“La mejor vida no es la más duradera, sino aquella que está repleta de buenas acciones”. Esta frase de Marie Curie sin dudas destaca a mi abuela Perla Cattan de Attia, pues su amor por el prójimo era inigualable.

Nació en la ciudad de Panamá, en una familia muy trabajadora. Se crio en la ciudad junto a sus padres Sara y Salvador Cattan. Cursó la primaria en el Colegio María Inmaculada y la secundaria en el Instituto Alberto Einstein, siendo una de las primeras promociones de aquella escuela. Su mamá nació en David, provincia de Chiriquí, una persona que amaba a su tierra y forjó en los suyos un sentimiento de “patriotismo familiar”. 

Luego de graduarse de secundaria, Perla conoció a Víctor Attia y unieron lazos matrimoniales. Él nació en la provincia de Colón y, al comprometerse con mi abuela, se mudaron para allá. Mi abuelo fue uno de los primeros en iniciar el negocio de vender ropa en la Zona Libre de Colón, en la tienda llamada Cohen y Attia.

Mi abuela participó en muchas de las colectas de parte de la comunidad judía que se enviaban a aquellas personas necesitadas de la provincia caribeña y todo el país. Su intención era vivir en la ciudad de Panamá, no solo porque su familia habitaba ahí, sino porque quería una mejor educación para sus hijos.

En el año 2003, la señora Perla se convierte en la presidenta del departamento de donaciones de la comunidad Shevet Ahim, llamado Wizo. Cuentan mis padres que estaba muy preocupada, nunca descansaba hasta saber que todas las donaciones eran exitosamente recibidas. Realizó acciones que parecían imposibles, con tremenda humildad, nunca revelando datos personales de los necesitados.

Una de las cosas que hizo fue ir de local en local en las empresas de la Zona Libre de Colón para conseguir donaciones con el fin de construir una escuela en Israel. Asimismo, apoyó en las causas de lo más necesitados de la población y aportó donativos al Hospital del Niño y al Instituto Oncológico Nacional, donde iba a entregar los presentes y además compartía con las personas sus penas, tristezas y daba aliento a los pacientes.

En marzo de 2009, a sus 59 años de edad, se empezó a sentir mal, una afección que probablemente apuntaba al bazo; la familia estaba muy preocupada. Ella era una mujer luchadora y, al preguntarle su
estado, solo respondía: “Yo estoy bien. ¿Cómo están mis nietos y familiares?”. Los doctores no determinaron el problema a tiempo, cuando descubrieron de qué se trataba, ya era tarde.

En abril del 2009 mi abuela falleció, dejando un vacío muy grande en nuestra familia y en nuestra comunidad. Doña Perla siempre decía: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”,  frase muy conocida en la Biblia, y no me cabe la menor duda de que la cumplió al máximo.

Tuve el honor de conocer a mi abuela por tres años. Quizás no me acuerde de mucho, pero las enseñanzas que me cuentan de ella me dejan sin palabras.

A nivel comunitario fue reconocida con una placa en homenaje a los “pilares de nuestra comunidad”. Esta distinción fue dada a mi abuelo, a quien también admiro y respeto, en el Centro Cultural Hebreo de la comunidad Shevet Ahim, en el año 2013. Para ese entonces, mi abuela tenía cuatro años de fallecida.

Quiero finalizar este escrito instando a las personas a seguir este camino, a preocuparse por el prójimo y mantener siempre la humildad, sin importar la situación en la que se encuentren.