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Inspiradora, heroína, personaje a seguir… Me pongo a pensar en muchas mujeres en mi entorno que han hecho tantas proezas, sin embargo, existe una que es fuerte, única y un regocijo: mi madre.

Reina Elizabeth León nació el 6 de enero de 1971, en la colonia Aida, en Sonsonate. Fue criada por sus padres: Reina Elizabeth y León Díaz. Su madre, quien no tenía estudios, se sostenía con un puesto de venta sencillo y humilde.

En la escuela, la joven tuvo la oportunidad de ser abanderada, una distinción importante por ser alumna destacada. Anhelaba estudiar una licenciatura en Derecho, pero en 1991 cambió de idea y empezó la carrera de Licenciatura en Ciencias de la Educación, en la Universidad de Sonsonate.

Comenzó a ejercer durante los primeros dos años de su carrera, con poco conocimiento, pero con mucho interés de enseñar. Su primer trabajo fue un interinato en el Centro Escolar Cantón Las Tablas, en Sonsonate. Al principio tuvo barreras para lograr su sueño, pero fue adquiriendo experiencia en cada escuela donde tenía la oportunidad de trabajar.

En 1993 inició su segunda carrera de docencia en la Universidad Doctor Manuel Luis Escamilla, donde obtuvo su título un año después. Mientras tanto, seguía con su licenciatura, la cual terminó en 1995.

Luego de tres años llega a su vida su primogénito. Para Reinita, como le dice su madre, fue un reto, ya que el niño empezó a tener problemas de salud. Esta valiente mujer tuvo que sacrificarse y darle las mejores atenciones al pequeño, fue la mejor mamá para su hijo en esos momentos.

Después nació su segundo retoño, y con él otra historia para ella. Tuvo que poner en práctica sus habilidades como enfermera y doctora, además de lidiar con sus propios problemas de salud.

A pesar de todas las adversidades, esta heroína goza su vida, tanto personal como laboral. Tiene una carrera y dice que aprende mucho de sus estudiantes de zonas rurales, a quienes ayuda y les ofrece la mejor enseñanza. Para ella, no hay carrera más especial que la de docente. También le toca luchar por sus hijos, sus dos tesoros, pero siempre recibe el apoyo y cariño de todos.

Reina Elizabeth León es una mujer ejemplar para sus hijos y para quienes la rodean. Es un orgullo y un privilegio tener como madre a esta mujer grandiosa que ha logrado salir adelante en su vida.

 

Si hablas con Milka Aleida Rodríguez, te darás cuenta de que es una carismática señora a quien el buen carácter le sobra. Tiene 68 años, se dedica a su familia y reconoce que la cocina no es su pasión, pero asegura que su comida complace a quien la pruebe. 

Ha hecho mucho por los demás, como organizar diversas fiestas navideñas para los niños de la Iglesia o ayudar a los pacientes de hemofilia, un trastorno hemorrágico hereditario en el cual la sangre no se coagula de manera adecuada.

Tuvo una hermosa infancia por allá por los años 1950, bajo el resguardo de su hermano mayor, Alejandro, debido a que sus padres tenían que trabajar mucho fuera de casa; la señora Lucía era enfermera y el señor Alejandro, comerciante.

Vamos a saltarnos varios años hasta llegar a finales de la década de 1970, cuando su primer hijo, Carlos, se golpeó jugando y un gran hematoma brotó de su frente, algo que nuestra protagonista no había visto nunca. Luego de ser examinado muchas veces, fue diagnosticado con la enfermedad de Von Willebrand, muy similar a la hemofilia. 

Para estos mismos tiempos, con la reactivación de la Asociación Panameña de Hemofilia, de la mano de la doctora Bélgica Moreno, se comenzó a educar a los padres con hijos que padecían de esta afección. Ahí la señora Milka aprendió de sus mentores sobre la enfermedad que se había diagnosticado no solo a su primer hijo, sino también a su segundo retoño, Michael, y a ella misma.

Después de las capacitaciones de rigor, podemos destacar el arduo trabajo de esta dama junto con otros enfermos, familiares y personal de enfermería. Entre varias mujeres hicieron hasta lo imposible por llegar a personas con hemofilia a lo largo y ancho del país y protestaron ante las autoridades de turno para garantizar más medicamentos para aquellos pacientes necesitados. Luego de las manifestaciones, su voz fue escuchada y pudo tocar a los que toman las decisiones desde el Estado para lograr sus nobles objetivos.

Siendo promotora de la Fundación Panameña de Hemofilia, obtuvo diversos logros, como el de adjuntar al país a la Federación Mundial de Hemofilia, logrando un avance general en áreas como la adquisición de factores de coagulación.

Lastimosamente, luego de tanta lucha y logros, el esposo de esta dedicada señora fue diagnosticado con cáncer en el estómago y ella no pudo continuar con sus labores en la fundación que, poco a poco y con mucho trabajo, fue construyendo. Al día de hoy, mi querida abuelita Milka aún es muy apreciada por la comunidad de pacientes de hemofilia, así como por nuestra propia familia.

 “La mejor vida no es la más duradera, sino aquella que está repleta de buenas acciones”. Esta frase de Marie Curie sin dudas destaca a mi abuela Perla Cattan de Attia, pues su amor por el prójimo era inigualable.

Nació en la ciudad de Panamá, en una familia muy trabajadora. Se crio en la ciudad junto a sus padres Sara y Salvador Cattan. Cursó la primaria en el Colegio María Inmaculada y la secundaria en el Instituto Alberto Einstein, siendo una de las primeras promociones de aquella escuela. Su mamá nació en David, provincia de Chiriquí, una persona que amaba a su tierra y forjó en los suyos un sentimiento de “patriotismo familiar”. 

Luego de graduarse de secundaria, Perla conoció a Víctor Attia y unieron lazos matrimoniales. Él nació en la provincia de Colón y, al comprometerse con mi abuela, se mudaron para allá. Mi abuelo fue uno de los primeros en iniciar el negocio de vender ropa en la Zona Libre de Colón, en la tienda llamada Cohen y Attia.

Mi abuela participó en muchas de las colectas de parte de la comunidad judía que se enviaban a aquellas personas necesitadas de la provincia caribeña y todo el país. Su intención era vivir en la ciudad de Panamá, no solo porque su familia habitaba ahí, sino porque quería una mejor educación para sus hijos.

En el año 2003, la señora Perla se convierte en la presidenta del departamento de donaciones de la comunidad Shevet Ahim, llamado Wizo. Cuentan mis padres que estaba muy preocupada, nunca descansaba hasta saber que todas las donaciones eran exitosamente recibidas. Realizó acciones que parecían imposibles, con tremenda humildad, nunca revelando datos personales de los necesitados.

Una de las cosas que hizo fue ir de local en local en las empresas de la Zona Libre de Colón para conseguir donaciones con el fin de construir una escuela en Israel. Asimismo, apoyó en las causas de lo más necesitados de la población y aportó donativos al Hospital del Niño y al Instituto Oncológico Nacional, donde iba a entregar los presentes y además compartía con las personas sus penas, tristezas y daba aliento a los pacientes.

En marzo de 2009, a sus 59 años de edad, se empezó a sentir mal, una afección que probablemente apuntaba al bazo; la familia estaba muy preocupada. Ella era una mujer luchadora y, al preguntarle su
estado, solo respondía: “Yo estoy bien. ¿Cómo están mis nietos y familiares?”. Los doctores no determinaron el problema a tiempo, cuando descubrieron de qué se trataba, ya era tarde.

En abril del 2009 mi abuela falleció, dejando un vacío muy grande en nuestra familia y en nuestra comunidad. Doña Perla siempre decía: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”,  frase muy conocida en la Biblia, y no me cabe la menor duda de que la cumplió al máximo.

Tuve el honor de conocer a mi abuela por tres años. Quizás no me acuerde de mucho, pero las enseñanzas que me cuentan de ella me dejan sin palabras.

A nivel comunitario fue reconocida con una placa en homenaje a los “pilares de nuestra comunidad”. Esta distinción fue dada a mi abuelo, a quien también admiro y respeto, en el Centro Cultural Hebreo de la comunidad Shevet Ahim, en el año 2013. Para ese entonces, mi abuela tenía cuatro años de fallecida.

Quiero finalizar este escrito instando a las personas a seguir este camino, a preocuparse por el prójimo y mantener siempre la humildad, sin importar la situación en la que se encuentren.

      

        

         

        

          

            



Es agosto del año 2008, una pequeña niña de tan solo cuatro añitos está viendo los Juegos Olímpicos de Pekín y queda fascinada con todas las atletas haciendo volteretas, giros y rutinas de baile con sus atuendos de colores brillantes y bellísimos. Tan agraciadas y fuertes lucían todas, que debía ser divertido poder volar igual que ellas, ¿no?

Enfrente del televisor, esta pequeña expresa por primera vez su encanto por la gimnasia, desde entonces esa niña desea danzar en el aire y dar cuantas piruetas quisiera. Ella es Hillary Heron, quien justamente tuvo la suerte de nacer en una casa repleta de entusiastas del deporte, especialmente del béisbol; es la nieta del difunto Karl Heron, mejor conocido como Chico Heron, que fue un notable beisbolista y técnico de la Selección Nacional de Béisbol de Panamá.

Sus padres siempre entendieron y compartieron el amor por el deporte con ella, y jamás le faltó el apoyo para que pudiera crecer en su disciplina. El mismísimo 2008 en que vio la categoría de gimnasia de los Juegos Olímpicos comenzó a practicar. Al siguiente año ya estaba compitiendo junto a otras atletas.

Ahora nos transportamos a junio de 2021. Estamos en Río de Janeiro. Hillary Heron participó en el Campeonato Panamericano de Gimnasia Artística, en el evento de bóveda, ¡y obtuvo la medalla de plata! Un año después, ocurren los Juegos Bolivarianos, la atleta viajó a Valledupar (Colombia), representando a Panamá con su talento, y ganó tres medallas de bronce, en los eventos de bóveda, equipo y all around. ¡Además de una medalla de plata en piso!

Ese año de 2021, en octubre, nuevamente compitió, esta vez en los Juegos Sudamericanos, en Asunción, Paraguay, consiguiendo medalla de plata en el evento de bóveda y bronce en piso. Hillary regresó al Istmo con grandes logros que fueron reflejo de su dedicación y entusiasmo, y más que nada, recompensa por su disciplina.

“La gimnasia para mí es como estar en mi casa, voy y me divierto, mis papás no tienen que obligarme a ir todos los días, es algo que me apasiona y es muy bonito”, comenta Hillary Heron. El salón lleno de vigas es su hogar, un refugio para su mente, un lugar donde sabe que pertenece y expresa lo que siente y piensa. Además, es un deporte tan bello, que se puede considerar arte.

La célebre gimnasta no solo es devota al deporte, sino que también balancea su vida deportiva con la universidad, su familia y amigos. Se graduó con honores de la secundaria y está comenzando la carrera de Psicología.

Hillary continuó entrenando y mejorando durante años, conservando siempre su amor por el deporte gimnástico; y con esto ha logrado traer medallas y gran reconocimiento a nuestro país. Cada vez que representa a la patria en campeonatos, deja a nuestra bandera en alto y brinda gran orgullo a los corazones de quienes la apoyan.

Finalmente, hay que recordar que este solo es el inicio de su vida, tanto personal como deportiva. La joven atleta todavía tiene muchos años por delante para seguir creciendo y superándose. Muchos años más para continuar inspirando a los niños y niñas panameños, para que ellos también se dediquen a perseguir sus metas, al igual que ella lo está haciendo.

«Difícil no significa imposible, con disciplina y perseverancia puedes cumplir tus sueños», otra reflexión que nos regala Hillary Heron.

Antes de llegar a ser la compositora hispana más influyente del mundo, Erika Ender luchó ocho meses en Miami, Estados Unidos, buscando trabajo. Se quedó con tan solo 13 dólares en su cuenta de ahorros y todas sus tarjetas de crédito estaban bloqueadas.

Antes de que Erika llegara a ser la que escribió éxitos para Daddy Yankee, Luis Fonsi y Gloria Trevi, entre otros artistas famosos, una disquera le dijo que no, que sus canciones eran muy femeninas, como si eso fuera un defecto. Pero como sabemos, nada la detuvo para ser una panameña que triunfa y abre caminos a otros, y que cree en el poder de la música para tocar vidas.

Conocí a Erika cuando fui a uno de sus conciertos sin saber quién era realmente, pero al salir terminé fascinada con la gran persona que es y, sobre todo, con su apoyo a la niñez y juventud de Panamá.

El 21 de diciembre de 1974 nació en el Istmo esta talentosa mujer, que desde pequeña demostró sus aptitudes artísticas. Escribía canciones desde los ocho años. Su sueño a partir de entonces era cantar y componer, anhelo que persiguió sin parar. Como ella bien dice: “Realmente yo estoy haciendo de adulta lo que yo jugaba de niña”.

Cuando cumplió dieciséis años ganó un concurso de poesía intercolegial. Más adelante incursionó como locutora y presentadora de televisión.

Erika nunca dejó de luchar, tampoco de ser humilde. Ella quería ser compositora en “un mundo de hombres”, como ha recordado más de una vez.

Para lograrlo, se mudó a Miami, la ciudad más importante para los artistas latinos, pero estando ahí ocurrió una tragedia: al mes entraron a su casa en Panamá y le robaron todo. Con la mente en positivo lo tomó como una señal de que se había ido al lugar correcto. Empezó a hacer de todo para conseguir dinero, se convirtió en presentadora de Discovery Channel, hizo campañas publicitarias y nunca dejó de escribir canciones que continuó enviando a las disqueras, ocultando que era una mujer quien los había escrito, y cuando el sencillo tenía éxito mostraba su verdadera identidad.

Desde Miami, a finales de los 90 Ender escribió la versión en inglés del éxito “A puro dolor”, de Omar Alfanno, con el que hizo su gran debut dentro de Estados Unidos, en los Billboard americanos, según comentó la propia artista en su cuenta de Instagram. Su historia musical se fue nutriendo y en 2017 nació su colaboración en “Despacito” con Luis Fonsi, sencillo que logró siete certificados Guinness World Records y que llevó a la cantautora a la cúspide.

Actualmente es la mujer hispana más destacada en la industria de la composición y lo dicen todos los premios que ha obtenido. “Yo no hago esto pensando en el negocio, yo hago esto pensando en que una canción tiene la capacidad de tocar millones de vidas, que te den felicidad o te identifiques con ellas, porque la música tiene poder”, dijo una vez.

Erika es filántropa y al no poder tener hijos decidió dejar algo en los demás. Por eso creó Talenpro, un programa en el que usa su poder para promover el talento de los demás y rodearse de jóvenes que considera como sus hijos. 

Esta talentosa y sensible panameña me dejó un mensaje muy motivador: que toda circunstancia o caída tiene un porqué, que hay que sacar de cada vivencia lo positivo, no detenernos ante los obstáculos y nunca olvidar lo que somos y de dónde venimos. Sí, la misma Erika que tras ocho meses en Estados Unidos buscando oportunidades, se quedó con 13 dólares en la cuenta y con las tarjetas topadas.

Petita Escobar Jaramillo. No podemos hablar del folclor de nuestro país sin mencionar este nombre.

Ella fue la pionera de lo que hoy conocemos como el Ballet Folklórico de Panamá y fue una de las artistas que proyectó a nivel internacional nuestras danzas tradicionales. Como educadora, siempre se interesó en el conocimiento, desarrollo y divulgación de la cultura y costumbres istmeñas a través de la expresión artística.

Fue profesora de biología y química, título que obtuvo en la Universidad de Panamá y que desempeñó durante veintinueve años. Pero lo hizo sin abandonar su motivación y manteniendo siempre un interés personal en el folclor, lo que le llevó a prepararse y organizar, en 1949, el primer conjunto típico de Chiriquí en la Escuela de La Concepción. Luego de dos años fundó el conjunto folclórico del Instituto Nacional de Panamá, uno de los que más influencia ha tenido en el país y que aún se mantiene activo.

Exigente en su trabajo y con todo el profesionalismo y la responsabilidad que le caracterizaba al frente del Conjunto Ritmos de Panamá, nació la idea de llevar nuestros bailes tradicionales a grandes escenarios introduciendo técnicas como el ballet y la danza moderna, así como otros estilos musicales. Entonces, cambió el nombre de la agrupación a Ballet Folclórico Ritmos de Panamá, considerado por decreto presidencial como la agrupación folclórica oficial del Estado panameño.

En 1968 se modifica el nombre al de Ballet Folklórico Nacional, y con eso vino una intensa agenda fuera del país. Incluyó bailes como el ritual chamánico, el reto de zapateadores y el gallo y la gallina, siendo este última uno de las más emblemáticos. Las técnicas de danza moderna se hacen presente en bailes como el candombe de los negros cimarrones, el zaracundé y la danza de balsería.

Petita trataba de contar una historia en cada número, y se convirtió probablemente en la primera coreógrafa folclórica inédita del país.

Su intenso trabajo fue mermando y sus apariciones disminuyeron a causa de la diabetes. A pesar de todas las dificultades que enfrentó debido a su enfermedad, mostró hasta el día de su muerte (el 5 de agosto de 1994) amor por lo que hacía. Petita Escobar Jaramillo dejó una huella imborrable en el folclor nacional.

Durante años ha habido discriminación y desigualdad de género. Es un hecho que antes las personas no creían en una mujer líder o en una ocupando y realizando las mismas tareas laborales que históricamente realizaba el hombre. Pero, el domingo 2 de mayo de 1999, una dama ganó las elecciones presidenciales en Panamá. Su nombre: Mireya Moscoso.

Mireya nació el 1 de julio de 1946 en Pedasí, provincia de Los Santos. A los dieciocho años se casó con el médico, diplomático y político panameño Arnulfo Arias Madrid, quien por entonces tenía 63 y llegó a ser tres veces presidente del Istmo (en 1940, 1949 y 1968). Moscoso comenzó su carrera política en 1964, con la campaña de la última presidencia de su esposo.

Después de que Arnulfo Arias falleciera, en Estados Unidos, Mireya fue nombrada su heredera política y así decidió participar en las elecciones presidenciales de 1994, en la que salió victorioso Ernesto Pérez Balladares. Esta derrota significaría el inicio para ella: regresó al campo y agradeció a todos los que la ayudaron en su primer intento. Comenzó su proceso de reorganización y maximizó sus esfuerzos para conseguir la anhelada victoria.  

Y en 1999 lo consiguió. El 42% de los votantes la apoyó. Esta hazaña la convirtió en la primera —y hasta ahora única— presidenta del país.

«Aspiro a que más mujeres se atrevan a correr y que se apoyen las unas a las otras, que no se descalifiquen y que sean sus mejores aliadas, algo que no recibí durante mi inicio en la política», mencionó en una ocasión la expresidenta.

Pero no piensen que todo le fue fácil. Moscoso reconoce regularmente en entrevistas que ganarse el respeto de los ciudadanos fue un trabajo complicado. En comparación con un hombre, las mujeres, incluyéndola, tienen que esforzarse el doble o hasta el triple para prosperar.

«Las barreras nunca me detuvieron, me atreví a correr a un puesto político y sabía que tendría que lidiar con muchos aspectos negativos, así como ataques injustos y machistas. Creo que lo más importante es nunca ver una barrera al frente, sino superarla y enfocarse», indicó una vez.

En su gobierno, Mireya Moscoso construyó un museo para niños en la ciudad capital, reconstruyó y equipó el Hospital Santo Tomás, que hoy en día es uno de los principales centros de salud pública del país, así como el Hospital José Domingo de Obaldía, moderno nosocomio ubicado en la provincia de Chiriquí.

Sin duda, Mireya Moscoso es una inspiración para nuestra sociedad y es digno ejemplo de todo lo que puede llegar a ser una mujer.

 

Esta es la historia de la panameña más influyente de todo el siglo XX: Reina Torrez de Araúz, la antropóloga que creó la mayor parte de los museos que existen en Panamá y que defendió hasta el último de sus días nuestro derecho a ver y entender nuestro pasado.

Comenzó su vida laboral con solo veintidós años, al regresar de Argentina con una licenciatura en Antropología, profesorado en Historia y un certificado de Técnico en Museos por la Universidad de Buenos Aires, en 1955. Su primer trabajo como antropóloga fue en el Instituto Indigenista Americano, en 1957. Se concentró en el estudio de las características de los pueblos indígenas panameños en su propio ambiente, mediante visitas de campo a selvas y serranías de Panamá. Este trabajo teórico y de investigación documental le ayudó a realizar un registro fotográfico y detallado de la cultura de estos grupos.

“América indígena”, su primer ensayo sobre los indígenas chocoes del Darién, fue publicado en 1958 y le abrió el camino a su primera participación en foros científicos internacionales durante el XXXIII Congreso de Americanistas, en Costa Rica.

La meta era “estudiar con detenimiento a los gunas continentales, observar la dispersión de los chocoes y calibrar el empuje de los colonos chiricanos y azuerenses ante la pasividad del grupo afro de histórica estirpe”, dijo al momento de organizar una expedición al Tapón del Darién junto a investigadores de la National Geographic, cuando en aquel entonces se demostraría que era posible atravesar la selva en un vehículo a motor. Reina llevó a cabo la gira junto a su esposo, el profesor Amado Araúz, con quien tuvo tres hijos.

Tras la travesía fundó el Centro de Investigación Antropológicas de la Universidad de Panamá, con el propósito de realizar estudios en todos los campos posibles de la ciencia humana. Para 1965 creó dos cátedras en la casa de estudios superiores, Prehistoria de Panamá y Etnografía de Panamá, pues la pionera quería que los estudiantes conocieran la diversidad étnica del Istmo.

Cinco años más tarde es nombrada directora del Museo Nacional de Panamá y encargada de la Dirección de Patrimonio Histórico del entonces Instituto Nacional de Cultura. Por su trayectoria como docente, en 1974 se convirtió en la primera mujer panameña en ser formalmente miembro de número de la Academia Panameña de Historia.

Reina Torres fundó el Museo del Hombre Panameño, que años más tarde sería reubicado en la Plaza 5 de Mayo y renombrado Museo Antropológico Reina Torres de Araúz, en su honor. Además, impulsó la creación de espacios culturales como el Museo del Parque Arqueológico El Caño, el Museo de la Nacionalidad, el Museo de Arte Religioso Colonial, el Museo Afroantillano de Panamá, el Museo de Ciencias Naturales y el Museo de Historia de Panamá.

También luchó por preservar y rescatar las piezas históricas panameñas. Así, cuando en 1979 (tras dos años de la firma de los Tratados Torrijos-Carter) el gobernador de la Zona del Canal de Panamá, Harold Parfitt, retiró la locomotora 299 del primer ferrocarril transcontinental para enviarla a un museo industrial en Nueva Jersey (Estados Unidos), Torres estuvo en desacuerdo, pues esta había sido incluida previamente dentro del patrimonio histórico nacional. Indignada, describió la acción como «una negación efectiva a las declaraciones conjuntas de ratificación de la soberanía total panameña».

A principios de la década de 1980 su vida dio un giro drástico. Su primogénito Oscar, de veintitrés años, fue operado de apendicitis aguda y más tarde le diagnosticaron un cáncer en estado avanzado. Días después a ella le descubrieron cáncer de seno. Su hijo falleció mientras ella estaba bajo los efectos de la primera dosis de quimioterapia.

A pesar de todo, Reina continuó escribiendo su noveno libro, “La colonia escocesa en Darién”, y siguió con las gestiones por regresar a Panamá algunos bienes patrimoniales que se encontraban en el extranjero.

El 26 de febrero de 1982, a la edad de 49 años, la doctora Reina Cristina Torres de Araúz dejó este mundo. Ahora su cuerpo descansa en paz en el Museo del Hombre Panameño. La revista National Geographic la agregó como “una de las 20 mujeres más importantes”. Por eso, y otras razones, ella es una de las féminas que cambiaron la historia.

Colón, la Tacita de Oro, 1932. En la ciudad de una fuerte presencia estadounidense, Irma Matilde Villalobos juega con sus amigas después de las clases. Al cabo de un rato, vuelve a su casa, la número 25 de la calle Quinta, para encontrarse con una de las tragedias que marcaría su vida: su mamá murió de un derrame cerebral. Eso resume su infancia: unos días alegres y otros no tanto. 

Irma es mi abuela. Ojos azules, piel blanca, cabello corto, dorado como el oro. Lee el diario La Prensa todas las mañanas y me llama siempre. “¡Ani, Ani!”, vocifera y constantemente tiene una historia que contar. “La ciudad se sentía como una familia, un club, todos se conocían”, me dice mi abuela sobre el orgullo de ser colonense. Ella, toda su vida extremadamente sociable, salía con sus amigas a jugar tenis y nadar en la piscina en el Hotel Washington. 

Antón, provincia de Coclé. Se conocen dos personas en una procesión del Cristo Negro de Esquipulas, encuentro que cambiará sus vidas por completo. “¡Nos echó macuá!”, dice mi abuela. Se ríe: En otras palabras, la hechizaron, recuerda. ¿Quién? Mi abuelo. Ella ya le había puesto el ojo a este caballero muy elegante gracias a su hermano, Jorge, pues los dos eran compañeros de baloncesto. Tras enamorarse, en 1956 se casaron y tuvieron tres hijos, Ricky, Julio y Ana Matilde. 

Mi abuela también tuvo muchos logros profesionales por su perfecto inglés, que aprendió en el Colegio Saint Mary. “Me preparó de punta a punta”, destaca sobre su escuela. Pudo trabajar en el Canal de Panamá apenas salió de la secundaria. 

Más adelante en su carrera, fue una de las primeras mujeres en el puesto de supervisora de las esclusas. “Hacía turno nocturno con los obreros. ¡Ufff! Hasta trabajaba catorce horas seguidas como si nada, feliz”, comenta. En su empleo hizo muchas amistades y mantenía muy buenas relaciones con todos los compañeros. Gracias a su talento, se ganó una beca para estudiar en Chicago, Estados Unidos, y pudo capacitarse aún más en su área. 

Cuando se jubiló, tuvo que ser recontratada por sus capacidades y conocimientos, porque no podían encontrar a una persona con el nivel de experiencia de ella. También fue integrante de diversos clubes sociales de ayuda social, que hasta el día de hoy se mantienen en contacto, como el Club de Jardinería de Las Cumbres, La Medalla Milagrosa y La Asociación de Esposas de Ingenieros del Canal. “Algunas veces hacíamos bazares con el fin de recolectar ropa, íbamos a iglesias en El Chorrillo para donar recursos a las monjas que cuidaban de los niños, también organizábamos bingos y desfiles de sombreros para recaudar fondos”, comparte. 

No puedo dejar aparte su pasión por las artes escénicas, un amor que transmitió a su familia. Con mi abuelo y otras personas fundó el Teatro en Círculo, que hasta el día de hoy está en pie en la ciudad capital. En esta sala tengo hermosos recuerdos de ver obras con mi familia, asistir a ensayos de los montajes e ir a ver la acción tras los bastidores. Después de las funciones, felicitar a los actores y conocerlos.

Este perfil no resume ni una mitad de todas las anécdotas que mi abuela tiene para contar. Pero les pude dar una introducción de su noble, inspiradora y valiente historia. 

Para Pita.

De parte de tu nieta, Ana Lucía.

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Hace mucho tiempo existía un famoso juego infantil llamado “cocinaíto”, un entretenimiento típico panameño que era la adoración de todas las niñas. Podías jugarlo todos los días sin importar si era de mañana o de noche. Era la diversión perfecta para sacar la creatividad culinaria desde temprana edad. Y así fue para Cuquita Arias de Calvo, quien a través del mismo recordaba toda la alegría que sentía en su hogar cada vez que la madre cocinaba para la familia.

Su mamá preparaba los platillos con la nana, convertía la cocina en una fiesta y siempre se gozaba en ella. Todos los días había manjares variados y exquisitos, una satisfacción para el paladar. Alimentos al estilo panameño, pero con un toque especial cubano, pues la madre era originaria de la isla caribeña. Todo lo que vivió Cuquita de niña le ayudó a crecer en ese amor incondicional que tiene por la gastronomía. 

Pasó la secundaria en Nueva York (Estados Unidos), y en París (Francia) estuvo en un finishing school, donde las jóvenes aprendían las gracias sociales y se preparaban para su entrada en la sociedad. 

Volvió a Panamá decidida a que por un tiempo trabajaría dando clases de cocina para niños. Cuquita no había estudiado para este oficio, pero la vida le había enseñado todo lo que necesitaba saber para hacer lo que disfrutaba. Y así fue mostrando a otros el arte culinario y la manera en la cual se puede ser muy creativo con ella. 

En un punto de su vida tuvo la idea de emprender con una amiga. Empezaron con algo pequeño, vendían mermeladas y otros productos y terminaron con un restaurante catering llamado Golosinas. Aunque ese establecimiento tuvo sus pros y contras, Cuquita siempre lo disfrutó.

Con los frutos de su negocio, hizo un paréntesis y fue una de las responsables de Nutre Hogar, fundación que brinda alimento a niños desnutridos de bajos recursos económicos alrededor del país. Un proyecto que la enorgullece, ya que ayudar a otros es algo que le encanta y es mucho mejor cuando es a través de lo que más le gusta hacer. 

Con el paso de los años, Cuquita empezó a ser un icono muy popular en Panamá. Su pasión, cariño y creatividad atraía a muchos extranjeros a probar nuestra gastronomía. Además, con las invitaciones que recibía para trabajar en proyectos fuera del país, contribuía a que la cultura panameña se expandiera a través del mundo. 

Vivió unos años en Nueva York con su familia, donde era reconocida de una manera singular. Cada vez que en el piso de su apartamento olía a comida, era porque Cuquita había llegado. Sus vecinos le preguntaban lo mismo de siempre: «¿Cuándo iba a ser el momento en el que les enseñaría a cocinar?». Eso fue algo que la inspiró a escribir su primer libro de cocina: Panamá en su salsa.

Tras ese título salieron varios más, donde uno de ellos fue Panamá Chombo Style, obra que ganó el premio al mejor libro de cocina africana publicado fuera del continente africano, en los International Gourmand Cookbook Awards. 

Cuando Cuquita pensaba que no le podría ir mejor en su vida de chef, mientras trabajaba en el Hotel Bristol, alguien le propuso cocinar para el papa Francisco durante su visita a Panamá, en el 2019. La mujer se había emocionado mucho con este ofrecimiento; a pesar de haber preparado sus platillos a príncipes y presidentes, siempre había deseado hacerlo para el sumo pontífice. Al lograrlo, sintió que había cumplido un anhelo. “Tengo dos sueños: uno cocinarle a usted, el otro, darle un abrazo”, palabras que dijo al santo padre al conocerlo. Para ella fue una experiencia totalmente maravillosa e irrepetible que guardará con cariño en su corazón, según ha expresado.

Leticia Mercedes de la Caridad del Cobre es el nombre completo de esta mujer que hoy en día sigue inspirando a muchos.

“Cuando verdaderamente tienes pasión por lo que haces, nunca te vas a cansar, y esa pasión siempre está viva en ti”, opina Cuquita.