Si la educación tiene un camino escrito en la historia de las naciones, en Costa Rica debería llevar la insignia de doña Emma Gamboa Alvarado, nombrada Benemérita de la Patria por la Asamblea Legislativa en 1980. Como parte de sus intereses, buscó crear en el país una enseñanza humanista, en la cual se priorizaran a los infantes y a los docentes que impartían las clases.

Hoy en día, comprendo bien que, en muchos de los casos, el peso de una calificación es mayor al de la misma comprensión humana y que el éxito se estima según el valor plasmado en un papel azul. Este papel azul fue durante muchos años el billete de 10 000 colones costarricenses, que tuvo impreso el rostro de doña Emma Gamboa. ¿Le habría gustado a ella este giro en su visión del humanismo? Difícil saberlo.

Nació en San Ramón, provincia de Alajuela, en 1901. Desde su adolescencia, cuando empezó sus estudios como maestra en la Escuela Normal de Heredia, tuvo la idea de que el docente debía ser matriz de la cultura y semillero de justicia y libertad. A lo largo de su vida profesional encarnó esos principios para obtener su derecho a exigirlos.

Como pionera en su ámbito, ayudó en la creación y dirección de algo grande: la Asociación Nacional de Educadores, ANDE, entidad que existe hoy en día y que se ha convertido en la cooperativa para los docentes costarricenses. Con los años pasando enfrente de sí misma, se le llegó a nombrar presidenta de esta agrupación, cargo que desempeñó de la mejor manera durante algún tiempo. Además, se le atribuyeron puestos de gran mérito, como el de ministra de Educación en Costa Rica, siendo la primera mujer en lograrlo. Este era el fruto de su esfuerzo persistente que se construyó con base en un fuerte cimiento de estudios.

Esta prócer de la nación plasmaba ideales entre versos que eran capaces de asesorar a cualquiera. En sus libros quedaron fijados muchos de sus pensamientos sobre la pedagogía. Textos como Nuevo silabario y Paco y Lola sirvieron a muchas generaciones para aprender a leer y a escribir y continúan siendo un referente a la hora de iniciar el camino de la lectoescritura.

Sus obras, como aporte y como algo más para la memoria costarricense, posiblemente seguirán resultando de gran ayuda en el ámbito de la enseñanza, pues la honra que trajo esta Benemérita de la Patria no producía menos que inspiración: logró que en Costa Rica se implementara la carrera universitaria para la formación de maestros. Su visión se convirtió en la base para que otras personas siguieran su legado y desearan crear una nación con estándares de educación más elevados.

En medio de rosas, sus flores favoritas, doña Emma se despidió de este mundo el 10 de diciembre de 1976. Ni el cáncer de mama ni ningún otro padecimiento han podido borrar su nombre de la memoria y el corazón del pueblo costarricense.