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El 25 de marzo de 1933, en la provincia de Chiriquí, Panamá, nació una mujer excepcional. Dedicada a su familia, Esther Abadi, mejor conocida como Mami, llenó el mundo de luz y enseñanzas. 

Tenía nueve hermanos, cinco hombres y cuatro mujeres. Vivió muchos años en el Istmo, pero al casarse se mudó a Guatemala; se divorció muy joven, con tres hijos pequeños y decidió volver a su tierra, ya que su familia estaba aquí y no encontró propósito en aquel país centroamericano. 

Mami fue una mujer luchadora, quien sacó a sus hijos adelante sin el apoyo de una figura paterna; sin embargo, siempre los crio con respeto hacia su progenitor y nunca habló mal de él. Con ayuda de su hermana sostenía a sus padres y a su hermano menor. Años después, sus retoños se casaron y logró ser abuela y bisabuela. 

Orgullosa de su patria, veía todos los desfiles, así como también marchaba con sus hijos y nietos. Le encantaban las comidas típicas chiricanas, como el suspiro y la cocada. Su casa siempre estaba abierta, tenía un don de recibir a las personas y hacerlas sentir especiales. Mi bisabuela tenía mucha fe en Dios, afrontaba todos los retos con valentía. 

Durante la Invasión de Estados Unidos a Panamá, en 1989, Mami vivía sola. Mi mamá y mi abuelo dormían en ropa y hasta con zapatillas; pero ella, con la puerta del balcón de su cuarto abierta, en pijama y despreocupada. Cuando se sintió amenazada, llamó a la Casa Blanca de los Estados Unidos diciendo que era una mujer sola y que se sentía desprotegida, ¡le mandaron un tanque al frente de su vivienda para cuidarla! Era amiga de todo el mundo. Hasta cuando íbamos al cine conversaba con todos en la fila.

Era una persona feliz, cada día a su lado era de risas y bromas. En una ocasión estaba en Colón trabajando, recibía a los turistas que venían en un crucero, americanos en su mayoría; ella les dijo que era la alcaldesa de Panamá, Mayín Correa. ¡Todos se tomaron fotos con mi abuela y le pidieron autógrafos! Siempre tenía regalos y chocolates para cada uno de sus nietos y era la primera en llamar a desearles un feliz cumpleaños. 

Una de las últimas historias que nos contó fue que tuvo una tienda en el Hotel El Panamá, uno de los más famosos del momento; y mi tío, su nieto, era muy tremendo. Un día se metió a la cocina del alojamiento, le quitó el sombrero al chef y salió huyendo. Corrió hasta que llegó al área de la piscina y el hombre iba detrás de él… y mi abuela también, luego del chef. Todos los que estaban viendo no podían parar de reírse, incluso ella.

La bisabuela Mami fue una mujer increíblemente trabajadora. Se encargaba de vender mercancía en la Zona del Canal. En el año 1986, cuando el Miss Universo fue en Panamá, ella fue chaperona de Miss India, quien la contagió de tuberculosis; a causa de esto sus pulmones quedaron débiles. Falleció el 8 de abril del 2018, pero dejando un sinfín de legados y enseñanzas.

Así continúa la larga vida de esta mujer que lleva más de 5 años destacándose por ser una persona llena de bondad y fortaleza; una mujer que cuida, ayuda y representa la sangre de mi familia, mi sangre.

El cáncer es una enfermedad que entra no solo en tu cuerpo, sino en tu alma como un tornado y te saca el corazón desde adentro. Deja el dolor y el vacío de una pérdida. Todo esto lo sé por medio de la experiencia de mi tía Carmen.

Esta terrible enfermedad no solo la hizo sufrir a ella, realmente estremeció a toda mi familia. Cuando mi tía tenía 42 años le detectaron el mal y afortunadamente no estuvo sola; además de su hijo de 17 años, estaban el resto de personas amadas.

Como muchos con igual diagnóstico, fue al Instituto Oncológico Nacional de Panamá. Ante la situación y lo demandante de la rutina, mi primo permaneció bajo el cuidado de nuestra abuela Lucía, en Chiriquí. Él pasaba meses sin ver a su madre, lo que a ella le parecía injusto.  

No fueron días fáciles. Con el paso de los fuertes tratamientos fue perdiendo el cabello y optó por cortárselo. Luego de un tiempo mejoró y permaneció estable en casa.

Aprovechó esa firmeza para viajar a Chiriquí a ver a mi primo. La visita no duró mucho. Al poco tiempo tuvo que volver a la capital para continuar con el tratamiento para su enfermedad. 

Para asistir a esas citas médicas debía despertarse a las 3:00 a. m. y así tener tiempo de bañarse, arreglarse y llegar al hospital, donde atienden por orden de llegada. A veces, dependiendo de la hora a la que lograba estar, podía salir del médico a eso de las 10:00 a. m. 

Ante el panorama de mejoría continua, mi tía viaja nuevamente a Chiriquí para ver a su hijo. Recuerden que es su motor. Él quiere estar con su madre, por lo que ella accede y regresan juntos a la ciudad capital. 

Llegan a Panamá y a ella le realizan una última quimioterapia. ¡Logra curarse! Por precaución, cada año tiene que regresar a una cita para comprobar que no ha resurgido el cáncer.

Por fortuna, mi tía Carmen no corrió con la misma suerte que mi tía Iris, a quien deseo mencionar. Esta no superó el cáncer, con ella experimentamos en su máxima expresión ese tornado que nos sacó el corazón, dejando vacío y dolor.

TEXTO CORREGIDO

Laura Pilar Vélez Batista, panameña, nacida el 24 de mayo de 1985, es una mujer de gran impacto y reconocida ginecóloga obstetra por su subespecialización poco común en Obstetricia Crítica.

Laura decidió que quería graduarse de Medicina cuando estaba en tercer año de colegio. Inició sus estudios en la Universidad Latina de Panamá, en 2003, donde posteriormente descubrió que su verdadera pasión era el área de Ginecología, dando seguimiento a los partos y trayendo nuevas vidas al mundo.

El camino de Laura para hacer su especialización no fue muy fácil, solo habían abierto cuatro plazas el año que concursó y, a pesar de que se esforzó en sus estudios, no logró el puntaje requerido para obtener un cupo. Entonces se dedicó a trabajar en ambulancias y en cuarto de urgencias, se sentía devastada por no haber obtenido lo que tanto anhelaba para darle continuidad a su carrera y hasta llegó a pensar en renunciar a su sueño de ser ginecóloga.

Un buen día recibió una carta de su mamá que decía: “Laura Pilar, confía en ti, retoma los libros y vuelve a intentarlo”. Para Laura ese papel, que aún conserva, cambió todo y fue el impulso que necesitaba para tratar una vez más  Entonces concursó nuevamente y logró la puntuación, sin imaginar siquiera el gran reto que estaba por venir.

Se había ganado la plaza, pero no donde le hubiese gustado. La ubicaron en el Hospital Manuel Amador Guerrero, en Colón, que estaba lejos de ser el lugar anhelado para estudiar. Pensó en renunciar y esperar otros seis meses para volver a aplicar en un centro médico en la ciudad capital, pero nuevamente la mamá la animó y la llevó de la mano hasta el nosocomio donde tenía que hacer cuatro años de residencia.

Ejerciendo, Laura se percata de una gran problemática en el área de cuidados intensivos: muchas jóvenes morían por complicaciones en sus embarazos y abortos. Así descubre la necesidad de un ginecólogo en obstetricia crítica en el hospital de Colón, pero solo había cuatro médicos con esa especialidad en Panamá y todos ejercían en la capital. Entonces Laura decide estudiar la subespecialización.

“El plan de Dios es perfecto. Si no hubiera estudiado en el hospital de Colón, nunca hubiera decidido tomar la subespecialización en Obstetricia Crítica y no sería quien soy el día de hoy. Doy gracias a la provincia de Colón que me formó”, reconoce.

Entre sus aportes, la doctora Laura Vélez ha sido de gran beneficio para muchas pacientes con embarazo de alto riesgo y para el Hospital Manuel Amador Guerrero. Además, ha participado en varios libros a nivel nacional e internacional de evaluación neurocrítica en pacientes obstétricas. También planea continuar con sus estudios y transmitir posteriormente sus conocimientos como profesora universitaria.

¿Existirán directrices que determinen qué es una verdadera mujer? Y si así fuera, ¿serían lo suficientemente exactas como para poder medir el alcance de esa definición? En ocasiones se toma en cuenta la independencia, el poder y la autoridad femenina en su día a día. Por ejemplo, se indica que una mujer debe ser independiente a nivel económico y no tiene que pedirle permiso a nadie. ¿Eso es todo?

Desde pequeña he vivido rodeada de damas de todas las edades, con diferente calidad de vida, educación y aspiraciones, aunque todas comparten una misma característica: su autenticidad. Para determinar a una verdadera mujer, he decidido medirla por su razonamiento, valores, habilidades, tenacidad y, lo más importante, su aporte al desarrollo de la sociedad.

Cada fémina lleva consigo una historia lo suficientemente impactante como para perdurar con los años; aún cuando esa persona ha muerto, su legado nunca lo hace. Así es el caso de Ana de León Reyes.

Ana nació el 7 de julio de 1940, en Cerro Morado, Panamá; ahí vivió hasta el día que contrajo nupcias. Provenía de una familia numerosa, compuesta por sus padres y siete hermanos. Se casó a los quince años con Octavio Castillo, quien en ese momento había cumplido veintiuno. Su matrimonio dio como fruto una familia de siete hijos y quince nietos.

Después de su matrimonio, Ana se mudó a El Naranjal de Aguadulce, en la provincia de Coclé, donde formó su familia. Dio a luz a su primer hijo, Elías Castillo. Desde ese momento empezó una nueva lucha para Ana.

Elías, también conocido como Poli, nació con síndrome de Down. En esa época era una condición bastante desconocida y con poca esperanza de vida. Ana se encontraba desesperada por encontrar una solución a esta situación. Ella se esforzaría para que su hijo viviera más de lo que la medicina y la ciencia estipulaban.

Su determinación la llevó a inventar estrategias para hacer que su hijo caminara, hablara y se desarrollara como un ser independiente. Los métodos que implementó fueron: atarle las piernas con sábanas para que se unieran y pudiera caminar con más normalidad; seleccionar un grupo de palabras con las que Poli lograra comunicarse con el resto de la familia y que lo entendieran. Poli logró alcanzar los 62 años, una sorpresa para todos, en especial los médicos.

Este no fue el único reto que Ana afrontó: su séptima hija, Dita, nació con paladar hendido. Discapacidad que le dificultaba la comunicación y la ingesta de alimentos. Fueron días en que Ana, desesperada, buscaba una solución al constante llanto de su hija por el hambre, ya que no podía comer. Ante tan agobiante escenario, Ana desarrolló un biberón con una tetina lo suficientemente larga para pasar el cielo de la boca y que los alimentos llegaran directamente a la garganta.

Sin lugar a dudas, Ana fue determinada, valiente, persistente, positiva e innovadora. Capaz de razonar y resolver sus problemas; usando sus habilidades logró sacar adelante a sus hijos y a su hogar. Rompió el estigma de que las mujeres tenemos que ser dependientes de un hombre y demostró que una verdadera fémina es perseverante, esforzada por lo que quiere y, lo más importante, auténtica. Ana, sin miedo alguno, desafió a la ciencia y a la medicina; luchó por sus hijos y aún con pocos recursos económicos los formó como seres prósperos en todos los aspectos. Ella es una verdadera mujer, ¿lo eres tú?

Déjame contarte una historia corta, pero grandiosa de una mujer que ha observado al mundo como un reto más. Su llegada fue una sorpresa, pues su padre, un personaje de carácter fuerte con un par de hijos más, no la recibió como se esperaba.

Esta pequeña entró al mundo de los abuelos García cuando tenía un año y medio. Todos sentían emoción al ver a esa tierna nena tan rubia como el girasol y resplandeciente como un rayo de sol que se ganaría el corazón del señor don Augusto. Este, junto a su esposa, doña Güicha, fue el encargado de acogerla hasta los amaneceres de sus 25 vueltas al sol.

La niña era tan dulce como flor resplandeciente en el verano. Su abuelo, Papá Augusto, sería quien se convertiría en su adoración; era el que más la consentía y amaba. ¿Qué se podía hacer si ese cariño era incondicional?

Esta pequeña se estableció en la vida de todos aquellos que habitaban ese hogar: su tía, doña Marina, la mayor de cuatro hermanos, hermana de su papá; y un par de tíos, que dejaban mucho que desear… Doña Marina y su hija Erica, mi mamá, se convertirían en sus figuras maternas con doña Güicha, quien para Paula siempre sería un ejemplo claro de fortaleza y trabajo duro, porque era el pilar de la gran familia.

Paula era inocente y lamentablemente algunos de sus parientes le solían desear el mal. Muchos la envidiaban por el fuerte amor que su abuelo sentía por ella; claro, existía en muchos el interés por el bolsillo del señor… Su padre nunca fue un apoyo, ya que la familia de él siempre se encargó de dejarla por fuera, lo obligaban a estar lejos de ella.

Así pasaron los años, con altibajos. La niña no buscaba regalos ni dinero, solo guardaba amor. Papá Augusto la adoraba, le encantaba pasar tiempo con ella y le brindaba dulces y presentes. Para él era su Paulita, su Paly… Sus figuras maternas se encariñaron de la misma manera, y ella las llamaba sus madres.

Mi mamá solía llevarla a donde fuera necesario; todos creían que era suya. Más tarde se les unió otra figura paterna, Daniel, el esposo de Erica, mi papá. Después llegó Belén, la hija de la pareja, mi hermana. Paly y Belén crecieron y compartieron juntas como hermanas.

Lamentablemente, ocurrió uno de los hechos más difíciles para la pequeña y muchos de los García: Papá Augusto falleció. A todos les dolió, pero más a aquella niña de diez años quien vio partir a la persona que caminaba a su lado cuando los demás la intentaban herir, quien la alejaba de las malas influencias y la amaba como nadie.

¡Qué de sucesos los que se le comenzaron a presentar desde aquel día!… Pasaron los meses y nací yo, mi mamá dejó de vivir con mis abuelitas; la pequeña se quedó con ellas y con mi tío.

Paly creció y en su adolescencia hubo momentos atroces llenos de murmuraciones de los adultos. Cuando mamá debía irse que Belén y yo nos quedamos con nuestras abuelitas y nuestra hermana Paly, yo podía escuchar todo lo que se hablaba, pero no comprendía lo que ella sufría. Paly hablaba de los problemas como si no fueran importantes, pero la lastimaban. ¡Sí que me duele no haber hecho nada!

A pesar de todo, Paly logró graduarse en el Colegio Boston entre sudor, lágrimas y dolor. Decidió estudiar Psicología en la Universidad Rafael Landívar, en su sede de Antigua Guatemala. Así fue como Paula María García Gonzales se convirtió en licenciada en Psicología Clínica a los veinticuatro años, para ayudar en el cuidado de la salud mental de todas las personas que necesitaran de sus conocimientos.

¡Cómo no darles protagonismo a los sucesos de la vida de Paly! Es ella quien sigue brindando una mano amiga a los demás, creando espacios para la atención de quienes buscan un apoyo psicológico y, especialmente, para los niños. Ha sido todo un placer tenerla a mi lado; es mi hermana y una gran mujer, con metas bien definidas: seguir estudiando y obtener títulos que le permitan crecer aún más como profesional para seguir brindando a la gente la oportunidad de sanar y mejorar.

En San Pedro de Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica, en 1944 nació una mujer con prioridades diferentes a las de muchas otras, pues sabía muy bien que la vida de cada quien era única. Para mi tía Nidia Araya Alfaro, su propósito y lo que quería era lo único que realmente importaba.

Nunca estuvo interesada en el amor. Su familia no poseía riquezas ni grandes terrenos, vivían con lo que tenían, pero a ella le encantaba, pues sus hermanos y sus padres eran su prioridad.

Un día, un conocido de la familia le propuso una oportunidad que le cambiaría su vida para siempre. Nidia aceptó gustosa el puesto de conserje en la Universidad de Costa Rica.

Como una joven en esos tiempos, Nidia sabía muy bien las reglas y siempre trató de seguirlas cuidadosamente, sin sospechar que era una mujer revolucionaria y más de lo que alguna vez le prohibieron ser. Ella no estaba interesada en tener un esposo y dedicarle su vida a él, mucho menos ser una madre de familia con el único propósito de servir a su núcleo y en los quehaceres de la casa. Hacía todo por gusto y no por la obligación de cumplir con los demás.

Empezó a trabajar porque sabía que eso necesitaba para vivir. Brindar estabilidad a su amada familia era una de sus verdaderas prioridades, laboraba siendo la única mujer conserje en aquel recinto educativo. Dejó ver su gran poderío e imponente fuerza demostrando así que una mujer era capaz de ejercer una profesión “de hombres”. Trabajó por veinticinco años, bien ganados, y en todo ese tiempo no hubo nada ni nadie que la desviara de su fin.

Nidia tenía muy claro lo que quería, y lo logró; su propósito siempre había sido servir a los que más quería, cuidar de cada uno de ellos cuando más la necesitaban y demostrarles el amor más ingenuo. Sin embargo, tuvo que afrontar muchas críticas de familias infelices, incapaces de aceptar que cada mujer es dueña de su vida y que el hecho de casarse y tener hijos o no, no define a alguien. A Nidia nunca le importaron los juicios de terceros y estaba feliz consigo.

Existen muchas ideas abrumadoras de mujeres oprimidas que han llevado a la ruina a más de una. Desde niñas a muchas les enseñan que para estar realizada se deben casar, tener hijos y, sobre todo, servir a un hombre, haciendo ver al sexo femenino como máquinas reproductoras, sin escapatoria alguna. A cuantiosas féminas se les obligó a brindar honor a su familia, al casarse y tener hijos contra su propia voluntad. Pero, en el caso de otras, como en el de Nidia, mujeres independientes y sin hijos, eran llamadas malditas o arruinadas, ya que ningún hombre se había fijado en ellas para hacerlas mujeres de familia. Tal vez, a Nidia simplemente le «barrieron los pies” y tuvo mala suerte.

Con su historia mi tía demuestra que cada quien es un mundo, que la sociedad nos ha encerrado en un solo estereotipo de mujer perfecta, pero no podemos olvidar el hecho de que somos féminas únicas y diferentes, que han venido a enseñarle al mundo el verdadero significado de ser mujer.

El día llegó de una forma casual, con la cegadora luz del sol deseándole los buenos días. Llena de alegría y entusiasmo se dispuso a empezar la emprendedora Vanesa, una mujer de rizos definidos color azabache, mirada firme y penetrante, algo testaruda de carácter; siempre con la vista clavada en la victoria. Observadora e inquieta por naturaleza, le gustaba evaluar siempre una nueva oportunidad para emprender un negocio. Amante de las ventas y el contacto con los clientes. 

Un miércoles por la noche, del año 2008, su esposo, preocupado, con las manos en la cabeza le platica que hubo un recorte de personal en la empresa donde él laboraba. Vanesa, un tanto agobiada, pensó: «¿Qué haremos ahora?». Como si de una chispa de luz radiante se tratara, llegó la respuesta unas semanas después: la mujer propuso emprender una librería técnica, donde venderían todos los materiales para las carreras de Arquitectura e Ingeniería Civil, pues en su ciudad había una gran demanda por un negocio de esta índole.

Y, efectivamente, en noviembre de ese mismo año se inauguró el local. Era toda una novedad, muchos estudiantes del casco urbano llegaban a comprar. La pareja empezó con lo básico: lápices, rapidógrafos, cartones de presentación para maquetas y muebles a escala. Luego se volvieron distribuidores de mesas de dibujo con todo su equipo correspondiente. Ampliaron el servicio que le brindaban a sus clientes con juegos de planos y la elaboración de maquetas a escala y en duroport (material plástico). Como los locales con fotocopiadoras eran escasos por esa zona, más tarde adquirieron una fotocopiadora y con las ganancias de su negocio lograron tener tres fotocopiadoras en un mismo local.

El negocio no solo generaba ganancias y realización para Vanesa, también creó oportunidades de empleo para otras mujeres. Ella no solo tenía el rol de emprendedora, también el de madre; siempre encontraba el equilibrio entre el tiempo con su hijo y ser eficaz en el trabajo.

No existe nada que motive más a una madre luchadora que su propio hijo. Vanesa encontraba en su pedacito de querer de apenas dos años de edad  la motivación necesaria para levantarse todas las mañanas y cumplir con el negocio, la casa y su rol de madre. Por fuera lucía como alguien firme y estricto, por dentro era todo lo contrario, siempre llenaba a su pequeño de abrazos y besos en cada despertar, desde muy chico le enseñó a ser agradecido, honesto y solidario. Así creció su patojo entre vitrinas de colores, toque único de su librería. La mujer deseaba que su hijo fuera íntegro y feliz.

Vanesa representa a todas esas mujeres que salen cada día a rifarse la vida para llevar el sustento a sus hijos. Sí, hablo de esas damas que sacan adelante un negocio, en las plazas o mercados o desde sus propios hogares, combinando el hermoso privilegio de la maternidad con el emprendimiento.

Allí estaba Vanesa viéndose en el espejo diciendo: “Para todo hay un tiempo; tiempo para reír, llorar, bailar, cantar, ser feliz… menos para rendirse o tirar la toalla”. 

Gabi Hernández Tócamo nació el 15 de enero de 1990, en Río Marea, provincia de Darién. Es hija de Gabriel Hernández Rodríguez y Felicia Tócamo Degaiza. Actualmente tiene 32 años y su trabajo es la agricultura.

Cursó sus estudios primarios en Barriales, escuela Edamia Mendoza Madrigal, a partir de 1996. En el año 2002 inició la secundaria en el Colegio León Antonio Soto enfrentándose a un cambio drástico, ya que era una adolescente del campo, humilde y limitada en la tecnología, incluso en materias complicadas como Inglés e Informática.

A mediados de año sus clases se vieron interrumpidas debido a las circunstancias. Su padre enfrentaba una enfermedad muy difícil y su madre dejó su trabajo para atenderlo. Al no contar con recursos para pagarse los estudios, Gabi los abandonó.

Gabi y su hermana Eli tuvieron que trabajar muy duro, dedicándose a sembrar arroz, maíz, etc., para su subsistencia. Gabi, a sus trece años, también empezó a laborar cuidando a dos niños, por 40 dólares al mes; así ayudaba a su familia.

A sus quince años regresó a la ciudad a trabajar, también estudiaba en el Centro de Educación Laboral Nocturno Las Cumbres.

En 2009 culminó su Bachiller en Comercio con Énfasis en Servicios Turísticos. Un año después ingresó a la Universidad Especializada de las Américas, donde estudió la carrera Técnico en Guía Turística Bilingüe. En 2014 inició su Licenciatura en Gestión Turística, además realizó cursos de contabilidad y planilla en el INADEH.

Trabajó en el Hotel El Panamá, como ama de llaves; en el Holiday Inn, en el departamento de Alimentos y Bebidas; y con la empresa House Keeping, en la Caja del Seguro Social.

En 2018 toma la decisión de regresar a su pueblo a cuidar a sus progenitores. Desde entonces, Gabi se ha dedicado al campo, con un proyecto sobre café. Empezó con más de mil plantones gracias a la ayuda de sus padres. Su papá se encarga de la limpieza del café y ella de la siembra y cosecha. Este proyecto empezó en agosto del 2020.

Su deseo no es solo sembrar café, sino también tener más cultivos como maíz, arroz, otoe, entre otros; al igual que ayudar a fortalecer a los pequeños y medianos productores de la región de Barriales.

Una mujer que dejó un legado imborrable en el arte hondureño. Mayormente autodidacta, su obra era una bella representación de la naturaleza tropical. Antes de ejercer con el pincel se dedicaba al profesorado; descubrió su vocación por la pintura a partir de una grave enfermedad que la dejó en cama y llegó a convertirse en una maestra que expuso en países como Guatemala, España y Estados Unidos. Ella es Teresa Victoria Fortín Franco, mejor conocida como Teresita Fortín.

Nació en el pequeño pueblo de Yuscarán, en el oriente de Honduras, en una familia burguesa; era hija de Miguel Fortín y Rita Franco. Teresa quedó huérfana de madre siendo muy joven, y le tocó cuidar a sus hermanas y hermanos. Estudió en Tegucigalpa y se graduó de la carrera magisterial para ser docente. Poco después su padre fue exiliado a El Salvador por razones políticas y ella quedó como el pilar de su hogar.

En la década de los 20, a sus 35 años, Teresa fungía como maestra en Valle de Ángeles. Durante este tiempo sufrió un quebranto de salud que la obligó a guardar reposo por largos periodos, fue entonces cuando despertó sus destrezas artísticas. Empezó a dibujar al natural, luego hizo pinturas al óleo inspiradas en la naturaleza; finalmente, se dedicó al arte profesionalmente.

A principios de 1933 realizó una muestra de sus pinturas en la Biblioteca Nacional bajo el patrocinio del Ministerio de Educación. El evento resultó todo un éxito y las autoridades la apoyaron para recibir clases con el maestro Max Suceda. Teresa también fue alumna de Pablo Zelaya Sierra, conocido como el padre de la plástica hondureña.

Su carrera siguió en ascenso hasta convertirse en la primera artista en brillar en Honduras. Para el año 1934 Teresa Fortín fue nombrada como maestra de la Academia Nacional de Dibujo Claroscuro al Natural, fundada por el maestro Carlos Zúñiga Figueroa. Hacia finales de la década, realizó cinco exposiciones personales y envió muestras a ocho lugares. También participó, en 1942, en la restauración de Los evangelistas, obra pintada por José Miguel Gómez en las pechinas de la cúpula de la Catedral de Tegucigalpa; allí despertó su interés por el arte religioso, al que le dedicó buena parte de su vida. También cultivó el realismo, el impresionismo, el collage y el arte naíf.

En pleno siglo XX, época marcada por convencionalismos sociales, donde la mujer era marginada a labores tradicionales nos encontramos con este personaje que, a pesar de las dificultades, supo sobresalir y adaptarse a las circunstancias que se le presentaron. Su trabajo le valió numerosos premios y reconocimientos, como Lauro de Oro del Distrito Central, en 1978. Dos años después recibió la Hoja Liquidámbar en Plata y el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra.

Al hablar de su vida es evidente que Teresa es una mujer que inspira, sobre todo por su talentosa conexión con la pintura y la naturaleza y por perseverar frente a la adversidad. Así como Teresa me motiva, espero que pueda hacerlo con otras personas a través de este escrito, mi pequeño homenaje hacia ella.

Mi mamá se llama Ana Cecilia López, apodada Anita. Aunque nació en la ciudad de Panamá, tiene raíces asiáticas gracias a mi abuelo. Ha sido una mujer presente en nuestras vidas, pero sobre todo ha sido valiente.

Cursó la carrera de Medicina en Costa Rica. No creas que estudiar en el exterior fue su primera opción, ya que había ingresado antes en la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá, pero no logró adaptarse a las materias. Intentó luego con Arquitectura y, a pesar de que le fue bien, se retiró. Como es una mujer que no se rinde y que persevera, solicitó una beca para estudiar en el vecino país, y la aceptaron.

Lejos de nuestra tierra conoció a mi papá, Eduardo. Ellos salieron por cinco años y se casaron en 2001. Dos años después nació mi hermano, llamado como mi padre y a quien le decimos Eduardito. Siete años más tarde llegué al mundo yo, María Paula.

Mi mamá es osada ante todas las adversidades de la vida. Les cuento que yo no vivo con mi padre, pues él cometió un acto de infidelidad. A pesar de esta situación, ella vivió con él por casi diez años. Luego pasaron algunos hechos que hicieron de ella una mujer determinada, que decidió separarse de mi papá. Y traigo el tema a este escrito porque muchas mujeres no se atreven a hacer lo mismo por diferentes factores. Mi mamá se llenó de valor y pudo. Para mí, eso fue un logro.

Desde que mi padre se fue del hogar, mi vida no ha sido la más fácil. He tenido bajones y muchos problemas en general, pero ¿sabes quién siempre está ahí para apoyarme?, no es mi padre, sino mi mamá. Ella es alguien que nunca me dejaría colgando en el aire. Cada vez que me siento mal, está para darme ánimos. Es mi sostén.

A mi mamá nunca la llamaría madre. En mi concepto, madre es la que da la vida, mamá es la que cría. Mi mamá me crio y me ha hecho ser la persona que soy ahora.

Anita, como le dicen, por el momento está aprendiendo finanzas, aunque es médico pediatra desde hace quince años y le ha ido muy bien. Lo cierto es que detuvo un poco su carrera para cuidar a mi hermano mayor, ahora de diecinueve años, y a mí que tengo doce. Pero eso no impidió que ella se convirtiera en una gran profesional.

Agradezco a Ana Cecilia López por darme las herramientas para ser una persona civilizada y de buena fe. Mi mamá, teniendo obstáculos en su vida, ha logrado transmitir alegría y determinación por las metas cumplidas. Aunque no tenga la vida de ricos o de lujos, ella es feliz, y si ella lo es, yo aún más.