“Siempre perdiendo, siempre luchando”. Este era el lema de Sonia, una perdedora de la provincia del Darién, a quien de pequeña le costó acceder a la educación formal.
A muy corta edad sintió su primera derrota, la muerte de sus padres. Su vida fue puesta patas arriba en ese momento al sentir el golpe de la fuerte ausencia, por primera vez.
Tras ese acontecimiento, fue llevada con sus tíos a la provincia de Panamá quienes, aunque vivían en una morada humilde, acogieron a Sonia como si fuera su hija.
Ella creía que las pérdidas iban a parar, pensó que desde ese momento iba a ser una ganadora. Pero Sonia se fue a pique una vez más cuando su tío fue víctima de tuberculosis. Antes de fallecer, él le dijo a Sonia: “Siempre tendremos pérdidas, pero nunca perdemos realmente si luchamos”.
El resto de la vida de Sonia fue simplemente esfuerzos tras esfuerzos y luchas tras luchas. Tuvo que perder oportunidades en varias escuelas debido a la falta de dinero, pero eso no detuvo su batalla por una mejor educación.
Llegó el momento en que pudo obtener su diploma de secundaria, algo que tanto había anhelado. Era el primer triunfo que Sonia sentía haber conseguido, finalmente algo bueno en su vida. La derrota no la perseguiría, ahora se veía como una ganadora.
A pesar de su gran esfuerzo en la escuela, ella no aspiraba a ser una profesional convencional. Así es, este no es el relato de una mujer que quería convertirse en una ejecutiva, vestida con elegantes trajes de oficina. Este es el relato de una soñadora, cuyo único anhelo era ser bailarina.
Quería sentir el viento en su cara, vivir el furor de sus movimientos y dejar salir el sudor en su cuerpo estando en completa agitación armónica. Era lo que más deseaba.
Todo esto quedó en pausa cuando Sonia conoció a un hombre que le juró amor. Ella estaba deleitada con este sujeto que realmente no era lo que parecía.
A pesar de todas las advertencias de sus amigos y familiares que le decían que ese cordero era un lobo con piel de oveja, ella no escuchó y se fue con él.
Tuvieron dos hijos, a quienes ella consideraba su victoria. Los amaba demasiado. Pero todo esto se derrumbó cuando se vio víctima de los abusos de su esposo. Cada golpe, cada grito era una derrota para ella hasta que él la abandonó. De cierto modo, esa carencia ya era una gran ganancia.
Perdió, pero no había dejado de luchar. Se esforzó trabajando de lo que encontraba. Limpiaba casas, muchas personas que la contrataban se sorprendían porque decía con cada limpieza: “Siempre perdiendo, siempre luchando”.
Afortunadamente, su lucha alcanzó finalmente una gran conquista. Un hombre un día la contrató y se vio deslumbrado por lo guerrera que era. La acogió y le dio el amor que ella y sus hijos necesitaban.
Batalló y ganó. En su nueva vida ella podía bailar para su esposo, quien se convirtió en su más grande espectador. Al final de todo, consiguió la mayor victoria de todas, el amor. Sonia fue una soñadora que perdió y siguió luchando.