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Una simple decisión marcó su vida: seguir el camino del puño y la patada.  

Empleando todo lo que había practicado durante su preparación, metió una patada cuya potencia le mereció la cuarta medalla de oro en taekwondo, batiendo el récord panameño en los Juegos Bolivarianos de 2017.

Para todo deportista la vida siempre es una competencia, una carrera, una pelea que, aunque poco a poco te deja sin aire, te va llevando al verdadero reto: el enfrentamiento contigo mismo. Así es este arte marcial, es disciplina, es perseverancia, es tener humildad, pero, sobre todo, apostar por ti y la fe en tu vocación.

Su ser competitivo despertó cuando era tan solo una niña, una pequeña con sed de darlo todo en un dojang (sala de entrenamiento), pasión que la empujó a trabajar duro. 

Fue así cuando, a la corta edad de cuatro años, Carolena Jean Carstens Salceda empezó el verdadero combate, el combate con ella misma que la llevó a ser, a los 26 años, campeona olímpica.

Todos sus triunfos han comenzado desde abajo, tal como lo describió luego de su victoria: “La verdad es que ha sido una trayectoria bastante difícil, pero aquí está el fruto de cuando nunca pierdes la fe y no paras de luchar. Siempre hay un buen resultado”, señaló a los medios aquel día.

Gracias a la inspiración que le brindaba su hermana Christina, quien había empezado a tomar clases de taekwondo, Carolena se introdujo a este camino. Nacida el 18 de enero de 1996, en Illinois, Estados Unidos, decidió representar a Panamá antes que a su país natal cuando tenía trece años.

A esta edad empezó a competir mundialmente. Combatió por primera vez en los Juego Olímpicos de Londres 2012, donde fue la más joven de las atletas con tan sólo 16 años. En el año 2016, Carolena debutó, con 20 años, en estos mismos juegos en Río de Janeiro, prometiendo dar todo de sí. Sin embargo, no obtuvo medallas en ninguna de las dos.

Los obstáculos nos suelen frenar, no obstante, para ella fue el motivo de seguir luchando. Luego de recuperarse de una lesión de ligamentos cruzados en su rodilla izquierda, clasificó a los Juegos Panamericanos de Lima (Perú) 2019. En esta ocasión, la victoria tampoco estuvo a su favor. En la semifinal fue derrotada por Anastaija Zolotic, quedando en 24-10. 

En junio de ese año la atleta panameña compitió en el Abierto de Luxemburgo donde obtuvo la medalla de plata después de haber sufrido una lesión en la mano izquierda. Posteriormente, logró la medalla de oro para Panamá en los Juegos Bolivarianos y, aún lesionada, compitió en los mundiales en Guadalajara (México) pasando la primera ronda. 

Sin duda, deportistas jóvenes pueden hacer un cambio en el mundo, como lo ha hecho esta increíble mujer. Su patada inspiradora ha hecho que mi pasión por los deportes sea una competencia constante para superarme a mí misma y me ha enseñado que cada error es un paso a la excelencia.

Admiro su perseverancia, su atrevimiento para, después de todo, seguir avanzando. Como ella misma lo ha dicho en varias entrevistas, quizás es un golpe muy duro, pero solo queda mirar hacia adelante. Este deporte no solo es defensa personal, es el camino de la vida al autocontrol, a la confianza en uno mismo y nos enseña que con actitud todo es posible.  

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Laura Pilar Vélez Batista, panameña, nacida el 24 de mayo de 1985, es una mujer de gran impacto y reconocida ginecóloga obstetra por su subespecialización poco común en Obstetricia Crítica.

Laura decidió que quería graduarse de Medicina cuando estaba en tercer año de colegio. Inició sus estudios en la Universidad Latina de Panamá, en 2003, donde posteriormente descubrió que su verdadera pasión era el área de Ginecología, dando seguimiento a los partos y trayendo nuevas vidas al mundo.

El camino de Laura para hacer su especialización no fue muy fácil, solo habían abierto cuatro plazas el año que concursó y, a pesar de que se esforzó en sus estudios, no logró el puntaje requerido para obtener un cupo. Entonces se dedicó a trabajar en ambulancias y en cuarto de urgencias, se sentía devastada por no haber obtenido lo que tanto anhelaba para darle continuidad a su carrera y hasta llegó a pensar en renunciar a su sueño de ser ginecóloga.

Un buen día recibió una carta de su mamá que decía: “Laura Pilar, confía en ti, retoma los libros y vuelve a intentarlo”. Para Laura ese papel, que aún conserva, cambió todo y fue el impulso que necesitaba para tratar una vez más  Entonces concursó nuevamente y logró la puntuación, sin imaginar siquiera el gran reto que estaba por venir.

Se había ganado la plaza, pero no donde le hubiese gustado. La ubicaron en el Hospital Manuel Amador Guerrero, en Colón, que estaba lejos de ser el lugar anhelado para estudiar. Pensó en renunciar y esperar otros seis meses para volver a aplicar en un centro médico en la ciudad capital, pero nuevamente la mamá la animó y la llevó de la mano hasta el nosocomio donde tenía que hacer cuatro años de residencia.

Ejerciendo, Laura se percata de una gran problemática en el área de cuidados intensivos: muchas jóvenes morían por complicaciones en sus embarazos y abortos. Así descubre la necesidad de un ginecólogo en obstetricia crítica en el hospital de Colón, pero solo había cuatro médicos con esa especialidad en Panamá y todos ejercían en la capital. Entonces Laura decide estudiar la subespecialización.

“El plan de Dios es perfecto. Si no hubiera estudiado en el hospital de Colón, nunca hubiera decidido tomar la subespecialización en Obstetricia Crítica y no sería quien soy el día de hoy. Doy gracias a la provincia de Colón que me formó”, reconoce.

Entre sus aportes, la doctora Laura Vélez ha sido de gran beneficio para muchas pacientes con embarazo de alto riesgo y para el Hospital Manuel Amador Guerrero. Además, ha participado en varios libros a nivel nacional e internacional de evaluación neurocrítica en pacientes obstétricas. También planea continuar con sus estudios y transmitir posteriormente sus conocimientos como profesora universitaria.

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Es la séptima hija entre nueve hermanos, con antecedentes de educadores, tratando de distinguirse entre todos para tener la aprobación. Desde un inicio supo que quería marcar una diferencia frente a los demás. Dedicó la mayoría de su vida a criar a sus hijos y a brindarles todo lo que necesitaran para ser exitosos en los caminos que decidieran llevar. Una vez sus hijos crecieron, entró en un momento de realización. ¿Qué pasaría si ayudaba a otros niños a ser amados, tratados y educados de la misma forma que ella hizo con los suyos?

Nunca pensó que se convertiría en la persona que actualmente es, enfocada en buscar todo el conocimiento posible para compartirlo con los niños, jóvenes y adultos. No fue una tarea fácil abrir una escuela innovadora, con la visión de educar a los futuros líderes del país integrando el idioma inglés, la tecnología y los valores enfocados hacia el éxito global. Recuerda que muchas puertas se le cerraron para este proyecto y las situaciones no iban mejorando, los sucesos negativos seguían aconteciendo. En los momentos que pensaba que sería mejor rendirse, podía ver a aquellos niños incapaces de recibir una buena educación, y poco a poco aprendió a levantarse y a seguir luchando por su sueño. 

Al inicio contaban con 7 alumnos, hoy atienden a más de 500 con gran anhelo de aprender. Sin embargo, sus metas apenas están comenzando en este camino educativo, donde el único propósito es que todos tengan una oportunidad de estudio.

Les presento a la directora de nuestra prestigiosa escuela Howard Academy, la mujer que nos abrió las puertas, no solo de su institución, sino también de su corazón: Tania Fleming. Una líder que nos enseña a perseguir nuestros sueños, que no debemos quedarnos estancados, aunque esté todo en contra; y a experimentar acciones nuevas, porque nunca sabemos cuándo encontraremos lo que nos apasiona. 

Su filosofía de vida es: “Busca algo que la gente necesite y que no se encuentre en todas partes, marca una diferencia entre los demás usando tu gran mente y conocimientos”. La profesora Fleming siempre nos recuerda que los títulos no son solo un pedazo de papel para tener en la pared, sino que es necesario utilizar el conocimiento que nos llevó a obtenerlo, pues es ahí donde está nuestra fortaleza, siempre y cuando la usemos correctamente.

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Reina Torres de Araúz es considerada pionera de la antropología en nuestro país. En opinión del profesor Alberto Osorio Osorio, miembro de la Academia Panameña de la Historia, “es la panameña más extraordinaria del siglo XX”.

Fue autora de numerosos libros sobre estudios antropológicos, etnográficos y culturales. Elaboró más de 70 artículos históricos, ecológicos y antropológicos y ofreció un gran aporte a la cultura local.

Nació el 30 de octubre de 1932, en la ciudad de Panamá. Realizó sus estudios en distintos colegios como la Escuela Normal de Santiago, el Liceo de Señoritas y obtuvo su bachillerato en el Instituto Nacional de Panamá. Logró culminar un profesorado en Historia, una licenciatura en Antropología y un certificado de Técnica en Museos.

En 1957, a los veintidós años, comenzó su primer trabajo como antropóloga en el Instituto Indigenista Americano donde se dedicó al estudio de la mujer panameña. Redactó un libro llamado La mujer kuna. Pero hubo un cambio debido a que la letra K no existe en el abecedario guna. En 1958 publicó otra obra llamada América indígena, que habla sobre los indios chocoes de Darién.

Mientras investigaba sobre los originarios de aquella provincia, conoció al profesor Amado Araúz, se enamoraron y se casaron el 30 de diciembre de 1959. Tuvieron tres hijos: Oscar, Carmela y Hernán.

En 1960, Reina y su esposo organizaron una expedición que buscaba probar que el legendario tapón del Darién se podía atravesar con vehículos de motor. Se dedicó por meses a hacer investigaciones etnográficas sobre los chocoes de Darién y así poder escribir su tesis doctoral.

Para el año 1962 fundó el Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Panamá. Su propósito era realizar estudios en todos los campos de la ciencia, aunque no contaba con suficiente personal ni presupuesto.

En esa época, Reina y sus alumnos iniciaron una investigación rigurosa utilizando datos etnográficos y culturales sobre varios pueblos aborígenes del país. Atravesaron los ríos Tuira, Bayano, Sambú y Chucunaque. En 1963 viaja a la Universidad de Buenos Aires, Argentina, para sustentar su tesis doctoral.

En 1965 creó en la Universidad Nacional las cátedras de Prehistoria de Panamá y Etnografía de Panamá. Luego la nombran directora del Museo Nacional de Panamá, en 1969, y empieza a hacer cambios positivos en la institución. También era funcionaria de la Comisión de Estudios Interdisciplinarios para el Desarrollo de la Nacionalidad. Estuvo encargada de la Dirección de Patrimonio Histórico del Instituto Nacional de Cultura, en 1970.

A sus 47 años, la Unesco la nombró vicepresidenta del Comité del Patrimonio. También fue la primera mujer en convertirse en miembro de número de la Academia Panameña de la Historia.

Es difícil enumerar todos los logros que la antropóloga alcanzó en sus 49 años de vida, pero es evidente que, para ella, rescatar el patrimonio era como el aire que respiraba, vivía para eso; si no lo hacía, se sentía muerta.

Reina Torres de Araúz fue una mujer de su tiempo que supo responder al momento histórico que le tocó vivir y que dejó para mi generación un ejemplo de tenacidad, responsabilidad, compromiso y amor por nuestra cultura, pero que desafortunadamente muchos han olvidado.

Cuando sea mayor, espero ser igual a ella.

 

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Al pensar en mujeres inspiradoras de mi país, vienen a mi memoria aquellas valientes que nos han dejado un legado de valores, talentos y perseverancia, figuras como Amelia Denis de Icaza (poeta), María Ossa de Amador (diseñó la bandera panameña) o Rosa María Britton (médica y escritora), quienes han abierto el camino para el desarrollo integral de más y más féminas a lo largo de nuestra historia.

Podría dedicar esta crónica a alguna de estas mujeres talentosas, sin embargo, deseo escribir sobre una que ha sido un gran ejemplo para mí: mamá. Ella es una fuente de inspiración por su tenacidad, resiliencia y su fe inquebrantable, principios que la han convertido en alguien fuerte, decidida y con una gran sensibilidad frente a las adversidades.

Mi madre nació y creció en la ciudad de Panamá, su niñez estuvo fuertemente influenciada por sus padres y abuelos, quienes le inculcaron el respeto a las personas, amor al trabajo y alto sentido de la responsabilidad. 

Con la obtención de un préstamo educativo, culminó sus estudios de licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas, en la Universidad Católica Santa María La Antigua, alcanzando el promedio más alto de su promoción. Tras el divorcio de sus padres, experimentó algunas carencias económicas que la enseñaron a valorar más lo que obtenía. 

Al poco tiempo de iniciar labores en una prestigiosa firma de abogados, mi madre fue diagnosticada con artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune que afecta primordialmente las articulaciones. Desde entonces han pasado dieciocho años y continúa luchando de manera incansable.

Aunque las secuelas de la afección se hacen visibles en sus extremidades, ella no ha perdido su tenacidad y amor por la vida, pero, sobre todo, no ha perdido la fe; su lema de vida es: “No se trata de poder hacer, sino de querer hacer”.  A pesar de su limitación física, mi madre logra, de manera sorprendente, realizar todas las tareas del hogar, además, conduce su auto, escribe y ejerce su profesión. Es admirable ver su capacidad de lograr todo lo que se propone.

Día tras día me siento sumamente orgullosa de ella, pues las adversidades no la han detenido. Una mañana, al verla coser la basta de uno de mis pantalones, le pregunté: «Mamá, ¿qué es lo más complicado que te ha tocado enfrentar con la enfermedad?». Ella sonrió y me respondió: “Hija, hoy puedo decir con certeza que he aprendido muchas cosas con esta enfermedad, desde escribir de nuevo hasta utilizar el teclado de una forma diferente e inclusive a coser con la mano izquierda; sin embargo, lo más difícil han sido los prejuicios sociales, ya que muchos subestiman el talento y aptitudes de una persona con discapacidad. Esto es lo que me impulsa cada día a demostrarme a mí misma y al resto del mundo que sí puedo». 

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Todos tenemos alguien a quien admirar. Algunos podrían mencionar a su mamá, a su maestra, a su hermana o a otras mujeres en su vida; pero la persona que me asombra es la maravillosa María Ossa de Amador.

Para quienes no la conocen, María fue quien hizo posible la existencia de la bandera panameña. Nació el 1 de marzo de 1855 en Panamá, y estaba casada con Manuel Amador Guerrero, doctor, político y primer presidente de la República. 

María le pidió a su hijo Manuel Encarnación que diseñara la bandera, mientras que ella y su cuñada Angélica B. de Ossa compraron las telas en distintos establecimientos (La Dalia, El Bazar Francés y A la Ville de París) para no despertar sospechas.

Como la propuesta de tener una insignia panameña fue rechazada por el tratado Bunau-Varilla, las dos mujeres no podían dejar que nadie se enterara de que estaban creando este emblema. Lo confeccionaron en secreto, dentro de una casa abandonada, con solo una máquina de coser portátil y a la trémula luz de una lámpara de kerosén.

El 3 de noviembre de 1903 la bandera fue presentada al pueblo panameño y este la aceptó. Ese mismo día fue paseada por primera vez. Quizás muchos piensan que todo lo que involucró la creación de la enseña patria fue un proceso simple, pero cuando lo que estás haciendo es considerado un acto de rebeldía hacia un Gobierno, adquiere un carácter arriesgado. 

Si su objetivo salía mal y las descubrían mientras fabricaban el pabellón, podían haberlas castigado de manera grave, y de paso, a todos los que sabían del plan libertario. Si no las sorprendían en el proceso, pero luego algo resultaba fuera de lo calculado, también habrían sufrido serias consecuencias.

Cuando leo sobre su historia, me doy cuenta de todas las veces en que me quedé callada por miedo a que me regañaran, que pensaran mal de mí o me criticaran, y también me percato de lo complicado que fue hacer el pabellón nacional en esos momentos. Se requiere de mucha la valentía para dedicarse de lleno a una causa y finalmente hacerlo, a pesar del temor que sientas, y eso es muy admirable.

María no solo hizo la primera bandera panameña, sino que también llegó a ser la primera dama de Panamá cuando su esposo, Manuel Amador Guerrero, fue designado el primer presidente constitucional, en 1904. Falleció el 5 de julio de 1948 y aún es recordada como una de las figuras claves para lograr nuestra separación de Colombia.

¡Qué mujer tan increíble! Porque fue la responsable de hacer una gran hazaña. Era muy resiliente, alguien que me inspira todos los días a ser una mejor versión de mí por encima de las adversidades. Cuando creo que no puedo hacer algo, pienso que quizás María también dudaba al principio, pero al realizarlo, demostró que sí era posible.

A veces reflexiono sobre el miedo que debió experimentar aquella mujer al tener que cumplir su misión en medio de la noche, en una casa abandonada, solo con una lámpara y una máquina de coser, y me siento mal por todas las veces en que preferí la comodidad sobre el esfuerzo y el compromiso.

Esta fue María Ossa de Amador, una patriota decidida.

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De pequeña se le veía corriendo por las calles de Puerto La Cruz, cansada de las burlas de las que era víctima; ahora, corre por un sueño. La Garza era el apodo que le ponían sus compañeros, sin saber que estaban frente a una de las mujeres que cambiarían la historia del deporte.

Yulimar Andrea Rojas Rodríguez nació el 21 de octubre de 1995 en Puerto La Cruz, Venezuela. Su familia no tenía muchos recursos y vivía en una pequeña casa junto a sus seis hermanos en Caracas. Inicialmente estuvo atraída por el deporte, pero no en el atletismo, tenía aspiraciones en el voleibol, inspirada por la selección femenina de esa disciplina que participó en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Asistió a un polideportivo donde no había entrenadores de voleibol, pero sí de atletismo, los cuales no tardaron en interesarse en ella.

Es difícil no verla con sus largas piernas que la hacen perfecta para saltos y carreras. El primer campeonato donde participó en la disciplina de atletismo fue en los XVIII Juegos Nacionales, en Lara, de los cuales salió victoriosa en la categoría de salto de altura con 1,70 metros. Parecía que había nacido para este deporte. Pronto asistió a su primera competencia internacional, el Campeonato Sudamericano Juvenil de Atletismo 2011, donde nuevamente venció en la categoría de salto de altura con 1,78 metros.

Lo anterior fue solo el comienzo de su estelar carrera, ya que en 2013 mejoró su récord personal y obtuvo dos medallas de plata durante el Campeonato Panamericano Juvenil de Atletismo. En 2015 se estableció como la mejor de Venezuela en eventos de longitud y triple salto. Ese mismo año ganó el título continental en el Campeonato Sudamericano de Atletismo.

El 14 de agosto de 2016 se llevó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en la categoría de triple salto. Fue la primera vez que atendió a estos juegos. Después, le podemos contar una increíble cantidad de preseas. El pico de su carrera fueron los años de 2020 y 2022.

En 2020 rompió el récord mundial en triple salto en pista cubierta. En 2021 obtuvo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, en triple salto; su primer salto batió un récord olímpico, y el sexto, récord mundial. En un par de minutos impuso dos récords y quedó inmortalizada para la historia. En 2022 superó la marca mundial nuevamente. Hasta ahora ha sido la única persona que ha superado una marca de triple salto tres veces consecutivas (2016, 2018 y 2022).

Constante, luchadora y perseverante son palabras que podrían describir a esta increíble atleta. Su ambición de triunfar la ha llevado hasta la cima, y va por más. Primero la llamaban la Garza, por su altura y piernas largas, apodo que fue cambiado por la Morena de Oro, gracias a sus preseas.

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Majestuoso, inolvidable, una joya con valores distintos, una leyenda, así es el Teatro Nacional de Panamá, considerado una de las obras arquitectónicas más representativas del país.

Desde su inauguración oficial el 1 de octubre de 1908, con la toma de posesión del segundo presidente de Panamá, José Domingo de Obaldía, sus antiguas paredes han sido fieles testigos de momentos invaluables para la cultura e historia del Istmo, pues allí se han realizado innumerables puestas en escena e importantes conciertos, con artistas nacionales y extranjeros.

Mi conocimiento (derivado de documentales, anécdotas y páginas en internet) recrea una hermosa vista de la gran bóveda de la sala de espectáculos que, junto al cielo raso, las paredes del foyer y el escenario, fueron embellecidos con piezas del artista plástico panameño Roberto Lewis. La imponencia y trascendencia del teatro hacen que mi pecho se hinche de orgullo porque soy consciente de que, en mi tierra natal, se erigió una obra de tal magnitud. Sin duda alguna, siento un honrado corazón que late con fervor a causa de aquella victoria.

A pesar de que por mis venas corre sangre panameña, jamás he tenido la oportunidad de visitar el histórico edificio cuya estructura contiene el verdadero sacrificio y talento de quienes dieron todo en el proceso de construcción. En 1673 en este mismo lugar se había construido el Convento de las Monjas de La Concepción que en 1862 sería utilizado como cuartel militar. La estructura fue demolida y, como si se tratara de un Ave Fénix, renació de sus “cenizas” y se convirtió en lo que ahora todo el mundo es testigo: el magistral Teatro Nacional de la República de Panamá. 

El actual edificio fue construido entre 1905 y 1908. Los planos para la elaboración estuvieron a cargo del arquitecto italiano Gennaro M. Ruggieri, quien trabajó junto a Ramón Arias F. y José Gabriel Duque, contratistas de la obra, y Florencio Harmodio Arosemena, ingeniero principal.

En octubre de 1908, desde que abrió sus puertas con el estreno de la ópera Aida, de Verdi, el Teatro Nacional resplandece por su elegancia y arte. Su fachada solemne de estilo neoclásico está conformada por las enormes puertas principales y dos bellas esculturas que representan las musas de las letras y la música. Ingresar al auditorio es como sumergirse en un cuento de hadas, hay butacas de terciopelo color rojo vino igual que el telón que cubre el magnífico escenario. Al levantar la mirada se aprecia una obra maestra del arte panameño, El nacimiento de la República, lienzo invaluable creado por el maestro Lewis y que decora el techo de la sala.

Aquel teatro, que ha pasado por tres procesos de restauración, es un lugar donde las personas se juntan para construir recuerdos que pasan de generación en generación. Unimos tierra con alma, juntos llevamos a cabo una hazaña maestra en el istmo panameño. Aquella bóveda podría considerarse como el santuario de las leyendas panameñas, esas que marcaron el origen del corazón canalero.

Ir de vacaciones en familia es una de las mejores experiencias que puedes tener durante el receso escolar. Aún no he viajado a otros países, pero sí he visitado muchos sitios hermosos de Panamá como El Valle de Antón, donde se encuentra uno de mis lugares favoritos, La India Dormida, un cerro popular por sus hermosos paisajes y su forma de mujer acostada.

El Valle es un pueblo con muchos atractivos turísticos, ubicado en la provincia de Coclé. Mis padres llegaron por recomendaciones de sus amigos, y, la primera vez que fuimos, nos dieron la noticia como una sorpresa. En esa ocasión, lo primero que pensé fue que este sería un viaje como todos los otros. Sin embargo, siempre me ha gustado ir de vacaciones, por lo que el paseo nunca perdió la emoción. Nos hospedamos en un hotel muy bonito, pero a la hora de dormir tenía miedo, pues el lugar era pequeño y no lograba sentirme bien lejos de casa. Al día siguiente, mis padres investigaron sobre actividades en el área y nos fuimos a escalar la India Dormida, un cerro ubicado a 1055 msnm, ideal para amantes de la naturaleza que buscan desconectarse de la ciudad y retarse a sí mismos.

Como era la primera vez, nos sorprendimos con las majestuosas cascadas y los ríos cristalinos. Durante el ascenso por el sendero se escuchan animales y se aprecia la variada vegetación del área. Realmente, la experiencia es muy agradable, hay mucha diversión y adrenalina porque en algunos puntos el camino se pone empinado y resbaladizo, parece una máquina del tiempo, ya que puedes estar horas ahí y no te das cuenta y, aunque sientas cansancio en algún momento, lo sigues disfrutando porque en lo único que piensas es en llegar a la cima.

Después de horas de caminar y escalar, visualizamos la cumbre. Luego de recobrar el aliento, apreciamos el cráter de un extinto volcán y el pueblo de El Valle rodeado de montañas y un manto azul. Desde este punto también era posible observar vacas y otros animales. Al estar ahí, sentí una gran tranquilidad en medio de ese ambiente natural y por haber logrado mi objetivo de llegar a la punta, pero el viento soplaba tan fuerte que tuve que sentarme ya que sentía que, si no lo hacía, me podía caer por el camino rocoso.

A mi papá le dio curiosidad un sendero que había cerca y preguntó a dónde llevaba. Le respondieron que era un camino hacia un cementerio y otros rincones de La India Dormida. Mi papá, mi hermana mayor y yo fuimos a recorrerlo; mi mamá se quedó con mi hermana menor, porque tenía miedo, pues era un poco peligroso y había que escalar. Este lugar era más hermoso que el que dejamos atrás. Valió la pena el riesgo. A pesar de que esta aventura ocurrió hace muchos años la sigo recordando como si fuera ayer, espero ir en unas próximas vacaciones para superar mis límites y disfrutar de sus encantos.

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Cuando pienso en mi infancia, no hay un lugar más encantador que la isla de Taboga. Allí nació mi papá y allí conoció a mi mamá. Siempre me llevaron a aquel lugar que imaginaba como en los cuentos de piratas, con rutas en mapas y tesoros por encontrar. 

El abuelo Luca me contaba que sí existían. A sus ochenta años sale todas las mañanas al monte, a cosechar ají, plátano y piña, así que se conoce Taboga como la palma de su mano y no para de narrar cuentos y vivencias sobre este territorio, como si hubieran ocurrido ayer. Cada cosa que dice me transporta y me hace querer más este lugar. Sin duda, es mi isla. 

Una de las cosas que más me atrapa de Taboga es su mar. Apenas tuve edad, me fui a bucear, a descubrir la vida allá abajo, lo que me generaba tantas fantasías. Inicié por la orilla, me fui adentrando para ver los corales y peces de varios colores. También había caracoles y un sinfín de especies que no podía distinguir, pero que sin duda eran hermosas. Un sueño hecho realidad. 

Allí, bajo el agua, me di cuenta de que nací para estar en la isla. Su naturaleza, su gente y sus costumbres son mi identidad. No había un día en que no pensara en regresar pronto para ver a mis amigos, saludar a la comunidad y explorar cada rincón, es algo que me llena de alegría.

Cada vacación escolar es el momento indicado para volver, el verano es una puerta a la felicidad que me provoca mi tierra. Porque eso es Taboga para mí.