnos representadas a través del tiempo. Tenemos la necesidad de ser escuchadas, ya callamos lo suficiente, la gran diferencia es que ya nada nos detiene. Cada vez somos más las mujeres que en lugar de distanciarnos, nos acercamos para un objetivo común: la igualdad. En conjunto somos guerreras y luchadoras. Camina, mujer, que el sendero sigue.

Fue en tiempos de antaño, en 1895, cuando una pequeña niña mostró su cara al mundo. En ese momento nadie se imaginaba lo que ella haría en el futuro. Más allá de las ilusiones de los nuevos padres, ni ellos ni mucho menos aquella recién nacida sospechaban lo que pasaría años después. Corina Rodríguez López quedaría plasmada en la historia de Costa Rica, pero para saber esto necesitamos adelantar un poco el tiempo…

La joven había florecido y se convirtió en una mujer brillante, portadora de una nueva visión que le permitía analizar el panorama completo y la realidad de vivir en el país centroamericano siendo una mujer. Ella miraba con atención cómo las puertas que se abrían automáticamente para los hombres se cerraban de forma estrepitosa para las féminas. Observar que derechos tan fundamentales como el sufragio estaban sólo en manos masculinas le hacía hervir la sangre.

Por eso alzó su voz, cualquiera que la escuchaba quedaba pasmado con su gran facilidad para hablar frente a la multitud, siempre sazonando sus discursos con gran entusiasmo; por eso, en 1919, junto al país se rebeló valientemente contra la dictadura de Federico Tinoco. Participó en varias protestas con la esperanza de que la libertad volviera a reinar en su patria, fue exiliada y se marchó a los Estados Unidos; pero, lejos de derrumbarla, este hecho la impulsó a seguir estudiando y luego de unos años se graduó en la Northwestern University, en Chicago.

Cuando volvió, luchó por la enseñanza, convirtiéndose en la directora del Colegio Superior de Señoritas; además, fue profesora del Liceo de Heredia y de la Escuela Normal de Costa Rica. Sin embargo, esto no era suficiente para ella, sus preocupaciones sociales seguían atormentándola, quería hacer más, dejar un legado que inspirara no solo a las mujeres, sino también al país completo; entonces decidió fundar varias organizaciones, entre ellas Casa de los Niños, que aún sigue operando con el objetivo de ayudar a los niños a romper el ciclo de pobreza, a través de la educación, alimentación y todo lo necesario para que puedan salir adelante.

De forma paralela continuaba dejando su huella en el país, protestaba junto a muchas otras compañeras de la Liga Feminista Costarricense, como Ana Rosa Chacón y Carmen Lyra, con el fin de que el sufragio femenino dejara de ser un sueño y se convirtiera en una realidad. Sus pensamientos y opiniones se ven plasmados en sus poemas y aportes al país que, lastimosamente, muchas veces son olvidados y pasados por alto por la sociedad actual; por eso es importante que tú, que estás leyendo este texto, comprendas la importancia de no olvidar los hechos y reconocer los logros que las mujeres han conseguido. Y, ¿quién sabe?, quizá alguna de ellas te inspire para crear tu propia historia.

¿Quién esperaría que, frente a los ojos azules del mar, el 7 de julio de 1935, en Puerto Limón, nacería una valiente defensora de quienes vivían en la injusticia? De ascendencia jamaiquina, desde pequeña y con el apoyo de su madre, participaba en eventos católicos siendo ángel, algo atípico en su época. Con grandes pasos, la niña se convirtió en una voz referente para la cultura afrodescendiente y la tan olvidada provincia.

Eulalia Bernard fue una mujer que rompió paradigmas, no la detenían los muros impuestos por la sociedad y estaba orgullosa de ser “rotundamente negra”, como reza el poema de Shirley Campbell. Convencida de la importancia de que los jóvenes y niños conozcan su historia y su cultura, realizó muchos aportes en la educación; ella se convirtió en la primera mujer afrodescendiente en graduarse en la Universidad de Costa Rica, en estudios para la enseñanza de inglés.

Una escritora que en cada uno de sus poemas nos regala crítica, lucha, negritud, gozo, nostalgia, realidad… Cuando la leemos nos hace vibrar el pecho y suspirar en lo profundo del alma. Ponía corazón y fuerza para alzar su voz y la bandera en son de lucha por todos los afrodescendientes, defendía su extraordinaria cultura, sacaba, sin miedo, verdades que no se decían sobre el descuido y el abandono de Limón y su gente y de la discriminación que aún hoy sigue latente, aunque somos hermanos de una misma patria y llevamos las mismas raíces en la sangre.

Bernard rechazaba la desidia del Gobierno y la falta de apoyo económico, educativo y de seguridad, a pesar de lo mucho que la población afro nos ofrece con el sudor de su frente. Es injusto nuestro desconocimiento de su cultura, historia, tradiciones, raíces, del mekatelyu o criollo limonense (lengua de los afrolimonenses); del grano oculto entre sus cabellos trenzados que esconden una historia, de su ropa y su calipso como el del inolvidable Walter Ferguson. Debemos acercarnos más a nuestros hermanos costarricenses y que bajo el azul, blanco y rojo podamos convivir con respeto, celebrar, compartir cultura y tradiciones unos con otros.

Eulalia dirigió su vida hacia esas luchas, a través de la poesía, como escritora, activista, diplomática y educadora; además, veló por la incorporación de hombres y mujeres afrodescendientes en diversas áreas. Intentó llevar sus obras en su aspiración de ser diputada por el partido Pueblo Unido, convirtiéndose en la primera candidata a diputada afrodescendiente por un partido no tradicional y comunista. Estuvo presente por varias décadas en la política como voz amiga de las minorías y defensora de la afrodescendencia, mujer imparable que combatió contra los arquetipos, por una nación de paz y amor; lo que le valió diferentes reconocimientos.

Eulalia Bernard se fue de este mundo para compartir con la fuerza de los vientos y la tranquilidad de la brisa, el 11 de julio del 2021. Nos dejó sus luchas como gran legado, y espero que culminen a favor de la justicia, para unirnos como costarricenses, sin importar la etnia.

Construyamos una patria de igualdad de oportunidades, sin discriminación y con conocimiento de la importancia de todas nuestras provincias, pueblos indígenas y los nuevos ciudadanos que vienen a formar esta gran patria libre. Un país donde nos unamos y celebremos juntos nuestra historia y a personas como Eulalia Bernard, ejemplo de lucha y resistencia femenina; una imagen que perdurará en los ojos de una niña que se mira al espejo con orgullo de lo que representa.


¡Qué niños tan grandes, qué grandes tan niños! El verdadero sentir de la infancia sabrosa y muy preciosa, como nos demuestra nuestra fuerza de vida.

No todos tienen una infancia bendecida. A sus tres meses de nacida, a la Niña la dieron como regalo de último momento en una fiesta de retirados; su madre la entregó a unas señoras conocidas, sin tal vez sentir el verdadero ardor de progenitora. Pero la abuela, con apenas unas monedas para comer, una casa medio terminada y un enorme corazón prefirió mil veces acoger a su primera y única nieta; no lo pensó dos veces y se fue con ella en brazos, con la esperanza de ser mejor madre que su propia hija.

En el pueblo de Cairo fue donde doña Alice acogió a su nieta. La Niña desde ese entonces tuvo una infancia alegre; aunque fue difícil vivir con gran humildad, nunca le faltó su sensación placentera de ser una pequeña y el amor de los adultos tiernos.

Cuando tenía doce años, la mujer que la parió llegó de repente para verla; pidió permiso de agarrar su mano y llevarla a pasear, pero la raptó y de forma descarada la separó de su madre de crianza. Toda la ternura y dicha que albergaba su corazón fue rasgada, en esa época no había sistema que pudiera impedir el robo.

El primer año de la Niña en Alaska fue triste. La madre tenía suficientes monedas, una casa bien construida, pero eso no ocultaba el odio hacia su hija; los moretones en su vientre y las palabras de maltrato le robaron la sonrisa. Tenía todo, pero no tenía nada; tenía mucho, pero tan poco. ¿De qué valía la comida en su plato, si había dolor y penas en su mente? El Gobierno americano le concedió a la menor albergue al ver su situación.

Pasaron tres largos años hasta que por fin su vida pudo volver a como era en el principio, a vivir en amor con doña Alice a quien tanto anhelaba ver. Su alegría se desbordada como las lágrimas en su cara, solo quería abrazar a su abuela después de tanto tiempo; la sensación de la señora era la misma en su corazón sincero.

Pero, cuando la emoción pasó, siguió la normalidad, como hacía algunos años atrás. La Niña se sentía perdida y pensaba: “Antes de los doce, mi vida era dura y feliz, y en Alaska fue fácil e infeliz; pero ahora ¿qué es?”. Se cuestionaba una y otra vez al ver que tendría que dejar sus estudios a los quince años con tal de ganar monedas para llevar comida a su casa. 

La ahora joven, a sus dieciséis tuvo a su primera hija, a los veinte otra y al conocer al verdadero amor de su vida una hija más. El tiempo se le fue rápido y debía trabajar duro para mantener a su familia, ella sí cargaba el ardor de madre y su amor fue suficiente para darle a sus hijas la vida que merecían.

Cuando analizo la situación de mi abuela Katia Donaldson Dikinson, a quien siempre he visto como una mujer exitosa y brillante, me sorprende que llegó a pasar penumbras y desdichas en silencio; que se expresara abiertamente conmigo, como lo hizo, me causó mucho regocijo, pues aprendí que su vida, aunque difícil, la convirtió en la mujer que es hoy, y también la que me inspirará en el mañana.

Es impresionante lo bella que es la luna, ¿cierto? Es lo primero que observamos en una noche oscura y despejada. De niños todos alguna vez soñamos con alcanzarla o tocar la de “queso”, pues varios seres brillantes lo lograron. Sandra Cauffman no fue la excepción, algo dentro de ella le desarrolló el deseo desde que vio a la primera persona caminar sobre el radiante satélite natural que ilumina nuestros caminos cuando se oculta el sol.

Su destino no la llevó directamente a pisar la luna, pero sí a trabajar en algo relacionado con el espacio. Hoy, la especialista en Ingeniería Eléctrica y Física costarricense es una de las más destacadas ingenieras de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA), donde ha desempeñado cargos de subdirectora en diferentes proyectos y ha colaborado en la exploración del planeta Marte.

No fue fácil, ha señalado en múltiples entrevistas que tuvo que superar retos como su origen humilde, la desigualdad de género y haber nacido fuera de Estados Unidos para llegar a donde está actualmente. Su mayor inspiración es su madre, víctima de violencia doméstica, quien sola debió sacar adelante a sus hijos con tres empleos; pero siempre tenía una actitud positiva ante la vida y alentaba a Sandra a sacar buenas notas y esforzarse para lograr sus sueños.

Cuando su madre se dio una nueva oportunidad con otro hombre, se fue a los Estados Unidos con la familia. Allí Sandra tuvo que adaptarse a un nuevo idioma para finalmente poder graduarse en la Universidad George Mason de lo que quería, pero que no logró por discriminación en su tierra natal: Ingeniería Eléctrica y Física. Al entrar en la NASA, cuenta, era la única fémina en aquel entorno predominantemente masculino y debía esforzarse más por ganarse su lugar. Reconoce que es muy feliz con su situación profesional y que actualmente el panorama ha mejorado para las mujeres en esta industria.

Al mirar qué tan lejos ha llegado Sandra (ha sido destacada por la ONU Mujeres como un ejemplo positivo para mujeres jóvenes y niñas), vemos que es un claro ejemplo de perseverancia y lucha; quizá no tocó las estrellas con sus propias manos, pero después de haber atravesado diversas situaciones a lo largo de su vida, nunca bajó la cabeza y siempre se mantuvo firme ante sus propósitos.

Debió ser complejo, pero seguramente ha valido la pena, pues Sandra Cauffman ha dedicado la mayor parte de su vida a compartir con genios de niveles asombrosos, siendo uno de ellos.

¿Costa Rica? No somos muy extensos en cuanto a territorio (51 179 km²), no tenemos mucha población (poco más de cinco millones) y puede que tampoco tengamos los mejores métodos para sobrellevar los dificultades que se nos presentan en el camino; sin embargo, podemos vanagloriarnos porque, a pesar de todo, poseemos muchas mentes impresionantes, capaces de lograr lo inimaginable.

Cauffman ha participado en una enorme variedad de proyectos dentro de la NASA e inspira a miles de jóvenes, especialmente mujeres, a perseguir sus sueños, pues nada es imposible cuando se lo proponen. Si bien es cierto, no podemos bajar la luna; pero, ¿algo nos impide ir hacia ella?

Todos en algún momento fuimos inocentes, reímos sin pensar, disfrutamos los momentos… Es lo normal siendo niños, ¿no? Jamás pensamos en la perversión que puede existir en el mundo hasta que llegamos a verla o vivirla, pero algunos pequeños sufren, sufren sin imaginar.

¿Acaso es normal padecer en plena niñez? ¿Qué hace a una infancia feliz o infeliz? Desde jóvenes algunos viven una realidad llena de una inmensa tristeza, algo así como un infierno; pero la vida apenas inicia para algunos. Las personas se hacen fuertes o son obligadas a serlo a partir del dolor.

La vida de una mujer no es fácil, tampoco la de un hombre; todos tenemos una historia diferente. Teresa ha demostrado que no importa la barrera, por más fuerte que sea, puede superarse. Su vida ha sido una lucha constante, una agonía. Así fue cuando tuvo que avanzar por tierra, lodo, piedras y ríos esperando un hijo; o cuando le tocó caminar en la completa oscuridad y bajo el inmenso cielo del que caían grandes gotas de agua, siempre buscando la forma de salir adelante.

El hecho de perder aquello que su madre siempre le decía que no debía entregar a cualquier hombre, por parte de su misma familia, ¿la hace culpable? Por un momento pensó en rendirse, esa noche se convirtió en la mujer más triste del mundo y odió a la humanidad; ver aquella sangre bajo sus muslos la hizo sentir sucia y humillada, mientras que por su mente pasaba el terrible deseo de disparar a aquel demonio que le robó su inocencia. Sus alas fueron robadas y su alma encadenada.

¿Es aquí donde terminó?, ¿su hora llegó? Cualquiera en esa situación pensaría: “No puedo, ¿cómo vivir de esta manera? Mi vida perturbada y mi cuerpo tomado como carne no me dejarán seguir”. Pero ella no.

En esa noche, en ese instante, no dejó su vida ahí. Incluso con esas cadenas que le torturaban su mente siguió adelante. ¿Quién es ella? Una mujer que, por más que quisiera llorar y romperse en el frío suelo donde una parte de ella murió, no lo hizo; alguien que tras vivir tanto tiempo en la oscuridad obtuvo la fuerza para detener las lágrimas y que, creyendo en el paraíso y los finales felices, no se detuvo en el bosque tóxico lleno de bestias.

Hay veces que una mujer debe luchar tanto que no tiene tiempo de vivir de verdad. Teresa, al verse en el espejo vacía, sin brillo en los ojos y desamparada, siguió su existencia para hoy estar leyendo acerca de ella.

Hay situaciones que matan el espíritu y fallecemos inclusive respirando. Teresa siempre nos hará recordar que a veces morimos por dentro para aprender a valorar la vida.

Y tú, ¿estás vivo?

Es bien conocido el trato que se le daba a la mujer durante los siglos XVlll y XlX. Su educación se simplificaba en ser una ama de casa y estar preparada para casarse y cuidar de sus hijos.

Este estilo de vida se convertía en una tradición para ellas desde pequeñas; sin embargo, comenzaron a surgir féminas que rompieron con el estereotipo y llegaron a tocar el éxito, no sólo por su propio bien o por lograr el reconocimiento de otras personas, sino para el beneficio de las mujeres.

Ángela Acuña Braun es una de estas destacadas mujeres. Por más pesada que fuese su mochila, alcanzó la cima y tuvo gran impacto en el país. Ella consiguió ser la primera abogada y notaria en Costa Rica y toda Centroamérica. Dejó un legado muy importante, no solo por ser una figura inspiradora, sino también por su lucha en la defensa de los derechos femeninos y de la niñez.

Durante el régimen dictatorial del expresidente Federico Tinoco, este buscaba reducir el salario y despedir a las maestras embarazadas; Ángela no pudo guardar silencio ante esta injusticia y protagonizó uno de sus discursos más destacados: “Por primera vez en la historia de Costa Rica las mujeres participaron con eficiente actividad en los movimientos populares, sobre todo las más humildes. En lo que hoy es Plaza González Víquez se reunieron para proveer vituallas a los defensores de los derechos ciudadanos… Se daban cuenta, dentro de su sencillez, de lo que sería el triunfo de aquellas jornadas gloriosas”. De manera que incentivó en la ciudadanía la defensa de los derechos femeninos y afectó en el declive del gobierno de Tinoco.

Este y otros actos lograron un gran cambio en Costa Rica, ya que la mujer nunca había llegado a tener importancia dentro de la política, y menos en la toma de decisiones, pues su opinión parecía irrelevante. Ángela trabajó incansablemente durante mucho años a favor del sufragio femenino.

La imagen de la líder ocupa un lugar trascendental en la historia de la sociedad costarricense, pues abrió la senda a muchas, lo que la convierte en un ejemplo a seguir. Su camino al éxito tuvo tropiezos, pero su perseverancia fue mayor. En su etapa de estudiante muchas personas y organizaciones le cerraron las puertas a su crecimiento, pero nunca se rindió, sus ansias de mejorar eran mayores cada vez.

Gracias a sus logros, en 1982 fue nombrada Benemérita de la Patria y desde 1983 el Instituto Nacional de las Mujeres entrega el «Premio Nacional por la Igualdad y Equidad de Género Ángela Acuña Braun» a medios de comunicación que informan sin sexismo, en favor de la igualdad de género.

Luego de conocer la valentía y la importancia que tuvo Ángela Acuña Braun en la lucha de derechos de la sociedad y la mujer costarricense, opino que su imagen debería ser mayormente recordada por todos. Es cierto que hay una foto en su honor en la entrada del Salón de los Abogados, y ha sido nombrada en medios de comunicación; sin embargo, esta pionera es una figura que no merece ser fugaz en la memoria de la gente, sino que debe ser utilizada como ejemplo de superación y perseverancia para inspirar a los jóvenes y enseñarles que nadie puede limitar su camino hacia sus sueños.

Muchos se dan a conocer a través del mar de las palabras. Como un portal, cada expresión permite descubrir a la persona detrás de los párrafos que nuestros ojos atraviesan. Fue por medio de sus letras que esta  heroína decidió nadar contra la corriente social, poner en alto sus ideales y pudo mostrar que nada la detendría. Pero el destino no es tan bello como creemos; lamentablemente, la sociedad del siglo XX no estaba preparada para una mujer diferente, aguerrida, que se opuso a los estereotipos y terminó destrozada.

Desde temprana edad Yolanda Oreamuno se dio a conocer y quedo plasmada en la historia como la escritora pionera en exponer y rebelarse contra la situación de la mujer en la sociedad de Costa Rica. ¿Qué hora es? fue el ensayo donde por primera vez mostró, en una dura crítica, sus postulados y decidió alzarse para buscar su camino.

Pero a sus veinte años el destino le juega sucio y de la manera más desgarradora posible, su esposo, el diplomático chileno Jorge Molina Wood se suicida con un disparo en su sien tras padecer una enfermedad incurable, hecho que ella misma contó por medio del texto La ruta de su evasión: Hace poco leí en un periódico que un amante, al dispararse en la sien un tiro, estando sobre las rodillas de su amada…”.

Un año después se vuelve a casar con el abogado costarricense Óscar Barahona Streber, con quien tiene a su único hijo, Sergio Barahona Oreamuno, en 1942. Ese mismo año acaba el matrimonio. Para su sufrimiento, pierde la posibilidad de criar a su hijo, ya que le fue arrebatado. Después de su divorcio la sociedad le mostró lo sucia y cruel que era, fue víctima de insultos e intentaron destrozarla.

Ella tuvo que exiliarse a sí misma, ya que el país que la vio crecer deseaba tornar en leyenda su historia y volver símbolos sus ideales, pero su objetivo no podría haberse cumplido. México le dio una oportunidad, un lugar donde seguir luchando por la mujer en la sociedad. También vivió en Guatemala, pasó un tiempo convaleciente en un hospital en Estados Unidos y falleció en México en casa de la poeta costarricense Eunice Odio. Aunque en 1961 sus restos mortales fueron trasladados a San José de Costa Rica.

La escritora vivió en una época regida por los desastrosos ideales machistas, donde la mujer debía ser mantenida y su rol era el de la crianza, donde era vista por debajo del hombro como un ser inferior; pero ella no permitió que la sociedad ahogara sus convicciones y jamás se dio por vencida, a pesar de que solo le mostraron odio e intentaron convertirla en esclava, con pensamientos ajenos a ella.

“No sabemos de nosotras mismas sino lo que el hombre no ha enseñado”, con estas palabras decide sublevarse y dejar un camino para reclamar una posición más justa, que las mujeres no tuvieran que fingir ser alguien que no eran y pudieran volar libremente sin reproches.

Yolanda es un ejemplo de esas valiosas mujeres que, a pesar de sus vivencias y que la sociedad trató de hundirla o incluso borrarla, decidió luchar sin darse por vencida, sin rendirse jamás. ¿Seríamos capaces de tener esa osadía que la precursora cultivó?