En Puerto Armuelles, provincia de Chiriquí, nació Ivonne Marisol Torres Atencio, cuarta hija de seis que tuvo la pareja conformada por María Félix Atencio y Eliodoro Torres. Niña soñadora que, con esfuerzo y talento, se convertiría en una destacada científica panameña.

Desde pequeña destacó en los estudios. Cursó primer grado en la escuela República de Haití, luego estuvo de segundo a quinto grado en Villa Catalina y terminó su primaria en Nuevo Arraiján, provincia de Panamá Oeste. Los traslados a estos diferentes planteles fueron a causa de las mudanzas familiares. Después hizo todo su primer ciclo en Nuevo Arraiján.

Ivonne sentía afinidad hacia las Matemáticas, pero fue cuando escogió Bachillerato en Ciencias, en la Escuela Secundaria Pedro Pablo Sánchez, de La Chorrera, donde materias como Química y Biología le llamaron la atención. Sabía que se inclinaría por una carrera en el área de las ciencias de la salud, pero nunca pensó en Medicina.

Cuando terminó su bachillerato se ganó una beca para realizar sus estudios universitarios, por las excelentes notas que tenía. En el momento de realizar los exámenes de admisión ingresó a Odontología, pero como era por cupo tuvo que esperar un semestre más. Dentro de las opciones en el área que deseaba también estaba Farmacia, carrera que desarrolló.

En el tercer año de la carrera veía la materia de Farmacología, dictada en la Facultad de Medicina. Allí fue que experimentó una mayor inspiración por las ciencias exactas, a tal punto que hizo su tesis de grado y más tarde, al graduarse con honores, la invitaron a participar como profesor asistente e inició su carrera como docente de manera parcial. A la par trabajaba en una farmacia hospitalaria en la que ganó experiencia y descubrió otra dinámica de trabajo.

Hizo su maestría en Ciencias Biomédicas y luego, con una beca doctoral, realizó sus estudios en Farmacología en Barcelona (España), durante cuatro años. Cuenta que durante su preparación tuvo personas que la inspiraron, respaldaron y orientaron. Pero quien la llevó por el camino de la docencia y la investigación fue Melita Rodríguez, catedrática en Farmacología, quien fue su directora de tesis de grado.

Posteriormente, Ivonne realizó una maestría en el área de su especialidad y también la profesora Melita Rodríguez fue su directora de tesis, con quien además publicó un artículo en una revista científica.

Así como Ivonne ha tenido mentores, ella ha sido inspiración para otros. Al respecto cuenta esta anécdota: “Un día fui al hospital para ser atendida, cuando llegó mi turno vi un rostro familiar, pensé que era cosa mía, pero el médico dijo: ‘¡Tiempo sin verla, profesora Ivonne!’. En ese momento sentí una gran emoción al ver que sembré un árbol que dio frutos en él”.

Su mayor consejo es que hagas lo que te gusta y te apasiona. «Trabajar con vocación es lo más gratificante, algunas veces las recompensas no son inmediatas, pero llegan, porque el esfuerzo vale la pena».

Ivonne recomienda que creas en ti y tengas perseverancia en tus estudios, sacarles el mayor provecho y estar orgulloso de tu esfuerzo, no importa si nadie lo nota en el momento, igual estarás avanzando y los frutos serán visibles para los que te rodean.

Panamá ha sido tierra de mujeres muy talentosas que han llenado de orgullo a nuestro país. Aquí quiero recordar a una de ellas: Rosa María Britton.

¿Quién fue? Doctora en Medicina con especialización en Ginecología. También fue una escritora muy reconocida a nivel nacional e internacional por sus quince obras que pertenecían a diversos géneros literarios, como el cuento, la novela, el ensayo y el teatro.

Con sus novelas ganó en tres ocasiones el Concurso Nacional de Literatura Ricardo Miró, el más importante reconocimiento literario en Panamá; también otras tres distinciones en ese género en el extranjero. En materia de relatos, obtuvo otro Ricardo Miró y cuatro más fuera de nuestras fronteras. Logró también un premio César como escritora del año en Estados Unidos, entre muchos otros logros.

Ese talento plasmado en sus escritos es digno de admirar. Disfruto al leer sus obras y me produce un sentimiento de pertenencia cada uno de los triunfos que obtuvo.

Fue enviada a estudiar a Cuba en un proyecto de internado organizado por monjas, donde terminó su bachillerato. Continuó su aprendizaje en la Universidad de La Habana, pero la inestabilidad política en la isla la llevaron a cambiar su ruta de formación hacia Madrid (España), donde se graduó de Medicina y Cirugía. Me imagino que fue algo muy estresante esa transición, pero el objetivo estaba bien definido: lograr el conocimiento necesario y terminar sus estudios superiores.

Cuando estudiaba en la Universidad Complutense de Madrid conoció a quien sería su esposo, el ingeniero estadounidense Carl Britton. Se fueron a vivir a Estados Unidos. En California llevó a cabo su internado y su especialización en Ginecología, Obstetricia y Cirugía Oncológica. Más tarde ejerció la profesión médica en Nueva York.

Interesante cada uno de los éxitos que obtuvo en el extranjero, destacando y mostrándose siempre orgullosa de ser panameña. Decidió regresar a su país natal luego de veintitrés años, en compañía de su familia. Su esposo obtuvo un trabajo en la Comisión del Canal y ella continuó su servicio médico, logrando integrarse en el Hospital Santo Tomás, donde destacó por su dedicación y esfuerzo.

Es impresionante ver cómo, a pesar de tener una vida cómoda en otro país, se mueve con su esposo y sus hijos y continúa dando su servicio a los demás en Panamá. También hay que destacar que no dejó apagar su otra pasión, la escritura, incursionando en distintas vertientes. Su familia la inspiraba. De alguna manera todas las vivencias que tenía con ellos las expresaba en sus obras.

En 1982 publicó su primer libro Ataúd de uso donde quedó de manifiesto su talento en la literatura. Sus amigos y compañeros la animaron a participar en el concurso Ricardo Miró, y cuál fue su sorpresa al ganar el premio; esa fue la puerta que le abrió la senda a muchos otros premios y reconocimientos.

Esta es una mujer que inspiró a través de las letras, por medio de sus vivencias, y también con su servicio en el ámbito de las ciencias. En definitiva, Rosa María Britton es un personaje digno de admirar y recordar.

Algunas de sus obras más leídas son: El señor de las lluvias y el viento, ¿Quién inventó el mambo?, Esa esquina del paraíso, Banquete de despedida, Laberintos de orgullo y Suspiros de fantasmas.

Falleció el 16 de julio de 2019 a causa de cáncer. Fue ese mismo año que mi madre me habló de Rosa María Britton. Una mujer que, aunque ya no esté con nosotros, sigue siendo fuente de inspiración mediante sus obras literarias y su ejemplo de vida.

 Isabela Barranco creció en una pequeña familia que vivía en Betania, en la ciudad capital. Su casa estaba en el medio, hacia la cima de una montaña. Había muchos vecinos y todos eran muy unidos. Con sus amigos jugaban, reían y se divertían. Ella guarda esos gratos recuerdos.

Su papá trabajaba en el Canal de Panamá y su mamá tenía un pequeño salón de belleza en su casa. Estudió toda su etapa escolar en el Instituto Panamericano, su alma mater, hasta graduarse en 1991.

Cumplió a cabalidad con todo lo que un padre espera de un hijo. Fue buena estudiante, por lo que hizo su práctica profesional de bachiller en el Citibank. Seguido, estudió mercadeo en la Universidad Santa María La Antigua, graduándose en 1995. No se detuvo en su formación, pues dos años más tarde obtuvo un postgrado en Alta Gerencia en la Universidad del Istmo. Su último trabajo, antes de emprender su propio negocio, fue en la Asociación Panameña de Crédito, desde 1998 hasta el 2008.

Para el 2007 contrajo nupcias con Roberto Gomes. En el año 2009 tuvo a su primera hija, Isabela Sofía. 

Nueva experiencia

Luego de tomarse un tiempo, decidió emprender su propio negocio. Ella quería algo diferente e innovador. Aunque hasta el momento había seguido un patrón socialmente establecido, era hora de algo distinto.

Un factor importante a considerar era que le gusta mucho viajar. Tomó esos dos años para visitar ferias donde las grandes empresas exponían sus negocios, con el fin de conocer lo que se estaba ofreciendo en el mercado internacional y así poder hacer una propuesta atractiva para el público panameño. 

Después de muchas horas de trabajo, investigación y concretar ideas, creó junto a su esposo Smile Factory, un lugar para el entrenamiento familiar. 

En el 2011 nació su segundo hijo, Manuel. Para ese tiempo, Isabela y Roberto estaban haciendo los trámites para poner en marcha su proyecto. Encontraron un lugar cerca de Albrook, en una plaza comercial. El 15 de noviembre de 2012 abrió sus puertas el local.

Años después, en 2015, Smile Factory hizo una alianza con Chess Logistic para impartir clases de ajedrez. Isabela escuchó los beneficios de este deporte para los niños y le interesó demasiado. Después de años de entrenamiento y clases con excelentes profesores, los chicos de ese centro han ganado varios torneos.

Cambio de estrategia

Para marzo del 2020 había muchos proyectos en marcha entre la pareja de esposos, pero de manera repentina llegó el COVID-19. Se cerraron las escuelas y se restringió la circulación de personas. Fue la situación más difícil para todos los pequeños y microempresarios, como ella. Isabela estaba enfrente de una dimensión desconocida, tanto en el ámbito personal como el empresarial. Nadie sabía qué era el nuevo coronavirus. Las informaciones del Gobierno y las organizaciones de salud mostraban que no iba a durar poco tiempo, un panorama nefasto para todos. 

Isabela y Roberto analizaron cómo mantener activa una de las ramas de negocio de la empresa, las clases de ajedrez. En menos de tres días las lecciones presenciales se convirtieron en virtuales. A esto le llamaríamos “resiliencia empresarial”.

El momento más crítico de Smile Factory fue el cierre del local en julio de 2020. Era una decisión que no solo le afectaba a ella sino también a los que trabajaban allí y a sus hijos, porque lo veían como una segunda casa. Sin mirar atrás, la empresa continuó con las clases en línea por más de dos años. 

Hoy, con mucha alegría, tras vencer este gran reto, los esposos se esfuerzan en ofrecer herramientas para fortalecer el desarrollo de niños y adolescentes a nivel internacional, dando clases de ajedrez, dibujo, emprendimiento y programación en modalidad virtual.

Después de la experiencia de diez años con Smile Factory, Isabela es fiel creyente del trabajo colaborativo. De hecho, emprendió una nueva alianza estratégica con Ajedrez Criollo, en conjunto con su socio de más de siete años, Roberto Sánchez, quien es campeón nacional de ajedrez.

Esto nos demuestra que, si tú crees en lo que haces, puedes llegar muy lejos. Isabela tiene frases claves que definen su vida: “Querer es poder”, “Lo que tú piensas, tú lo sientes; y lo que tú sientes, tú lo vives”. Ahora sé que con dedicación y trabajo duro todo es posible.

Catherine Kay Stuart nació el 10 de septiembre de 1975. Fue criada en la ciudad de Panamá, en el área de El Dorado. Desde chiquita era muy creativa y mostraba mucho interés hacia la costura, crear maquetas y dibujar. Tenía un verdadero talento. 

Pasaron los años. Estaba convencida de que quería ser diseñadora de interiores, pero todos le decían que se arrepentiría de esta decisión, ya que supuestamente esa profesión no generaba muchos ingresos. A pesar de los comentarios negativos de la gente, ella siguió. No le importaba el dinero, el diseño es lo que amaba y se prometió a sí misma que no se rendiría.

En 1998 Catherine obtuvo su primer trabajo diseñando muebles para una compañía. Disfrutaba mucho este empleo, pero su sueño era hacer algo propio. 

Luego de dos años nació su primera hija, Emily. Ella describe este día como “el más feliz de su vida”. No residía en la casa más grande ni tampoco tenía millones de dólares en el banco, pero era feliz con su pequeña familia en su reducido apartamento.  

A finales de 2005 se enteró de su segundo embarazo. Fue cuando decidió que ya era hora de arriesgarse y hacer su propia empresa, en vista de que su familia estaba creciendo. Así, renunció a su trabajo y empezó a preparar un emprendimiento junto a su mejor amiga y su esposo. Aún embarazada instauró su primera empresa llamada Emily & Co., dedicada a diseños de interiores. 

La diferencia entre esta compañía y las otras es que Catherine tuvo la ingeniosa idea de crear un equipo de trabajadores que incluía plomeros, ebanistas, electricistas, etc. De esta forma podía tener una mejor organización. Poco después, el 9 de septiembre de 2006, una noche antes de su cumpleaños, nació su segundo hijo, a quien llamó Aarón. 

Con el paso de los meses le llegaron diferentes proyectos. Al inicio eran pequeños, como cuartos o salas de estar, pero luego sus contratos se volvieron más y más grandes. Ya no solo hacía casas o apartamentos, ahora también restaurantes y locales la contrataban.

Luego de varios años vio el avance de su establecimiento y el éxito que iba alcanzando. Estaba muy contenta, pero quería más, así que en el 2007 pasó a su segunda empresa, Fabulous Scrunchies, la que se destaca por tener scrunchies o colas de cabello bastante suaves y con colores llamativos. Aunque esta no era tan demandada por los clientes como la anterior, Catherine lo hacía como pasatiempo y pensaba que no afectaría a alguien si lo volvía un negocio.

Tan solo un mes después de su nueva incursión se enteró de su tercer embarazo. Estaba muy asustada, ya que no sabía si podía hacerse cargo de tres niños. Pero siguió adelante. 

El 27 de agosto del 2008 nació Paulina y la mujer seguía aterrada. Según sus hijos, Catherine siempre hacía juegos caseros y procuraba sacar tiempo para estar con ellos, ya que no quería que fueran criados por otra persona. Esas rutinas dieron forma a la frase: “La mejor madre que podemos pedir”, expresada por ellos mismos. 

Sus vidas eran una maravilla. Las empresas de Catherine iban bien, la familia era feliz y no les faltaba absolutamente nada… Hasta el 2020, cuando el COVID-19 llegó a Panamá. El trabajo empezó a bajar por motivo de la cuarentena total a raíz del coronavirus, pero de alguna forma ella se mantuvo positiva ante todo y pensó en maneras de sacar algo bueno de esto, así que se inscribió en clases de diseño digital. 

Ahora hacía sus propuestas desde la computadora y cuando los sitios empezaron a abrir retomó su trabajo. Aunque el proceso de recuperación fue lento, lo logró y su empresa tuvo aún más éxito gracias a que ahora podía mostrar los diseños digitalmente, en 3D, a sus clientes, y de esta forma hacer cualquier cambio necesitado.

Catherine nunca se ve a sí misma como la mejor madre, pero según su hija Paulina, siempre ha llenado su casa con amor y música, que va desde Shakira hasta Sandra Sandoval. Eso, por supuesto, a la par de sus incansables esfuerzos. 

“Mientras me guiaba a través de estos increíbles catorce años, no sé si alguna vez se dio cuenta de que la persona que más quería ser yo, era ella”, resalta Paulina. Actualmente, Catherine y su familia viven felices.

Cuando me propusieron investigar sobre la vida de María Carter, jamás imaginé que se tratara de una mujer tan amada en su barrio y por muchas personas a nivel nacional.

El nombre que aparecía en su cédula era Maud Catherine Carter, pero fue más conocida por su característico nombre de batalla: María Carter «Pantalones». Y cuando uno indaga más sobre su existencia, confirma que fue una persona ejemplar en muchos aspectos.

Dama con una trayectoria digna de admirar, una dirigente comunitaria que iluminó con su entrega y ejemplo a los que la conocieron. Aquí te cuento parte de su historia.

Ella vivió las facetas de esposa, madre, viuda, profesora de Educación Física, atleta, servidora social, política, solidaria, mujer de fe y, sobre todo, un extraordinario ser humano. Fue hasta los 84 años que un cáncer de páncreas nos arrebató a la querida Maud Catherine.

Antes de eso, durante su juventud, por el año 1944, estudiaba y aprovechaba su cultura gringa para vender periódicos de casa en casa en la antigua Zona del Canal. Cuando terminaba la jornada solía bajar en patines hasta El Chorrillo con sus acostumbrados pantalones cortos, de allí vino su apodo de María Carter «Pantalones».

Recorría cada calle de su querido barrio, palpando de cerca las necesidades de su gente. Organizaba actividades a lo largo del año para llevar algo de felicidad, en especial a los niños y a los adultos más necesitados.

Con el paso de los años, sus capacidades físicas mermaron, pero nunca su vocación de servir a los demás. Por 54 años consecutivos organizó fiestas de Navidad a los huérfanos del Asilo de la Infancia. Era común verla detrás de políticos, empresarios y líderes religiosos tratando de conseguir las donaciones necesarias para llevarle alegría a estos niños. Y después también en otras partes de Panamá.

Por esas injusticias que a veces conlleva la vida, su hijo, Carlos Jesús Nieto, rememora que cuando tuvo cáncer «nadie se acordó de ella». «No queríamos dinero, solo que nos ayudaran con los trámites en la Caja del Seguro Social y en el Instituto Oncológico», relata.

Al hijo de María Carter todavía le retumba en la memoria la sentencia del médico que atendió a su madre: «Ella tiene cáncer terminal, se va a morir en tres semanas, llévesela para su casa».

Pocos la visitaron en su lecho de enferma. En la escasa lista resaltaba el expresidente Ricardo Martinelli y su esposa Marta Linares, quienes ayudaron a la familia para agilizar el trámite de reingreso de María Carter al Instituto Oncológico Nacional cuando empeoró. Pero una vez llegó, nunca despertó… Se decretó su muerte el 3 de abril de 2013, a las 7:00 p. m.

Su cuerpo se fue; sin embargo, su memoria sigue vigente en la mente de los habitantes de El Chorrillo, quienes la recuerdan con sus acostumbrados pantalones cortos y sus patines o después con su paso maduro, siempre repartiendo felicidad.

Mi mamá tiene una buena amiga desde hace tiempo. Muchas veces la escuché hablar de ella, pero no la conocía personalmente, hasta que tuve la dicha de verla en acción cuando tenía mis diez años. Se llama Solangel Robinson.

Aquel día la mujer fue a visitar a mi mamá por sus aspiraciones políticas. Estaba haciendo campaña para ser representante de la 24 de Diciembre.

A sus 35 años es muy esforzada y dedicada a su familia. Tiene dos hijos: una niña de doce y un niño de diez. Es madre soltera, pero esto no la ha detenido para luchar por cumplir sus sueños y los de sus pequeños.

Con frecuencia Solangel pasa por nuestra casa y cada vez nos actualiza de cómo van sus iniciativas. Además, la hemos visto escalar puestos dentro del servicio social. Ahora es secretaria del Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos (Fonamupp), donde se ocupa de la formación de panameñas a nivel nacional. De igual manera se encarga de hacer proyectos y de dar forma a propuestas de mujeres políticas para que lleguen a la Asamblea Nacional.

Solangel también representa a Panamá a nivel internacional. A menudo asiste a foros en otros países, donde las mujeres no hacen distinción de partido político o raza y unen fuerzas para crear proyectos globales y regionales que ayudan a otras féminas. Esta licenciada nos contó que ha podido visitar Costa Rica, Colombia y Estados Unidos, entre otros. También ha tenido la oportunidad de sentarse junto a primeras damas y presidentes de otras naciones.

A nivel nacional, la recuerdo muy activa en una huelga de docentes que cerró el puente de Pacora como medida de presión para llamar la atención de las autoridades locales. Esa vez llamó a mi mamá para que le llevara ropa, pues ella estaba en el sitio durante el día y la noche, con los educadores y representantes de pueblos originarios, haciendo la fuerza ante las injusticias. Me tocó verla sin chancletas, con la vestimenta sucia y gritando consignas. Su lucha rindió frutos, porque luego fueron llamados a sentarse en la mesa de diálogo.

Admiro a Solangel por muchos aspectos, sobre todo por su determinación y valentía a la hora de reclamar derechos y de exponer su punto de vista. No duda en pelear por lo que cree correcto y en ayudar a quienes tengan una causa común. Ella siempre está en búsqueda de nuevas metas.

Por ejemplo, en estos momentos Solangel trabaja en el proyecto de un portafolio de fotografías sobre derechos humanos. Está indagando sobre esas postales que resalten historias de personas en situación de vulnerabilidad, como las víctimas de la migración forzada, los pueblos indígenas o la clase trabajadora.

Aparte de eso, está involucrada en la creación de la Escuela de Pensamiento Hipatia de Alejandría. No es un plantel de educación formal, sino uno de educación continua para los miembros de las comunidades; un espacio de reflexión para abordar distintos acontecimientos desde una perspectiva multidimensional y encontrar soluciones desde el trabajo social y comunitario.

A pesar de ser joven, Solangel ya acumula muchas experiencias ayudando a otros. No descansa, siempre está en algo nuevo, enfocada en apoyar a grupos vulnerables, sin importar la raza o el país de origen de las personas. Ella ubica por encima de todo al ser humano y su impulso natural es luchar por los derechos de los más necesitados. Es solidaria y comprometida con los demás; vive para servir, y por eso la admiro.

Capaz, responsable, amable, alegre, segura, única… son solo algunas palabras que describen a mi querida e increíble abuela Mira.

Nació en Aleppo, Siria donde tenía una vida bastante buena y próspera junto a mi abuelo y sus tres hijos. Su familia practicaba de forma ortodoxa el judaísmo, religión del pueblo judío, que con mucho amor cumplía desde que tenía memoria.

Mis abuelos eran exitosos en Siria, ya que el país estaba a cargo del gobierno francés que imponía orden y justicia, además ofrecía oportunidades económicas en todo el territorio; sin embargo, una vez que esta administración se retiró, por razones políticas, el lugar se convirtió en una terrible dictadura. 

Todo comenzó a figurar mal para los habitantes de Aleppo, especialmente para los judíos, quienes se encontraban en constante peligro al ser vistos como la “víctima fácil” de la cual se podían aprovechar.

Crímenes físicos tanto hacia ellos, sus tiendas, casas, posesiones o sus propias familias eran comunes y encima se rehusaban a darles algún tipo de pasaporte o documento de identificación para buscar otra oportunidad de una mejor vida. 

Muchos de los familiares o amigos de mi abuela ya estaban escapando del país, aunque fuera arriesgado, por miedo a lo que les pudiera llegar a pasar si se quedaban en Aleppo. Hubo quienes perdieron la vida a tiros al ser descubiertos. 

Mi abuela, sabiendo que para ella lo más importante era la seguridad de su familia, decidió junto a su esposo seguir habitando en el país con la esperanza de que algún día todo volviera a la normalidad. Mantuvo siempre una buena cara ante la situación y fue el sostén que permitió a todos sobrevivir los momentos difíciles que pasaron al quedarse; sin embargo, un día ocurrió algo y perdió la esperanza, ya que se dio cuenta de que no era seguro estar en su propio hogar.

Estaba lavando ropa en su balcón cuando de repente su mano comenzó a sangrar. ¡Una bala la había rozado! Fue inmediatamente llevada al hospital, y gracias a que el proyectil no penetró se pudo recuperar al 100%, pero, los culpables, que alegaron haber estado jugando tiro al blanco y “sin querer” apuntaron mal, salieron libres de pena.

“Tanto peligro y corrupción había en el país que todo el mundo llevaba armas y un aire de poder que hacía a uno temer”, decía mi abuela.

Este evento despertó el  instinto de protección que tenía Mira sobre su familia y su vida, por lo que, junto a mi abuelo, decidió arriesgarse para tratar de huir y buscar un mejor futuro para sus hijos.

Hicieron contacto con unas personas para fugarse, pero les dijeron que solo había espacio para cuatro, la familia de mi abuela era de cinco. Les aseguraron que no habría otra oportunidad por años, pero ella se rehusaba a dejar atrás a alguien. O escapaban todos o no lo hacían. Milagrosamente, semanas después les ofrecieron un cupo más y lograron salir del país en una difícil y temerosa misión; pero eso es otra historia, para otro momento.

Escuchar todas estas anécdotas de mi abuela me sorprende cada día más y crea un sentimiento de asombro y orgullo por todo lo que tuvo que sobrepasar manteniéndose siempre fuerte y cariñosa frente a sus hijos y su esposo. 

Me siento dichosa de saber que vengo de una familia de valientes, que no permiten que nadie ni nada los derrote y que siempre buscan la forma de salir adelante y tener un buen porvenir.

Me despertó doña Elsa. Eran las tres y media de la mañana, los pájaros aún esperaban el alba y los gallos meditabundos todavía decidían si perturbar la paz de la clase social más trabajadora, pero más olvidada de todas. 

Era lunes, y como había sido costumbre para doña Elsa, en los últimos quince años, saldría a impartir clases a la única escuela de la más recóndita aldea que existía en toda la ciudad de Guatemala.

El pan remojado en café se balanceaba con el andar de la “camioneta” mientras la mujer rezaba su rosario. No había sido una vida fácil, pero nunca dejó de creer en que todo era posible, con fe. 

Al abrir los ojos entendí cómo los dos minutos que sentí de viaje en verdad fueron dos horas, cuatro buses diferentes y largas esperas en las frías y oscuras paradas de buses guatemaltecas. A su llegada el pequeño plantel se iluminaba de esperanza, los pasillos quedaban impregnados del imponente porte de doña Elsa, que arribaba como cura a la ignorancia y dispuesta a sacar a sus estudiantes adelante en medio de la incertidumbre que el país atravesaba.

Y ahí estaba yo, sentado en una esquina, escuchando el dictado matutino que era definitivamente muy avanzado para mi nivel. Intentaba apuntar todo lo que pudiera. “Lo que bien se aprende, jamás se olvida”, cantaba ella mientras caminaba por aquel salón, que a pesar de estar cayéndose a pedazos por su deplorable estado físico, parecía fortalecerse cada vez más por la ilusión con la que los estudiantes veían a doña Elsa. 

Noté en esos estudiantes un interés por aprender que no había observado nunca en otras personas. Me di cuenta de que veían la escuela como su verdadero hogar, pues al salir de ahí se cansaban buscando, sin éxito, algo similar en sus casas que, en cambio, estaban plagadas por los problemas que la gente suele ocultar por miedo a ser criticada.

Al final de cada treintena, llegaba su humilde, pero merecida compensación. Doña Elsa no cobraba solo con dinero, su real paga era el regocijo de saber que, con el tiempo que le daba a sus estudiantes, les había impregnado una promesa de éxito, de superación y de fe. 

Cada noche que, añorando su casa, decidió quedarse enseñando; cada noche que, extrañándome, ayudó al más necesitado en la aldea; cada noche que, casi sin fuerzas, llegaba a su hogar valió la pena para sentirme orgulloso de ella. Pero nunca dejó de estar para mí. Todos los días se preocupaba, se alegraba y me regañaba, porque sabía que en algún momento sus enseñanzas me iban a servir.

La maestra ya no está. Pero, tras su partida, en las paredes de los salones de aquella escuela todavía resuenan las anécdotas, las enseñanzas y los refranes que la hacían única. Estoy convencido de que los héroes no son siempre los más conocidos; al contrario, son esos que mejoran el mundo poco a poco con la capacidad intrínseca de ser ellos mismos. Y ella era mi abuela, doña Elsa.

Si la educación tiene un camino escrito en la historia de las naciones, en Costa Rica debería llevar la insignia de doña Emma Gamboa Alvarado, nombrada Benemérita de la Patria por la Asamblea Legislativa en 1980. Como parte de sus intereses, buscó crear en el país una enseñanza humanista, en la cual se priorizaran a los infantes y a los docentes que impartían las clases.

Hoy en día, comprendo bien que, en muchos de los casos, el peso de una calificación es mayor al de la misma comprensión humana y que el éxito se estima según el valor plasmado en un papel azul. Este papel azul fue durante muchos años el billete de 10 000 colones costarricenses, que tuvo impreso el rostro de doña Emma Gamboa. ¿Le habría gustado a ella este giro en su visión del humanismo? Difícil saberlo.

Nació en San Ramón, provincia de Alajuela, en 1901. Desde su adolescencia, cuando empezó sus estudios como maestra en la Escuela Normal de Heredia, tuvo la idea de que el docente debía ser matriz de la cultura y semillero de justicia y libertad. A lo largo de su vida profesional encarnó esos principios para obtener su derecho a exigirlos.

Como pionera en su ámbito, ayudó en la creación y dirección de algo grande: la Asociación Nacional de Educadores, ANDE, entidad que existe hoy en día y que se ha convertido en la cooperativa para los docentes costarricenses. Con los años pasando enfrente de sí misma, se le llegó a nombrar presidenta de esta agrupación, cargo que desempeñó de la mejor manera durante algún tiempo. Además, se le atribuyeron puestos de gran mérito, como el de ministra de Educación en Costa Rica, siendo la primera mujer en lograrlo. Este era el fruto de su esfuerzo persistente que se construyó con base en un fuerte cimiento de estudios.

Esta prócer de la nación plasmaba ideales entre versos que eran capaces de asesorar a cualquiera. En sus libros quedaron fijados muchos de sus pensamientos sobre la pedagogía. Textos como Nuevo silabario y Paco y Lola sirvieron a muchas generaciones para aprender a leer y a escribir y continúan siendo un referente a la hora de iniciar el camino de la lectoescritura.

Sus obras, como aporte y como algo más para la memoria costarricense, posiblemente seguirán resultando de gran ayuda en el ámbito de la enseñanza, pues la honra que trajo esta Benemérita de la Patria no producía menos que inspiración: logró que en Costa Rica se implementara la carrera universitaria para la formación de maestros. Su visión se convirtió en la base para que otras personas siguieran su legado y desearan crear una nación con estándares de educación más elevados.

En medio de rosas, sus flores favoritas, doña Emma se despidió de este mundo el 10 de diciembre de 1976. Ni el cáncer de mama ni ningún otro padecimiento han podido borrar su nombre de la memoria y el corazón del pueblo costarricense.

Me encontraba sentada tomando un café en la terraza del lugar que considero mi hogar, una pequeña comunidad donde siempre huele a dulce —¿será porque cultivan caña?— ubicada en Santiago, provincia de Veraguas. De repente, surgió una pregunta: ¿Quién es la mujer más fuerte que he conocido? En ese mismo instante, alguien pasa detrás de mí y se sienta a mi lado; la miro y, mientras sostiene un tejido entre manos, sus ojos achinados me dan la certeza de lo que estoy pensando: ¡Es mi abuela Raquel María Hernández Batista de Posada!

Apenas se acomoda en el taburete, le lanzo la pregunta con la que considero mi respuesta: por supuesto, eres tú, mi amada abuela, y ella se quita los lentes y se cubre los ojos con sus manos…

Entonces giro mi cuerpo hacia ella, la miro cuidadosamente y le propongo recordar las historias y travesías que siempre me cuenta mostrándome fotos que evidencian las aventuras de la que una vez fue una joven educadora. Son algunas anécdotas peligrosas, otras tristes, hermosas y felices.

—Recuerdo —dijo, mientras me acerco curiosamente a escuchar el nuevo relato— cuando tuve que irme a San Blas y me vi obligada a dejar mi mayor tesoro, mis hijos; pero también a mi familia y amigos, para llegar a un lugar con nuevas personas y un idioma distinto. Una situación difícil, aunque considero que fui fuerte, y me aventuré en una avioneta blanca rumbo al aeropuerto del Porvenir para después abordar un cayuco que me llevaría a mi destino, la isla de Soledad Mandinga. Me sentía igual que el nombre del lugar… Allí ejercí mi profesión de educadora.

—¿No te dio miedo? —pregunté.

—Sí, pero lo hacía porque necesitaba el trabajo y devengar un sueldo, quería lo mejor para mi familia —manifestó, mientras se le dibujaba una sonrisa amable y seguía tejiendo una de sus toallas. Le encanta bordar y coser.

—Con el pasar de los días, la isla y sus pobladores me parecían maravillosos —rememoró—; a pesar de no entender el idioma, supe comunicarme con ellos por señas y así fui conociendo a uno que otro morador que sí hablaba español; de esa forma aprendí pronto la lengua guna y pude darle clases a los niños en aquella escuela multigrado en el archipiélago de San Blas.

Desde niña mi abuela se encargó de hacerme una gran cantidad de vestidos, toallas y almohadas. Siempre ha estado conmigo, aún desde la distancia, debido a su trabajo de maestra. Me ayuda en todo momento, brindándome tiempo y dinero.

Es una mujer paciente que siempre repite la frase de mi bisabuelo: “Nunca te canses de hablar”, y de esa forma crio a sus tres hijos, siendo mi madre la mayor.

Le doy un último sorbo a la taza de café caliente que tenía entre manos y la vuelvo a observar: ella es, sin duda, la mujer que me inspira, la mujer con una fortaleza de espíritu digna de admirar. Todas deberíamos ser así, pensé, mientras se escapaba una risita de mi boca.