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Nota del editor

El siguiente relato es una interpretación de la difícil e inspiradora vida de Carlina Ramírez López (1931-2005), una madre que, a pesar de las limitaciones, sacó adelante a sus hijos.

Soy una madre sacudida por la muerte de varios de mis hijos, cada experiencia más dolorosa que la anterior; pero, a pesar de ello, me propuse que estas circunstancias no afectaran a mis hijos que seguían vivos y que necesitaban de mí. No fue fácil.

Todos pasamos momentos dolorosos, que siempre se presentan de diferentes formas para cada quien, lo importante es no ceder ante la pena. Para mí, fueron mis múltiples pérdidas, aunque siempre he intentado que eso no afecte a mis seres queridos.

Mi vida inicia en el año 1931, el 11 de enero. Vivía con mis padres y mis cinco hermanos en una casa de Manizales, en Colombia. Éramos una familia muy humilde, a los hijos mayores les tocaba ir a ayudar a mi padre en su trabajo para poder traer comida. Ni mis hermanos ni yo pudimos estudiar. Así transcurrió gran parte de mi vida.

Poco después del Año Nuevo, mi padre Juan Bautista murió. Eso complicó todo, nuestra ya mala situación económica decayó aún más. Pasó un tiempo hasta que conocí a un hombre humilde, pero trabajador, y más adelante decidimos casarnos para tener nuestro propio hogar.

Después de dos años de la boda, mi marido Luis y yo nos llevamos la sorpresa de que venía en camino nuestro primer hijo. Fue un momento de alegría al recibir la noticia, pero después la realidad nos golpeó como si nos cayera un balde de agua fría, al darnos cuenta de que no teníamos los recursos para darle la vida llena de comodidades, como deseábamos.

Se llegó el momento de su nacimiento y así, sin meditarlo y sin importar todas las necesidades, en un abrir y cerrar de ojos ya teníamos catorce hijos. Diez niños y cuatro niñas.

Éramos una familia muy pobre, lo que causó muy mala salud en mis hijos e incluso unos presentaban  desnutrición. Solo recordarlo me parte el alma y me vuelve añicos el corazón.

Al poco tiempo, una de mis hijas menores ya no despertó, esa imagen ante nuestros ojos nos destrozó. Solo siete años y perdió su vida. Sentí que mi mundo se cayó en pedazos. Estaba desesperada, porque fui perdiéndolos poco a poco. Solo me quedaron cuatro y luché para que ellos no sufrieran junto a mí, pero una luz me iluminó y me dije a mí misma: «No puedo permitir que ellos me vean así.  Aunque esté desplomándome, destrozándome, muriéndome de angustia, no puedo arrastrarlos  con mi dolor… ¡No lo voy a permitir!, tengo que ser fuerte».

Para ellos fui muy buena madre y en realidad nunca me culparon por lo sucedido. Incluso ahora de adultos guardan bellos recuerdos de su niñez y no me reprochan nada. Ahora que los veo ya realizados profesionalmente, me parece un sueño. Las lágrimas que corren por mis mejillas no son de tristeza, sino de felicidad y gratitud. Por fin vi los frutos de sobrevivir a la caída del dolor, pero en realidad todo lo que pude hacer por mis hijos es un anhelo hecho realidad.

Doy gracias a Dios por darme la fortaleza de continuar; él no permitió que desmayara. Las enseñanzas que les dejé a mis hijos fueron los valores de humildad, hermandad, amor, tolerancia y vivir en familia, a pesar de las limitaciones.

Mi nombre es Ruth Raudales, nací el 28 de julio de 1980 en la ciudad de Guaimaca, en el municipio de Francisco Morazán. Tuve una infancia muy bonita, donde mis padres y mis hermanos mayores me cuidaban y me llenaban de mucho amor. Crecí en medio de la naturaleza, escuchando cada amanecer el maravilloso canto de las aves y el murmullo de ríos y arroyos que rodeaban mi cálido hogar.

Cuando alcancé los seis años, mis padres (con el deseo de que sus hijos se preparen académica y personalmente) decidieron trasladarse a la capital de Honduras, Tegucigalpa. Aquel fue un proceso difícil porque tuve que adaptarme a un ambiente totalmente diferente. Ingresé al kínder en 1986 y resultó muy complicado socializar con mis compañeros, era víctima de acoso por pertenecer a la Iglesia Menonita, quienes se distinguen por su vestimenta. Fui excluida y objeto de burla, pero superé la situación gracias a la seguridad que me infundieron en mi familia y al apoyo de mi maestra.

Estuve en la escuela primaria entre 1987 y 1992. La cursé de manera exitosa con la ayuda de mis progenitores. Al finalizar cada jornada escolar, llegaba a mi casa a realizar mis deberes y luego ayudaba a mi madre a preparar ricas golosinas para la venta, pues siempre me enseñaron el valor de aprender y trabajar para lograr superarme. Así ingresé a secundaria, asistiendo de lunes a viernes, y los fines de semana iba a la Iglesia con mi madre y mi hermana.

Para el nivel Medio, entre 1993 y 1995, decidí estudiar Secretariado Ejecutivo Bilingüe, una carrera con duración de cuatro años. Durante el tercer año de esta formación, en el trayecto hacia el colegio, conocí a una persona del sexo opuesto, también estudiante, quien me propuso su amistad para posteriormente cortejarme. No correspondí, pero quedamos como amigos, sin darme cuenta de que me convertí en su obsesión.

Cierto día, en horas de la tarde, este joven llegó a mi casa. Yo estaba en compañía de mi madre y hermana. Él se paró frente a mí y me hizo tres preguntas.

—¿Me tienes miedo?

—No, no te tengo miedo —respondí—, ¿por qué te voy a tener miedo?

—¿A tu familia le tienes miedo?

—No, ¿por qué les voy a tener miedo?

—¿Quieres ver a Dios?

Interrogante que no me dejó responder, pues en ese momento él comenzó a dispararme y me impactaron tres proyectiles mientras yo le gritaba que no lo hiciera. Luego se disparó en el abdomen y salió corriendo de la casa. Ambos nos encontramos en la sala de emergencia del Hospital Escuela, donde los médicos nos prestaron auxilio. Sin embargo, él no sobrevivió. Atravesé un proceso de tratamientos médico-quirúrgicos, dolorosos y difíciles para mí y la familia, que gracias a Dios logramos superar.

Este suceso cambió radicalmente mi vida, pues aparte de atravesar el daño físico, acompañado de insultos y amenazas por parte de la familia del fallecido, también enfrenté un proceso legal, pero logré salir adelante. Luego me reincorporé a mis estudios y me gradué.

Actualmente soy una mujer muy bendecida. Culminé mis estudios universitarios, obtuve una licenciatura y laboro en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Además, tengo dos hijos varones y disfruto pasar tiempo de calidad con mi maravillosa familia. Agradezco cada día a Dios por el milagro de la vida y a mis padres por inculcarme valores que fueron necesarios para ser la mujer de éxito que hoy soy. Espero seguir cumpliendo el propósito que Dios me dio y por el cual sigo aquí.

 TEXTO CORREGIDO

Al pensar en mujeres inspiradoras de mi país, vienen a mi memoria aquellas valientes que nos han dejado un legado de valores, talentos y perseverancia, figuras como Amelia Denis de Icaza (poeta), María Ossa de Amador (diseñó la bandera panameña) o Rosa María Britton (médica y escritora), quienes han abierto el camino para el desarrollo integral de más y más féminas a lo largo de nuestra historia.

Podría dedicar esta crónica a alguna de estas mujeres talentosas, sin embargo, deseo escribir sobre una que ha sido un gran ejemplo para mí: mamá. Ella es una fuente de inspiración por su tenacidad, resiliencia y su fe inquebrantable, principios que la han convertido en alguien fuerte, decidida y con una gran sensibilidad frente a las adversidades.

Mi madre nació y creció en la ciudad de Panamá, su niñez estuvo fuertemente influenciada por sus padres y abuelos, quienes le inculcaron el respeto a las personas, amor al trabajo y alto sentido de la responsabilidad. 

Con la obtención de un préstamo educativo, culminó sus estudios de licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas, en la Universidad Católica Santa María La Antigua, alcanzando el promedio más alto de su promoción. Tras el divorcio de sus padres, experimentó algunas carencias económicas que la enseñaron a valorar más lo que obtenía. 

Al poco tiempo de iniciar labores en una prestigiosa firma de abogados, mi madre fue diagnosticada con artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune que afecta primordialmente las articulaciones. Desde entonces han pasado dieciocho años y continúa luchando de manera incansable.

Aunque las secuelas de la afección se hacen visibles en sus extremidades, ella no ha perdido su tenacidad y amor por la vida, pero, sobre todo, no ha perdido la fe; su lema de vida es: “No se trata de poder hacer, sino de querer hacer”.  A pesar de su limitación física, mi madre logra, de manera sorprendente, realizar todas las tareas del hogar, además, conduce su auto, escribe y ejerce su profesión. Es admirable ver su capacidad de lograr todo lo que se propone.

Día tras día me siento sumamente orgullosa de ella, pues las adversidades no la han detenido. Una mañana, al verla coser la basta de uno de mis pantalones, le pregunté: «Mamá, ¿qué es lo más complicado que te ha tocado enfrentar con la enfermedad?». Ella sonrió y me respondió: “Hija, hoy puedo decir con certeza que he aprendido muchas cosas con esta enfermedad, desde escribir de nuevo hasta utilizar el teclado de una forma diferente e inclusive a coser con la mano izquierda; sin embargo, lo más difícil han sido los prejuicios sociales, ya que muchos subestiman el talento y aptitudes de una persona con discapacidad. Esto es lo que me impulsa cada día a demostrarme a mí misma y al resto del mundo que sí puedo». 

“Dun, dun, dun, dun, dun…”. Así comienza la canción «Cherry Bomb», de The Runaways. Las rápidas y continuas notas de las guitarras llamaron mi atención. Esta pieza musical de solo dos minutos de duración fue suficiente para cambiarme la vida. Tenía que saber quiénes eran los dioses que producían esos ritmos tan cautivantes. Y al buscar en Google, me sorprendí al saber que todas eran diosas. Y no solo eso, me enteré de que fueron la primera banda de rock y punk compuesta solo por mujeres, que alcanzó fama internacional en la década de 1970.

Tanto me gustaron sus canciones, que hasta había intentado cantar como Cherie Currie, pero claro, mi voz no alcanzaba la suya, con su estilo excéntrico y único. Me sorprendí aún más cuando escuché por primera vez su álbum titulado como el nombre de la agrupación. El rango de su voz era tan extenso que podía igualar los llantos agudos de las guitarras de Lita Ford y Joan Jett o el sonido profundo del bajo de Jackie Fox, las otras integrantes adolescentes de The Runaways.

Cuando terminó el tema agarré mi guitarra y, a pesar de que solo había estado tocando por unos tres meses y no era buena, decidí aprender, de a poco, «Cherry Bomb». Claro, al comienzo fue muy difícil; pero con mucho ensayo, al final pude tocar el verso y el coro. Ahora era tiempo para el desafío real: el solo de guitarra de Lita Ford que me erizaba la piel y explotaba en mis oídos. Era algo que no se me salía de la cabeza.

De noche y de día practicaba y practicaba hasta que, de repente, pude hacer la interpretación que me había acelerado el corazón meses atrás. Sentía que mi espíritu seguía el ritmo fuerte y resonante que producía la batería de Sandy West. Las vibraciones de las notas viajaban por las puntas de mis dedos hasta alcanzar mi alma. Finalmente lo había logrado.

Siempre me ha gustado la música, desde pequeña. Escuchaba artistas como Shakira, Jamiroquai, Guns and Roses y veía a mi papá oír temas clásicos de rock y tocar guitarra, que fue lo que me inspiró a aprender. Él también fue quien me enseñó mis primeras canciones y acordes.

Mi gusto ha cambiado mucho. Antes escuchaba música de forma casual, pero ahora es como una especie de religión. Con el pasar de los años he descubierto muchos géneros que me cautivan como la salsa, el jazz, el hiphop, el disco, el reguetón y el reggae, pero mis favoritos son el rock, el blues y el metal.

Algo que siempre me ha inspirado es observar videos de bandas que me gustan, como The Runaways, mientras tocaban en directo por medio mundo. Me impulsa a seguir ensayando, para tratar de llegar a ese nivel. También me dio el coraje para comenzar a tocar la guitarra en público, en vez de hacerlo sola en mi cuarto. Antes me daba demasiada pena tocar en frente de otros, incluso de mi familia, pero lo superé al ver que ellas lo hacían en escenarios ante miles de seres humanos que coreaban sus canciones. Ahora, con casi dos años de estar tocando, espero comenzar una banda de rock con mis amigos.

A decir verdad, antes de saber sobre las Runaways, a veces me sentía desilusionada. Cuando veía las listas de los mejores 100 guitarristas en la historia, no había más de tres mujeres. Pensaba que no tenía oportunidad ni lugar en el mundo para ser una de las mejores con ese instrumento de cuerda. Pero eso cambió cuando las descubrí.

Luego me enteré de que a muchas de mis amigas también les gustaba su música y las admiraban, especialmente a Joan Jett. Mi punto de vista cambió. Ya no me sentía sola ni que la música fuera una carrera inalcanzable. The Runaways, al haber superado las dificultades del machismo por ser una banda de mujeres jóvenes en los años 70, ayudaron a inspirar a varias generaciones de artistas, incluso cinco décadas después. Si ellas pudieron hacerlo, yo también.

Nunca olvidaré el momento en que escuché aquella canción por primera vez. Espero algún día ser como ellas, para influenciar a otras chicas con el sueño de ser artistas, así como ellas me inspiraron a mí.

Es bien conocido el trato que se le daba a la mujer durante los siglos XVlll y XlX. Su educación se simplificaba en ser una ama de casa y estar preparada para casarse y cuidar de sus hijos.

Este estilo de vida se convertía en una tradición para ellas desde pequeñas; sin embargo, comenzaron a surgir féminas que rompieron con el estereotipo y llegaron a tocar el éxito, no sólo por su propio bien o por lograr el reconocimiento de otras personas, sino para el beneficio de las mujeres.

Ángela Acuña Braun es una de estas destacadas mujeres. Por más pesada que fuese su mochila, alcanzó la cima y tuvo gran impacto en el país. Ella consiguió ser la primera abogada y notaria en Costa Rica y toda Centroamérica. Dejó un legado muy importante, no solo por ser una figura inspiradora, sino también por su lucha en la defensa de los derechos femeninos y de la niñez.

Durante el régimen dictatorial del expresidente Federico Tinoco, este buscaba reducir el salario y despedir a las maestras embarazadas; Ángela no pudo guardar silencio ante esta injusticia y protagonizó uno de sus discursos más destacados: “Por primera vez en la historia de Costa Rica las mujeres participaron con eficiente actividad en los movimientos populares, sobre todo las más humildes. En lo que hoy es Plaza González Víquez se reunieron para proveer vituallas a los defensores de los derechos ciudadanos… Se daban cuenta, dentro de su sencillez, de lo que sería el triunfo de aquellas jornadas gloriosas”. De manera que incentivó en la ciudadanía la defensa de los derechos femeninos y afectó en el declive del gobierno de Tinoco.

Este y otros actos lograron un gran cambio en Costa Rica, ya que la mujer nunca había llegado a tener importancia dentro de la política, y menos en la toma de decisiones, pues su opinión parecía irrelevante. Ángela trabajó incansablemente durante mucho años a favor del sufragio femenino.

La imagen de la líder ocupa un lugar trascendental en la historia de la sociedad costarricense, pues abrió la senda a muchas, lo que la convierte en un ejemplo a seguir. Su camino al éxito tuvo tropiezos, pero su perseverancia fue mayor. En su etapa de estudiante muchas personas y organizaciones le cerraron las puertas a su crecimiento, pero nunca se rindió, sus ansias de mejorar eran mayores cada vez.

Gracias a sus logros, en 1982 fue nombrada Benemérita de la Patria y desde 1983 el Instituto Nacional de las Mujeres entrega el «Premio Nacional por la Igualdad y Equidad de Género Ángela Acuña Braun» a medios de comunicación que informan sin sexismo, en favor de la igualdad de género.

Luego de conocer la valentía y la importancia que tuvo Ángela Acuña Braun en la lucha de derechos de la sociedad y la mujer costarricense, opino que su imagen debería ser mayormente recordada por todos. Es cierto que hay una foto en su honor en la entrada del Salón de los Abogados, y ha sido nombrada en medios de comunicación; sin embargo, esta pionera es una figura que no merece ser fugaz en la memoria de la gente, sino que debe ser utilizada como ejemplo de superación y perseverancia para inspirar a los jóvenes y enseñarles que nadie puede limitar su camino hacia sus sueños.

Muchos se dan a conocer a través del mar de las palabras. Como un portal, cada expresión permite descubrir a la persona detrás de los párrafos que nuestros ojos atraviesan. Fue por medio de sus letras que esta  heroína decidió nadar contra la corriente social, poner en alto sus ideales y pudo mostrar que nada la detendría. Pero el destino no es tan bello como creemos; lamentablemente, la sociedad del siglo XX no estaba preparada para una mujer diferente, aguerrida, que se opuso a los estereotipos y terminó destrozada.

Desde temprana edad Yolanda Oreamuno se dio a conocer y quedo plasmada en la historia como la escritora pionera en exponer y rebelarse contra la situación de la mujer en la sociedad de Costa Rica. ¿Qué hora es? fue el ensayo donde por primera vez mostró, en una dura crítica, sus postulados y decidió alzarse para buscar su camino.

Pero a sus veinte años el destino le juega sucio y de la manera más desgarradora posible, su esposo, el diplomático chileno Jorge Molina Wood se suicida con un disparo en su sien tras padecer una enfermedad incurable, hecho que ella misma contó por medio del texto La ruta de su evasión: Hace poco leí en un periódico que un amante, al dispararse en la sien un tiro, estando sobre las rodillas de su amada…”.

Un año después se vuelve a casar con el abogado costarricense Óscar Barahona Streber, con quien tiene a su único hijo, Sergio Barahona Oreamuno, en 1942. Ese mismo año acaba el matrimonio. Para su sufrimiento, pierde la posibilidad de criar a su hijo, ya que le fue arrebatado. Después de su divorcio la sociedad le mostró lo sucia y cruel que era, fue víctima de insultos e intentaron destrozarla.

Ella tuvo que exiliarse a sí misma, ya que el país que la vio crecer deseaba tornar en leyenda su historia y volver símbolos sus ideales, pero su objetivo no podría haberse cumplido. México le dio una oportunidad, un lugar donde seguir luchando por la mujer en la sociedad. También vivió en Guatemala, pasó un tiempo convaleciente en un hospital en Estados Unidos y falleció en México en casa de la poeta costarricense Eunice Odio. Aunque en 1961 sus restos mortales fueron trasladados a San José de Costa Rica.

La escritora vivió en una época regida por los desastrosos ideales machistas, donde la mujer debía ser mantenida y su rol era el de la crianza, donde era vista por debajo del hombro como un ser inferior; pero ella no permitió que la sociedad ahogara sus convicciones y jamás se dio por vencida, a pesar de que solo le mostraron odio e intentaron convertirla en esclava, con pensamientos ajenos a ella.

“No sabemos de nosotras mismas sino lo que el hombre no ha enseñado”, con estas palabras decide sublevarse y dejar un camino para reclamar una posición más justa, que las mujeres no tuvieran que fingir ser alguien que no eran y pudieran volar libremente sin reproches.

Yolanda es un ejemplo de esas valiosas mujeres que, a pesar de sus vivencias y que la sociedad trató de hundirla o incluso borrarla, decidió luchar sin darse por vencida, sin rendirse jamás. ¿Seríamos capaces de tener esa osadía que la precursora cultivó?

Mi madre Gilma Gallardo es la mujer más maravillosa y admirable que conozco. Además de ser cariñosa, amable y carismática, lo más valioso que encuentro en ella es su esfuerzo incondicional hacia mí.

Desde niño siempre veía lo duro que trabajaba. También notaba que ese esfuerzo diario no le quitaba de su rostro la sonrisa y el buen estado de ánimo que la caracteriza.

Un día, cuando se alistaba para ir a su empleo, y luego de darme un beso de despedida, le pregunté: «Mami, ¿por qué laboras tanto?». Hizo una pausa, bajó su bolso, colocó sus manos suavemente sobre mis mejillas y con cariño me respondió: «Lo hago para darte lo mejor, para pagar tus estudios y cubrir todas tus necesidades».

Yo quedé pensando en su respuesta y le dije: «Me motivas, madre, pero tu trabajo te separa de mí y a veces te noto llegar cansada». Ella no dudó en aprovechar ese diálogo para darme una lección de vida:  «Puedo estar agotada, pero hago con amor todo el sacrificio que sea necesario por mi familia. Recuerda esto siempre: nunca te rindas, por muy dura que sea la situación, mira hacia adelante».

Sus palabras me tocaron el corazón, y a partir de allí cada vez que la veía ir a trabajar y regresar a casa luego de su jornada laboral, apreciaba mucho su esfuerzo.

Hoy reflexiono y veo que tengo mucho que reconocerte, mamá. Para mí serás mi todo, muchas gracias por lo que has hecho por mí. Valoro demasiado que sigues conmigo y mis hermanos y que con tu ejemplo me enseñas que el amor es el motor para hacer realidad todas las metas y sueños.

Gracias madre mía por tu entera dedicación. Te demostraré en el camino de mi vida que valieron la pena tus atenciones. Te amo mucho, madre.

María Esther López, también conocida como la Reina del Sabor Nicaragüense, ha cumplido muchos logros a lo largo de su vida. Ella es toda una artista musical y culinaria, también una productora de televisión e incluso poeta. Pero lo que más la representa son sus grandes deseos de compartir y preservar la comida tradicional de su país, Nicaragua.

Ella inició su camino muy humilde. Venía de una familia numerosa de bajos recursos. Por las noches tenían que dormir en el suelo y al despertar no tenían casi nada de comer. Aún así, ella era feliz y muy aplicada en la escuela. Se esforzaba por destacar en diferentes concursos para, algún día, poder cambiar su situación. Desafortunadamente, a mitad de secundaria no pudo tener el privilegio de seguir sus estudios, ya que necesitaba trabajar y los materiales escolares eran costosos. Así que abandonó y nunca volvió.

Su suerte cambió cuando escuchó de un concurso de poemas en la radio y su primer pensamiento fue mandar uno porque amaba escribir versos. Ese mismo día recibió una llamada del director de radio Julio Escobar, a quien le encantó su obra. Gracias a esto, la invitó a trabajar como libretista y tuvo un gran éxito.

Más adelante llegó a ser asistente de cine, aprendiendo mucho sobre este trabajo. De hecho, este conocimiento la haría generar una gran pasión por la producción cinematográfica. Laboró en programas como El Pollito Intelectual y La Liga del Saber. También participó en shows de cocina y dramas donde aprendió habilidades que le servirían más tarde.

Un buen día se le presentó la oportunidad de ser productora en un programa educativo y cultural que estaba perdiendo popularidad, El Clan de la Picardía. La bancarrota consumía el proyecto, pero María perseveraba y tuvo una idea que daría un giro inesperado. Su plan de ir a los pueblos y tener contacto directo con las personas y sus tradiciones, llevó a este espectáculo a ser un clásico en toda Nicaragua.

María, madre soltera, siempre siguió adelante con ánimo y buscando soluciones, como cuando terminó el programa y pasó por una situación económica difícil junto a sus dos hijos; fue en ese momento que se le ocurrió un concepto que redirigió su carrera: crear un programa de cocina nicaragüense, con un toque innovador, incluyendo canciones patrióticas al cocinar. Este proyecto combinaba lo que la mujer amaba: la cultura, su país y la producción. El programa se llamó Nicaragua en mi Sazón y gracias a él desarrolló una nueva pasión por la música, tanto que hizo su propio álbum bajo el mismo nombre. Canciones que recomiendo por el profundo amor que llevan.

Hoy día María sigue haciendo recetas y es reconocida por preservar platos auténticos de Nicaragua. Ha escrito dos libros de cocina y tiene un canal de YouTube llamado María Esther-NicaSazón, en el que continúa transmitiendo videos con la misma sonrisa.

A sus veinticinco años Carolina Patiño partió de su natal Colombia ante la falta de oportunidades y los problemas económicos. Emigró a Panamá, junto a su esposo e hijas. Abandonó su trabajo de enfermera y el lugar donde habitaba, porque no era seguro ni rentable. Con la esperanza de encontrar mejores condiciones y un futuro brillante, la familia dejó atrás todo lo que conocía y se entregaron de lleno a su nuevo inicio, pero en el Istmo les tocó enfrentar una dura prueba que no imaginaban.

Para todos fue difícil el nuevo comienzo porque, al principio, la situación los superaba por mucho. Pero contaban con el apoyo de la hermana de Carolina, quien les compartía su casa. Además, el padre empezó a trabajar al poco tiempo. La madre se ocupaba de los quehaceres del hogar, como agradecimiento a su hermana por permitirles quedarse con ella.

Pero no duró mucho la tranquilidad. El lugar se hizo muy pequeño para tanta gente y los malentendidos surgían de par en par, razón por la cual Carolina y su esposo decidieron mudarse. En este cambio la invadió el temor, ya que no tenían certeza de si habría algo de comer para el día siguiente.

Todo estaba a punto de complicarse para aquel clan, pues, aunque poco a poco consiguieron establecerse y mejorar su estilo de vida, su realidad tomó otro rumbo cuando la salud de Carolina empezó a decaer. Al principio le dio poca importancia, pero el constante cansancio, los dolores y los malestares empezaron a afectarla. Como era enfermera, y frente a sus síntomas, ya tenía una idea de lo que podía ser: sospechaba que tenía lupus. Su mal presagio empezó a apoderarse de ella. La llevaron al Hospital Santo Tomás y allí le dieron el diagnóstico, que coincidió con lo que ella temía.

El lupus, también conocido como lupus sistémico crónico, es un enemigo silencioso para la salud, que afecta hasta el 40% de la población e impacta de forma dramática la vida de quienes lo padecen. Se trata de una afección autoinmune la cual provoca que el propio sistema inmunitario ataque las células y los tejidos sanos del cuerpo, ocasionando daños a órganos como la piel, los riñones, el corazón y el cerebro. Quizás lo más dramático de esta enfermedad es que no tiene cura.

Aquella mujer de corazón perseverante estaba padeciendo su primer cuadro clínico de lupus tipo nefrítico. Fue internada y después de quince días regresó a casa. La noticia de que la enfermedad es incurable fue un golpe para todos. Empezó a ser alguien frágil que necesitaba atenciones especiales y que no podía consigo misma.  Esa no fue la última vez que su estancia en el hospital se prolongaría.

Le dieron un tratamiento que consistía en tomar unas pastillas que, a su vez, causaban múltiples efectos secundarios. Hubo momentos en que sintió que su cuerpo no era suyo. Sus emociones estaban a flor de piel, y no tenía la capacidad para lidiar con ellas, porque el hecho de no poder pararse de la cama por el dolor y que sus hijas la vieran así le abrumaba su ser.

Todo esto llevó a su esposo a trabajar en varios lugares para balancear las cuentas solo, pero la economía fue decayendo. Ahora se planteaban la posibilidad de regresar a su tierra natal, sin embargo, ya no contaban con ninguna de sus pertenecías allá. Todo lo habían vendido, sería otro comienzo desde cero para el cual no estaban preparados.

La fuerza y perseverancia sacudieron a Carolina. No lo iba a permitir. Logró estabilizarse con el tratamiento y tomó las riendas. Consiguió empleo como planchadora, aunque no era lo mismo que ser enfermera, fue muy pesado. No se rindió.

Cuando todos ya estaban un poco equilibrados en su nuevo hogar, Carolina buscó otro trabajo y obtuvo uno como administradora en una abarrotería. Dos años después fue gerente de una panadería, a esto le siguió gerente de una pizzería, gerontóloga y otros trabajos más, demostrándole a todos que el lupus no era lo único que tenía y, mucho menos lo que la definía como persona, porque, así como es mujer, es madre; así como es madre, es esposa; así como esposa, es hija; y así como es paciente, es sobreviviente.

Porque desde el fondo a la cima el camino es más largo y se necesita más que suerte. Hace falta ser valiente, resiliente y fuerte.  De Carolina aprendemos que no se llegará al destino anhelado sin dar el primer paso, y ese suele ser el más difícil.

Ni el amor es una jaula ni la libertad es estar solo.

¡Quién diría que una sonrisa escondería tanto dolor! Esta es la historia de una mujer que fue abusada, humillada y utilizada por su esposo. Incluso la obligaba a vender droga para su beneficio. Y poco a poco ella fue entrando en un círculo del que sería casi imposible salir.

La primera vez que la vi fue en un bello día soleado, donde algunas nubes pintaban el cielo haciéndolo lucir más hermoso de lo usual. Junto a sus hijos, Daniela González caminaba hacia su hogar con pasos seguros, lucía feliz. Nunca imaginé que detrás de aquella sonrisa se ocultaba tanto sufrimiento.

Al pasar el tiempo, en un día nublado y frío me dirigía con mi abuela hacia el edificio de color marrón, con dos pisos de treinta apartamentos. De pronto veo a Daniela, quien en ese momento ya era mi amiga, tirada en el suelo, despeinada, con su rostro golpeado y la mirada perdida. Quedé impactado. No sabía qué hacer. Me acerqué para ayudarla y pude percibir que una llama latía en su pecho, pero no de temor, sino de agotamiento. Abrió sus ojos lentamente y me miró fijo.

Secándose las lágrimas, entre sollozos, Daniela murmuró: «Estoy cansada de sufrir abusos de parte de Ismael, sus malos tratos y humillaciones me abruman». Se levantó y se dirigió a su apartamento a pasos lentos. Quedé totalmente desconcertado al ver cómo la arrastraba el viento de su angustia.

Al día siguiente fui a su casa con el pretexto de jugar con sus hijos, pero la verdad es que quería saber cómo seguía. Al acercarme a la puerta escuché que alguien lloraba. No me detuve y toqué. Hubo silencio, y luego fue Daniela quien abrió. Me dijo que sus hijos estaban dormidos, pero me invitó a pasar.  Entré y eché un vistazo, muchos pensamientos se apoderaron de mí. Se sentía un ambiente hostil. Ella se sentó en el borde de la cama y empezó a desahogarse.

—Me siento ahogada, no sé por qué Ismael me hace sentir así. Me trata como un objeto. Todo lo que hago le molesta. Tengo ganas de…

—No sigas —le pedí.

No sabía qué decirle. Me invadió un sentimiento de tristeza. Solo la abracé y lloré junto a ella. Luego intenté animarla: “Tranquila, saldrás de aquí, eres una mujer fuerte, no te rindas”.  Daniela, aún con el alma en pedazos, me abrazó y dijo: «Eres como ese hijo que siempre quise tener. Sé que me comprendes. No deseo que mis hijos sigan pasando por esto. Saldremos de aquí, los amo y no dejaré que él nos haga más daño. No sabes cuánto agradezco tu presencia y respaldo en este momento. Gracias, muchas gracias».

Ella sabía que no sería fácil escapar de su realidad. Ese hombre insistiría hasta verla sin fuerzas para continuar su vida. Pero asumí que tomaría las decisiones necesarias. Me despedí y cuando había avanzado varios metros me crucé con el esposo. Me detuve. Y a corta distancia vi cuando llegaba a casa y ella salía a enfrentarlo. Me sorprendió que, aunque Daniela estaba casi sin fuerzas, le reclamó con firmeza: «¡¿Qué haces otra vez aquí?!». Él respondió: “Vengo cuando quiera y hago aquí lo que yo quiera”.

Entonces Daniela lanza un grito desesperado: «¡Ya no aguanto más! Mis hijos sufren por ti, no te da vergüenza que ellos observen cómo me maltratas, estoy harta de esta situación, no merezco vivir esto». Aquel hombre se llenó de ira y vi cuando le pegó. Los niños se pusieron a llorar y le gritaban: “¡Papá no le pegues a mamá, no le pegues más!”. Ella como pudo se zafó, lo empujó y lo amenazó: «Donde me vuelvas a buscar te juro que no dejaré nada de ti». En ese momento Daniela tomó a sus hijos y se alejó de él.

No podía creer lo que había presenciado. Pensé: se llegó el momento, seguro ella tomará la decisión de separarse definitivamente.

Pasaron unos meses. Un día la encontré por casualidad. Me alegré mucho de verla cambiada. Hasta lucía más joven, su mirada segura, su cabello brillante y vestía muy bien. Me contó que la fuerza de voluntad la había llevado a vencer el miedo y ponerle un alto al maltrato físico y emocional. Lágrimas empaparon sus mejillas. Mi corazón latió de felicidad al escucharla.

Daniela empezó un negocio independiente que fue su soporte económico para seguir adelante. No se rindió y salió de esa cárcel en que vivía, decidida a no ser más esclava del temor.