Mi hermana es una persona con carácter fuerte, pero amable y algo sensible aunque no lo parezca, cerca de ella me siento segura. Siempre me defiende cuando alguien me molesta o intenta meterse conmigo, ella tiene un gran temor: que me hagan daño.

Su nombre es Nicole Sanjur y es una joven de 17 años, ella quiere ser tripulante de cabina, o sea, una gran aeromoza, para poder viajar, conocer y desarrollarse profesionalmente; he visto que se ha estado esforzando muchísimo para cumplir su sueño, lastimosamente en ocasiones siento que no valoran ese esfuerzo.

Viendo lo mucho que se esfuerza, mi memoria trae a colación un gran recuerdo: cuando éramos muy pequeñas, ella siempre estuvo para mi hermana y para mí, a pesar de que su infancia fue difícil, siempre intentó que nada negativo que pasara a nuestro alrededor nos afectara. Siempre fuimos unidas las tres, como las tres mosqueteras.

Pero su forma de ser no solo lo demuestra con nosotras. Le pregunté a algunas de sus amistades sobre lo que piensan de ella y la respuesta fue lo que ya sabía: que Nicole es una chica muy valiente y no permite que los malos comentarios le afecten. Algunos me comentaron que no es una amistad “normal”, me causó gracia, porque pensé ¿Qué es normal en Nicole?, pero me aclararon que es una amistad que cuidarán porque son muy afortunados de tenerla en sus vidas.

Lo que me trajo otro flashback a mi memoria: “En mi cumpleaños, durante el 2021, quedé sin amigos y estaba demasiado triste, ya que me sentía muy sola. Nicole vino hacia mí, me abrazó y me dijo: “mientras yo esté aquí no te volverás a sentir sola”.

La sensación de ese abrazo fue cálido y se sintió tan bien. En esos momentos, solo quería guardar las lágrimas que tenía acumuladas, pero no pude aguantar y empecé a llorar; mis lágrimas no eran de tristeza, en aquel instante comprendí, sorprendentemente, que fueron lágrimas de felicidad.

Estoy contenta de poder contar esto, ella se lo merece y quiero darle a entender que es muy importante para mí y que estoy muy orgullosa de que sea mi hermana, a pesar de las peleas que hemos tenido, ella es muy importante en mi vida.

Nicole, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí y te prometo que ahora la que estará para ti seré yo…

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Madre, tenías dos opciones: callar y morir, o hablar y morir. Te admiro porque decidiste hablar.

Ingrid de Orta, una mujer hermosa, y algo ingenua, a sus veinticuatro años se casó con un hombre que parecía ser muy respetuoso y servicial, pero que luego la envolvería en un espiral de dolor y violencia. Nunca imaginó que todo ese amor tendría un final triste.

Ingrid tenía un cuerpo esbelto, en la calle todas las miradas eran hacia ella, pero a su esposo eso le molestaba. Poco a poco, su actitud hacia ella fue cambiando. Se volvió celoso e inseguro y solo tenía palabras hirientes para su supuesta amada esposa. Todo esto lo sufrían también las dos hijas cada vez que escuchaban los insultos.

Una noche el esposo llegó borracho a casa y con mucha rabia le gritó: “¡Eres una cualquiera, sé que tienes otro hombre!”. Esa fue la gota que derramó el vaso. Indignada, Ingrid se levantó del sofá y comenzó a defenderse, lo que provocó más ira en el descontrolado hombre.  Él empezó a golpearla, sus hijas lloraban desesperadas, sin saber qué hacer.

Ingrid gritaba fuerte: “Por favor ya no me pegues, por favor… ¡auxilio!”. En ese punto sus hijas se abalanzaron sobre él y lograron que la soltara. Con el corazón en la boca y el alma en pedazos, ambas la abrazaron. Minutos después, la más grande le preguntó: “¿Mamá, por qué te agredió así? ¿Qué pasa entre ustedes? Ya no queremos estar aquí”.

Pero la verdad es que Ingrid tampoco tenía muy claro por qué sucedían esos cuadros de violencia. Con mirada profunda y llena de dolor le respondió: “Tranquila mi niña, mami está aquí, todo estará bien”.

Pero desde entonces el temor no la dejaba hablar con firmeza frente a aquel hombre que un día le juró amor. Los episodios de violencia se tornaron rutinarios. Él se creía con poder sobre ella, y cualquier reacción o respuesta suya le molestaba más, pues le hería su orgullo machista.

“Desde ese momento mi casa se volvió un lugar inseguro para mí y para mis pequeñas. Todas experimentábamos esa tensión aterradora. Tanto así, que al llegar la noche mis hijas tenían miedo de que volviera a repetirse ese momento de angustia. Eran pocas las veces que sentíamos paz en el hogar. Ahora reinaban las discusiones y la agresividad”, me confesó Ingrid.

En mi caso, para una niña de solo ocho años, eran momentos de mucha zozobra. Me daba impotencia ver cómo mi padre maltrataba a mamá. Escuchar sus gritos pidiendo ayuda me partía el alma, y sin poder hacer nada.  Esas escenas tan fuertes y dolorosas quedaron en mi mente. Después, en mi inocente soledad, le preguntaba a Dios por qué mi mamá pasaba por todo eso.

Hasta que llegó el gran momento. La mujer, cansada de tanto maltrato físico y psicológico, decidió divorciarse. Situación que también afectó a sus niñas, el hogar se desintegraba. Pero Ingrid estaba convencida de que era lo mejor para las tres. “No me puedo rendir tan fácil, debo seguir adelante, aunque sea comenzando desde cero”, pensaba. Salió en busca de un empleo y encontró en una agencia de viajes, como supervisora. Poco a poco, siendo responsable con sus ingresos, logró ahorrar suficiente para realizar mejoras a su casa, e incluso para comprar un auto.

Mi madre es una mujer que me inspira solo con saber que tomó la mejor decisión. Se liberó de ese tenebroso pasado y ya no duerme bañada en lágrimas. Es luchadora, sacrificada. La admiro y le digo: “¡Qué grandiosa y maravillosa eres!”.

Ingrid salió de la boca del lobo, y está decidida a que nunca más alguien intente apagar su sonrisa. Sus muchachas están orgullosas de que no dejó de batallar y de pensar en su bienestar. Hoy no solo es su refugio y fortaleza, sino también un ejemplo de no desistir y de no permitir ningún tipo de maltrato.

¡Sigue siendo así, una mujer hermosa, valiosa, inteligente y perseverante en la vida! No calles nunca. Valórate y ámate siempre. Mamá guerrera, te amo.

“No esperes a que la solución llegue a ti, búscala”.

Helena Rodríguez, a quien muchos llamaban Chiquita, era un vivo ejemplo de las malas decisiones, de cómo incluso tus más cercanos «amigos» pueden llevarte por el camino incorrecto. Era un ser errante, parecía no tener salvación.

Conociendo tus defectos

La primera vez que la vi no fue una experiencia agradable. El sol brillaba tanto que me costaba ver lo que ante mí sucedía. Recostado en la pared del edificio había un oficial de baja estatura y barbas largas que miraba fijamente a Helena. Ella murmuraba palabras sin sentido, mientras recogía latas. Me pregunté: «¿La saludo? Pero no se ve en buen estado”. De todas formas, pasé por su lado y le di los buenos días. En ese momento casi caigo del susto, cuando empezó a gritar: “¡Yo no soy una indigente!”. Comprendí que Helena no estaba en sus cinco sentidos ese día, ni los próximos años.

La fantasía de una madre

Con una gran sonrisa en el rostro y los brazos abiertos, nuevamente le diste la bienvenida a tu hija y a tu pequeño nieto, que por momentos vivían en tu casa. Como encantada, escuchabas las anécdotas del pequeño. Parecías feliz y lúcida. Verte así en casa era una hermosa fantasía de la que no querías salir, eso lo sé.

Vuelta a la realidad

Pero aquel 28 de octubre de 2017 fue oscuro. Sin una despedida, ni siquiera una nota, tu hija se fue y te dejó el alma desconsolada.

Justo ese día, por casualidad pasé por tu departamento. En mis doce años de vida, mis ojos nunca vieron una escena tan triste. Me partió el alma cómo entre llanto decías: «Bleika, Bleika, hija, ¿por qué?». En ese momento comprendí tus lágrimas y la razón por la cual estabas sufriendo tirada en el suelo. Otra vez la dulce Helena se dejaba llevar a un abismo de emociones. ¡La dulce Helena volvió a sus viejas andanzas!

A pesar de todo, tú…

Fuiste y eres una mujer fuerte, quedé sorprendida cuando afrontaste tu problema con determinación. Nunca pensé que después de esa recaída te mantuvieras erguida, demostrándole a la vida y a tu familia que había más de ti.

Eres la dueña de tu vida

Me pregunto por qué el destino me pone a toparme contigo. Otra vez te encuentro sentada en la escalera contemplando el cielo que poco a poco deja caer diminutas gotas.

Helena sonreía como si hubiera encontrado el tesoro más preciado. Caminé cerca de donde estaba y, por primera vez, recibí un trato amable de su parte: “Buenas tardes”, me dijo sonriendo. No esperó a que yo la saludara primero.

Ese día sentí que algo maravilloso te había ocurrido por la forma en que tus ojos miraban la lluvia. Te levantaste y con regocijo te dirigiste hacia tu departamento. Era el surgimiento de algo nuevo, decidiste tomar el timón de tu vida, cambiar para bien. Conseguiste un empleo que te dio dignidad como persona.

Fue una gran decisión dejar el alcohol, las drogas y todo aquello que te dañó en el pasado. Ahora caminabas por las calles con la cabeza en alto. Y me motiva saber que todo esto lo hiciste por ti, no por nadie más. No te importó el gran desafío, lo asumiste y no miraste hacia atrás.

Helena se sentía feliz, lo reflejaba en su rostro. Solo salía de casa para laborar. Demostró que, a pesar de haber sido víctima de las adicciones, logró superarlas luego de cuatro largos años. Y cada día lucha por no recaer. Ya no es Helena, la Indigente, como todos la llamaban. Ahora es Helena, la gran mujer y la buena vecina que se solo se preocupa por llevar el pan a casa.

Eres también una mujer que motivaste a una joven a escribir sobre ti para que otras personas conozcan tu historia, porque, a pesar de tus difíciles circunstancias de vida, lograste salir adelante.

Chiquita luchó con su adicción por tener una mejor vida, creyó en ella y así logró salir del abismo.

Helena, tú me inspiras.

La vida es nuestro lienzo.

Inspiración poética, psicóloga y, más que todo, mujer. Persona que deja huella por donde pasa. Marca la diferencia en cualquier espacio, grande o pequeño, al plasmar su camino a temprana edad, haciendo lo que en verdad quería hacer. Ella es Olga Francia Elena Lara D’Soto.

Nación en la ciudad de Azua, en la República Dominicana, el 16 de septiembre de 1953. Cantautora que cautivó a su público con canciones como Te quiero mucho todavía y Cuando llegue mi invierno, entre otras. Letras con grandes emociones y mensajes.

Olga Lara es una de las cantantes solistas con más trascendencia y con mayor número de premios que ha obtenido en la República Dominicana. Estas son sus distinciones: El Dorado, cinco veces (1980, revelación del año; 1982, 1984 y 1985, cantante del año; 1984, merengue «Mi Vida»). El premio Casandra, otorgado por la Asociación de Cronistas del Arte (ACROARTE), en cuatro ocasiones (1985 y 1987, cantante del año; 1987 y 1995, espectáculo del año) y El Gordo del Año, tres veces (1983, 1984, 1985).

La pregunta es, ¿qué la inspiró? Dice que lo primero que la propulsó fue el amor por la música y de allí aparecen las letras que compone. Fascinada por el ser humano y su comportamiento, estudió Psicología haciéndole ver los complejos matices del alma.  

Aparte de cantante y escritora, Olga es bondadosa y humanitaria. Imparte conferencias y talleres en los que aborda temas psicológicos, además de su labor voluntaria en varios hogares de niños y jóvenes en situación de riesgo en nuestro país.

Tanto es el respeto que hay en la República Dominicana por esta artista, que aún persiste la costumbre de usar la expresión “Olga Lara, otra cosa”. Otro aspecto que hace a esta mujer única e inigualable no es sólo su voz cálida, alucinante, que delata un corazón puro y sereno, sino que interpreta sus canciones desde el amor y la pasión.

Olga Lara es genuina y dice lo que piensa sin agredir a terceros. En una entrevista de televisión con Iván Ruiz, del Show del Mediodía, dijo que no cambiaría sus experiencias vividas por ser alguien joven de nuevo.

Ella también es escritora. Ama tanto la poesía que ha publicado dos poemarios. El primero titulado Cosas del alma, enfocado en el crecimiento y la superación personal, con énfasis en el contexto terapéutico.

El segundo es Tras la barrancas. La inspiración de esta obra empieza en la pandemia a causa del coronavirus, y está dedicado a los médicos, enfermeras, trabajadores sociales y todos los involucrados que sirvieron y ofrecieron amor en tiempos tan oscuros. 

Olga Lara es una mujer que marcó y marcará una amplia franja de colores en una pared blanca.

«Los libros son como un portal que te lleva a un mundo de conocimiento, fantasía, miedo, suspenso o tristeza». Esta frase, que me enseñó la profesora Dalys Ramírez, me llevó a preguntarme: “¿Cómo ella llegó a ser una mujer que evidencia amor por la lectura, que motiva a sus alumnos para que lean por placer?”.

Su infancia no fue la más bonita. No tuvo la presencia de su padre biológico, por lo que su mamá debía trabajar sola para mantenerla. A partir de sus seis años, su progenitora inició una relación sentimental y así pudo vivir de manera permanente con ella. La pareja de su madre se convirtió en su padre, quien modeló en la pequeña el placer por la lectura.

Diarios como Panamá América y La Estrella de Panamá; revistas como Almanaque Escuela para todos, ¡Hola!, Corín Tellado, Capulina, Selecciones y Memín Pinguín, entre otros, eran algunos títulos que devoraba la pequeña.

Que hoy sea docente no es casualidad. En cuanto a sus juegos de infancia estaban la lata, mirón-mirón y hacer las veces de maestra. Este último le gustaba porque le permitía dar reglazos imaginarios como lo hacía Evelia de Sáenz, quien le enseñó a leer en la escuela La Concepción, ubicada en el corregimiento de Juan Díaz. 

Recuerda que en secundaria sus profesoras de Español le asignaban la lectura de novelas clásicas, pero no siempre podía pagar su propio ejemplar. Además, tenía que resolver un cuestionario con cincuenta o cien preguntas. Por esa dinámica se le ocurrió hacer un trueque con los compañeros. “Si no quieres leer, me prestas la novela y yo te resuelvo el cuestionario», proponía Dalys. Siempre hubo quien aceptara el trato.

El mensual era el ejercicio del cuestionario y por supuesto obtenía una excelente calificación. Al terminar la secundaria en el Instituto José Dolores Moscote, cursó sus estudios superiores en la Universidad de Panamá, ya que su sueño era ser docente.

Los tres primeros años de servicio los realizó en la Escuela Bilingüe Nueva Esperanza, como maestra de grado; pero en 1997 se le presentó la oportunidad para ir a trabajar en la escuela José de la Cruz Herrera, en Garachiné, Darién. El siguiente año fue nombrada en periodo probatorio para obtener la permanencia laboral en el corregimiento de Sambú, en la misma provincia. La designación incluía tres asignaturas: Español, Educación para el Hogar y Religión.

La mayoría de los habitantes del lugar eran de las comunidades originarias Emberá y Wounaan, por lo que decidió que, además de motivar a los estudiantes a leer, debía enseñar un oficio que les permitiera tener una entrada económica, ya que pocos eran los que podían continuar la universidad por falta de recursos financieros.

En el segundo trimestre inició las clases de tejido en croché. Aprendieron rápidamente a confeccionar tapetes. Entonces les enseñó a pintar pañales de tela, a hacer y pintar sabanillas y camisas para bebés, pintar manteles y elaborar blusas con tela poplín, donde recreaban los kipará (diseños que se pintan con jagua en el cuerpo).

En 1992 fue trasladada al Primer Ciclo San Miguelito, en Torrijos Carter, y desde 1996 labora en el Centro Educativo Básico General de Tocumen.

La profesora Dalys nos motiva a leer, ella lleva a la escuela una canasta de libros para que escojamos los que deseamos. Además, nos ha enseñado los diferentes tipos de lecturas. Por eso cuando mencionó sobre el proyecto editorial #500Historias sentí de inmediato interés en formar parte.

Ella se involucró totalmente en esta aventura editorial, incluida la orientación acerca de qué temas seleccionar. También organizó una gira que nos serviría como punto de partida para los escritos. Agotó todas las instancias hasta conseguir las autorizaciones.

Dalys ama la educación y considera que esta profesión es para los que tienen vocación de servicio, para aquellos que desean dar lo mejor de sí cada día. Además, deben estar en constante actualización profesional, porque el verdadero maestro necesita tener un conocimiento universal. Su deseo es dejar huellas positivas en sus estudiantes.

No olvidaré su consejo de llevar siempre con nosotros un libro en la mano para leer en el transporte o mientras esperamos ser atendidos en cualquier lugar, porque “un libro es un amigo fiel”.

En Cuba hay un teatro llamativo y elegante, con estilo de antaño que inspira grandeza y belleza. Allí miles de hombres y mujeres solían ir a demostrar su gran talento. Y lleva el nombre de una mujer que fue leyenda, con una historia única: Alicia Alonso.

Alicia nació para danzar y brillar. Dejó su nombre y el de Cuba en alto, e inspiró a generaciones de compatriotas a soñar. Desde muy niña estuvo atraída por el ballet y la delicadeza de este arte en movimiento. En la Cuba de la década de los veinte ella deseaba ser bailarina. Y en 1931 arrancó su sueño.

En su proceso de consolidación artística, Alicia llegó a tener un solo en La Habana. Aquella noche bailó «La bella durmiente del bosque». Pese al éxito entendió que por más que amara su tierra, allí no lograría brillar con la potencia que deseaba, así que en 1938 desembarcó en Manhattan, en el corazón financiero de Nueva York (Estados Unidos). Estar en la Gran Manzana ayudó mucho a su carrera. Allí se convirtió en prima ballerina assoluta, una de las condecoraciones más altas que un bailarín puede llegar a tener.

Su carrera estaba en alza y su nombre empezaba a escucharse por toda la ciudad cuando un año después, en medio de una presentación, su ojo derecho terminó desenfocado y empañado. Alicia sufrió un desprendimiento de retina y había quedado parcialmente ciega al frente de cientos de personas.

Sin embargo, eso no fue motivo para rendirse. Es más, la hizo más fuerte: se convirtió en la primera bailarina iberoamericana en presentarse en la entonces Unión Soviética con rotundo éxito.

Pero algo le faltaba: Alicia deseaba llevar a su pueblo el arte del baile clásico, por lo que habló con el entonces líder de Cuba, Fidel Castro, y con su apoyo creó en 1959 el Ballet Nacional de Cuba, del que fue directora.

La gran Alicia Alonso siempre será recordada como la mejor bailarina de Cuba.

El 18 de noviembre de 1983, en la ciudad de Panamá, nació Keyla Anneth Bernal. Se crio en un barrio muy reconocido por el nivel de delincuencia, destacado como zona roja: Samaria, Puente Rojo, en el distrito de San Miguelito. No obstante, desde pequeña sus padres le enseñaron que vivir en un sitio peligroso no era sinónimo de actuar o seguir los malos pasos.

Allí vivió durante 37 años y, aunque parezca lo contrario, afirma que no se sentía insegura. “Mi familia y yo vivíamos felices, teníamos paz y tranquilidad”, dijo. Sus palabras me conmovieron, porque no era la respuesta que esperaba, pero al ver la optimismo que expresaba en ese momento, me dio a entender de que sí, sí era dichosa en aquel lugar.

Sus padres y abuelos le inculcaron valores. Ella tuvo la dicha de crecer con sus abuelos paternos y vivir cerca de su abuela materna. Recuerda con ánimo que vivían en una casa de dos pisos y en el de abajo contaban con una abarrotería. “Solo teníamos que llegar y pedir lo que quisiéramos comer y mis abuelos nos complacían”, señaló.

También rememoró con nostalgia cuando en los veranos viajaban a Churubé, provincia de Coclé y, entre otras diversiones, disfrutaban de un buen chapuzón en el río.

Desde niña le entusiasmaban las tradiciones. Le gusta mucho el pindín y una vez tuvo que competir para ser reina en la escuela. También evoca cuando en primer grado usó por primera vez una pollera de gala. Salió a bailar, aunque estaba nerviosa porque no tenía ni idea de qué debía hacer, puso un gran esfuerzo y mostró al público sus dotes artísticos, ganándose el segundo lugar. Eso la inspiró a unirse a un conjunto folclórico.

Keyla, mi profesora, hizo la primaria en la escuela República de Israel y obtuvo su bachillerato en un prestigioso colegio, el Instituto Fermín Naudeau, donde le nació la idea de ser maestra. Más tarde ingresó a la Universidad de Panamá, en la Facultad de Humanidades, específicamente en la Escuela de Español y realizó sus estudios de noche, pues necesitaba trabajar para poder continuar.

“Aparte de enseñar, que es mi pasión, disfruto cada momento compartido con los jóvenes que, día a día, de una u otra forma, dejan huellas en mi vida”, así describió la profesora su labor como docente.

Durante muchos años dedicó parte de su vida a hijos que no son de ella, y es que, el amor y cariño que comparte es como si fuese la madre de todos nosotros, sus estudiantes; sin embargo, aun disfrutando su profesión, ella advertía que algo le faltaba, no estaba completa. Necesitaba sentir que su esencia quedaría en alguien con sus genes, un hijo o hija.

Lo intentó por muchos años, sometiéndose a tratamientos y cirugías, no fue fácil. Un doctor le dijo que no podía quedar embarazada porque era propensa a que le salieran miomas. Debió ser muy difícil escuchar al especialista mencionar: “Lo mejor para ti es que te retires todo”. Pero su respuesta fue: “Él no es Dios”, así que decidió ir con un especialista en fertilidad, quien la operó para que luego pudiera tener a su bebé.

En julio de 2017 supo que estaba en gestación. Su hija nació el 7 de marzo del 2018 y se ha convertido en ese ser especial, maravilloso e inigualable en la vida de la docente, que desde ese momento aprendió que todo tiene su tiempo.

La profe tiene más diez años ejerciendo la educación; es estricta con la ortografía, con la gramática y con la lectura, pero eso la ha llevado a orientar, capacitar y educar a muchos profesionales de hoy.

“No hay días ni momentos malos cuando me rodeo de estudiantes que, al llegar al plantel, me roban una sonrisa con sus ocurrencias. Pues claro, disfruto mucho mi profesión”, comentó.

La profesora Keyla es la mujer que me inspira, una persona que ha estado conmigo siempre, me ha enseñado mucho y me ha dado un buen ejemplo. Ha hecho demasiado por mí y esta es mi forma de agradecerle. Nunca me arrepentiría de haberla conocido.

Los helicópteros Apache sobrevolaban, las llamas y el caos causado por la “Causa Justa”, los norteamericanos buscaban otro objetivo, otro lugar para expandir su terror.  Maby (mi mamá), quien era muy joven, había salido a casa de una amiga para pasar la noche, jamás imaginó que ese momento lejos de su madre iba a ser tan terrorífico. Por otro lado, Javier (mi abuelo) tomaba rápidamente el álbum familiar y otros artículos  esenciales y salió pronto de la casa que luego sería cenizas. No se salvó ni su altar al Cristo Nazareno. 

La señora Xiomara, conocida mujer de templanza, corría desesperada ignorando el insoportable fogaje, producido por los voraces torreones de fuego de los caserones ardientes; los cadáveres tirados por la calle, los disparos y las explosiones a la distancia no la alejaban de su único objetivo: encontrar a su hija y ponerla a salvo. 

El Puente de las Américas resultó ser una zona protegida y los sobrevivientes corrían a él para no ser atacados por los desmedidos soldados. Javier logró convencer a Xiomara, después de tanto insistir, en asegurarse ella y su otra hija recién nacida en aquel sitio. 

En medio de la oscura noche solo iluminada por la ciudad ardiente, la gente de El Chorrillo hacía grupos para abandonar el barrio de sus vidas, algunos dejando atrás a su familia, con la esperanza de volver a verlos. 

En medio del camino, un helicóptero armado se escuchaba cada vez más cerca y una voz en inglés decía: “Surrender” (rendición). Seguido, una ráfaga de disparos que salpicaba piedras a los hombres, mujeres y niños quienes corrían despavoridos. En medio del caos y la desesperación, la señora Xiomara alzó su brazo con una sabanilla blanca en señal de entrega. La aeronave hizo un alto al fuego y una voz en español les dijo que ellos mismos los iban a escoltar hacia el puente.

En el lugar se encontraba la gente desolada y quebrantada, el humo y las llamas eran el panorama a la distancia. Las personas llegaban en grupos y Xiomara esperó toda la noche que en uno de esos estuviese Maby. La noche se hizo eterna, pero llegó la mañana del 21 de diciembre de 1989 y la multitud empezó a aproximarse a los escombros de la ciudad, con el caos aún en el centro, a buscar a sus familias.

Maby pasó la noche en la Iglesia de Fátima con otros refugiados, el encuentro fue emotivo. Los siguientes meses fueron difíciles, muchos no se lograron reponer, perdieron a sus familias y otros no sobrevivieron; pero un grupo pequeño puede dar fe de que una sabanilla y un gran corazón les permitieron vivir para contar al mundo lo que pasó aquella noche del 20 de diciembre. 

Xiomara no solo destacaba por su templanza y valentía, también era reconocida por ser una mujer de familia, desmedida con su gente y muy humilde. Maby se quedó con lo mejor de su mamá, creció, me tuvo a mí y al escuchar estas historias maravillosas solo puedo decir que es un honor llevar su apellido. 

Esta es la historia de una mujer de 44 años llamada Nitzi Centeno, quien junto a su hermana gemela nació un 27 de diciembre de 1978. A Nitzi le tocó trabajar desde que tenía 12 años. También tuvo que enfrentar muchos obstáculos a lo largo de su vida, pero supo sobrepasar todos esos desafíos y darle sentido a su existencia. Tuvo tres hijos que llegaron para darle alegría, un sentimiento que creció todavía más en su corazón cuando nació su nieta.

Esta mujer luchadora es mi madre y me regala palabras bellas. «Mi linda niña», me dice, y con solo escuchar su voz me siento a salvo, me transmite esa seguridad que la caracteriza.

Uno de esos momentos tristes de la vida de Nitzi ocurrió el 16 de noviembre del 2020. A las 4:34 a. m. recibió una noticia inesperada de su gemela Ysis, quien la llamó gritando. Salió asustada y preguntándole qué había pasado.

—¿Qué ocurre? Cálmate y respira —le dijo.

— Pellín falleció —respondió entre sollozos su gemela.

Nitzi quedó impactada. Luego ella también comenzó a gritar: ¡No puede ser, murió Pellín!

En medio de la confusión, yo no sabía exactamente qué había ocurrido. Mi papá me dijo que me quedara con mi cuñada Laura, quien es la yerna de Nitzi. Cuando me retiraba junto a Laura, volteo atrás veo a mi madre llorar a gritos. Quería ayudarla, pero no sabía qué hacer. Era apenas una pequeña y todo era confuso para mí.

Ese día me levanté temprano. Fui al cuarto de mis padres, pero no estaban. Estuve toda la mañana pendiente a ver si llegaban, pero tardaban en volver. Yo estaba preocupada, comenzaba a extrañarlos. Hasta las 12:23 p. m. regresaron. Estaba feliz de verlos después de lo sucedido tras la noticia recibida. Noté que mi madre tenía un semblante de angustia. Me explicaron que la muerte repentina de mi tío había sido muy dolorosa para todos, en especial para ella. En verdad yo no había convivido con él, así que no podía comprender esta pérdida familiar; pero me entristecía ver así a mi mamá.

Pasaron algunos días desde el fallecimiento y mi madre seguía muy afectada. También mi hermanastro y mi prima estaban igual de afligidos.

Tratando de pensar cómo se sentían mis familiares cercanos, imaginé que podía ser semejante a lo que me causó la noticia de la muerte de mi abuelo, que me partió en dos el corazón. Pero ahora, yo solo quería ver bien a mi mamá, asegurarme de que no se deprimiera. Lo único que se me ocurrió fue acercarme y decirle: «Mi tío estará siempre en tu corazón, seguro él te quiso mucho», ella no me respondió nada, solo me abrazó.

Al día siguiente la acompañé a la iglesia. El pastor se le acercó y le dijo: «Sé por lo que está pasando, hermana Nitzi, pero deje su carga y pesar en las manos de Dios, que él le dará consuelo, él tiene grandes cosas para usted». Ella agradeció esas palabras, y a pesar de que seguía abatida, desde ese día su rostro transmitió algo de paz, siempre apoyándose en su fe de que Dios controla todo.

La última vez que mi madre vio a mi tío Pellín fue el 14 de noviembre de 2020. Pero el día 11 de septiembre del 2022 estaba preparada para ir a su tumba. Fue al cementerio junto a otros miembros de la familia, yo me quedé en casa. Al volver, mi madre me dijo que, aunque su hermano ya no estuviera entre nosotros, este sería un episodio más de esos momentos difíciles que ha tenido que enfrentar, pero que así como los anteriores, seguiría adelante, como una mujer de fe.

Bella es una mujer optimista, alegre y abuela de una orgullosa nieta. ¡Cómo quisiera mostrarle al mundo que no todo es como aparenta, que no siempre las cosas buenas vienen tan fácil!

Esta mujer nació en Siria, es hija de un reconocido abogado. Su mamá, ama de casa dedicada a su hogar y a sus cinco hijos.

Transcurría el año 1948, con dos años de edad Bella y su familia tuvieron que escapar por ley del país. Era una familia de cuatro mujeres y un niño. Dos barcos salían de Siria y montones de personas trataban de huir sin saber si encontrarían un destino seguro. Uno se dirigía a Panamá y otro a Estados Unidos.

Luego de arduos días de estar apretados e incómodos, la familia llegó a Panamá como refugiada. No tenían nada, debían empezar una vida desde cero, tampoco conocían el idioma, su padre no podía ejercer su profesión en un país extranjero, pero necesitaba darles comida y educación a sus niños. Entonces, decidieron internar a los pequeños en una escuela en la que no estudiaban su religión judía, lo que dificultó su adaptación. 

Bella creció cuidando a sus hermanas menores y a los diecisiete años tuvo que trabajar para poder llevar pan a la casa. Eran tiempos tan difíciles que debieron vender todo lo que poseían e irse a Chitré, provincia de Herrera, y cambiaron su vida cotidiana a otro estilo. Se vieron obligados a ajustarse, por segunda vez.

Su hermano, con trece años, tuvo que dejar sus estudios para salir a trabajar como el único hombre de la familia y Bella lo iba a ayudar en su negocio. Luego de algunos meses, la joven regresó a ciudad de Panamá y decidió casarse con solamente veintiún años.

A pesar de todas las dificultades, mi abuela pudo salir adelante. Ella siempre fue muy activa con el servicio comunitario y estaba dispuesta a evitar que alguien pasara por días oscuros como los de su pasado. Y es que Bella no solo sentía la obligación de ayudar a otros, sino que también tenía un esposo en casa a quien atender y un hogar que sostener. Día a día se esforzaba por ser una mejor persona, auxiliaba a sus hermanos en sus necesidades, mientras cuidaba de sus padres. 

Mi abuelita Bella, tal como su nombre, es una mujer bella por dentro y por fuera. Llena de vida y de cariño para compartir con todo el que la conoce. Su gran corazón ha tocado a muchos y ha dejado una huella en cada uno.

Trabajó muy duro para brindar a sus hijos la infancia y la educación que ella no tuvo y sentirse afortunada de tener todas las facilidades al alcance de su nueva familia. Yo llevo su nombre con orgullo y espero un día llegar a ser como ella.

Esta historia nos demuestra una vida repleta de sucesos que nos traen enseñanzas, nos dan la confianza de seguir adelante y nos encaminan diariamente para así lograr ser exitosos en los retos que se nos presentan.