En la escuela siempre he sido aplicada y estudiosa, razón por la que muchas veces competía en certámenes sobre conocimientos de cultura general. En una de esas veces me encontré con Gloria. Desde el comienzo me pareció una dama muy agradable. Me gustó platicar con ella.

Me dijo que era parte de una institución que ayudaba a personas de escasos recursos económicos, sin hogar y que les daba becas a los niños y adolescentes para que continuaran sus estudios. Esa institución es una ONG llamada Alternativas y Oportunidades.

En un momento de la conversación me dijo que yo podía ayudarle dando charlas a estos niños. Gloria vio en mí potencial y me entusiasmó a que impartiera mis conocimientos a chicos necesitados.

Acepté de una. Quería saber qué se siente estar en los zapatos de ellos, comprenderlos y, sobre todo, hacer conciencia de que no todos la pasamos bien. Desde el día de mi coloquio no volví a ser la misma, ya que Gloria me hizo darme cuenta de la necesidad que tengo de servir a los demás. Deseo ayudar a esos niños sin hogar, sin alimentos, que lo único que a veces quieren es que alguien los escuche, les preste un poco de atención y les brinde amor.

Esa experiencia fue tan maravillosa que luego fui muchas veces a visitar a los pequeños. A través de Gloria visualicé mi camino: ayudar a tantas personas que lo necesitan. Ella misma es una mujer maravillosa que lucha por mantener viva la empatía y compartir amor sin esperar nada a cambio.

En una de esas reuniones nos pidieron que si queríamos llevar a una persona que tuviera algún tipo de problema. En ese momento no pensé en nadie en particular, pero, a medida que pasó el tiempo, recordé a mi vecina, una madre con siete hijos: Anahí, Jordán, Sofía, Jonathan, Johan, más dos gemelitas. Su esposo  era muy malo, la maltrataba a ella y a sus pequeños. Encima el señor tenía problemas con el alcohol. Apenas tenían para comer una vez al día y los chicos no estudiaban, pues no contaban con los recursos suficientes para hacerlo. Era una difícil vida familiar.

Un día me decidí. Le comenté a la vecina sobre la colaboración que podía recibir de Alternativas y Oportunidades. Le compartí que allí había personal dispuesto a apoyarla a ella y a su familia para salir de la espiral de violencia donde estaban. Por entonces ella ni siquiera sabía qué era la violencia doméstica, pensaba que lo que vivía era normal.

Así fue que acudió a la ONG y por fin logró darse cuenta de que sufría abuso. Le ayudaron a emprender un negocio, recibió los insumos para que sus hijos pudieran seguir estudiando y le brindaron los recursos básicos para seguir adelante. Ahora ella y los suyos tienen una vida agradable, con oportunidades. 

Lorena tenía quince años cuando sus padres la corrieron de casa porque salió embarazada. La adolescente vivía en Bluefields, una ciudad de la Costa Caribe Sur de Nicaragua. En ese momento de angustia decidió viajar a Managua, la ciudad capital de nuestro país, para iniciar una nueva vida alejada del calor del mar y de sus progenitores.

En la urbe vivió días de penurias junto a su pequeño hijo. Para poder obtener un poco de dinero se dedicó a la venta de arroz con leche, enchiladas (tortilla de maíz con ensalada y frijoles), repochetas (carne de res, vegetales y arroz) y refrescos que luego comercializaba por algunos barrios de Managua.

Un día se reunió con una vecina de la comunidad de Ayapal y decidieron gestionar un préstamo en un programa gubernamental. Con el dinero que obtuvo instaló un comedor, al tiempo su venta de alimentos alcanzó bastante éxito. Luego se ocupó en la comercialización de perfumes. Con las ganancias que obtenía de sus establecimientos logró alquilar una casa.

Al pasar de los años doña Lorena conoció a don Ernesto, un comerciante originario de Jinotega, quien siempre que viajaba a Managua iba a comer a su negocio. Más adelante, este mercader se convirtió en su pareja. Al cumplir la mujer sus 36 años y él 40 empezaron una relación amorosa, la cual contaba con el apoyo de su hijo que ya era todo un joven.

En el nuevo hogar nació una niña. La pareja tenía que trabajar más fuerte para poder sustentar los gastos de los estudios de sus muchachos. En la búsqueda de nuevos ingresos instalaron una refresquería que ubicaron a la par del negocio comedor, bautizado como Lorena. Su clientela aumentó, al igual que sus ingresos, y gracias al buen manejo de sus finanzas lograron saldar sus deudas y obtener más préstamos en instituciones financieras para llevar a cabo otros proyectos.

Hoy en día sus dos hijos son grandes profesionales debido a su esfuerzo de trabajo. Esta mujer siempre venció los obstáculos que se les presentaron en el camino. Recuerda que le tocó iniciar de cero, pero nunca desistió en su empeño de superación, porque tenía siempre en su mente salir adelante.

En el barrio el Ayapal fundó una miscelánea. La nombró La Bendición, como muestra del agradecimiento a Dios por todo lo que recibió. También se expandió con tiendas al Mercado Oriental, catalogado como el mercado popular más grande de Nicaragua.

Sus herederos se sienten orgullosos de ver a su madre convertida en una exitosa microempresaria. Una mujer que superó las adversidades de la vida, como no haber contado con el respaldo de sus padres, quienes la estigmatizaron en su adolescencia por salir embarazada.

El tiempo hizo sanar esas heridas del alma de Lorena con sus progenitores. Ahora mantiene una buena comunicación con ellos y reconoce que esos golpes lograron forjar en ella su carácter hasta convertirla en una mujer fuerte.

En el 2015, en la ciudad de Managua, vivíamos en una situación precaria. Mi madre Cristhian Raquel Dávila Téllez no tenía un inmueble propio y habitamos en la casa de mi abuela paterna.

Cuando éramos pequeños, recuerdo que mi madre trabajaba en una fábrica de textiles y sus horarios eran extensos. Siempre se iba de madrugada a su empleo y regresaba bien tarde. Nos decía que su centro de trabajo quedaba lejos de donde vivíamos. Mi hermana mayor cursaba el undécimo año y a la vez asumió el cuidado del hogar.

Cuando mi madre acabó el bachillerato conoció a un joven con el cual decidió formalizar su vida. Tiempo después perdió su trabajo, debido al recorte de personal en su empresa y las deudas se fueron acumulando en la casa. Mi abuela paterna tenía un carácter muy complicado, incluso en nuestras circunstancias tan difíciles.

Debido a que mi madre se atrasó con los recibos de los servicios básicos la abuela empezó a incomodarse, hasta el punto de llamar al distrito policial de nuestra localidad para exigir que desalojara la casa por incumplir con los pagos de la deuda.

Al mirarse desamparada, sin dinero, se puso a llorar; pero mi hermana y mi cuñado le ofrecieron vivir en su hogar. Transcurrió el tiempo y mi mamá no encontraba empleo; mi hermana estaba criando a mi pequeña sobrina y mi madre no quería incomodar, por ello, decidió dejar aquella casa.

El padre de mis hermanos menores sugirió alquilar una vivienda no lejos de donde mi hermana. Durante el tiempo que habitaron esa residencia mi mamá hizo amistad con una joven de la colonia; en la casa donde vivíamos había un garaje amplio, por lo cual decidió junto a su amiga establecer una pequeña tienda de ropa para aprovechar que el lugar era muy transitado.

Al mes de abrir las puertas del negocio, obtuvieron clientes que les encargaban prendas de vestir al por mayor. Todo iba bien cuando ocurrió algo inesperado: enfermó mi abuela paterna, a quien le dio un derrame cerebral que la tenía casi agonizando, entonces mi mamá decidió cerrar la tienda para atenderla; y lo hizo sin ningún rencor en su alma, olvidó lo ocurrido en el pasado, la asistió con los cuidados necesarios y también la sustentó económicamente.

Mi madre, a pesar de las dificultades, siguió adelante con su venta de ropa, trabajo que reactivó y lo hizo esta vez desde la casa, nada más que los pedidos los realizaba por encargo y de esa manera nunca perdió su clientela. Mi abuela se recuperó poco a poco. Mi mamá continuó asistiéndola y al final nos quedamos a vivir nuevamente con ella.

Estamos por abrir un emprendimiento en el mercado. Hoy mi mamá junto a sus tres hijos gozamos de buena salud, tenemos estudios y en sus tiempos libres ella nos lleva a pasear. Mi progenitora es un gran ejemplo de lucha, me motiva a seguir siempre firme, al igual que me brinda fortaleza. Mi sueño es comprarle una casa algún día.

La vida y el noni unieron a dos personas emprendedoras, responsables de elaborar productos a base de esta fruta, también llamada guanábana cimarrona, la cual posee propiedades antimicrobianas, antiinflamatorias y antioxidantes.

Ellos son Guillermo Baca y Lidia Núñez, quienes en equipo crearon una marca llamada Nicanoni. En medio de este proceso nació una historia de amor.

La aventura comenzó en el 2008, en una feria donde los dos presentaron sus respectivos proyectos. Ese día, mientras Guillermo iba de camino a su stand, llamó su atención una joven morena; se acercó para conocer sus productos, le impresionó, ya que era la única persona en esa actividad que elaboraba vino a base de noni. Pero no fue en ese momento que ambos decidieron unirse con el fin de hacer un binomio de emprendedores.

Pasaron cinco años y el destino los volvió a juntar. Se encontraron en un taller donde ambos daban a reparar sus equipos de trabajo. Sus miradas se cruzaron y todo ocurrió como amor a primera vista, por lo que él decidió enviarle mensajes a su celular para invitarla a tomar un café.

Lidia era una joven de dominio que sabía que tenía que hacer las cosas bien, entonces decidió hablar primero con sus padres acerca de su pretendiente. Luego de conversar con su familia y concretar algunas salidas, comenzó su noviazgo con el ingeniero agrónomo, quien fue su fiel enamorado; después de tres años de relación se casaron. Y es así como empezó la sociedad de ambos profesionales, ya que ella es ingeniera industrial. Juntos se dedicaron a crear productos que distribuyen bajo su marca, sacando adelante su establecimiento.

Ahora está en pleno crecimiento la marca Nicanoni, que ofrece diversos productos como cremas, champú y acondicionador para el cabello, miel de abeja, aceite de coco y cápsulas del árbol de marango con noni, además del vino de noni, rompope, mermelada y néctar de frutas tropicales.

Actualmente tienen tiendas ubicadas en dos centros comerciales muy visitados en Managua, ciudad capital de Nicaragua. Su relación cada día se fortalece más porque unieron su pasión con el trabajo y el amor que encontraron al conocerse hace más de catorce años, cuando todo empezó con un encuentro de amoroso.

Gissel Rodríguez es una mujer que vino al mundo sin la capacidad visual. A sus 41 años tiene una historia de lucha y perseverancia.

Al nacer fue diagnosticada con toxoplasmosis, una enfermedad que adquirió durante el embarazo de su mamá, causada por un gusano que transmiten los gatos. Desde entonces tuvo problemas en su vista, el globo ocular en sus ojos es demasiado pequeño y no es suficiente para generar visión. Ella no percibe nada de luz solar, no tiene idea de cómo es el resplandor ni los colores, nada.

A los cuatro años la ingresaron en el Centro de Educación Especial Melania Morales, en Nicaragua, donde aprendió a enfrentar las necesidades básicas de una niña con sus retos particulares. Ahí le enseñaron braille (lectura y escritura táctil pensada para personas con discapacidad visual). En ese centro de estudios cursó hasta el quinto grado.

Concluyó la primaria en un colegio público, pero se encontró con lo difícil de aprender sin el cuidado que recibía en el Melania Morales. Copiaba las clases en una máquina de escribir o bien las grababa y luego en su casa las pasaba en hojas para poder leerlas. Esto lo podía hacer solamente cuando los profesores dictaban las lecciones. Así siguió avanzando hasta llegar a la secundaria, con muchos obstáculos por la falta de atención personalizada; sin embargo, logró completar su bachillerato con éxito.

Vivía con su abuelita materna y no hubo sobreprotección por ser una persona ciega. Hacía todas las labores cotidianas del hogar, aprendió a cocinar con el apoyo de su hermana, quien le enseñó cómo calcular los porcentajes de los alimentos.

Ingresó a la Asociación de Ciegos Marisela Toledo, donde adquirió muchas destrezas. Una de ellas, desplazarse sola por las calles de la ciudad de Managua con su bastón y preguntando las direcciones a la gente. Siempre se ha destacado por ser una mujer emprendedora y logró ser nombrada como secretaria organizativa de esa asociación. Cuando tenía veinte años en este cargo, conoció a su primer esposo, también persona ciega, y tuvieron un niño. La relación no funcionó como esperaba, pero ella siguió adelante.

En su segundo matrimonio procreó otros tres hijos. Ya tenía conocimientos previos en preparar los alimentos, cambiar pañales, bañar a sus pequeños y vestirlos de manera correcta. Siempre pendiente de sus retoños, especialmente al dormir; los revisaba constantemente, como cualquier mamá. Le preocupaba que todo estuviera bien.

Estando en la organización de personas ciegas, aprendió juegos de mesa y logró ser Campeona Nacional de Ajedrez por dos años seguidos. Viajó a toda Centroamérica y a Brasil representando a Nicaragua, tanto en estas disciplinas como en congresos internacionales sobre políticas de inclusión.

No todo queda ahí. Porque también se desarrolló como capacitadora; ha dictado charlas de autoayuda y es protagonista de anuncios de televisión promoviendo la inclusión en la sociedad. A pesar de su limitación visual, se caracteriza por ser dinámica y perseverante; por ejemplo, en la actualidad cursa segundo año en la carrera de Derecho en la Universidad Ricardo Morales Avilés, en Managua, y comparte alegre que tiene muchas metas más que desea cumplir.

Petronila Delgadillo es originaria de San Francisco Libre, municipio del departamento de Managua. Su vida transcurrió entre las verdes montañas, donde los ríos riegan los campos, en una tierra donde se disfruta de ese aire fresco y puro que alimenta a los pulmones. En esta zona del país la ganadería es la principal actividad económica de la población.

Doña Nila, como la conocen popularmente en el barrio, tuvo cinco hijos, a quienes educó con mucho esfuerzo y dedicación; a pesar de tener pocos estudios, logró salir adelante con su familia, para darles educación y un hogar lo más estable posible.

Su compañero de vida es don Pedro, quien en su juventud abandonó el pueblo en busca de fortuna y dejó a doña Nila con sus tres pequeños hijos, por lo que ella tuvo grandes dificultades para alimentarlos y darles todo lo que requerían para su mejor bienestar.

Pasaron los años y doña Nila no tenía noticias de su esposo. Al tiempo decidió juntarse con Roberto, con quien inició una relación de amistad que al final se volvió en un afecto y sentimiento recíproco muy tierno, por lo que decidieron unirse como pareja y procrearon un hijo al que nombraron Héctor.

Todo transcurría muy tranquilo y el bebé crecía feliz. Pero, al cumplir los tres meses el pequeño, reapareció don Pedro y buscó nuevamente a Nila. Cuando se dio cuenta de que ella tenía un nuevo compañero, el hombre le reclamó y, al encontrarse con Roberto comenzaron a discutir. El exesposo llegó hasta el punto de amenazar a la nueva pareja de Petronila y lo persiguió con machete en mano. Roberto huyó para salvar su vida y se fue del pueblo. Dejó a su mujer con su tierno hijo y de él no volvió a saber nada.

Esta mujer, al final, decidió emigrar con sus cuatro hijos a Managua, la ciudad capital; en parte por la guerra civil desatada durante la década de 1980, pero también para buscar un mejor futuro para sus vástagos. Allá, con mucho esfuerzo logró conseguir un terreno en el barrio Villa Vallarta a orillas del lago Xolotlán.

Doña Petronila comienza una nueva etapa, levantó su humilde casa con plástico, cartón y madera, pero tranquila en compañía de sus hijos. Establecida en su hogar, inicia a “palmear” o “echar” tortillas para venderlas y ganar dinero para comprar los alimentos para su familia. También se dedica a lavar y planchar ropa de sus vecinas para obtener otros dividendos.

Con el tiempo se dedicó a la venta de frijoles cocidos, sus hijos se encargaban de buscar leña seca en las orillas del lago para encender el fogón y a la vez preparar los alimentos. Estando en su nuevo hogar nace su quinto y último hijo, logra salir adelante con todos ellos.

Con el paso del tiempo regresa a su lugar de origen, donde lleva mercadería para vender, como joyas y ropa, en busca de hacer crecer sus finanzas. Ahora tiene una pulpería que surgió con la ayuda de su hijo Héctor, por quien se vio impulsada a viajar a la ciudad capital. Con su emprendimiento tiene el sustento de la familia que ahora está integrada por varios nietos.

Dolor, desesperación y sufrimiento, lo que viví para poder llevar adelante a mis hijos con un largo viaje a México.

Soy Mariana López, ciudadana de Nicaragua. Después del fallecimiento de mi pareja a consecuencia de un cáncer cerebral, tuve que ganarme la vida lavando y planchado ropa, también debí luchar para pagar la mensualidad del cuarto donde vivía con mis hijos Juan y Alberto.

Para adquirir una residencia propia emprendí el viaje rumbo a México, donde esperaba ganar más dinero en la búsqueda de cambiar nuestra difícil situación económica. Fue necesario conseguir mil dólares con un prestamista, la condición era abonar a la deuda, depositando en una cuenta una cantidad establecida. Con la plata en mano saqué mi pasaporte para poder viajar de forma legal y compré un boleto de autobús con destino a la frontera de Honduras, país vecino de Nicaragua.

Antes de partir le rogué a mi hermana mayor, María, que cuidara de mis hijos mientras estuviera en México, con la cláusula de que enviaría dinero al momento de trabajar para que solventara los gastos de su hogar. Juan y Alberto al final se quedaron con tía.   

Inicié la travesía el 29 de junio del 2006. Recuerdo que poco a poco en el transcurso del viaje iba bajando la temperatura, el recorrido tardó seis horas y media hasta la frontera hondureña. Con mis documentos legales logré pasar sin problemas la revisión en la aduana llevando sólo una maleta pequeña de color azul. Era de noche y pude llegar a un hotel para descansar, así que me dispuse a levantarme temprano para seguir avanzando.

Al día siguiente, abordé tres buses para cruzar todo el territorio de Honduras y alcanzar la frontera con El Salvador. Aún recuerdo el ruido de uno de los vehículos y una señora que bebía café mientras yo podía dormir plácidamente. Al arribar me instalé en un hotel para salir nuevamente al alba, me monté en un autobús con destino a la frontera, ahora de Guatemala.

Fue un traslado marcado por la lluvia. Llegué muy cansada, a las 6:00 p. m., en eso noté un transporte con migrantes que iban al mismo país que yo, así que decidí sumarme a ellos para alcanzar más rápido mi destino. En la capital de Guatemala pregunté a un señor qué vehículo se dirigía a la frontera con México. Me señaló uno y me dijo que salía en 30 minutos. Tomé un café, abordé el autobús y en poco tiempo ya estaba en mi destino.  

En el país azteca me movilicé a un lugar donde me comentaron que buscaban trabajadores para el área de costura. De inmediato empecé a laborar con todas las energías posibles, para de esa manera pagar prontamente las deudas que dejé en mi tierra natal, y también para mantener los gastos de mis hijos y ahorrar para poder reencontrarme con ellos.

Después de tres años de permanecer fuera de mi hogar regresé a mi patria, con mis deudas canceladas. Los ahorros me sirvieron para instalar un taller de costura y gracias a Dios compré mi propia casa y pagué los estudios de mis dos hijos; confío que en un futuro cercano ellos se convertirán en unos exitosos profesionales.

Este fue el viaje de una madre que lucha por sus hijos, al igual que lo hacen miles de mujeres centroamericanas que abandonan su hogar en busca de mejores condiciones económicas para su familia.

La vida es como una ruleta, nunca sabes lo que te va a tocar o cuando llegará a su fin, ¡pues hoy estamos, mañana quién sabe! 

Con orgullo te digo que me llamo Liliana Prado Campo. Voy a compartir contigo lo que aprendí junto con otras valientes mujeres en el sanguinario campo de batalla durante la década de 1980, esos años que fueron los peores que me ha tocado vivir y que estoy segura que nunca olvidaré.

Una linda y soleada mañana del lunes durante el mes de enero, en el pueblo La Mona, me encontraba en el río lavando ropa, cuando escuché el sonido inconfundible de un camión, el cual llegaba a reclutar obligatoriamente a hombres y mujeres para ser enviados al campo de batalla con el argumento de defender a la patria. De esa manera nos llevaron a mí y a mi esposo Arturo Pellas junto a otros 50 civiles de la comunidad.

Nos asignaron a un campamento en las montañas. Por la posición en la que se encontraba, era un buen punto de defensa, salvo por el río, ya que este cubría nuestra visión y el enemigo podía ocultarse fácilmente. Ese era el talón de Aquiles. Las mujeres éramos asignadas a la cocina, pero todas recibimos el mismo entrenamiento militar que los varones.

Una mañana partió un pelotón a defender la base militar vecina, entre ellos iba mi esposo Arturo. Con lágrimas y besos me despedí de él. Mientras el batallón se perdía en el horizonte, mi esperanza de volver a verlo se desvaneció. Esa misma tarde llegó un comunicado que decía que tropas enemigas intentarían atacar a nuestro refugio.

La batalla nos llegó en horas de la mañana, nuestros soldados defendían con valor nuestra posición, pero el enemigo se dio cuenta de nuestro punto débil, la ribera del río, y desde allí empezaron a atacar, debido a la falta de reclutas para proteger esa zona. Un grupo de valientes mujeres nos ofrecimos a luchar para defender el lugar, al capitán no le pareció buena idea, pero no tuvo otra opción, así que nos armó con un AK-47 y tres granadas a cada una y nos envió al río.

Las balas volaban por doquier y el olor a pólvora se esparcía por todo el ambiente. Tengo que destacar la valentía de una compañera, Guadalupe, quien arriesgando su vida logró lanzar una granada que alcanzó al francotirador enemigo, causando su muerte; aunque él ya había asesinado a cinco de nuestras combatientes. Cuando este cae, nosotras nos levantamos y, sin piedad, empezamos a repartir balas hasta que no quedó ningún contrario en pie. Justo en el instante que creía que todo había acabado, un soldado disparó contra Guadalupe y ella falleció. A la mañana siguiente me llegó la terrible noticia de que mi amado también había perecido, debido a una explosión.  

Ya han pasado 23 años desde aquellos hechos, pero nunca olvidaré la valentía de esas honorables mujeres que tomaron un arma y me acompañaron a defender a mi patria. No me enorgullezco de los asesinatos que cometí en el campo de batalla. Hoy día soy doctora, así que ya no quito vidas, por el contrario, ayudo a salvarlas.

Elizabeth Gilbert nació el 18 de julio de 1969. Su familia no contaba con las comodidades del mundo; de hecho, vivía en una granja y, claro, al proceder de un clan con pocos recursos económicos, enfrentaba muchas carencias.

Creció en un mundo sin tecnología, modo de vida al que no estamos acostumbrados hoy, ¿verdad? Ahora la mayoría de las veces los niños cuentan con dispositivos para distraerse. En este caso, ella no tenía teléfono celular, computadora o tablet… pero poseía libros, los suficientes para pasar horas y horas leyendo. Así fue como entró en ese universo interesante, el cual le abrió muchas puertas.

A medida que avanzaban los años le atraía la lectura, como un imán. Un día se le presentó la oportunidad de estudiar Ciencias Políticas en Nueva York. Al no tener suficientes recursos, empezó para ella otra etapa difícil. Tuvo que hacer diversos oficios para ganar dinero y pagar los gastos: fue cocinera, camarera y cadete. La finalidad era obtener más experiencia para poder escribir mejor, pues su pasión eran las letras.

Sus deseos no tuvieron éxito, supongo que ella experimentó cansancio al ver que sus proyectos no estaban saliendo como esperaba. Esto es normal, las personas pueden sentirse devastadas cuando algo no resulta tal cual lo planean; muchas se rinden y deciden no seguir. Pero ¿sabes qué? Elizabeth no vio su situación así, por el contrario, la tomó como algo bueno e inspirador, y ese fracaso que tuvo la llevó a escribir sobre su vida: contó su historia y la travesía que afrontó al encontrarse a sí misma después de caer en una depresión.

Escribió el libro Eat, Pray, Love (Comer, rezar, amar) y lo publicó en 2006, un éxito que estuvo en la lista de los libros más vendidos en el periódico The New York Times, por 187 semanas. Se comercializaron más de 10 millones de copias. ¿Quién iba a pensar que una obra escrita por una muchacha humilde lograría tener tanto éxito? Tan influyente resultó ese título, que incluso fue adaptado para la pantalla grande; Julia Roberts protagonizó la cinta homónima que su primer fin de semana logró recaudar casi 24 millones de dólares. Bastante, ¿no?

Tiempo después la autora entró en una crisis. Su primer libro tuvo mucho éxito, entonces ¿qué podía hacer ella para que su próxima obra superara las expectativas del público? ¿Sobre qué podría escribir? ¿Qué pasaba si su libro no lograba ser igual o más exitoso que el anterior? Llegaron muchas dudas a Elizabeth ―y no es para menos que se sintiera confundida―, desesperada y ansiosa, sabía que podía sorprender o decepcionar a una gran cantidad de personas que la admiraban. Esto no la detuvo, aprendió que escribir solo de cosas malas no era la mejor opción, de hecho, hacerlo sobre lo que amaba de sí misma le ayudaba mucho. Así fue como logró escribir dos libros más: Big Magic y The Signature Off All Things.

Consiguió cambiar su destino sin importar si tenía o no los recursos necesarios para ser exitosa, y es lo que me ha inspirado. Anhelo ser una Elizabeth. No tengo riquezas, pero sí un arduo deseo de ser escritora para motivar a otros a superarse.

Esta apasionante mujer demostró que todo es posible si aprendes a ver la vida de otra manera.

Cuando pensamos en grandes científicos de la historia, nos vienen a la memoria nombres como Einstein o Newton. Pero ¿qué hay de las mujeres?

Personalmente, me apasionan las ciencias, pues siento que tienen una gran belleza. Me llaman mucho la atención los temas sobre física, química y biología. Cuando reviso libros sobre estas temáticas siempre llego a la conclusión de que hace falta visibilizar aún más a las damas científicas, para inspirar a niñas y jóvenes, como yo, en estos campos.

Una de las mujeres de ciencia que me inspira mucho es Marie Curie (1867-1934), física y química polaca nacionalizada francesa, considerada la madre de la física moderna.

Pionera en el cambio de la radioactividad, fue la primera y única dama en recibir dos premios Nobel en distintas especialidades científicas: Física y Química. También fue la primera en ocupar el puesto de profesora en la Universidad de París.

Junto a su esposo, el científico Pierre Curie, llevaron a cabo investigaciones y descubrieron dos nuevos elementos que cambiaron el curso de la humanidad: el polonio y el radio.

Lograr un sitial en la ciencia no fue fácil para ella, pues vivió en una época marcada por el machismo. Pero ella perseveró contra todos los pronósticos y triunfó. Según la revista National Geographic, la dama estudió en una institución clandestina, ya que a las mujeres no se les permitía el acceso a la Universidad de Varsovia, donde habitaba en su juventud. Para 1890, con ayuda de su hermana Bronya, pudo acceder a la Universidad de París, donde cursó física, química y matemáticas.

Curie creó, con ayuda de sus dos hijas, los primeros centros radiológicos portátiles para uso militar durante la Primera Guerra Mundial, trabajo que le valió la Medalla de la Cruz Roja Francesa. Después fundó el Instituto Curie, para la investigación médica, que hoy sigue siendo uno de los más importantes.

Tanto su vocación por la ciencia como su compromiso por la libre cooperación entre científicos de todas las naciones hacen de ella el mejor ejemplo de una mujer científica.

Así como Marie Curie encontró sentido a su existencia a través de su amor por la ciencia, yo también lo hago, por eso me identifico plenamente con ella. Mi pasión por las diferentes ramas de las ciencias naturales le da un motivo a mi vida, el deseo de descubrir algo para beneficio de toda la humanidad.

Quiero dar un consejo a todos aquellos jóvenes que ahora me leen: nunca abandonen sus sueños, en la vida puede haber muchos problemas o dificultades, pero lo importante es persistir. Como decía Curie: “Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo”.

Personalmente, he tenido muchos quebrantos de salud, a veces he pensado en rendirme, pero mi mamá siempre me dice que siga adelante, que la vida continúa y hay que disfrutarla. Con todas sus frases ella me ha hecho reflexionar. Ahora quiero triunfar y ser una profesional para motivar a otros a continuar, así como lo hizo Marie Curie. He aprendido que nada es fácil, sin embargo, debemos luchar por lograr nuestros sueños y cumplir todas las metas que nos propongamos.

Muchas veces me siento tan débil físicamente, veo a mis compañeras divertirse en la clase de Educación Física y me gustaría poder hacer lo mismo. La salud es un privilegio con el cual no todos podemos contar. Una voz en mi interior me alienta a no detenerme, y por eso he redactado este texto, con el deseo sublime de llegar a ser una mujer que inspire, tal como lo hace esta excepcional dama.