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Cuando mencionaron mujeres que inspiran, una de las primeras que se me vino a la mente fue la hija de Michael Jackson y Debby Rowe, una gran influencia para mí, ya que a pesar de haber pasado por una fuerte depresión en la que creía que su vida no tenía ningún sentido, pudo salir adelante y mantenerse firme.

Paris Michael Katherine Jackson nació el 3 de abril de 1998 en California, Estados Unidos. Su vida siempre estuvo en el ojo público, incluso antes de nacer, pero esto no fue impedimento para que tuviera una infancia convencional mientras vivía con su famoso padre, uno de los artistas más influyentes y exitosos del siglo XX, considerado como el Rey del Pop. Paris no tuvo ningún contacto con su madre por más de una década, ya que Debby decidió renunciar a la custodia de sus dos hijos, Prince y Paris, después de haber manifestado que había engendrado solo para que Michael se convirtiera en padre y que el título de madre se ganaba, pero ella no había hecho nada para ello.

Vivió la mayor parte de su infancia en el rancho de su padre, Neverlad, junto a su hermano mayor Prince Joseph Jackson Jr. y su hermano menor Prince Michael Jackson ll, nacido mediante un vientre de alquiler.

Cuando Paris y sus hermanos pequeños salían a la calle con su padre, utilizaban diferentes máscaras para ocultar su rostro de la prensa, era la única forma en la que no los reconocieran; pero esto hacía que la niña se sintiera confundida, no entendía por qué debía usarlas.

El 25 de junio de 2009 fallece Michael Jackson a causa de una sobredosis de propofol, medicamento que utilizaba para tratar su insomnio, dejando un gran vacío en la familia Jackson y en todo el mundo. Al ser tan unida a su padre, Paris nunca se recuperó completamente de su pérdida, aseguró en una entrevista para Rolling Stone que, si ya había perdido lo más importante en su vida, podría sobrellevar cualquier cosa mala que le pasara.

Luego de estos sucesos, se mudó junto con sus hermanos a la casa de su abuela Katherine Jackson. Había dicho que junto a su padre llevaba un estilo de vida muy saludable, pero en la nueva vivienda ya no había reglas, por lo que empezó a subir de peso, situación que al principio no le molestó hasta que un primo la llamó «gorda» y empezó un proceso de autodestrucción.

Paris habló muy poco sobre el tema y confesó haber sido abusada sexualmente durante su adolescencia por un completo desconocido. Además, sentía que no encajaba entre sus compañeros de estudio, ya que estaba recibiendo mucho acoso en Internet por personas que ni siquiera conocía.

Por ese tiempo, la chica atravesó una adicción a las drogas acompañada con una fuerte depresión debido al odio que sentía hacia ella misma; pensaba que no merecía seguir viviendo. La poca estabilidad emocional la llevaría a autolesionarse, al punto de que a la edad de quince ya había intentado suicidarse.

Para tratar de ayudarla, su familia la internó en una escuela terapéutica en Utah. En el documental This is Paris (2020) confesó que allí había sido sometida junto a otros estudiantes a un abuso extensivo que le había dejado estrés postraumático. Relataba haber sido víctima de abuso verbal, sexual y físico.

A pesar de todos los problemas, Paris pudo salir de ese mundo y convertirse en una versión mucho más fuerte, su pasado la ha impulsado a no rendirse y a tener una mejor salud mental. También ha encontrado más alegría y formas de sobrellevarlo como la música, la práctica de afirmaciones y la terapia.

Actualmente, Paris es conocida como cantante, modelo y actriz. En 2017 apareció en la portada de la revista Rolling Stone. También ha mejorado la relación con su madre. Según la revista People, en 2013 se reconciliaron por teléfono, ya que se enteró de que le habían detectado cáncer de mama y decidió apoyarla.

Reveló que no ha sido fácil atravesar por todo ese camino de autoaceptación, debido a que la gente crea rumores falsos sobre ella o su familia. La artista se ha dedicado a influenciar a las personas en el amor propio y en sentirse cómodas consigo mismas.

Decidí escribir sobre Paris Jackson porque estoy segura de que quienes estén pasando por esta misma lucha se podrán identificar con muchos aspectos de su vida, y este relato puede ser una motivación para no rendirse.

 

 

Un día, viendo las redes sociales, apareció la historia de una mujer que me llamó la atención. Una dama fascinante, que me transmitió admiración por su belleza exterior y su humildad y que luchó para mostrarse como realmente era…

¿Pero quién es esa mujer sobresaliente que conmovió a muchos corazones como el mío? Es Diana Frances Spencer, conocida como Lady Di.

Diana nació el 1 de julio de 1961 en Sandringham, Reino Unido, siendo la hija menor de lord Spencer y de lady Frances Roche.

Desde su timidez, siempre buscó los colores del arcoíris hasta lograr el brillo personal que tenía dentro. Demostró que nunca hay que rendirse, que aunque la vida nos presente momentos difíciles, siempre hay una oportunidad de cambiar. Así lo hizo ella, a través de sus obras de caridad, del impacto en el ámbito social, pero, sobre todo, en su vida personal. Sus acciones han transcendido en el tiempo y la geografía, ya que son vistos como ejemplos alrededor del mundo.

Evidenció que una princesa puede llorar, reír a carcajadas y disfrutar de un día con sus hijos y con los demás, sin distinción alguna.

A los dieciséis años conoció el amor de su vida, el príncipe Carlos, y despertó la simpatía de los británicos por su belleza. No se esperaban todo lo que llegó a construir esta princesa con el amor.

Lady Di se mostraba como una madre cariñosa e involucrada en la crianza de sus hijos, los príncipes William y Harry. Admiro la educación y los valores humanistas que les enseñó, realizaba junto a ellos actividades que no eran típicas de la monarquía, con la firme determinación de que tuvieran una infancia normal. Les inculcó obligaciones, los llevaba a centros de tratamiento para enfermos y albergues para necesitados para que conocieran de cerca la situación de las personas sin recursos; y también se divertían como una familia convencional. 

Me sorprende su faceta solidaria, a través del activismo; su carisma y sencillez, sumado a su glamur, porque nunca dejó de ser ella misma. Uno de sus últimos compromisos fue el apoyo a la erradicación de las minas antipersonas, campaña internacional que obtuvo el Premio Nobel de la Paz, en 1997.

El 31 de agosto de 1997 el mundo tuvo que decir adiós precipitadamente a Lady Dy, una mujer que, con tan solo 36 años, había conquistado los corazones de todos gracias a una solidaridad sin precedentes en un miembro de la casa real.

La princesa Diana sigue siendo admirada y recordada como la Princesa del Pueblo, un ejemplo que debemos seguir.

¿Sabemos escuchar a los demás? ¿Qué pasa cuando algún familiar nos desea contar de su vida? Cuando prestamos atención, siempre podemos aprender algo, por eso, les quiero compartir la historia de mi madre, que me dejó mucho en qué pensar.

Era otro día más en el departamento de San Vicente, en El Salvador; pero no uno cualquiera para la familia Andrade Durán: el 30 de agosto de 1973 nació la nueva integrante de la familia, mi madre Dora María, quien creció en el pueblo de Santa Clara. Pasó nueve años de su infancia en su queridísimo San Vicente, pero, debido a la situación que afrontaba el país debido al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (o guerrilla FMLN), ella y su familia de siete, compuesta por su abuela, su madre, su hermana mayor y sus tres hermanos mayores tuvieron que mudarse a la capital, San Salvador. Allí residieron por tres años.

Después se fueron al departamento de Sonsonate, donde creció y a los diecisiete años decidió estudiar bachillerato en uno de los colegios que tiene este bonito departamento. Se graduó en 1992 como parte de la promoción de Salud del Colegio Centro América.

En 1993 ingresó a la Universidad Nacional de El Salvador para estudiar su licenciatura en Fisioterapia y Terapia Ocupacional. Le pregunté por qué le llamó la atención esa profesión y me contó que se sintió inspirada por el caso de su amado sobrinito: el niño tenía cáncer de encéfalo, el cual le llegó a provocar una parálisis facial; ella recordaba las terapias que el pequeño recibía y, lo que más la impresionó fue que su carita volvió a su estado normal. Lastimosamente, el pequeño no pudo con su enfermedad.

En el 2000 se graduó y al año siguiente se casó con su actual compañero de vida, Henry Joaquín Martínez Lobo. Dos años más tarde tuvieron un par de gemelos. Siete años después, en 2009, se unió una integrante más a esta familia.

Todo iba muy bien en el hogar; incluso, en diciembre de 2019 la familia realizó un viaje de una semana a Houston, Texas. Una bonita experiencia.

Sin embargo, a inicios de 2020 Dora María recibió una lamentable noticia: padecía de cáncer de mama. El 15 de febrero se operó y afortunadamente los doctores no consideraron necesario amputarle el seno. Durante todo ese año se sometió a radioterapias y quimioterapias hasta que le notificaron que ya estaba recuperada.

En 2021 le detectaron cálculos en la vesícula. La operaron, pero, por una mala praxis, se le notaba un terrible cambio físico: durante cinco días su piel lucía muy amarillenta y su estómago demasiado inflamado. Los especialistas decían que eran parte de los efectos secundarios de la operación, que se le quitarían con el tiempo, y le recomendaron que tomara medicinas para el dolor. Terminaron internándola en el Hospital Militar, la intervinieron de emergencia, la recuperación parecía exitosa, pero todo se complicó: se le bajó la presión arterial y no dormía lo suficiente, por lo que sus órganos no respondían adecuadamente; también corría el riesgo de sufrir un paro cerebral o respiratorio. Ante la situación, los médicos decidieron inducirle un coma.

Mi mami expresó cómo se sintió en ese estado: “Veía lugares tan preciosos, eran unos bellos jardines, podía percibir aromas de comida y de las flores, escuchar riachuelos y las olas del mar. Son sueños de los que no deseas despertar”. Es curioso, pero cuando abrió sus ojos, de lo primero que se acordó fue de mi gato.

Dora María pasó por tantas cosas difíciles y demostró ser una mujer muy fuerte. Actualmente, sigue batallando con las enfermedades, pero se mantiene positiva. Esta historia la había oído muchas veces, pero cuando le pregunté y la escuché, pude ver la expresión de sus ojos y entendí que puedo aprender mucho de su pasado, presente y futuro.

             

El 18 de febrero de 2018 recuerdo ver a mi padre en el borde de mi cama mientras me despertaba. Me miró y con sus ojos llorosos mencionó las palabras: “Ella falleció”. Tengo pocas imágenes de mi infancia, pero a ella la recuerdo muy bien, su nombre era Teresa de Jesús Lara, conocida como Margot y nació el 29 de septiembre de 1950. Era alguien muy cercano a mi familia.

La madre de Margot trabajaba en una casa donde su jefa siempre pasaba tiempo con la niña, hasta que un día dijo que se iría. Cleren, la dueña de la vivienda le pidió que le dejara a la niña, ya que ella pasaba vagando por las calles, y así estaría mejor la pequeña. Entonces, Margot fue adoptada por aquella mujer, y llegó a ganarse su cariño.

Pero nada es color de rosas, Cleren enfermó y al poco tiempo falleció. El padre adoptivo tenía otra familia, y de esa otra relación con su esposa había nacido una hija un año mayor que Margot. Tras la muerte de su amante, decidió llevar a la huérfana a su otro hogar, ya que no podía cuidarla debido a su trabajo. Allá no fue recibida con los brazos abiertos, la nueva madrastra incluso hizo que su hija pensara que la niña era la culpable del abandono y la infidelidad del padre, haciendo que Margot se ganara el odio de su hermanastra.

Cuando iba creciendo, Margot desarrolló un gusto por la costura, el bordado, la pintura y el dibujo. Así nació su deseo de ser modista y llegar a ser muy reconocida, que todos adoraran su trabajo y que al verlo sintieran admiración. Esto la motivó a hacer talleres de confección para personas de bajos recursos, ayudándolas a que siguieran adelante y cumplieran sus sueños.

A los veintidós años quedó embarazada de un hombre que, al enterarse, la dejó. Su padre la echó de la casa y ella quedó devastada, pero encontró fuerzas en su hijo, quería que no le faltara nada. Al ver esta situación, su hermanastra la acogió en su casa, pero no era más que una sirvienta, hacía la limpieza y cuidaba de sus dos sobrinos, su pago era vivir con su pequeño bajo ese techo. Allí crio a los tres niños, que eran muy unidos, no obstante, esa conexión acabó un día. El hijo de Margot contrajo matrimonio e hizo a un lado a su madre y a su familia, influenciado por su esposa.

Margot idealizó a un hijo perfecto y amoroso, pero esto nunca fue así, el joven la rechazó y nunca estuvo para ella, ni en su sufrimiento de muerte.

Aún recuerdo que cuando era pequeña hice muchas cosas con ella, me mostró sus obras y cómo las hacía, también las veces que me sacaba para ir a posadas. Incluso se me viene a la mente lo que no me gustaba de ella: antes de entrar a su casa me preguntaba una tabla de multiplicar, y si la respondía bien podía pintar a su lado. El amor al arte es un gusto que adquirí con ella y lo sigo practicando en su memoria.

Cuando yo tenía ocho años, a ella le comenzó un dolor en el estómago, pero era algo pasajero, o eso pensó, hasta que las molestias se hicieron más fuertes. Su sobrino mayor habló con una doctora, una amiga de su tía, quien le diagnosticó cáncer, pero él no quería que ella supiera para que siguiera siendo fuerte. Le dijo que era una simple bacteria en el intestino y Margot recuperó sus fuerzas; sin embargo, con el tiempo la combatió la enfermedad. Falleció el 18 de febrero de 2018, a sus 72 años.

Su hijo llegó a su entierro, pero ¿para qué? Se notaba que solo estaba ahí por compromiso. Todos los demás, amigos, familiares y gente que ella había ayudado se compadecieron de ver a una mujer tan buena en una tumba con flores blancas.

Parece un final triste, pero no lo es. Margot puedo cumplir su anhelo: hacer que las personas adoraran su arte. Alcaldías, iglesias y gente de otros países han querido tener su trabajo. Las personas que la conocían siguen recordándola al decorar la cuadra donde viven, ya que ella implementó esta tradición como una forma de unión. La gran mayoría siempre pensaremos en esta mujer como alguien que nuca se rindió, que siempre estuvo feliz y, por mi parte, lo haré con admiración y felicidad, ya que me inspiró a querer ser como ella. Esta crónica es un regalo en su memoria.

Pienso en ella, en su forma de ser y en toda la admiración que se ganó tanto con los más pequeños como con los más grandes. Cuando pidieron escribir sobre una mujer inspiradora, desde el principio supe que tenía que ser sobre ella, darle las gracias por todo lo que hizo por mí y mostrar un poco de su
vida…


Nacida en Sonsonate, el 29 de abril de 1931, es mi mayor motivación en el ámbito del estudio. Me refiero a Elba Graciela González de Barrientos, mi abuela, llamada cariñosamente por muchos como la Niña Elbita. Hija de María Esther Herrera de González y José Miguel González, tuvo cinco hermanos, cuatro mujeres y un hombre.

Mujer luchadora, educadora, esposa, madre y abuela que será recordada por muchos. Docente de primer ciclo, laboró en diferentes instituciones educativas de Sonsonate, entre ellas la escuela de varones de San Julián, el Centro Escolar Salvador Díaz Roa, el Centro Escolar República de Haití y el Colegio La Santísima Trinidad.

Me siento muy afortunada de haber tenido su apoyo en mi aprendizaje. Si no me quedaba algo claro sobre mi tarea, tenía esa ventaja sobre los demás, ya que, por sus habilidades como docente, sabía cómo explicarme de la manera más cariñosa posible. Uno de los recuerdos que siempre quedará marcado en mi corazón era cuando me decía que, una vez tuviera mis calificaciones, se las llevara para premiar mi rendimiento académico, dándome dinero como recompensa a mi esfuerzo.


Compartió su vida durante 48 años con el también docente Rafael Antonio Barrientos Marticorena, procreando dos hijas, María de Lourdes y Carolina Antonieta. También fue la mejor abuela que sus nietos, Fernando Valle y Elsie Carrillo, hayan podido tener.


En su juventud vivía con sus padres y sus hermanos en el barrio El Ángel, ahí creció y asistió a la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles, donde se formó como ferviente católica, dejándome como herencia este amor por las las tradiciones religiosas. Al unir su vida con Rafael vivió en la colonia H. de Sola y finalmente adquirieron su casa propia en la colonia Aida, donde transcurrió el resto de su vida, la de sus hijas y sus nietos.

Amante de las costumbres sonsonatecas, una de ellas la Semana Santa, y fiel devota de Jesús
Nazareno y la Virgen María. Le encantaba pasar tiempo con su familia y se entretenía cuidando de sus perritos.

Pero su refugio era su hermoso y pequeño jardín, que contenía una variedad de plantas, algunas adquiridas con su dinero y otras obsequiadas por sus hermanas Vina y Gloria, quienes sabían de su afición. Tenía jacintos, su hermosa sábila, una deliciosa parra de lorocos, la olorosa mata de orégano y su amada rosa; pero había una con la que tenía una conexión muy especial y que era su favorita, su bella y preciada pascua.


A finales de julio del 2016 una parte de ella se fue a un viaje sin retorno, el corazón de su amado esposo dejó de latir a causa de un infarto. Esta pérdida fue inesperada para toda la familia, pero más para ella, y sus mayores apoyos fueron sus hijas y sus nietos. Después de este suceso, la Niña Elbita encontró calma en su colorido vergel, pero poco a poco fue perdiendo las capacidades para poder cuidarlo.

Debido a su delicado estado de salud, y por estar pendiente de ella, nadie tuvo el tiempo para atender aquel edén y poco a poco se fue marchitando, resintiendo la ausencia de quien con tanto amor lo había conservado.


Un día después del Día del Maestro de 2018, el cielo se tornó de color gris, la señora Elba partió a reunirse con su amado esposo a un lugar de descanso, y estoy segura de que ellos dos nos cuidan desde las estrellas.

De todas las plantas en el jardín, solo una había logrado sobrevivir a esta gran batalla, su pascua; sin embargo, ese 23 de junio, su rojiza flor se marchitó como si hubiera decidido acompañar a su amiga a ese viaje a la eternidad.

El 31 de diciembre de 1963, en Santa Ana, nació Andrea de los Ángeles Grande, mujer luchadora cuya madre fue su gran ejemplo.

Estudió en varias instituciones, entre ellas el Colegio San Vicente de Paúl y el Colegio San Antonio. Cuando estaba cursando sexto grado su padre abandonó el hogar, entonces la niña y su mamá tuvieron que irse a vivir a El Congo, Santa Ana.

Al poco tiempo se mudaron a Sonsonate y luego al municipio de Sonzacate. En octavo grado se vio obligada a dejar sus estudios y ayudar a su madre y su hermana menor, Carmen Elena.

A los diecinueve años conoció a José María Lobo Vega, con quien tuvo dos hijos, José María Lobo Grande y Rafael Humberto Lobo Grande. Lastimosamente, la pareja se separó.

Cuando su primogénito tenía seis años, Andrea tomó una decisión muy importante: junto a sus hijos emigró a Guatemala donde vivieron por un tiempo, a los años se fueron a vivir a México y allí permanecen en la actualidad.

En 2014 su lucha se convirtió en un lazo rosa, pues le detectaron cáncer de mama. No sólo su cabello empezó a caer, sino también el ánimo; pero sus hijos demostraron gran amor y empatía hacia ella al pelarse la cabeza, para hacerle sentir que no estaba sola.

En todo este largo y duro proceso tuvo una operación para extirparle el cáncer y perdió un seno. Fue duro, pero era apenas el comienzo. Luego de las quimioterapias fue dada de alta.

Con el tiempo le dieron una grandiosa noticia: había vencido al cáncer después de largos meses que se sentían eternos. Sus cuidados, sufrimiento, sacrificios y esfuerzos habían dado su fruto.

Pero, en el año 2015 le hicieron una cirugía en uno de sus ojos, producto de la cual quedó ciega temporalmente. Con ayuda de los médicos pudo recuperar nuevamente su visión.

Andrea ha podido sobrellevar todos los obstáculos, siendo marcada por el cáncer. Es una heroína, no usa capa ni tiene superpoderes, ella lleva un lazo rosa y una gran sonrisa. Sin duda alguna sus luchas la han convertido en la mujer que es ahora, fuerte e inspiradora.

Me enorgullece decir que a mi corta edad he podido convivir con esta grandiosa mujer y no cabe duda alguna de que es un gran ejemplo para seguir, una mujer que inspira.

La realidad nunca fue color de rosa y, si necesitamos contar una historia de valor y firmeza, basta con un simple vistazo a tu alrededor. Si hablamos de mujeres fuertes, no es requisito buscarlas en las noticias o que todos hablen de ellas, ya que el claro ejemplo de fortaleza es a quien llamamos “mamá”.

Aún recuerdo los días en los que, emocionada, iba donde mi madre a pedir que me contara sus anécdotas. Siempre preferí dejar la televisión a un lado y estar en aquel ambiente cálido comiendo galletas mientras la escuchaba.

La noche lluviosa del 19 de septiembre de 1979 vino al mundo una pequeña niña con hermosos ojos color naturaleza, llamada Hazel Magali Zepeda Lara, quien desde muy pequeña tuvo que aprender que la vida no es fácil. A los diez días de nacida, su madre presentó una infección muy peligrosa por su episiotomía, por lo que tuvo que ser ingresada al hospital y dejar sola a la bebé.

En ausencia del padre, quien trabajaba lejos del hogar para llevar pan a la mesa, la recién nacida era cuidada por su madrina, solo por las tardes debido a su trabajo. La bebé se quedaba sola toda la noche en casa, desde las 6:00 p. m. hasta el siguiente mediodía.

A veces la vida te pone obstáculos y no fue la excepción con esta niña, quien a sus tres años vivió su primer sismo. Luego experimentaría tres más. En el de junio de 1982 sufrió varios golpes debido a unas tablas que le dejaron marcas físicas: “Los terremotos son unos de mis grandes miedos, me invaden ataques de pánico que me impiden moverme, y me producían aún más temor cuando tú y tu hermano eran bebés, de no poder reaccionar y que les pasara algo”, comenta mi madre sobre este trauma.

A los diecinueve años la vida le presentó otro obstáculo, tenía que decidir entre su familia o su futuro. Sus padres no la dejaban ir a estudiar a otro lugar y ella se embarcó en la aventura de independizarse. Este nuevo reto tuvo su grado de dificultad, ya que no era fácil mantener un trabajo para subsistir y sacar su carrera. De hecho, se tuvo que cambiar de una ingeniería a una licenciatura por falta de tiempo.

Al final, se vio obligada a dejar sus estudios, a las malas comprendió que sin ayuda no saldría adelante con su carrera. En ese empleo, que ahora recuerda con mucho cariño gracias a sus compañeros, también sufrió acosos y sobreexplotación. “Fue uno de los momentos más lindos, pero a la vez horribles de mi vida. Mis amigas, compañeras y el amor de mi vida hicieron de esa etapa algo maravilloso, pero mis jefes me hacían quedarme hasta tarde trabajando y cuando no había nadie más en la empresa se aprovechaban de mí», revela.

Otra decisión difícil fue dejar su estilo de vida para mudarse de departamento, ya que empezaría otra etapa: se uniría en santo matrimonio con su novio, con quien se conoció desde que tenía dieciséis años. La pareja fue creciendo y madurando. Siete años sembraron su amor hasta el día en que llegaron al altar. Se escucha como un cuento de hadas, ¿cierto? Pero luego vinieron tiempos amargos al enterarse de que había una baja probabilidad de tener hijos. Fueron tres largos años de peleas y lágrimas, ya que el sueño de la mujer con ojos color naturaleza era ser madre. Finalmente, logró quedar embarazada de mí, y siete años después dio a luz a mi hermano.

La vida requiere valor. Si quieren conocer a una mujer fuerte, tal vez solo tienen que decir: “Mamá, ¿podrías contarme tu historia?”.

Ana Isabella González necesitó tres años de esfuerzos para marcar la diferencia dentro de la historia del atletismo salvadoreño. Ha destacado en el deporte desde edad temprana, comenzó primero practicando gimnasia por siete años. Su dedicación le ha permitido alcanzar muchos de sus sueños y aún le faltan muchos más por ser cumplidos. La meta siguiente es participar en los campeonatos mundiales de atletismo.

Isa, como le gusta que le llamen, nació el 19 de mayo del 2005 en la capital de El Salvador. Siempre ha recibido el apoyo de su padre, su fiel entrenador, en cuanto comenzó a manifestar interés y curiosidad por el deporte. También ha encontrado soporte en sus amigos, quienes la acompañan en las prácticas, en las rutinas y en las competiciones.

En un corto tiempo rompió cuatro marcas nacionales. Uno de los récords más importantes que ha logrado ocurrió durante el Campeonato Mayor de El Salvador, cuando obtuvo el récord nacional en salto alto tras imponerse con una gran marca de 1,74 m en la categoría de U18.

Es una atleta imparable, ya que además es suyo el récord nacional de heptatlón, en la categoría de U18, con un impresionante puntaje de 4,025 puntos, hazaña lograda en abril del 2021. Un reto que siempre había anhelado y que la convirtió de inmediato en una campeona regional.

Con tan solo dieciséis años obtuvo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Juveniles llevados a cabo en la vecina Costa Rica. En esta importante gesta logró quedarse con tres medallas gracias a su excelente desempeño.

La rutina de Isa, de 1,62 metros de altura, es entrenar, bajo sol o lluvia, en la pista del Estadio Nacional Jorge Mágico González, de El Salvador, que ha pasado a ser su segundo hogar. Su competencia favorita de todas las que practica es la modalidad de 80 metros con vallas. Todo esto sin descuidar sus estudios, ya que destacar también en el colegio es otra de sus misiones.

Para su entrenador Óscar López, citado por diversos medios de comunicación social salvadoreños, los resultados obtenidos hasta el momento por Isa son el reflejo del enorme talento que tiene; él asegura que la deportista tiene un gran futuro por delante, ya que tiene la versatilidad necesaria para participar en pruebas de 100 metros vallas, salto alto, impulsión de bala, salto largo, jabalina y carreras de 200 y 800 metros. Increíble, ¿verdad?

Con la mirada puesta en seguir superándose, Isa participó con éxito en el torneo de heptatlón en Managua (Nicaragua). Vio esta competición como la ocasión perfecta para medir sus capacidades al lado de otras estrellas de América Latina y, como siempre, nuestra atleta volvió a brillar con luz propia. Como ha dicho en más de una ocasión durante las entrevistas que ha ofrecido: “Nunca es tarde para competir, sino para rendirse”.

Cada día es la oportunidad que tiene Isa para avanzar en su proyecto de dejar una huella dentro del atletismo salvadoreño, y luego obtener un espacio destacado dentro del deporte centroamericano y mundial.

Recuerdo cuando era más pequeña y soñaba con ser presidenta del país. Mi madre me veía con gracia y orgullo ante semejante determinación, por lo que decidió contarme sobre la vida de Prudencia Ayala.

Nació el 28 de abril de 1885 en el pueblo de Sonzacate (El Salvador). Su padre era un indio mexicano (Vicente Chief) y su madre (Aurelia Ayala) fue condecorada como coronela en la lucha de 1894 contra el general Carlos Ezeta, quien llegó al poder vía un golpe militar.

Prudencia aprendió lengua náhuatl de la mano de sus abuelas; además, hablaba y escribía en perfecto castellano. A los diez años se trasladó con su madre a la comunidad de Santa Ana, donde comenzó sus estudios primarios, pero solo logró cursar hasta segundo grado por falta de dinero. Aprendió el oficio de costurera, trabajo que alternaba con su activismo social a favor de los derechos de la mujer.

Cuando tenía catorce años publicó su primer artículo en un periódico. En su texto elaboró una serie de hechos que luego fueron considerados proféticos, como anticipar la caída del káiser Guillermo II de Alemania, el último emperador que tuvo aquel país europeo. Debido a esta premonición recibió el apodo de Sibila Santaneca.

Su ímpetu era enorme. Durante los años 1920 decidió fundar y dirigir Redención Femenina, un periódico que le permitió compartir con los ciudadanos la importancia de proteger al sector femenino, ya que para esos tiempos el rol de la mujer se reducía casi por completo a ser ama de casa.

Esta madre de dos hijos también demostró talento en el plano literario, ya que fue autora de poemas y libros. En su labor creativa promovía la igualdad entre hombres y mujeres, así como el fin de las dictaduras militares y de la intervención militar estadounidense en la región.

En su naturaleza provocadora decidió hacer apariciones públicas usando bastón, un acto que los conservadores de la época vieron como algo ofensivo. “No todos los hombres titulados llevan bastón, yo lo llevaré como insignia de valor en el combate contra los ingratos que adversan mi amor, mi ideal, la vida que llevo”, respondió en una ocasión.

Fue noticia en nuestro país cuando en 1930 anunció su postulación como candidata a la presidencia de El Salvador. Su aspiración fue criticada por un sector de sus contemporáneos hombres. Más de un periódico arremetió contra ella a través de caricaturas y artículos donde la acusaban de loca, fea, analfabeta, bochinchera y marimacha. Claro que también recibió el apoyo de un sector importante del estudiantado y de diarios como La Patria, ya que tenían ideas en común.

En los trece puntos de su plan de gobierno destacaba el sitial en el que deseaba ubicar a la educación pública, así como su apoyo a la clase obrera, al derecho al voto de las mujeres, la no discriminación de los hijos ilegítimos y reducir el consumo del aguardiente en la población. Su candidatura no pudo avanzar hasta las urnas porque la Corte Suprema determinó que las mujeres no tenían derecho a optar por cargos públicos.

Prudencia Ayala murió el 11 de julio de 1936 en San Salvador. Los medios de comunicación social la olvidaron pronto. Hoy día es distinto, ya que más de un grupo defensor de los derechos humanos la ubican como un ejemplo a seguir y utilizan su imagen y nombre como bandera a la hora de luchar por las más importantes reivindicaciones sociales.

Corría el año de 1996 cuando uno de los hijos de Prudencia vio una foto de su madre en una exposición del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), en San Salvador y le compartió al director de este centro cultural que su familia tenía un baúl repleto de escritos y objetos de ella. Esto permitió que el citado museo reconstruyera el legado de la mujer.

El arte también ha facilitado mantenerla presente en nuestro país. Por ejemplo, existe una organización llamada Concertación Feminista de Prudencia Ayala. En marzo de 2009, en el marco del Día de la Mujer, se llevó a escena la obra de teatro Prudencia Ayala en tiempos de brujería y en el 2017 la productora comunitaria de cine San Jacinto realizó el cortometraje Prudencia.

Yo también hago mi humilde aporte para que la memoria de Prudencia Ayala siga activa. Para que mujeres valientes como ella no queden en el olvido. Para que la gente recuerde que el coraje femenino se mantendrá y que nadie tiene derecho a borrarnos de la historia.

En el pueblo Erandique Lempira, el 20 de noviembre 1946, nació María Francisca Aguilar Cáceres, una mujer muy hermosa de cabello largo y ondulado. Hija de Priscila Cáceres y Carlos Aguilar. Su padre nació con el don de adivinar, la gente lo visitaba mucho para que les dijera por qué les robaban su ganado o sus objetos muy valiosos, él ganó mucho dinero por esa habilidad.

María Francisca, con veinte años, era muy apegada a sus padres; sin embargo, tuvo que salir huyendo de su comunidad. Se dio cuenta de que su novio Luis era un narcotraficante que no tenía piedad de nadie. Ella quería estudiar, pero su prometido nunca la dejó. María se fue sin saber qué rumbo tomar. Se dirigió hacia la ciudad de Tegucigalpa, donde descubrió que podía cumplir sus sueños y sus propósitos de vida.

Al llegar a la capital hodureña lucía un pañuelo rojo para su suerte. María empezó a estudiar e ir a la Iglesia en 1967. A los meses de vivir en la ciudad se encuentra con una linda joven llamada Lucía, que tenía un piedra en su mano, Lucía la miró a los ojos y esta, mordiendo la piedra, le dijo en voz alta: «Te maldigo por el resto de tu vida a que nunca seas feliz».

María, sorprendida, no le tomó mucha importancia. Pensó que la muchacha estaba loca, sin saber que todo lo que le dijo ocurriría. Con el paso de los días ya no era la misma, no se sentía bien; a sus veintidós años tenía una tristeza inexplicable, pero aun así seguía adelante.

Después de ocho años estudiando Medicina en la universidad se graduó, en el año 1973. Estaba muy feliz de lograr sus sueños, de ayudar a los demás siendo doctora. Recordaba lo que hacía siete años le dijo la extraña mujer, pero seguía luchando.

Cuando tenía veintiocho encontró a un hombre muy guapo llamado Carlos García. Con el tiempo se enamoraron y decidieron formar una familia. Se casaron en 1980. Tuvieron cinco hijos. María continuaba triste sin saber el motivo, ya no podía callarlo y le contó a su esposo sobre la maldición que nunca la dejaba ser feliz. Ella solo se sentía alegre cuando atendía a sus pacientes en el hospital o cuando convivía con su familia. El marido la apoyó en todo momento.

La pareja fue envejeciendo y quedaron solos porque sus hijos formaron sus respectivas familias. María sentía que su compañero no estaba nada bien y lo llevó al hospital donde ella había trabajado. Le diagnosticaron cáncer en el estómago, enfermó a tal grado que no podía caminar por el dolor. Ella lo cuidó, a costa incluso de su propia salud.

Los hijos pensaban que su mamá moriría primero porque se miraba más grave que su esposo. Para ayudarla internaron a su padre en el hospital y cuidaron de ella en su casa. La mujer les comentó que no se podía morir por su maldición, no lograba ni pararse de la cama, pero seguía resistiendo. A los días le dieron la noticia de que su esposo falleció el 20 de marzo del 2020 y ella entró en depresión. Luego reunió a sus hijos y nietos para decirles que siguieran adelante, que estaba muy orgullosa de toda su familia, oró por cada uno y los bendijo con el último aliento que tenía: «El día que yo muera no lloren por mí, que ya no voy a sufrir». María falleció el 19 de abril del 2020, un mes después de la muerte de su esposo.

María luchó día a día para poder cumplir sus sueños, metas y propósitos. Fue una guerrera y luchadora. Estoy muy orgullosa de haber tenido una abuela como ella, la admiré mucho y lo sigo haciendo por ser una valiente.